jueves, 28 de julio de 2022

La balsa de Saturno, de Benjamín Gavarre.

   




La balsa de Saturno,


 

de Benjamín Gavarre.

 

 

 

Personajes: 

Doctor Lavín  

Doctor Gálvez  

Lilith 

Ramón  

Gustavo  

Inma  

Renata  

Residente (Julio) 

 

La acción en un hospital de especialidades psiquiátricas. 

 

CUADRO PRIMERO 

Escena uno 

Doctor Lavín y Doctor Gálvez  

Doctor Lavín. — (Como conclusión de una larga reflexión, pero sin dejar el juego mecánico con su teléfono) ¡Creen que voy a ir a cuidarlos a sus casas! 

 

Doctor Gálvez. — (Concentrado en su libro) No debí revelar la muerte de Laura.  

 

Doctor Lavín. — (Ácido) No, ¿de verdad 

 

Doctor Gálvez. — Ya sabe. Piensan que las medicinas únicamente sirven para curar infecciones.  

 

Doctor Lavín. — (No hace caso) Tener que soportarlos... No sé. A veces me dan ganas de quedarme con la consulta privada y nada más. Mira que llamarme asesino. 

 

 

Escena dos 

Lilith 

Lilith. — Laura nos avisó. Lo dijo muy claro. Avisó. Dijo que se quería morir. Tomó cinco frascos enteros. Se quedó dormida. Se ahogó. ¿Alguien se preocupó cuando dijo que iba en serio? 

Oscuro 

 

Lilith se acerca al doctor Lavín. Éste último no se inmuta. Está concentrado en un expediente. 

 

Escena tres 

Lilith y el doctor Lavín 

Lilith. — (Como en un eco) ¿Alguien se preocupó cuando dijo que esta vez, de verdad, se quería morir? 

 

Doctor Lavín. — Si usted pudiera regresar en el tiempo...  

 

Lilith. — Ustedes los médicos tienen la responsabilidad de nuestras vidas en sus manos. 

 

Doctor Lavín. — Yo pensaba que ese papel le correspondía a Dios mismo.  

 

Lilith. — (Furiosa) ¿Es una broma?  

 

Doctor Lavín. — Nadie podía salvarla. Ni siquiera su padre pudo. Ni siquiera Dios. 

 

Lilith. — Usted no entiende nada. 

 

Doctor Lavín. —Qué habría hecho usted para impedir su muerte. 

 

Lilith. — No lo sé. Yo tengo mis problemas. Mis hijas están cansadas de vivir con una madre que se queja tanto. Antes me reía, antes gozaba de la vida. Antes. 

 

Oscuro 

 

 

Escena cuatro 

Gustavo, Renata, Ramón e Inma. 

Se prende la luz general y vemos a los pacientes Gustavo, Renata, Ramón e Inma. Esperan la consulta. Gustavo es un hombre de treinta y tantos. Es muy elegante y viste de manera impecable. Es poderosamente intuitivo, aunque a veces toma las cosas con demasiada ligereza. Renata es una mujer humilde que no deja de mover las piernas; dice ser diseñadora de modas pero viste sin idea alguna sobre cómo combinar los colores, como si no pensara sino en cubrirse con toda la ropa que encontrara a su paso; está acalorada e incómoda. Ramón es un hombre rudo, un profesor de primaria que se ha abierto paso a codazos. Inma tiene un aspecto de niña vieja…las marcas de sufrimiento trata de borrarlas con una sonrisa dirigida al que se deje, sin embargo, en un segundo pueden desatarse en llanto. 

 

Inma. — Ya se tardaron los doctores. 

 

Gustavo. — Hoy nada más viene Lavín. 

 

Ramón. — (Molesto por la familiaridad, acentúa el grado del médico) El doctor Lavín. 

 

Inma. — ¿Cómo sigues, Renata? 

 

Renata no contesta. Solo hace un gesto parecido a una sonrisa, mientras mueve las piernas con mayor nerviosismo del que tenía antes de la pregunta de Inma. 

 

Gustavo. — (A Renata) Supimos lo de Laura gracias a ti 

 

Ramón. — No es nuestro papel comentar nada. Hay que esperar a los especialistas.  

 

Gustavo. — Los esperaremos. (Retador, a Ramón, quien lo mira con desagrado) A los especialistas doctores. 

 

Pausa 

 

Inma rompe a llorar. 

Inma. — Yo sabía. Me dijo que tenía todas esas pastillas. Pudo haberse evitado. 

