El
auto del diablo
(The
Devil Car)
Roger
Zelazny
Murdock aceleró a través de
la Ruta de la Gran Llanura Occidental.
El sol era un yoyo llameante a
gran altura sobre él, a medida que superaba las innumerables colinas
y elevaciones de la Llanura a algo más de sesenta millas por hora.
No reducía en ningún momento, y los ojos ocultos de Jenny
detectaban todas las rocas y baches antes de llegar a ellos,
reajustando cuidadosamente su rumbo, en ocasiones sin que él
detectase siquiera el sutil movimiento de la barra de dirección bajo
sus manos.
Incluso a través del
oscurecido parabrisas y de las gruesas gafas que llevaba, el
resplandor de la Llanura fundida ardía en sus ojos, de tal modo que
en ocasiones parecía dirigir una lancha muy rápida a través de la
noche, bajo una brillante luna alienígena, y que su camino discurría
a través de un lago de fuego plateado. Altas ondas de polvo se
alzaban en su estela, colgaban en el aire, y pasado un tiempo se
posaban de nuevo.
—Te estás agotando tú solo
—dijo la radio— ahí sentado aferrando el volante de ese modo,
bizqueando. ¿Por qué no tratas de descansar un poco? Déjame
oscurecer los blindajes. Ve a dormir y déjame a mí la conducción.
—No —respondió— lo
prefiero así.
—Bien —respondió Jenny—,
sólo era una invitación.
—Gracias.
Como un minuto después, la
radio empezó a tocar una música de tipo suave, desmadejado.
—¡Corta eso!
—Lo siento, jefe. Pensé que
te relajaría.
—Cuando necesite relajación,
yo te lo diré.
—Recibido, Sam. Lo siento.
El silencio pareció opresivo
después de la breve interrupción. Sin embargo, ella era un buen
coche; Murdock lo sabía. Estaba diseñada para parecer un descuidado
sedán Swinger: rojo brillante, llamativo, rápido. Pero había
misiles bajo las protuberancias de su capó, y dos bocas del calibre
cincuenta acechaban apenas fuera de la vista en los escondrijos bajo
sus faros delanteros; llevaba un cinturón de granadas cronometradas
a cinco y diez segundos ciñendo su panza; y en su maletero un
tanque-spray conteniendo nafta altamente volátil.
...pues su Jenny era un
matachoches especialmente diseñado, construido para él por el
Archingeniero de la Dinastía Geeyem, en el lejano este, y toda la
habilidad de ese gran artífice había intervenido en su
construcción.
—Le encontraremos esta vez,
Jenny—dijo—; y no pretendía contestarte tan bruscamente como lo
hice.
—Está bien, Sam —respondió
la voz delicada—. Estoy programada para comprenderte.
Rugieron a través de la Gran
Llanura y el sol descendió hacia el oeste. Toda la noche y todo el
día habían buscado, y Murdock estaba rendido. La última Fortaleza
de Combustible Stop/Rest Stop parecía haber pasado hacía tanto
tiempo, tan lejana...
Murdock se inclinó hacia
adelante y sus ojos se cerraron.
Las ventanas se ensombrecieron
lentamente hasta la opacidad completa. El cinturón de seguridad se
retrajo suavemente y le atrajo hacia atrás fuera del volante. Luego
el asiento echó su cuerpo gradualmente atrás hasta que estuvo
nivelado en posición reclinada. Se conectó el calentador a medida
que la noche se acercaba.
El asiento le sacudió
ligeramente para despertarle, poco antes de las cinco de la mañana.
—¡Despierta, Sam!
¡Despiértate!
—¿Qué pasa? —se quejó
entre dientes.
—Recogí una emisión hace
veinte minutos. Ha habido un nuevo asalto de coches por la zona.
Cambié de rumbo inmediatamente, y casi hemos llegado.
—¿Por qué no me levantaste
en seguida?
—Necesitabas el sueño, y no
había nada que tú pudieras hacer excepto ponerte tenso y nervioso.
—De acuerdo, probablemente
tienes razón. Cuéntame todo sobre el asalto.
