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sábado, 3 de noviembre de 2018

LOS MOTIVOS DEL LOBO Sergio Magaña



LOS MOTIVOS DEL LOBO
Sergio Magaña


REPARTO
MARTIN GUOLFE (45 años.)
ELOISA DONOJU (35 años.)
SEÑORA MAUD (45 años.)
FORTALEZA (18 años.)
LUCERO (17 años.)
LIBERTAD (13 años.)
AZUL (9 años.)
GRUPO DE MUCHACHOS
TRABAJADORA SOCIAL
FOTÓGRAFO.


ESCENOGRAFÍA
(Casa grande, nada bonita, entre campestre y ciudadana. Sala más o menos amplia con muebles de diferentes estilos: sofá, un sillón, un librero mediano novelones antiguos sobreleídos, una mesa y, al lado, un anticuado tocadiscos. En el piso, a manera de alfombra, la piel de un gran oso con todo y cabezota. Debió haber sido un oso blanco. En uno de los muros se ve un rifle colgado.
La puerta principal de la sala y su ventana dan al patio, donde hay una pequeña troje con mazorcas de maíz. Es visible el gran zaguán de la casona.
Recámara: la cama es matrimonial, bien acolchada. Un buró al lado. Hay también una mecedora y tocadorespejo.
Covacha: Es un cuartito elevado, como en un segundo piso. Se sube a él por una escalinata rústica desde la sala. El cuartucho tiene un ventanillo que mira a los camellones de la gran ciudad.
En la covacha hay utensilios coloniales reconstruidos en algún mercado: una tosca mesita, cadenas, tenazas. Destaca un sillón de rígido respaldo con anillas en los brazos y garrote movible en la cogotera.
Los sitios señalados hasta aquí son áreas de acción. También el pasillo del teatro. También tres asientos de la primera fila de butacas.
Se debe sugerir que la casa entera está circundada por una alta barda de ladrillos renegridos de polvo.
Esta historia empieza al atardecer del 15 de Septiembre...
La sala se ilumina. Luz de tarde.
En la sala están Eloísa, Fortaleza, Libertad y Azul.
Eloísa, de pie junto al sofá, viste de novia, con un ramo de flores en las manos.
Fortaleza, de suéter y falda corta, da a Eloísa toques de maquillaje. Una antigua cámara fotográfica está en su tripié a cierta distancia del sofá.
Libertad, frente a la ventana, se peina sus largos cabellos de oro con una peineta de carey. Una blusa, sandalias y un pantalón de algodón. Azul, sentado en el suelo, tiene entre las piernas un tamborcillo multicolor. Azul da un golpe al tambor..)
Libertad: (Al niño.) ¡Cállate, castrado!
Fortaleza: (A Eloísa.) Humedézcase los labios, madre.
(Alguien toca en el portón de la casa. Ninguno en la sala se inmuta.)
Fortaleza: No oprima tanto las flores.
Libertad: (Al niño.) Con esta luz de tarde te ves amarillo. (Asombrada.) O será que es el sol de París en la plaza de la Greve.
Fortaleza: (A Libertad.) Mentiras. Todo lo que tú hablas son mentiras. Vivimos en la ciudad de México, país de América, cuyas tres cuartas partes pertenecen a América del Norte y el resto a América Central.
Libertad: (Burlona.) ¡Ah, está hablando la señorita de La Valiere! (Va hacia su hermana.) ¿Qué diablos quieres? (Reacciona con júbilo al mirar a su madre.) ¡Ay, qué bonita te ves, Eloísa!
Fortaleza: (Impidiendo a Libertad.) ¡No toques el velo! Además no le digas Eloísa. Es nuestra madre.
Libertad: ¿Y qué? Yo soy la hijastra. Soy una hija de cagada.
Fortaleza: Óigala, madre, qué lenguaje usa! (Señalando el librero.) Deja de leer esos novelones.
Libertad: ¡Tú también los lees!
Fortaleza: Azul no es ningún castrado. Esa palabra es muy fea, que no sabes lo que significa. Y eso de bastarda...
Libertad: (Burlona.) A ver, dímelo. ¿Qué significa?
Fortaleza: Bastarda es una hija artificial, anticonceptiva.
Libertad: (Riendo, da una nalgada a Fortaleza.) ¡Pobre Grissele!
Fortaleza: (Enojada.) ¡Ay! ¡Qué modales tienes! No pareces una señorita, pareces...
Eloísa: (Fastidiada.) ¡Niñas, niñas!
Fortaleza: (A Eloísa.) Pues tú nunca le corriges nada.
Eloísa: (Con resignación.) Siempre es lo mismo, todas las tardes.
Fortaleza: (A Eloísa.) ¡No se siente usted, madre, se va a ir el sol!