 

Ramón. — Deberíamos estar agradecidos. Si tuviéramos que pagar la consulta estaríamos más jodidos. 

 

Inma. — Eso sí. Si ya con las medicinas tenemos bastante. 

 

Gustavo. — Esas medicinas las pagamos con nuestros impuestos. 

 

Ramón. — No salgas con esas. Si tuviéramos que pagar lo que cuesta un tratamiento, estaríamos todavía más dementes de lo que estamos. 

 

Gustavo. — Yo no estoy demente. No soy psicópata. Tampoco imagino cosas… a menos que ustedes sean parte de mi imaginación. Ja. Ja. 

 

Ramón no tiene sentido del humor. Mira cada vez más serio al avispado Gustavo. 

 

Inma. — Según tú, Ramón nosotros somos privilegiados, pero todos estamos aquí porque estamos mal. 

 

Pausa 

 

Gustavo. — Yo no pienso etiquetarme.  No estoy mal y no me siento mal. No todo el tiempo… Vengo por las medicinas, pero si las pudiera pagar Adiós. (Después de una pausa) Laurita era una niña que hizo su último berrinche. 

 

Ramón. — (Confundido) Yo tampoco me etiqueto… Soy mucho más que un diagnóstico. Quiero decir… No sé cómo la puedes insultar.  

 

Gustavo. — (Incisivo) ¿Cómo?... No te gustan las etiquetas… pues parece. En todo caso… Fue una figura retórica. Te explico: Quizá no era una “niña” … Pero… nunca quiso madurar. 

 

Ramón. — Sé lo que son las figuras retóricas. 

 

Gustavo. — (Malintencionado) Es cierto. Que das clases... Entonces todo está dicho. 

 

Ramón. — Mira al que dice que no le gustan las etiquetas. 

 

Gustavo. — (Cambia de actitud) Touché. 

 

 

Ramón ya no le contesta, pero se nota su animadversión a Gustavo. 

 

Escena cinco 

Llega el Doctor Lavín. 

Doctor Lavín. — Disculpen la tardanza. 

 

Gustavo. — ¿Gálvez no viene? 

 

Doctor Lavín. — El doctor… se quedó tomando notas. 

 

Gustavo. — ¿Interesantes? Las notas. 

 

Doctor Lavín. — Mucho. En otra ocasión con gusto las comentamos.  

 

 

Pausa. 

 

Los pacientes tratan de pasar desapercibidos para no enfrentar el momento en que tienen que hablar. El doctor no tiene que decir que hablen, ellos saben que empieza el que así lo desea. En este caso es Ramón. 

 

Ramón. —Me siento cada vez más torpe. Llevé a mi hijo el lunes pasado a la escuela y en un momento que iba manejando perdí la idea de dónde estaba. Se me nublaron los ojos y tuve que estacionarme para no chocar. Otras veces me ha pasado que digo algunas palabras distintas a las que pensaba decir. No me gusta preguntar, pero luego me doy cuenta de que la gente me mira raro, como si no me comprendiera. Lo peor es que no estoy seguro de si dije lo que pensé o algo totalmente distinto. Luego, en el pizarrón escribo las palabras, pero los niños me gritan, me reclaman porque me faltan letras. Escribo las palabras y a veces me doy cuenta de que me faltan letras o a veces me dicen los niños que me faltan letras. 

 

Gustavo. — ¿Te faltan vocales o consonantes? 

 

Ramón. — A veces vocales, a veces consonantes. No veo cual sea la intención de tu pregunta. 

 

Gustavo. — A mí me pasa lo mismo. O me pasaba. Mis piernas se me dormían y se me nublaba la vista. Antes del medicamento. Me sentía muy aturdido y no podía articular palabra. Cuando me enojaba, entonces sí, perdía hasta la vista. Y hasta la voz. 

 

Ramón. — Cada vez que le grito a mi mujer o a mis niños siento que todo está rojo. Siento como la cabeza caliente y que no me puedo controlar. 

 

Gustavo. — ¿Es eso lo que sucede, doctor? Todos esos síntomas 

 

Doctor Lavín. — (Responde brevemente) Se llama somatización (Y cambia la idea) Ramón,  

¿Está tomando su medicamento? 

 

Ramón. — He estado tratando de disminuir la dosis, la verdad no quiero volverme dependiente. 

 

Doctor Lavín. — No me diga.  

 

Gustavo. — A eso iba yo, doctor. Cuando preguntaba si los síntomas se deben al enojo. 