—Seis vehículos, avanzando
hacia el oeste, fueron aparentemente emboscados por un número
indeterminado de coches salvajes en algún momento durante la noche.
El helicóptero de Patrulla lo comunicaba desde encima de la escena y
yo escuché a escondidas. Todos los vehículos fueron despojados y
vaciados y sus cerebros fueron destruidos, y parece ser que sus
pasajeros fueron asesinados igualmente. No quedaron signos de
movimiento.
—¿Cómo de lejos está eso
ahora?
—Otros dos o tres minutos.
Los parabrisas se aclararon de
nuevo, y Murdock clavó la mirada en la distancia a través de la
noche a medida que los poderosos faros lograban cortarla.
—Veo algo —dijo, al cabo de
algunos momentos.
—Éste es el lugar —respondió
Jenny, y comenzó a reducir la marcha.
Se detuvieron junto a los
coches arrasados. Su cinturón de seguridad se desabrochó y la
puerta de su lado se abrió de golpe.
Da vueltas alrededor, Jenny
—pidió él— y busca huellas térmicas. No tardaré mucho.
La puerta se cerró y Jenny se
apartó de él. Encendió su linterna de bolsillo y se movió en
dirección a los vehículos destrozados.
La Llanura era como una pista
de baile cubierta de arena, dura y polvorienta bajo sus pies. Había
muchas marcas de patinazos, y un diseño de espaguetis hecho con
huellas de llantas circundaba toda la zona.
Un hombre muerto estaba sentado
al volante del primer coche. Su cuello estaba claramente quebrado. El
reloj de pulsera aplastado en su muñeca marcaba las 2:24. Había
tres personas -dos mujeres y un hombre joven- yaciendo
aproximadamente a cuarenta pies más allá. Habían sido atropellados
mientras trataban de escapar de sus vehículos atacados.
Murdock siguió adelante,
inspeccionando los demás. Los seis coches estaban en posición
vertical. La mayor parte del daño estaba en sus carrocerías. Las
llantas y las ruedas habían sido arrancadas de todos ellos, así
como partes esenciales de sus motores; los depósitos de gasolina
permanecían abiertos, vaciados con sifón; los neumáticos de
repuesto habían volado de los maleteros descerrajados. No había
pasajeros vivos.
Jenny se deslizó junto a él y
su puerta se abrió.
—Sam —dijo—, tira de los
cables del cerebro de ese coche azul, el tercero hacia atrás. Está
sacando todavía algo de energía de una batería auxiliar, y le
puedo oír transmitiendo.
—De acuerdo.
Murdock volvió hacia atrás y
tiró violentamente de los cables libres. Regresó junto a Jenny y
subió al asiento del conductor.
—¿Encontraste algo?
—Algunas huellas, yendo hacia
el noroeste.
—Síguelos.
La puerta se cerró de golpe y
Jenny giró en esa dirección.
Avanzaron durante casi cinco
minutos en silencio. Luego Jenny dijo:
—Había ocho coches en ese
convoy.
—¿Qué?
—Lo acabo de oír en las
noticias. Aparentemente dos de los coches se comunicaron con los
salvajes en una banda privada. Estaban de acuerdo con ellos.
Revelaron su localización y se volvieron contra los demás en el
momento del ataque.
—¿Qué hay de sus pasajeros?
—Probablemente los monoxaron
antes de unirse a la jauría.
Murdock encendió un
cigarrillo; le temblaban las manos.
—Jenny… ¿qué hace
descontrolarse a un coche? —preguntó— ¿No saber cuándo volverá
a repostar, o no estar seguro de encontrar más piezas de repuesto
para su unidad de autoreparación? ¿Por qué lo hacen?
—No lo sé, Sam. Nunca he
considerado la idea.
—Hace diez años el Coche del
Diablo, su líder, mató a mi hermano en una incursión a su Fuerte
de Gasolina —relató Murdock— y he dado caza a ese Caddy negro
desde entonces. Lo he intentado por tierra y por aire. He usado otros
coches. He llevado rastreadores de calor y misiles. Hasta coloqué
minas. Pero siempre ha sido demasiado rápido o demasiado listo o
demasiado fuerte para mí. Entonces te construí.