Libertad: ¿Y por qué le hablas de usted... y por qué le dices “madre”?
Fortaleza: A las madres se les debe hablar de usted.
Libertad: ¡Pendejadas! ¿Verdad que no, Eloísa? (A Fortaleza.) Tú también hablas como las novelas que lees: mucha lágrima y moco.
Fortaleza: (Reacomodando el velo de Eloísa.) ¡Pobres!
Libertad: (Aferrando a Fortaleza.) ¡Pobre de ti! Estoy inventando un nuevo tormento con la guitarra de Lucero. Tú serás la víctima y yo, el verdugo de San Ángel.
(Tocan de nuevo al portón.)
Azul: En la mañana también tocaron.
Eloísa: ¡Cállense ya, todos! Acaba la foto, hija.
(Fortaleza va hacia la cámara fotográfica con el magnesio preparado. Libertad y el niño se acomodan a los pies de Eloísa para salir en la foto.)
Fortaleza: ¡Ustedes fuera! Se supone que ella todavía es solterita.
(Libertad y Azul se alejan.)
(Fortaleza mete la cabeza dentro del trapo negro tras la cámara.)
Fortaleza: Sonría un poco, madre. Uno, dos y...
Azul: (Aporreando el tambor.) ¡Trees!
Fortaleza: (Desesperada tira el trapo al suelo.) ¡Así no se puede! ¡Cómo son! ¡Qué conducta tienen!
(Libertad abre los brazos en cruz y agacha la cabeza. Azul se arrodilla.)
Fortaleza: (Odiándolos.) ¡Miserables de Victor Hugo! (Eloísa deja el ramo de flores en el sofá. Empieza a quitarse el velo.)
Fortaleza: (A Eloísa.) ¿Qué sucede ahora, madre?
Eloísa: No quiero fotografías. Me quiero quitar todo esto.
Fortaleza: Entiéndame usted. No tenemos ningún retrato de la boda. Un día se muere usted y... qué hacemos.
Libertad: (Al niño.) Tú tienes la culpa. Te voy a llevar al cuarto de los tormentos.
Fortaleza: ¡Llévatelo! ¡Ojalá lo mates!
Azul: (Alegre.) Nunca me mata. (A Libertad.) Eres tonta.
Libertad: Eso crees. (Se inclina al niño fingiendo risa de bruja maldita.). ¿Te acuerdas del Duque de Borgoña? Pues te dejaré encerrado hasta que la luna te muerda.
AZUL. (Riendo.) No muerde. No tiene dientes.
Eloísa: (A Libertad.) ¡Déjalo en paz!
(Eloísa se ha sentado. El niño corre a cobijarse en el regazo de su madre.)
Eloísa: (Al niño.) Lo dijiste muy bien. La luna no tiene dientes.
Libertad: ¿No? (Sarcástica.) Que se lo pregunten a la señorita de La Valiere. (A Fortaleza que está tensa.) ¡Díselo! (A Eloísa y señalando a Fortaleza.) ¿Quieres que te enseñe los calzones de ella?
Eloísa: (Severa, a Libertad.) ¿Cómo sabes todo eso, Libertad?
Libertad: Lo lee en su diario. (Hace como que escribe en una libreta.) “... cuando sangro por debajo me duele mucho”. Dice mi padre que es por la luna.
Eloísa: Todas las mujeres sangramos.
Libertad: (Asombrada.) ¿Todas? ¡Pues carajo! ¿Y los hombres?
Eloísa: Eres muy lépera, Libertad. De aquí en adelante vas a tener cuidado de cómo hablas.
Libertad: (Perpleja.) ¿También tú me criticas? ¿Pues cómo quieres que hable?
Azul: (Risueño.) Mejor no hables.
(Eloísa se acerca a Fortaleza que está molesta y cohibida.)
Eloísa: No te preocupes, hija. Es natural que...
Fortaleza: (Abochornada.) ¡Ay, no hablemos de eso!
Eloísa: Pero tienes que ser más discreta.
Fortaleza: (Explotando.) Nadie puede ser discreto en esta casa. Metidos aquí día y noche, mirándonos ir y venir...
Eloísa: Ya está bien, hija.
Fortaleza: ¡Qué va a estar bien! ¿Cómo va a estar bien cuando una no puede tener ninguna intimidad? Dése usted cuenta de que aquí no se pueden ocultar las cosas. Todos pensamos en voz alta y no sentimos ningún rubor.
(Azul suelta un pedo.)
Libertad: Te estás ventoseando, niño. ¿Quieres cagar?
Fortaleza: (Empujando a Libertad para irse.) ¡Quítate, me chocas!
(Libertad sujeta de un brazo a Fortaleza.)
Libertad: ¿Qué diablos te pasa?
Fortaleza: ¡Descarada, sucia!