 

Inma. — Es como si se atacara a uno mismo uno. ¿No, doctor?, como si en lugar de hacer un coraje hacia los demás uno se lo hiciera consigo misma. 

 

Doctor Lavín. — Ahora resulta que todos aquí son especialistas. 

 

Gustavo. — Pues si usted no es capaz de explicar nada… 

 

Doctor Lavín. — (Cambia la conversación) Y cómo está usted, Renata. Cómo sigue de sus piernas. 

 

Ramón. — Doctor, a mí me parece que no hemos terminado con mi asunto. 

 

Doctor Lavín. — Tenemos muchos asuntos, Ramón. Renata también es importante. 

 

Ramón. — Todos tenemos necesidad de ser escuchados. 

 

Doctor Lavín. — Así es, pero será en otra sesión, porque ésta ya terminó. Nos vemos el próximo lunes. 

 

El doctor Lavín se va. Ramón sale tras él. Inma se levanta sin saber qué hacer. Gustavo se queda pensativo y exclama: 

 

Gustavo. — “Hombres no me faltan, mujeres no me sobran”, ¿quién dijo eso? 

 

Inma. — Lo has de haber dicho tú. 

 

Gustavo. — Lo dijo un escritor “muy conocido, por los conocedores”.  

 

Inma. — Vámonos, ¿quieres? 

 

Gustavo. — Sí. El doctor es un imbécil, estarás de acuerdo. 

 

Inma. — Sí. Tú no respetas, pero sí. Lo bueno es que los medicamentos sí ayudan. 

 

 

Salen abrazados como amigos 

Oscuro 

 

Escena seis 

Gálvez, quien piensa estar a solas, da cátedra a un auditorio imaginario, sobre el suicidio de Laura. 

El reflector se cierra sobre el doctor Gálvez, quien toma la actitud de un maestro a la antigua en el atril que semeja una cátedra. 

Doctor Gálvez. — La noticia que a todos conmueve es sin duda aleccionadora. En el caso de Laurita... de Laura Luz... pudimos observar una contradicción: tuvo fuerza para recuperar la salud física, pero no pudo resistir que sus seres queridos fueran indiferentes ni cuando se destrozó la columna ni cuando sanó casi milagrosamente. 

Nunca supe de una fractura vertebral que se restableciera tan pronto y con tan buenos pronósticos. Sin embargo el accidente no hizo que su marido la quisiera más. Las enfermedades se fueron entonces presentando una tras otra. Se llenó de dolores: reales, concretos. Le salieron úlceras en la piel. Todo era en un principio psicosomático, pero las enfermedades psicosomáticas son enfermedades verdaderas. 

Sus hijas, a pesar de todo, no le hacían caso. Su marido tampoco. Ella les compró la casa que antes rentaban. Pidió prestado para pagar una enorme casa. Pero su esposo la abandonó y se llevó a las niñas con él. Nada de lo que hiciera Laura bastó para atraer la atención de los que quería, de los que deseaba controlar mejor dicho. Ella no fue una víctima. Los quería tener siempre a su lado, sometidos, pero no tenía la suficiente fuerza para sujetarlos. Laura Luz necesitó morir para provocar... nada… Solamente indiferencia. 

 

Sale el Residente de la cabina y le entrega unas tarjetas al doctor Gálvez. El Residente toma un micrófono y habla ante otro auditorio imaginario, no sin la evidente molestia del psiquiatra Gálvez que se siente descubierto. 

 

Residente. ¿Qué debe uno hacer en casos en los que una paciente está decidida a morir. ¿Hay que vigilarla día y noche? Se le puede internar, se le debe encadenar. ¿Y si se escapa? ¿Y si se cuelga o se arroja por la ventana? Internarla es conveniente. Que use una camisa de fuerza dirían algunos. No podemos hacernos cargo de todos los pacientes. Por otro lado, los pacientes ya pueden manejarse fuera de los hospitales... El asunto es… A quién le importa. 

 

Lilith y Lavín se enfrentan. Están como testigos Inma y Renata. 

Lilith. — (Al doctor Lavín, que se ve atormentado) Voy a decirle una cosa, doctor. Me alegro de que Laura se haya decidido a morir. Ella está ahora descansando. Yo lo haría. No sabe cuánto desearía poder acabar con todo. 

 

Doctor Lavín. — ¿Y por qué no lo hace? (Observa la reacción sorprendida de Lilith). 

 

Lilith. — ¿Quiere que me suicide? 

 

Doctor Lavín. — No. Usted lo desea, ¿no lo dijo? 