—Sabía que lo odiabas
muchísimo. Siempre me pregunté por qué —respondió Jenny.
Murdock se acercó el
cigarrillo a los labios.
—Fuiste especialmente
programada, blindada y armada para ser la cosa más dura, más
rápida, más ágil sobre ruedas, Jenny. Tú eres la Dama Escarlata.
Eres el único coche que puede coger al Caddy y a toda su jauría.
Has recibido colmillos y garras de una clase que ellos no habían
encontrado nunca antes. Esta vez voy a atraparlos.
—Pudiste haberte quedado a
casa, Sam, y dejarme la caza a mí.
—No. Sé que podría hacerlo,
pero quiero estar allí. Quiero dar las órdenes, apretar algunos
botones yo mismo, observar que el Coche del Diablo arde hasta su
esqueleto de metal. ¿Cuántas personas, cuántos coches ha
aplastado? Hemos perdido la cuenta. ¡Tengo que alcanzarlo, Jenny!
—Le encontraré para ti, Sam.
Aceleraron, en torno a
doscientas millas por hora.
—¿Cómo vamos de
combustible, Jenny?
—Suficiente, y todavía no he
tirado de los depósitos auxiliares. No te preocupes. El rastro se
hace más marcado —agregó.
—Bien. ¿Cómo está el
sistema de armamento?
—Luz roja por todos lados.
Listo para funcionar.
Murdock apagó su cigarrillo y
encendió otro.
—...algunos de ellos
transportan a gente muerta atada al cinturón —comentó Murdock—;
así parecen coches honrados con pasajeros. El Caddy negro los mata
constantemente, y los cambia a menudo. Mantiene su interior
refrigerado para que duren más.
—Sabes mucho de eso, Sam.
—Engañó a mi hermano con
pasajeros muertos y matrículas falsas. Así logró que le abriera su
Fuerte de Gasolina. Luego atacó la jauría entera. Se ha pintado a
sí mismo de azul, rojo, verde o blanco, en distintas ocasiones, pero
siempre vuelve al negro, tarde o temprano. No le gusta el amarillo,
el marrón ni el bicolor. Tengo una lista con casi cada matrícula
falsa que ha usado alguna vez. Aunque vaya por las autopistas grandes
se desvía hacia los pueblos y reposta en estaciones de gasolina
corrientes. A menudo cogen su número mientras se desgarra del
surtidor, apenas el encargado se mueve hacia el lado del conductor
para cobrar. Puede fingir docenas de voces humanas. Sin embargo,
nunca lo pueden atrapar después, porque se ha trucado a sí mismo
demasiado bien. Siempre logra regresar aquí, a la Llanura, y los
pierde. Incluso ha asaltado parcelas de coches usados.
Jenny cambió de dirección
abruptamente.
—¡Sam! La huella es muy
intensa ahora. ¡Por aquí! Va directamente en dirección a esas
montañas.
—¡Sigue! —respondió
Murdock.
Murdock guardó silencio largo
tiempo. Los primeros indicios de la mañana comenzaron por el este.
El pálido lucero del alba era una tachuela blanca clavada en un
tablero azul tras ellos. Comenzaron a ascender una cuesta suave.
—Lo tenemos, Jenny. Vamos a
cogerlo —incitó Murdock.
—Creo que estamos cerca
—respondió ella.
El ángulo de la cuesta se
acentuó. Jenny aflojó su ritmo para equilibrar el terreno, el cual
se estaba volviendo un tanto irregular.
—¿Cuál es el problema?
—preguntó Murdock.
—Es muy difícil ir por aquí
—respondió ella—. Además, la pista se hace más difícil de
seguir.
—¿Por qué?
—Hay todavía un montón de
radiación residual por estas tierras que interfiere mi sistema de
rastreo.
—Sigue intentándolo, Jenny.
—El rastro parece ir directo
a las montañas.
—¡Síguelo, síguelo!
Redujeron la velocidad algo
más.
—Ahora estoy contaminada, Sam
—respondió ella—; acabo de perder la pista.