Eloísa: ¡No vayan a empezar! Azul, deja esos discos. No me gusta que discutían. (A Libertad.) ¡Suéltala!
Libertad: Muy bien, pero quiero que le preguntes por qué últimamente se está portando tan rara. Si es de noche no me deja leer libros.
Fortaleza: ¡Eran las tres de la mañana!
Libertad: Has cambiado, Fortaleza. ¡No quieres que yo hable! (A Eloísa.) No quiere que yo me queje y no me deja encender la luz para matar las pulgas. ¿Oíste los gritos de anoche? Ella escondió la bacinica y me obligó a ir al baño desnuda, encuerada.
Eloísa: Recoge esa cámara, Fortaleza.
Libertad: (De la música.) ¡Ay, esa música sí es bonita! (A su madre.) Poder hablar, gritar, rascarme y rechinar los dientes cuando me dé la gana.
(Ha ido oscureciendo.)
Eloísa: Ha de ser muy tarde. (Encendiendo la luz eléctrica.) Hay que preparar la cena.
Libertad: (Eufórica.) ¡Eso es! ¡Que empiece la noche! ¡Es noche de cumpleaños, Fortaleza!
Fortaleza: (Alegre.) ¡La noche del cumpleaños de mi hermano Lucero!
(Fortaleza hace reverencias graciosas.)
Azul: Yo puedo echar maromas.
Fortaleza: Pues échalas. ¡Pase, pase caballero! ¿Trajo usted vino?
(Libertad toma un palo de escoba y lo enarbola. Eloísa contempla a sus hijos en acción.)
Libertad: ¡Fausta la diabólica es una malvada, pero el caballero de Pardaillán está enamorado de ella. Toda la noche se acostaron juntos porque se estaba quemando el Castillo del Santo Ángel!
Eloísa: ¡Cómo están creciendo, hijos! ¡Cómo están creciendo! Ven acá, Azul. Ven, te digo. (Levanta al niño para mirarle la cara.) Déjame verte. No me sorprendería nada que ya tuvieras bigotes.
(Libertad le quita al niño. Ambos corren fuera de la sala hacia el patio.)
Eloísa: ¿A dónde van?
Libertad: (Su voz desde el patio.) ¡Mira al cielo, niño! La luna va a salir y la estoy viendo roja como naranja panzona. Quítate los zapatos. Ahora la danza guerrera. ¡Acú!
(Eloísa se asoma al patio por la ventana de la sala.)
Eloísa: ¡No se quiten los zapatos, la tierra está fría, les hará daño a la garganta!
(Eloísa y Fortaleza permanecen un momento en la ventana. No ven a Lucero que entra por la puerta de la sala y, con todo y regalos, se cuela por la puerta del comedor. De las calles llega el ruido de cornetas armando barullo. En el patio golpes y risas de Libertad y Azul. Eloísa cierra la ventana. Quita el disco que aún gira. Se hace el silencio. Fortaleza termina de empacar la cámara. Eloísa, pensativa, mira su velo de novia.)
Fortaleza: Vamos, madre, ¿qué pasa?
Eloísa: (Estremeciéndose.) ¿Cómo? (Se recobra.) Ah, sí... Estaba pensando. ¿Cuántos días son diecisiete años, hija?
Fortaleza: La edad de mi hermano Lucero.
Eloísa:Eso es, tu hermano Lucero! ¿Cómo es que puede salirse, por dónde? No te hagas la tonta. ¿Qué pasará si tu padre llega y no lo encuentra? Es la primera vez que sucede esto en diecisiete años.
Fortaleza: Pues algún día tenía qué suceder.
Eloísa: Mejor te callas, Fortaleza.
Fortaleza: ¿Por qué? Yo quería que cediera. Y usted... Usted también.
Eloísa: Ya no amas a tu padre.
Fortaleza: Sí, lo quiero. Pero mi hermano está cumpliendo años. (Se dirige a la ventana de la sala.) ¡Diecisiete años! (Abre la ventana.) El mundo debe de estar lleno de muchachos que juegan y hablan.
Libertad: (Su voz desde el patio.) ¡No te orines allí, Azul!
Fortaleza: (Cierra de prisa la ventana.) Me choca Libertad. Siempre está contenta, gritando.
Eloísa: (Entendiendo.) Hija...
Fortaleza: ¿Sabe una cosa, madre? Me gustan las noches, el silencio. La casa se llena de ruidos. Oigo los pasos de la gente en la calle, las voces... ¡Hasta platican! Y me gusta el ruido de los automóviles, y me sé de memoria la hora exacta en que pasan los aeroplanos.
(Eloísa abraza tiernamente a Fortaleza. Fortaleza se desprende de Eloísa.)
Fortaleza: Si mi hermano no lo hace, lo hubiera hecho yo.