 

Lilith. — Qué clase de doctor es usted. Tengo que cuidar a mis hijas. 

 

Doctor Lavín. — Sus hijas ya no la necesitan, ¿no lo dice siempre?  

 

Lilith. — Para usted es muy fácil hablar.  Usted sabe muy bien que soy incapaz de suicidarme, por eso me provoca. A veces lo odio. 

 

Doctor Lavín. — ¿Qué piensa de eso que acaba de decir? 

 

Lilith. — ¿De que lo odio a usted?...  Una de mis hijas dice que usted está loco. 

 

Doctor Lavín. — Usted no me agrada, ¿sabe? Debería buscar otro doctor si yo tampoco le agrado, no cree. Piénselo. 

 

Lilith. — Una de mis hijas dice que usted está loco. 

 

Doctor Lavín. — Sí, claro. Comprendo. Ya lo dijo, ¿sabía?… Nos vemos entonces la próxima… a la misma hora. 

 

Lilith. — Gracias, doctor. Entonces así quedamos. Hasta entonces. 

 

Doctor Lavín. — Hasta entonces, claro. 

 

 

CUADRO SEGUNDO 

Gálvez expone el caso de Renata 

Escena uno 

Doctor Gálvez. — (Aparentemente solo, desde su cátedra en la que ensaya lo que piensa sobre un paciente antes de empezar la sesión). Renata es una mujer de muy escasos recursos. Lo que digo se puede entender en todos los sentidos. No tiene dinero, educación, sentimientos ni afectos. Su deseo de morir se expresó primero en un dolor crónico en cabeza y piernas. Su conflicto aparente lo constituye un Yo maltrecho, agobiado por la figura materna. Su esposo, llamado Ricardo, es un adulto incapaz de madurar, incapaz de alejarse del abrazo de su madre, verdadera reina del hogar. Renata no soporta a su suegra, lo cual es de una trivialidad amenazante, al menos para los enemigos de las estadísticas. Lo curioso es que ella desea destronar a la reina, pero no tiene ni tendrá posibilidad alguna. Es una advenediza, una intrusa. Llegó a esta casa tribal, tuvo dos hijos, un hijo pequeño alimentado con refrescos y galletas, y una niña, ya casi adolescente ahora, a la que no tolera, a la que podría desfigurar con ácido sulfúrico. A la que podría estrangular si su doméstica, estrecha, pequeño-burguesa moral se lo permitiera. A su hija... a quien le podría cortar la yugular si salieran a la luz sus deseos reales, que no sus reales deseos. 

Renata es una tirana sin reino. Quiere gobernar, pero no tiene partido, ni votos, ni dinero. Su hija no la acepta. Su mayor tortura es que la niña adora a la madre, a la suegra, reina de corazones. Renata no es princesa, no es Lady Di, no tiene marido que valga, no tiene casa, no tiene hija, no tiene a nadie. 

 

“Entra a escena” el Residente y aplaude al doctor Gálvez. Éste último, medio se emociona, pero también rechaza lo que podría considerar una burla. 

 

Escena dos 

Renata y sus razones. Sale el asistente. Permanece el doctor Gálvez, quien por esta vez conduce la sesión. Entran al escenario Renata, Gustavo y Lilith. 

Renata. —   A mí nunca me avisaron de la muerte de mi papá. Mi madre nunca me dijo nada. No me ha perdonado que fuera una fácil, que me vieran besándome con el vecino. Todos decían que era yo era una cualquiera. También cuando me casé con mi marido me decía mi madre: “ya te acostastes (Sic) con él, pero si eres bien güilota”. Y no, yo me quedé panzona de mi niña hasta un año después de casada, si la maldita vieja me decía que yo no podía, que estaba infértil. Pero nunca pensó en su hijo, nunca dijo: “es que m’hijo es el que no sopla”. Era yo la mala. Luego, ya cuando tuve al niño, me decían “que si no era mío”. “Ya deberías ver más por tu mujer. No sale más que a andar de piruja”. Yo, como tengo mi carrera de diseñadora de moda y maquillaje, pues no le hago caso. O me puedo salir de ahí en el momento en que se me dé la gana. La vieja prefiere a mi cuñada, que ella sí estudió. Y su otro hijo más, que si tiene no sé cuántas carreras, también tiene como dos licenciaturas y tres maestrías y sabe muchos idiomas y que sabe inglés muy bien. 

 

Gustavo. — (A Renata) Yo no creo que tu problema sea tan grave como para querer morirte. ¿Por qué no simplemente te vas de esa miserable casa y dejas a tu marido y a la madre de tu marido y que sigan viviendo juntos? Y tú te vas y haces una nueva vida. ¿No eres diseñadora de modas? 