—Debe haber una plaza fuerte
en algún sitio por aquí, una cueva o algo parecido, donde puedan
proteger sus cabezas. Es la única forma en que pudo haber escapado a
la detección aérea durante todos estos años.
—¿Qué debo hacer?
—Ve tan lejos como puedas y
revisa las pequeñas grietas en la roca. Sé precavida. Disponte a
atacar en cualquier momento.
Ascendieron por las colinas
bajas. La antena de Jenny se elevó a gran altura en el aire, y las
mariposas nocturnas de estopilla acerada desdoblaron sus alas y
bailaron y giraron alrededor, brillantes a la luz de la mañana.
—Nada todavía —informó
Jenny— y no podemos ir mucho más allá.
—Entonces recorreremos ese
tramo y seguiremos escaneando.
—¿Hacia la derecha o hacia
la izquierda?
—No sé. ¿Por dónde irías
tú si fueses un coche renegado fugitivo?
—No lo sé.
—Elige uno. No importa.
—A la derecha, entonces
—respondió ella, y giraron en esa dirección.
Media hora después la noche se
escurría por detrás de las montañas. La mañana plena estallaba en
el extremo más alejado de las llanuras, rompiendo el cielo con todos
los colores de los árboles otoñales. Murdock sacó un estrecho
frasco de café caliente, recuerdo de los buenos sitios donde alguna
vez estuvo, de debajo del salpicadero.
—Sam, creo que he encontrado
algo.
—¿Qué? ¿Dónde?
—Adelante, a la izquierda de
ese peñasco grande: un declive con algún tipo de abertura al final.
—Está bien, cariño,
dirígete hacia allá. Listos los proyectiles.
Se deslizaron junto a la peña,
rodeando su lado más alejado, dirigiéndose pendiente abajo.
—Una cueva, o un túnel —dijo
él—. Ve despacio.
—¡Calor! ¡Calor! —dijo
Jenny— ¡Rastreo de nuevo!
—Aún puedo ver las marcas de
los neumáticos ¡Montones de ellas! —dijo Murdock—¡Eso es!
Avanzaron hacia la abertura.
—Entra, pero ve lentamente
—ordenó él—. Haz explotar la primera cosa que se menee.
Entraron en el portal pétreo,
avanzando ahora sobre arena. Jenny apagó sus luces visibles y cambió
a infrarrojo. Una lente i-r se elevó ante el parabrisas, y Murdock
estudió la caverna. Tendría unos veinte pies de alto y ancho
suficiente para alojar tal vez tres coches marchando lado a lado. El
suelo varió de arena a roca, pero ésta era lisa y bastante
nivelada. Después de un tiempo se inclinó hacia arriba.
—Hay un poco de luz delante
—murmuró.
—Lo sé.
—Un trozo de cielo, creo…
Avanzaron lentamente hacia
allá, el motor de Jenny depositando el suspiro más tenue en las
grandes cámaras de roca.
Se detuvieron en el umbral de
la luz. El blindaje infrarrojo descendió de nuevo.
Se asomaban a un cañón de
arena y esquisto. Las inmensas inclinaciones y los salientes de roca
ocultaban todo menos el extremo más alejado de cualquier ojo en el
cielo. La luz en el extremo lejano era débil, y no había nada de
particular bajo ella.
Pero...
Murdock parpadeó.
…más acá, entre la tenue
luz de la mañana y las sombras, se apilaba el más grande montón de
chatarra que Murdock había visto en su vida.
Piezas de coches, de todas las
marcas y modelos, se amontonaban formando una pequeña montaña
delante de él. Había baterías y llantas y cables y amortiguadores;
había guardabarros y parachoques y faros delanteros y los
alojamientos de los faros; había puertas y parabrisas, cilindros y
pistones, carburadores, generadores, reguladores de voltaje, y bombas
de aceite.
Murdock miraba todo fijamente.
—Jenny —murmuró
excitadamente—: hemos encontrado el cementerio de los coches.