Eloísa: ¡Estás loca!
Fortaleza: Usted sabe, además, que no es la primera vez que mi hermano se escapa. (Toma una de las manos de Eloísa con esperanza de ser contradicha.) Porque... va a decírselo, ¿verdad?
(Tras de mirar a su hija, Eloísa niega lentamente con la cabeza. Entonces Fortaleza abraza a su madre con alegría.)
Fortaleza: ¿De veras no? ¡Ay, se lo agradecemos mucho!
Eloísa: ¿Tú?
Libertad y Azul: (Al unísono jugando en el patio.) ¡Nosotros los prisioneros!
(Fortaleza arquea los brazos como quien danza.)
Fortaleza: ¡En el fondo estamos enteramente contentas de que nuestro hermano haya violado el reglamento!.
(Tocan otra vez al portón del patio. Libertad y Azul atisban hacia la calle por una rendija del portón. En la sala:)
Eloísa: (Sobresaltada.) ¡Lucero! ¿Será él?
Fortaleza: (Rotunda.) No. No sale por la puerta.
Eloísa: (Agitándose.) ¿Será entonces tu padre? ¿Habrá olvidado las llaves?
(Lucero entra del comedor cargando los paquetitos de regalos y la guitarra que luego pondrá en la mesa de la sala.)
Fortaleza: (Alegre desde su lugar.) ¡Lucero!
Eloísa: (Severa.) Me tenías preocupada. Vas a darme razones de porqué te saliste.
Lucero: Tengo diecisiete razones. También regalos para todos. Salí a comprarlos.
Eloísa: (Fingiendo asombro.) ¿Saliste?
Lucero: (Realmente asombrado.) ¿Y ese vestido?
(Vuelve a oírse el toquido.)
Lucero: Están tocando.
Eloísa: Deja esos paquetes, Fortaleza.
(Vuelve a oírse el toquido. Lo escuchan intrigados. En el patio: Libertad y Azul junto al portón.)
Libertad: ¿Quién es? (Oyendo con la oreja pegada al madero.) No sé, señora. Está cerrado, mire... (Acciona el picaporte, la puerta cede. Libertad se espanta y cierra violentamente.) Espérese aquí, señora.
(Regresa a la sala Azul corre por un banquillo hacia el fondo del patio. En la sala.)
Libertad: (Entra exaltada.) ¡Mamá! ¡Es una vecina! Te quiere entregar algo. Hablé con ella... (Maravillada.) ¡Me entendió!
Fortaleza: (También nerviosa.) ¿Por qué no iba a entenderte? Todas las personas hablan como nosotros. Son como nosotros. ¿Verdad, Lucero?
Libertad: No me creas tan tonta. Azul y yo también conocemos a la gente. Por las rendijas de la puerta hemos visto muchas personas... Pero esta señora me habló... ¡Hablé con ella!
Fortaleza: (Alegre.) ¿Y qué te dijo?
Eloísa: Cállate, Fortaleza. (A Libertad.) ¿Para qué le contestaste? Martín nos ha dicho que si alguien toca no respondamos. No lo hemos hecho en diecisiete años.
Libertad: Es que... la puerta está abierta. Está abierta. Jalé el picaporte y se abrió.
Eloísa: ¡Fue él! Será la segunda vez en diecisiete años que Martín olvida echar la Llave... (Se mira a sí misma, sonríe.) Y no estoy embarazada.
Fortaleza: ¿De qué se ríe, madre?
Eloísa: De lo que dije. (Se oprime las manos. Se humedece los labios.). Faltaban tres días para que naciera Azul, Azul del Nuevo Cielo, cuando Martín se despidió en la puerta. Yo fui quien le abrió... pero él dejó la llave. La olvidó, y me la guardé aquí, en la cintura. Durante media hora la estuve apretando con las dos manos. Caminé por el patio y me dolía. ¡Claro que me dolía! Ya estaba hecho el muro. Ustedes me veían pasear apretándome el vientre... Era aquí, en la cintura. Martín regresó inquieto. Colocó sus manos en mis hombros y me miró. Pobre Martín. No sé cómo pude verlo sin echarme a llorar. Le devolví la llave en silencio y él no dijo nada... Ese día hice torrejas.
Fortaleza: (Después de una pausa.) ¡Pues yo, en vez de torrejas, me hubiera mandado hacer una copia de la llave!
Eloísa: Bueno, hija, yo sólo hice torrejas.
(En el patio. Azul ha vuelto al portón. Se trepa en el banquillo y jala el picaporte. Se baja del banco. La señora Maud se asoma. Azul corre despavorido hacia la sala. En la sala. Azul entra precipitadamente asustado.)
Eloísa: (Al niño.) ¿Qué tienes, qué te pasa? (Fortaleza se desplaza hacia la ventana, atisbando, sin abrirla.)