 

Doctor Gálvez. — (Irónico) Nada más fácil. (Se pone de pie y va hacia Gustavo) Vamos a ver, Gustavo. Haremos una dramatización. ¿Sí sabe de qué le hablo? (Gustavo asiente pero sin estar seguro en qué juego se mete) Bien. El ejercicio no lo tiene como protagonista a usted. Sin embargo usted será el marido de Renata. 

 

Gustavo. — ¿Yo?  

 

Doctor Gálvez. — ¿Prefiere interpretar a la suegra? 

 

Gustavo. — Hago al marido. 

 

Doctor Gálvez. — Lilith será la suegra. 

 

Lilith. — No. No soy actriz. No me haga eso. 

 

Doctor Gálvez. — Ahora Renata, usted será la estrella de este drama. ¿Está de acuerdo? Muy bien. Dígale a Ricardo que desea marcharse de aquí: Dígale: “Si no nos vamos de esta mugrosa casa con todo y mis hijos soy capaz de matarme”. Dígaselo. 

 

Pausa. 

 

Renata al principio tímida sorprende a todos con su actuación. 

Renata. — (A Gustavo) Mira, Ricardo. Tu madre te tiene agarrado de los huevos... (Pausa) ¿Está bien así? 

 

Doctor Gálvez. — Siga, no se detenga. 

 

Renata. — (Se desahoga) Yo. A mí nunca me creyeron cuando dije que no era cierto que no me acosté con nadie. Yo la verdad ni era ni soy piruja ni nada. Cuando se murió mi papá ni siquiera me avisaron. 

 

Doctor Gálvez. No se desvíe. Háblele al marido. Háblele a su suegra. 

 

Renata. — (A Lilith) Pinche vieja cabrona, te piensas que puedes darme órdenes a mí. Te robastes a mi hija, te robas a tu hijo... Yo me casé con él. 

 

Doctor Gálvez. — ¿Qué le gustaría decirle a su hija? Yo soy su hija. 

 

Renata. — (Al Doctor Gálvez) Maldita seas, desde que nacistes, cabrona. Te vas con ella. Me traicionas. Es cierto que yo no te doy cariño. Yo no sé dar besos ni abrazos. No me sale ser cariñosa. Pero te ayudo en lo de la escuela, te sirvo la comida, y tú nunca quieres estar cerca de mí. Tú no me sigues a mí. No te perdono. Nada más te vas con la pinche vieja esa. 

 

Doctor Gálvez. — Qué le gustaría decirle a su madre. 

 

Renata. — ¿A la madre de Ricardo? 

 

Doctor Gálvez. — ¿A cuál otra? 

 

Renata. — ¿A mi madre? 

 

Doctor Gálvez. — Muy bien, dígale lo que en verdad desea. 

 

Renata. — (Se relaciona con Lilith como si fuera su propia madre) Ojalá y te lleve la chingada en esta vida. Dios quiera y te mueras bien adolorida, cabrona de porquería, ojalá y nunca me hubieras dado a luz, pinche perra desgraciada. 

 

Pausa 

 

Doctor Gálvez. — Pueden sentarse. El ejercicio ha terminado. 

 

Gustavo. — (En voz baja) Lilith, ¿eras la suegra o la madre? (Al doctor) ¿Esto en realidad funciona, doctor? Hay demasiada rabia. (A Renata) ¿Cómo te sientes, Renata? 

 

Doctor Gálvez. — Demasiada rabia, sí. Tiene razón Gustavo. Lo importante, Renata, es que usted sepa a quién le tiene tanto odio. Y por qué. Después de eso, el trabajo más difícil viene: hay que perdonar. Hay que aprender a perdonar. 

 

Renata. ― ¿Quiere decirme que odio a mi madre? 

 

Doctor Gálvez. ― Usted fue quien lo dijo. ¿Está de acuerdo? ¿Con usted? 

 

Oscuro 

 

Escena tres 

El Residente y sus conjeturas sobre los supuestos asesinatos de Renata. 

Residente. (En la cátedra donde suele estar el doctor Gálvez) En unos días más Renata va a tomar un cuchillo, va a envenenar a su hija y va a cortarle la yugular a su suegra. A su hijo, al que tuvo con Ricardo, lo va a dejar en paz, parece que es al que más quiere. A su madre, a quien odia más que a nadie, no la volverá a ver. Ricardo, luego de unos días de búsqueda, la entrega a la policía. Luego, busca la forma de sacarla del reclusorio. 