Un vetusto coche, al cual
Murdock ni siquiera había distinguido de la chatarra durante esa
primera mirada, avanzó varios pies dando tumbos en su dirección y
se detuvo de pronto. El sonido de cabezas de remaches dejando muescas
en los antiguos tambores de freno chirrió en sus oídos. Sus
neumáticos estaban completamente lisos, y el delantero izquierdo
necesitaba aire urgentemente. Su faro delantero derecho estaba hecho
pedazos y había una grieta en su parabrisas. Se detuvo allí,
delante del montón, su motor recién despertado produciendo un
terrible tableteo.
—¿Qué pasa? —interrogó
Murdock— ¿Qué es eso?
—Él está hablándome
—respondió Jenny—. Es muy viejo. Su cuentakilómetros ha dado la
vuelta tantas veces que ya ha olvidado el número de millas que ha
visto pasar. Odia a las personas, porque dice que han abusado de él
siempre que han podido. Él es el guardián del cementerio. Es
demasiado viejo para seguir asaltando, así que monta guardia sobre
las piezas de recambio atesoradas durante largos años. No es del
tipo que puede repararse a sí mismo, como hacen los más jóvenes,
de modo que debe confiar en su caridad y sus unidades de
autoreparación. Quiere saber lo que busco aquí.
—Pregúntale dónde están
los demás …
Pero mientras lo decía,
Murdock oyó el sonido de muchos motores girando, hasta que el valle
se llenó con el estruendo de sus caballos de fuerza.
—Están aparcados al otro
lado del montón —respondió ella—, y ahora vienen hacia acá.
—Espera hasta que te diga que
dispares —dijo Murdock mientras el primero, un lustroso Chrysler
amarillo, asomaba el morro alrededor de la acumulación.
Murdock agachó la cabeza hacia
el volante, pero mantuvo los ojos abiertos detrás de las gafas.
—Cuéntale que vienes para
unirte a la jauría y que has monoxado a tu conductor. Intenta atraer
al Caddy negro hasta que esté a tu alcance.
—No lo hará —respondió
ella—. Hablo con él ahora. Puede comunicar fácilmente desde el
otro lado de la pila, y dice que envía a los seis miembros más
grandes de la jauría a custodiarme mientras decide qué hacer. Me ha
ordenado dejar el túnel y avanzar hacia el interior del valle.
—Adelántate entonces, pero
despacio.
Avanzaron lentamente.
Dos Lincolns, un Pontiac de
aspecto robusto, y dos Mercedes se unieron al Chrysler, tres coches a
cada lado de ellos, en posición de ataque.
—¿Te ha dado alguna idea
sobre cuántos hay al otro lado?
—No. Le pregunté, pero él
no me lo dirá.
—Bien, entonces simplemente
tendremos que esperar…
Permaneció caído
verticalmente, fingiendo estar muerto. Después de un tiempo, sus
hombros ya cansados comenzaron a doler. Finalmente, Jenny habló:
—Quiere que tire alrededor
del extremo más alejado del montón —dijo—, ahora que han
despejado el camino, y que me dirija al interior de una abertura en
la roca que él me indicará. Quiere pasarme sus automecánicos.
—No podemos permitir eso
—respondió Murdock—, pero conduce alrededor de la pila. Te diré
qué hacer cuando haya conseguido echar una ojeada al otro lado.
Los dos Mercedes y el Gran Jefe
se hicieron a un lado y Jenny avanzó lentamente más allá de ellos.
Murdock se quedó con la mirada fija, con el límite de su visión
dirigido arriba, a la altura imponente del montón de chatarra que
estaban sobrepasando. Un par de cohetes bien colocados en cualquier
extremo podría derrumbarlo, pero probablemente el mech acabaría
despejándolo.
Rodearon el extremo izquierdo
del montón.
Alrededor de cuarenta y cinco
coches estaban orientados hacia ellos a una distancia de ciento
veinte yardas, a la derecha y al frente. Se habían desplegado.
Bloqueaban la salida en torno al otro extremo del amontonamiento, y
los seis guardias detrás del mismo cerraban el paso a espaldas de
Murdock.
Al otro lado de la hilera más
lejana de los coches más distantes estaba aparcado un antiguo Caddy
negro.