Fortaleza: La vecina viene para acá, madre.
Eloísa: (Vivamente.) No, eso no. ¡Eso sí que no! Corre y atájala. Hijo. ¡Te estoy hablando, Lucero! (El muchacho está tenso, mirando por la ventana.) Entonces iré yo.
Fortaleza: (Atajándola.) Déjela que entre. Son diecisiete años. (Eloísa duda.) Diecisiete años... ¡Acuérdese!.
(Tocan la puerta de la sala.)
Lucero: (Angustiado.) No la dejen entrar.
Fortaleza: ¿Por qué no?
Libertad: Déjala entrar, mamacita. No le tenemos miedo. Azul y yo la vimos por la rendija. ¿A dónde vas?
Eloísa: A cambiarme. No la voy a recibir así. As¡ no. Abre esa puerta, Lucero.
Lucero: Pero mamá...
Eloísa: Abre, te digo. Voy a cambiarme.
(Eloísa sale hacia el cuarto vestidor. Libertad hace sonar un disco. Azul junto a ella. Lucero trata de irse.)
Fortaleza: Dijo que tú abrieras.
Sra. Maud: (Empujando la puerta.) Buenas tardes.
(Al entrar la Sra. Maud, Lucero se vuelve de espaldas como quien evita una visión. Azul se esconde tras Fortaleza y Libertad camina hacia atrás buscando el apoyo de sus hermanos.)
Sra. Maud: Dije buenas tardes... ¿Puedo pasar?
(Los muchachos están mudos de emoción, mirando en aquella señora una persona igual a ellos que masca algo en la boca. Un poco rubia, gorda, pintada de la cara y de unos cuarenta y cinco años. Lleva un abrigo corto de paño ligero, medias transparentes y un bolso de ante negro. Fortaleza lanza una risita y se ruboriza.)
Sra. Maud: (Con amable extrañeza.) ¿De qué se ríen?
Libertad: (Tras una vacilación.) De las ligas.
Sra. Maud: (Se ríe.) Ay, no son ligas, es un chicle. ¿Quieren uno? (Abre su bolso y les alarga unas tabletas que los jóvenes no se deciden a tomar.) Es chicle, es bueno. Se masca.
(Fortaleza se decide y las toma.)
Sra. Maud: Bonita música... muy vieja... (Habla ahora sin mirara los muchachitos.) ¡Conque aquí viven ustedes!
(Lucero sigue de espaldas. Fortaleza, Libertad y Azul observan con intensa curiosidad los movimientos de la Sra. Maud.)
Sra. Maud: (Volviéndose.) ¿Qué les pasa? (Ellas se estremecen.) Me miran con unos ojos... Bueno, es natural... creo que debo presentarme.
(Con la mano extendida la Sra. Maud da un paso hacia Libertad. Ésta da uno atrás como por instinto.)
Libertad: (Atropelladamente.) Este... hoy es el cumpleaños de mi hermano Lucero. Ése es mi hermano Lucero, el que está de espaldas... (Afirmándose.) El que está de espaldas es mi hermano Lucero.
Sra. Maud: (Asombrada.) ¿Lucero?
Libertad: Y éste se llama Azul.
Sra. Maud: (Mirando al niño.) ¡Un niño azul! Es bonito. No se parece mucho al señor Guolfe.
Fortaleza: (Moviéndose hacia la Sra. Maud.) ¿Conoce usted a mi padre?
Sra. Maud: Lo he visto algunas veces. Parece siempre muy hosco él.
Lucero: (Dándose la vuelta.) Mi padre es un buen hombre, señora... señora.
Sra. Maud: Señora Maud. Magdalena Valencia, quiero decir.
Libertad: ¿Ha vivido en París?
Sra. Maud: (Desconcertada.) ¿Qué?
Libertad: Yo nací en Flandes.
(Azul levanta las faldas de la Maud.)
Sra. Maud: ¿Qué tientas, criatura?
Azul: ¿También tú orinas?
Fortaleza: ¡Azul!
Sra. Maud: Lo entiendo. (Buscando a alguien más.) ¿Están solos? (Con suspicacia.) ¡No estará enferma la señora Guolfe!
Libertad: (Agresiva.) Mi mamá nunca ha estado enferma. Al contrario, es muy fuerte. Una vez la encadenamos todo un día abajo de la lluvia. Y se puso muy contenta.
Fortaleza: No le crea nada. Es una fantasiosa.
Sra. Maud: Usted debe de ser Fortaleza.
Libertad: ¿Cómo demonios lo sabe?
(La Sra. Maud, entrampada, mira a Lucero.)
Sra. Maud: Este... ¿Pues no lleva su nombre bordado en el cuello del vestido?