Todo lo anterior no es sino parte de una especulación y no sería sino uno de los escenarios potenciales dentro de todo tipo de conjeturas y mundos posibles. Renata en realidad sigue con sus problemas y sigue queriendo salir de su casa y odiando a la figura materna, en todas sus formas. 

Lo que sí es cierto es que al doctor Lavín parece que le va pasando por la cabeza la idea de que de que si alguien está reventando no hay ya mucho que hacer. Tiene dos actitudes básicas, puede ser indiferente o puede tratar de afrontar al paciente. En realidad sus confrontaciones no pasan de ser un mero regaño infantil. El doctor puede ser despreciable en ocasiones, sin embargo, no deja de tener algunos sentimientos nobles. A veces incluso hasta es acertado.  

 

 

Escena cuatro 

Lavín y Gálvez sobre los pacientes. 

 

Doctor Lavín. — (Al doctor Gálvez) Me aburren. No tienen el perfil necesario para hacer un buen desempeño. Son inconstantes. No puede haber avance si no hay continuidad en la terapia. 

 

Doctor Gálvez. — Puedo quedarme con este grupo y usted hacerse cargo solo de los adolescentes adictos. Usted los prefiere a ellos, yo prefiero a los adultos. 

 

Doctor Lavín. — Sí, he visto cómo lo siguen más. Gustavo por ejemplo ha logrado mayor empatía. A mí ni siquiera me voltea a ver. 

 

Doctor Gálvez. — Le demuestra demasiada hostilidad. Quizá usted tenga un problema. 

 

Doctor Lavín. — El problema de Gustavo es que considera que el mundo le debe algo, que deberíamos pagarle por su grata presencia. 

 

Doctor Gálvez. — Y por qué nunca lo confronta. Use terapia de choque. No terapia de indiferencia. 

 

Doctor Lavín. — Usted ocúpese del caso. 

 

Doctor Gálvez. — Estoy saturado. Pero... Julio el residente estaba muy interesado en Gustavo. 

 

Doctor Lavín. — No lo imaginaba. 

 

Doctor Gálvez. — Está haciendo su tesis sobre él. Me comentó sobre un nuevo método que deseaba aplicar en el hospital. 

 

Doctor Lavín. — Va a estar difícil que se lo autoricen. 

 

Doctor Gálvez. — No lo van a hacer, pero nadie tiene por qué saberlo. 

 

Oscuro 

 

Escena cinco 

Gustavo, Ramón y El Residente. El Doctor Gálvez está en la cabina de observación. 

Residente. — (Como un réferi junto a Ramón y Gustavo que están de pie, frente a frente). Los hemos citado en esta ocasión especial para que intercambien algunas ideas sobre el tema que elijan. Pueden estar seguros de que tienen absoluta libertad de hacer y decir cuanto quieran. Permanezcan de pie, frente a frente. Lo único que no está permitido es tocarse. 

 

Sale el asistente. Se escucha la música de Haendel “llamada para la entrada de la reina de Saba”. Ramón y Gustavo, quienes hasta el momento se estaban viendo fijamente se separan. Ramón está francamente molesto. Gustavo no puede evitar morirse de risa con el tema musical que han puesto. Ramón está cada vez más enojado. 

 

Ramón. — (Hacia la cabina) Pueden quitar esa música. No se vale. 

 

Gustavo. — Es Haendel. 

 

Ramón. — No me importa. 

 

Gustavo. — Creo que no corresponde a tus gustos. 

 

Ramón. — Yo me voy a sentar. 

 

Gustavo. — Nos dijeron que estuviéramos de pie, frente a frente. 

 

Ramón. — También nos dijeron que podíamos hacer y decir cualquier cosa. Yo me voy a sentar. 

 

Ramón se desplaza buscando una silla. se escucha la música “Promenade”, De “Cuadros de una exposición”, de Muzorski. Gustavo mira divertido cómo Ramón se enfurece cada vez más y se sienta con obvia actitud de rechazo a la música que escucha. 

 

Se interrumpe la música. Se escucha la voz del Médico Residente. 

Residente. — Ramón es tan duro, tan rígido, que le molesta hasta la música. Ramón, no se permite llorar. Mucho menos se permite reír, porque una vez que comienza no puede parar. Es incontenible la risa, es un ataque, duele la risa. 