Su ensambladura había sido
martilleada en un tiempo en que los ingenieros legos pensaban
realmente a lo grande. Era enorme y brillante, y la cara de un
esqueleto sonreía tras su volante. Todo en él era negro y cromo
reluciente, y sus faros delanteros eran como joyas oscuras, o como
ojos de insectos. Cada plano y cada curva relucían de poder, y la
gran cola de pez de su parte posterior parecía lista para palmear
con fuerza en el mar de sombras tras él en cualquier momento, como
si pudiera salta hacia adelante para hacer su matanza.
—¡Ése es! —susurró
Murdock— El Coche del Diablo.
—¡Es grande! Nunca había
visto un coche tan grande —continuaron avanzando—. Quiere que me
dirija al interior de esa grieta y aparque.
—Ve hacia allá, lentamente.
Pero no entres —respondió Murdock.
Giraron y avanzaron lentamente
hacia la abertura. Los otros coches se mantenían quietos, el sonido
de sus motores subiendo y apagándose.
—Comprueba todos los sistemas
de armamento.
—Rojo, en todos lados.
La abertura estaba veinticinco
pies más adelante.
—Cuando diga "ahora",
quédate en punto muerto y rápidamente giras ciento ochenta grados.
No esperarán eso. No lo harían ellos mismos. Luego despejas el
terreno con los calibre cincuenta y disparas tus misiles al Caddy,
gira en ángulo recto y arranque de vuelta por la dirección que
vinimos, rociamos la nafta mientras marchamos, y abrasas a los seis
guardas... ¡Ahora! —gritó, levantándose de un salto en su
asiento.
Se golpeó ruidosamente hacia
atrás cuándo giraron, y oyó al estrepitoso de las armas de Jenny
antes de que su cabeza se aclarase. Para entonces, las llamas
saltaban hacia lo alto en la lejanía.
Ahora las armas de Jenny fueron
extraídas y ubicadas en sus soportes, rociando la línea de
vehículos con cientos de martillos de plomo. Ella se estremeció,
dos veces, cuándo descargó dos cohetes desde el interior de su capó
parcialmente abierto. Luego se movieron adelante, y ocho o nueve de
los coches se precipitaron pendiente abajo hacia ellos.
Ella retornó otra vez a punto
muerto y saltó hacia atrás en la dirección de la cual habían
venido, alrededor de la esquina sudeste del montón. Sus armas
martilleaban sobre los guardas ahora en desbandada, y en el ancho
retrovisor Murdock pudo ver que un muro de llamas se alzaba imponente
a gran altura detrás de ellos.
—¡No le has dado! —gritó
él— ¡No has dado al Caddy negro! ¡Tus cohetes han acertado a los
coches delante de él y ha retrocedido fuera de alcance!
—¡Lo sé! ¡Lo siento!
—¡Tenías un tiro limpio!
—¡Lo sé! ¡Lo perdí!
Rodearon el montón justo para
ver a dos de los coches guardianes desaparecer dentro del túnel. Y
otras tres ruinas humeantes. El sexto evidentemente había precedido
a los otros dos a través del pasadizo.
—¡Ahí va otra vez! —gritó
Murdock— ¡Rodeando el otro lado de la pila! ¡Mátalo! ¡Mátalo!
El viejo guardián del
cementerio -que parecía un Ford, aunque Murdock no pudo estar
seguro- avanzó con un castañeteo atroz y se interpuso en la línea
de fuego.
—Mi campo de tiro está
bloqueado.
—¡Aplasta a ese montón de
basura y cubre el túnel! ¡No dejes escapar al Caddy!
—¡No puedo! —respondió
ella.
—¿Por qué no?
—¡Simplemente no puedo!
—¡Es una orden! ¡Destrúyelo
y tapa el túnel!
Sus armas giraron y disparó
contra los neumáticos del coche antiguo.
El Caddy pasó como un rayo y
entró en el corredor.
—¡Lo dejas llegar! —gritó
él— ¡Síguelo!
—¡Bien, Sam! ¡Lo hago! No
grites. Por favor ¡No grites!