Libertad: ¡Pardiez, pardiez! ¡Qué ojos tiene! Vente conmigo, Azul, a que te ponga los zapatos.
(Libertad y Azul van hacia el pasillo, Fortaleza se acerca a la Sra. Maud. Ésta se adelanta a observar la casa. En el pasillo ante la huerta que da a la escalera, Azul se resiste.)
Libertad: No seas terco, niño. Ya la viste bastante. No es más que una señora.
(Los dos desaparecen por la escalera.)
Sra. Maud: No es la casa que uno pudiera esperar, aunque...
Libertad: (Su voz.) ¡Te voy a romper los dientes y el hocico!
Fortaleza: (A la Maud.) La hicimos entre mis padres, mi hermano Lucero y yo. Poco a poco. ¿Le gusta?
Sra. Maud: Tanto como gustarme... (Va a pisar el tapete de oso, y exclama:) ¡Ay, qué feo animal! (Ve las escopetas colgadas en la pared, abajo de dos grandes retratos con marcos ovalados.) También esto es raro, aunque se explica.
Fortaleza: ¿Qué era lo que venía a entregarnos?
Sra. Maud: Espérese, déjeme curiosear. Usted comprende, en el vecindario se dicen tantas cosas acerca de ustedes. Y algo sabemos, no crea, a pesar de la barda ésa del patio. Oímos a veces los gritos de ustedes, pobrecitos.
(Lucero le da un ligero empujón a Fortaleza.)
Sra. Maud: ¿Se va usted, señorita?
(Sale Fortaleza rumbo a su habitación.)
(Quedan solos Lucero y Maud.)
Sra. Maud: (Por decir algo.) Se está haciendo noche, ¿verdad?
Lucero: (Tras una pausa.) Hizo mal en venir, señora. ¿Por qué entró?
Sra. Maud: Bueno, quedamos en que yo lo haría, José.
Lucero: (Alejándose unos pasos.) Aquí no, señora.
Sra. Maud: De todos modos ya estoy aquí y eso a pesar de tus mentiras.
Lucero: Señora, por favor, la pueden oír.
Sra. Maud: Está bien. (Cambiando el tono y acercándose.) ¿Por qué no me esperaste? Subí a ponerme el abrigo y cuando bajé te hablas ido. ¡Qué capricho! Yo quería acompañarte a comprar los regalos. (Lucero asiente.)
Lucero: (Sonriendo a medias.) Quería escogerlos yo.
Sra. Maud: Y los compraste precisamente en las tiendas de la esquina. donde todo es malo. ¿Por qué lo hiciste?
Lucero: Quería comprarlos yo.
Sra. Maud: Muchacho, óyeme. No has querido venirte a vivir conmigo porque le tienes miedo a tu padre. Está bien. No te voy a forzar. Pobrecito... ¡Cómo te habrá hecho sufrir ese monstruo que encadena a tu madre bajo la lluvia... !
Lucero: (Separándose.) No es cierto, señora; mi papá no es un monstruo. Nos quiere.
Sra. Maud: (Sin oírlo.) ¡Mira qué casa! ¡Qué adornos! (Reniega con la cabeza.) ¡El muy cínico! S¡, tú no me has dicho casi nada, pero yo adivino. No voy a permitir que te sigan haciendo daño... ¡No lo voy a permitir!
Lucero: (Angustiado.) No hable tan alto. (Resintiendo el mimo de la Maud.) Aquí no, señora... (Desfalleciendo.) Aquí no...
Sra. Maud: (Acariciándolo.) Ya verás luego cuando yo te compre cosas: un traje moderno... Pasaremos juntos muchas noches como las que hemos tenido. Eres todo un hombrecito, ¿eh? (Apretando los dientes.) ¡Tan chamaco!
Lucero: (En gran apuro.) Me va a comprometer, señora.
Sra. Maud: (Oronda y sonriendo.) Tonto. Abrázame.
(Lucero la abraza. Le soba los riñones. Ella se queja feliz.)
Sra. Maud: ¡Ay, eso es, eso es!
Lucero: (Exaltado con voz ahogada.) ¿Puedo verla esta noche?
Sra. Maud: (Asintiendo.) Ajá.
Lucero: Bueno, ahora váyase... se pueden dar cuenta... Váyase. Mi papá no debe encontrarla aquí...
Sra. Maud: (Gozosa.) Tonto. También te puedo comprar aquella motocicleta...
(Lucero la besa con avidez, casi mordiéndola. Desde un lugar del pasillo los mira Fortaleza. La joven está de pie, iluminada por el último rayo del sol que se cuela por la ventana del comedor. El resto de la casa en sombra. Se oyen los tacones de Eloísa que se acerca. Al oír sus pisadas Lucero y la Maud se separan.)
Lucero: (A la Maud, en voz baja y enérgica.). Ahora váyase, váyase... (Entra Eloísa.)