Gustavo tiene problemas con la autoridad. Cree que no debe dar nada a cambio de lo que recibe. El mundo está en deuda con él y tiene que cobrarle a todos su presencia en la tierra. No hay nada que le moleste más que un hombre como Ramón. Se relaciona muy bien con sus pares y con la juventud.  Detesta a los adultos que tratan de imponerse solo por su edad. 

 

Pausa. 

 

Ramón y Gustavo muy incómodos.  

Gustavo. — Mira, en cuanto a eso de que me desagradas, pues no, la verdad solamente me siento incómodo con gente como tú. 

 

Ramón. — Ya vas. Con gente como yo. Con los aires de grandeza que te cargas deberías estar con un médico particular. Tú, con tu forma de hablar tan correcta, tus... tus aires de que eres mejor o más importante que todos los que venimos aquí. 

 

Gustavo. — Ya oíste lo que dijo el médico de mí, que el mundo está en deuda conmigo. Y no, no tengo para pagar una consulta. Yo no me dedico a ganar dinero. Eso se lo dejo a los encorbatados y a los burócratas. 

 

Ramón. — Tenemos que pagarte entonces para que existas. 

 

Gustavo. — En tu caso no. Demasiados problemas tienes. No puedes reír, no puedes llorar. ¿Qué es lo que sí puedes hacer? Ah, claro: Enojarte. Deberías tomar los medicamentos. A mí sí me funcionan. 

 

Se escucha en off la voz de El Residente 

Residente. — Ramón y Gustavo se detestan, pero en realidad harían cualquier cosa para no tener un contacto importante entre ellos. Se saludan con frialdad siempre. Con cortesía se diría, pero nunca serían capaces de quedarse viendo a los ojos fijamente mientras se saludan. 

 

Gustavo y Ramón se quedan viendo fijamente como esperando que pase algo. Ramón se levanta y se acerca, pero Gustavo baja la mirada. Ramón se va a sentar, molesto, incómodo, pero ya sin ganas de interactuar con su compañero. 

 

Ramón. — Creo que podemos decir que estamos curados. 

 

Gustavo. — El error es pensar que estamos enfermos. Quién es capaz de aceptar una etiqueta. Quién se considera sano. 

 

Ramón. — (Intenta hacer una broma). Todos los doctores están sanos, mira… ellos son los que nos curan. 

 

Gustavo. — (Bromista también) Ya les perdiste el respeto entonces, a los doctores… Antes los defendías… o defendías sus títulos… 

 

Ramón. — (Tomando conciencia). Quizá. Yo lo que no soporto es la falta de respeto… pero… creo que no me gusta tampoco eso de las etiquetas, de sano o enfermo. Soy mucho más que una clasificación. 

 

Gustavo. — Ya hasta me estás cayendo bien Ramón. Hay que ponerlos a hacer este ejercicio. A ver doctor… Hábleme de su caso, que se siente ser un estúpido compulsivo que trata de curar a todo el mundo todo el tiempo. O qué, usted se siente muy normalito. Quién es usted, cuando deja de ser doctor. 

 

En los últimos diálogos la tensión se ha ido relajando. Ramón y Gustavo se quedan viendo fijamente y sonríen. La sonrisa de Ramón es inusual. Se nota que no está acostumbrado, es casi como una mueca. El Residente se ríe con ellos. 

Oscuro 

 

Escena seis 

Inma y el doctor Lavín 

Al encenderse la luz vemos al doctor Lavín que escucha a Inma. 

 

Inma. — Mis padres no me acariciaban. Éramos como una de esas familias donde todos mantenemos la distancia. Cuando salí de mi casa conocí a mi marido. Yo no odio a mi marido pero no soy cariñosa, no puedo. Tampoco me sale serlo con mi hija. Me desespera que quiera que la abrace, no puedo, no me sale. 

 

Va disminuyendo la luz hasta que la voz de Inma se escucha como un murmullo. Aumenta el volumen de una música extraña. 

Entran a escena el doctor Gálvez y los pacientes con medias máscaras que reflejan sus diferentes conflictos. Lilith, Ramón, Gustavo, Inma y Renata. El doctor Lavín trata de poner atención a todos. 

Ramón. — No me gusta ser el ogro de mi casa. Me gustaría poder llevar a mi hijo al parque. Me gustaría poderle decir te quiero, abrazarlo. No sé por qué siempre tengo que ser el padre serio que lo regaña. ¿Por qué no puedo darle un beso? 

 

Inma. — No sé qué me pasa, pero no puedo controlar mi llanto. Cuando era niña tuve muy malos ratos. Nadie me dio nunca un abrazo. 