Ella se dirigió hacia el
túnel. Dentro, él podía oír el sonido de un potente motor
marchando a gran velocidad, que aumentaba suavemente la distancia.
—¡No dispares en el túnel!
¡Si le aciertas podemos quedar embotellados dentro!
—Lo sé. No lo haré.
—Deja caer un par de granadas
de diez segundos y pisa el acelerador. Tal vez podamos silenciar lo
que se haya quedado moviéndose ahí atrás.
Repentinamente saltaron
adelante y surgieron a luz del día. No había indicio de ningún
otro vehículo alrededor.
—Encuentra su pista —dijo
él— y empieza a perseguirlo.
Hubo una explosión en lo alto
de la colina detrás de él, en el interior de la montaña. El suelo
tembló, luego se quedó quieto de nuevo.
—Hay tantas huellas...
Respondió ella.
—Tú sabes las que quiero.
¡Las más grandes, las más anchas, las más calientes!
¡Encuéntralo! ¡Muévete!
—Creo que lo tengo, Sam.
—Bien. Avanza tan rápidamente
como puedas para este terreno.
Murdock encontró una petaca de
Bourbon y tomó tres tragos. Luego encendió un cigarrillo y miró
encolerizadamente en la distancia.
—¿Por qué fallaste?
—preguntó suavemente— ¿Por qué lo perdiste, Jenny?
Ella no respondió en el acto.
Él esperó.
Finalmente:
—Porque él no es un 'ello'
para mí —respondió—. Ha hecho mucho daño a coches y personas,
y eso es terrible. Pero hay algo en torno a él, algo noble. La forma
en que se ha enfrentado al mundo entero por su libertad, Sam.
Manteniendo a esa jauría de máquinas crueles en marcha, siendo
capaz de cualquier cosa para mantenerse así sin un amo, durante
tanto tiempo como pueda sin ser destruido, invicto, Sam; por un
momento ahí atrás deseé unirme a su grupo, correr con él a través
de las Llanuras de la Ruta de Gasolina, usar mis proyectiles contra
las puertas de los Fuertes de Gasolina para él... Pero no puedo
monoxarte, Sam. Tú me has construido. Estoy demasiado domesticada.
Soy demasiado débil. Yo no podía dispararle, y fallé a propósito.
Pero nunca podría monoxarte, Sam, de veras.
—Gracias —respondió él—,
cubo de basura sobre-programado. ¡Un millón de gracias!
—Lo siento, Sam.
—Cállate. No, no lo hagas,
todavía no. Primero dime lo que vas a hacer si lo encontramos.
—No lo sé.
—Bien, pues ya puedes ir
pensando rápido. Ves esa nube de polvo delante de nosotros tan bien
como yo, y deberías acelerar.
Se lanzaron hacia delante.
—Espera hasta que llame a
Detroit. Se reirán entre ellos como tontos, hasta que exija la
devolución.
—No soy una construcción ni
un diseño de segunda. Tú lo sabes. Soy solamente más...
—"Emocional"
—completó Murdock.
—...de lo que creía ser
—terminó ella—. Realmente no me había encontrado muchos coches,
excepto los jóvenes, antes de ser enviada a ti. No sabía cómo era
un coche salvaje, y nunca había destruido ningún coche antes, sólo
blancos y cosas por el estilo. Era joven y…
—Inocente —respondió
Murdock—. Sí. Muy conmovedor. Prepárate a matar al siguiente
coche que nos encontremos. Si acierta a ser tu novio y tú dejas de
disparar, entonces él nos matará.
—Lo intentaré, Sam.
El coche por delante se había
detenido. Era el Chrysler amarillo. Dos de sus neumáticos se habían
deshinchado y estaba aparcado, caído de un lado, esperando.
—¡Déjalo! —gruñó
Murdock, cuando el capó chasqueó abierto—. Ahorra la munición
para algo que pueda contraatacar.
Aceleraron hasta sobrepasarlo.
—¿Dijo algo?
—Blasfemias de máquina
—respondió ella—. Sólo lo he oído un par de veces, y no
tendría sentido para ti.