Eloísa: (En penumbra. a la Maud.) Buenas tardes, señora. (A Lucero.) ¿Por qué no le han ofrecido asiento? (A la Maud.) Estos niños. usted comprenderá. Voy a encender la luz; la noche se nos ha echado encima. (Eloísa enciende la luz de la sala. Sonríe levemente mientras observa a la Maud.) Y también los años. se nota…
(La Maud contempla por su cuenta a Eloísa, quien lleva un vestido de ceremonia gris y plata. Se ve más erguida. Trae puestas sus joyas de familia. Aderezo de brillantes y zapatos de raso blanco. Sugiere una aparición radiante. La Maud la mira con azoro, sin dejar de mascar chicle.)
Eloísa: (A la Maud.) ¿Conque usted es vecina nuestra? No, no me explique. De cualquier modo es un placer. (Le señala un asiento.) Tenga la bondad... ¿No quiere beber algo?
Sra. Maud: (Se quita el abrigo, que deja en el respaldo del sofá, y se sienta.) ¿Usted bebe?
Eloísa: (Sonriendo.) Agua, por supuesto. A veces limonada. Pero como hoy es el cumpleaños de mi hijo, ha comprado mi esposo un par de botellas de buen vino. Voy a darle una copa. (Va hacia la cómoda.) Es un poco fuerte, pero una copa no se sube a la cabeza.
Sra. Maud: (Con buen humor.) Entonces no me la dé.
Eloísa: (Se aproxima sonriendo. En una charolilla trae la botella y una copa vacía.) ¿De veras, no?
Sra. Maud: El licor es para que se suba; de otro modo no tiene chiste. (Se apodera, riendo de la copa.) Démela de todos modos.
Eloísa: (Sentándose con aplomo y entregando a su hijo los enseres.) Sirve tú, Lucero.
(Fortaleza se acerca tímidamente al grupo. Su vestido es diferente al que traía cuando llego la Maud.)
Sra. Maud: (A Eloísa, de Lucero.) ¿Su hijo mayor?
Eloísa: No, la mayor es Fortaleza. Véala, es toda una mujer de dieciocho. años. Libertad tiene catorce y Azul, nueve.
Sra. Maud: (Haciendo sus cálculos.) Entonces Lucero...
Eloísa: ¡Oh, Lucero es un niño todavía! Podría ser su hijo.
Sra. Maud: (Medio ofendida.) ¿Cómo así?
(Fortaleza ahoga una risa. Lucero sirve el vino. En el cuarto de arriba.)
Libertad: (A Azul.) Esa vieja señora Maud es una cortesana.
Azul: ¿Qué es una cortesana?
Libertad: Cortesana es una espía, una intrigante. (Descolgando un látigo y una cadena de la pared.) En cuanto la veas. toca el tambor.
(Se apaga la luz del cuarto de arriba. En la sala: la Maud tose levemente después de probar el licor.)
Sra. Maud: Debe ser el chicle. (Se saca el chicle de la boca y busca un sitio donde tirarlo, pero al ver una moneda en el piso vuelve el chicle a la boca y se inclina a recogerla. La examina con asombro.) ¡Una moneda de oro! ¿Cómo es posible? (La entrega a Eloísa.) Es oro, ¿verdad?
Eloísa: Sí, la presté al niño para que jugara. Debe de haber otras por allí. Fueron mis arras (Notando el asombro de la Maud.) Parece descuido, es cierto, pero...
Sra. Maud: Naturalmente. El dinero para ustedes no debe tener ningún significado. Afuera, en cambio, cuesta mucho ganarlo.
Eloísa: (En guardia.) ¿Afuera...? ¿Afuera de dónde?
Sra. Maud: (Rotunda.) En la vecindad se dicen cosas, Eloísa déjeme llamarla Eloísa. Parece que ustedes no han salido nunca de esta casa... o que no los dejan salir. El señor Guolfe entra y sale, descarga mercancías, las mete y cierra. No es que uno sea curioso.
Eloísa: (Volviéndose a Fortaleza.) ¿Dónde está Libertad?
Sra. Maud: Hágame caso, Eloísa. ¿Por qué nunca salen? Y sus hijos se pasan aquí la vida, leyendo libros antiguos, novelas de capa y espada.
Eloísa: ¿Cómo sabe usted que son novelas de capa y espada?
Lucero: (Interviene.) Se lo ha dicho Fortaleza, mamá.