 

Lilith. — Yo no puedo reír. Podía sonreír. Antes. Tengo cuarenta y cuatro años y ya no puedo reír. Odio a los que ríen. Odio las bromas. 

 

Ramón. — A mí me parece que ustedes los médicos se creen personas sanas y piensan que nosotros estamos mal. Desde ahí están mal las cosas. No somos etiquetas, somos personas. O qué. Ustedes son médicos hasta cuando duermen… Son médicos cuando orinan… ¿son médicos cuando hacen el amor?… Ustedes no son dioses. Y nosotros no solo somos los pacientes. Basta de clasificar a las personas. 

 

Gustavo. — Me gustan los espejos. Los espejos son los otros. Yo tampoco creo que el mundo esté dividido entre enfermos y sanos. Los que se casen con el personaje que les tocó ser en la vida, pues mis más sinceras condolencias. Ustedes serán doctores, locos, amas de casa, maestros y modistas. Nadie puede ser el personaje que escogió en la vida… nadie puede serlo todo el tiempo. Estoy de acuerdo con Ramón… o es que el señor presidente no va también al baño… y 

 

Ramón. — (Sigue la idea de Gustavo) Y también el Papa, hay que decirlo… Y también la reina… cualquier reina. Nada más que se les olvida que también, cuando se duermen, son iguales a todas las personas. Somos todos iguales en la vida, pero sobre todo… vamos a morir. Y vamos todos a morir como nacemos… completamente solos. Es el destino de todas las personas. 

 

Renata. —   Juro que no morí. 

 

Lilith. — Yo tampoco soy solamente mi dolor y mis problemas. 

 

Renata. —   No seré mi enojo. 

 

Lilith. — No seré solamente mi tristeza. Aprenderé a reír, aprenderé a bailar. Quiero música, quiero sentirme bien. 

 

Gustavo. — Eso me gusta. Que se escuche la música, ya no somos pacientes ya no somos doctores. Escuchemos la música. La música nos pertenece. Somos sonidos. A veces somos música. Estamos aquí. Bailemos. 

 

Se escucha música de concierto que motive al baile. Cada personaje elige una forma de bailar, con ritmo, disfrutando el momento. Los doctores se quitan las batas y se integran también a la celebración… Sin embargo… Se oye una explosión repentina. Todo queda en silencio. 

Oscuro. 

 

Escena siete “2””   QQQ2222”””22 

El doctor Lavín 

En la cátedra algunos meses después. 

Doctor Lavín. — Nada más sencillo que dar explicaciones a los hechos. ¿Quién es lo bastante sabio como para entender lo que pasó? Se veía venir, dirían algunos. No era sino cuestión de esperar a que se entregaran las medicinas adecuadas. Los cuadros depresivos y las enfermedades psiquiátricas de todo tipo ya estaban dados. Nadie puede pensar que las muertes hayan sucedido por causas diferentes a una decisión clara de abandonar este mundo.  

Los laboratorios se niegan a aceptar responsabilidad alguna. Tanto Lilith, como Renata murieron por sobredosis. Tomaron sus medicamentos, nadie pone en duda eso. Las medicinas no son potencialmente peligrosas. Existe la teoría de que se equivocaron en la dosis y en la utilización de otros fármacos. Es lo más probable.  “22””2@ 

En nuestro hospital nunca hemos dado más que medicinas reconocidas, probadas. Por lo pronto tenemos que establecer que las muertes de nuestras amigas son una señal para que nosotros salgamos adelante. Las llamo nuestras amigas, sí, porque nos enseñaron a vivir, a los que aún quedamos y estamos para contarlo. Ramón y Gustavo han sido dados de alta. Han logrado identificar sus problemas y toman sus medicamentos con responsabilidad. 

Debo anunciarles que yo por lo pronto, por lo menos en los próximos cinco años, quedaré fuera de este nosocomio. A cargo de la terapia estará Julio, el que era médico residente. Él ha demostrado ser más que una promesa, una realidad. Deja de ser residente para convertirse en el Psiquiatra a cargo de esta sección. 

En cuanto al doctor Gálvez, seguirá en el área de apoyo, será como siempre un adjunto admirable, que como saben se ha entregado por más de veinticinco años a su profesión con buen ánimo, con profesionalismo, con devoción. 

Les agradezco no sin antes decir una última reflexión. No somos lo que imaginamos ser. Tampoco somos lo que los demás piensan que somos.  

Gracias. Muchas gracias. Eso es todo. 

 

 

Oscuro final. 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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