Él rió entre dientes.
—¿Los coches realmente
sueltan tacos entre ellos?
—Alguna vez —respondió
ella—. Imagino que la clase inferior se lo permite más a menudo,
especialmente en autopistas y carreteras de peaje, cuando se
congestionan.
—Déjame oír una palabrota.
—No lo haré. ¿Qué clase de
coche crees que soy?
—Lo siento —respondió
Murdock—. Tú eres una dama. Lo había olvidado.
Hubo un chasquido audible en la
radio.
Corrieron a toda prisa hacia
adelante por el terreno nivelado que se extendía al pie de las
montañas. Murdock tomó otro trago, cambiando luego a café.
—Diez años —masculló—,
diez años.
La pista se meció en una curva
amplia a medida que las montañas les empujaban levemente hacia atrás
y las laderas se levantaban a gran altura junto a ellos.
Todo terminó casi antes de que
él lo supiese.
A medida que pasaban un inmenso
y anaranjado macizo rocoso, esculpido por el viento como una seta
cabeza abajo, hubo un claro a la derecha.
El Coche del Diablo brotó ante
ellos. Se había apostado de emboscada, viendo que no podría dejar
atrás a la Dama Escarlata, y se precipitaba hacia un choque
definitivo con su cazador.
Jenny derrapó lateralmente
mientras sus frenos se agarraban con un lamento y un olor de humo, y
su calibre cincuenta disparaba, y su capó se abría de golpe y sus
ruedas delanteras se levantaban en marcha cuando los cohetes saltaron
gimiendo hacia delante, y ella giraba tres veces, su parachoques
trasero raspando la llanura terrosa, y en el tercer y último giro
disparó sus misiles restantes contra el escombro al rojo vivo de la
ladera, y se detuvo finalmente sobre sus cuatro ruedas; y sus calibre
cincuenta siguieron disparando hasta que estuvieron vacíos, y un
chasquido constante siguió brotando de ellos durante todo un minuto
después, y luego todo quedó en silencio.
Murdock estaba sentado allí,
conmocionado, observando la consumida, la retorcida destrucción
llamear contra el cielo.
—Lo hiciste, Jenny. Le
mataste. Tú me mataste al Coche del Diablo.
Pero ella no le respondió. Su
motor se puso en marcha de nuevo y giraron hacia el sudeste enfilando
hacia el Fuerte Fuel Stop/Rest Stop que les esperaba en esa
civilizada dirección.
Durante dos horas condujeron en
silencio, y Murdock bebió todo su Bourbon y todo su café y fumó
todos sus cigarrillos.
—Jenny, di algo. ¿Cuál es
el problema? Dime.
Hubo un chasquido, y su voz fue
muy suave:
—Sam, él me habló mientras
venía por la colina...
Murdock esperó, pero ella no
dijo nada más.
—Bien, ¿qué dijo? —preguntó
por fin.
—Dijo, "Dime que deseas
monoxar a tu pasajero y yo daré un viraje por ti". Dijo, "Te
necesito, Dama Escarlata, para correr conmigo, asaltar conmigo.
Juntos nunca nos atraparán", y le maté.
Murdock guardó silencio.
—Él sólo dijo eso para
retrasar mis disparos, ¿no es así? Dijo eso para detenerme, para
poder aplastarnos a ambos cuando se estrellara contra nosotros,
¿verdad? No podía estar hablando en serio… ¿podía, Sam?
—Claro que no —respondió
Murdock—, claro que no. Era demasiado tarde para desviarse.
—Sí, supongo que fue como tú
piensas; aunque él realmente me quisiera para correr con él, para
asaltar con él, antes de eso… quiero decir allá atrás.
—Probablemente, cariño. Tú
estás bastante bien equipada.
—Gracias —respondió ella,
y desactivó de nuevo.
Aunque antes de que ella lo
hiciese, Murdock pudo oír un extraño sonido mecánico, que iba
adquiriendo las cadencias de una blasfemia o de una oración.
Entonces sacudió la cabeza y
la abatió, palmeando suavemente el asiento a su lado con mano
todavía indecisa.