Sra. Maud: Y aunque no me lo hubiera dicho. Estuve viendo ese librero: poesías de Rubén Darío... novelones de Alejandro Dumas... “Los Pardaillan”, “Monja y Casada, Virgen y Mártir” y... ¡Quevedo!... ¡Imagínese ..(Cambiando el tema.) Bueno, me llamo Magdalena Valencia; soy empleada federal. Vivo en el multifamiliar de enfrente y... ¡no sabe cómo le agradezco el haberme permitido entrar. No aguanto a los vecinos. Hay uno que se ha comprado unos gemelos para saber algo de ustedes, pero ¡esa barda no deja! Y empiezan los chismes, Eloísa. Se habla de cuartos oscuros, tormentos y calabozos. Si usted quisiera explicarme...
Eloísa: (Levantándose.) No tengo nada qué explicarle, señora Magdalena. Creo que cada quien vive en el mundo como mejor le place.
Sra. Maud: ¿Hasta encadenada debajo de la lluvia?
Eloísa: (Maravillada.) ¿Qué me está diciendo?
Sra. Maud: Algo muy claro. Le vine a hacer un favor. Ustedes no están solos. El hombre que maneja esto...
Eloísa: (Cortante.) El hombre que maneja esta casa es mi esposo, señora, y es el padre de mis hijos. Todos lo queremos y respetamos. No hay en esto ningún misterio.
Sra. Maud: (Levantándose.) El misterio es usted, Eloísa. ¿Cómo es posible que el miedo la obligue a olvidar que sus hijos están creciendo aquí¡, presos?... Contésteme, Eloísa. Yo sé que el señor Guolfe los mantiene encerrados con llave.
(Lucero va a contestar. Eloísa lo ataja.)
Eloísa: (A la Maud.) Voy a responderle. Usted misma se habrá convencido de que las cosas no son como se creía. Usted ha visto que las puertas de nuestra casa no están cerradas. De todos modos le agradecemos su preocupación y la visita. Fortaleza, acompaña a la señora Magdalena.
(Se oye un grito de Azul. Entra luego sonando el tambor. En seguida Libertad, fustigando el látigo y arrastrando la cadena.)
Azul: (A golpe de tambor.) ¡La muerte, la muerte!
Libertad: ¡Cállate! (Lo aferra de un brazo.) Mi papá ordenó que te encerrara en un cuarto con cadenas.
Azul: (Fingiendo suplicar.) ¡Con cadenas no!
Libertad: Ven, te mando. Te pondré cadenas en las manos y en los pies hasta que crezcas. (Lo arrastra hacia el patio.)
Eloísa: Son juegos, señora.
Sra. Maud: (Asombrada.) ¿Juegos?
(En el patio Libertad pone la cadena en las muñecas del niño. En voz baja.)
Libertad: ¡Grita, grita fuerte para que te oiga!
Azul: (Gritando.) ¡Ay, ay! (Bajando el tono a la sinceridad.) ¡Me estás lastimando, oye!
Libertad: (Sin hacer caso del llanto del niño.) Grita más. La bruja Magdalena se irá asustada. (Cambia el tono y se inclina al niño.) ¿Por qué lloras?
Azul: (Resentido.) No me agarres. Me lastimaste. Tengo sangre.
Libertad: No es cierto. A ver.
Azul: Sí, no me agarres. ¡Ay, me lastimaste... !
Sra. Maud: (Tras de escuchar los ayes de Azul.) No puedo creerlo.
Eloísa: Le repito que son juegos. (Elevando su voz y hablando hacia la puerta de la sala.) ¡Suelta a ese niño, Libertad!
(En el patio al oír el mandato de Eloísa, Libertad y Azul desaparecen corriendo hacia el fondo. En la sala..)
Sra. Maud: (Hablando como para ella misma.) Es horrible.
Fortaleza: ¿Qué es lo que venía a entregarnos, señora Maud?
Sra. Maud: (Reponiéndose.) ¡Ah, sí... ! (Abre su bolso con precipitación y saca un sobre.) Este telegrama. Vi al cartero golpeando la puerta. Hice que me lo dejara. (Dándolo a Eloísa.) Ha de ser para usted: Eloísa Donojú.
Eloísa: (Tomando el sobre.) Sí, mi nombre de soltera.
FORTALEZA (A Eloísa a media voz.) ¡Ábralo ya, madre!
Eloísa: (Mirando a la Maud como invitándola a irse.) Después. Es una falta de educación abrir nuestra correspondencia enfrente de los extraños.
Sra. Maud: (Con intención.) Ya me iba, Eloísa. Con permiso. (Entra Libertad con el látigo en la cintura.)
Libertad: (Señalando hacia el patio.) He puesto a ese escuincle donde debe ser.
Fortaleza: ¡Ven, Libertad, hemos recibido un telegrama!
Libertad: ¿Un qué... ?
Fortaleza: Un telegrama.
(Libertad corre hacia Eloísa.)
Libertad: (A Eloísa, del telegrama.) ¡Déjeme verlo!
Fortaleza: ¿De dónde vendrá?
Eloísa: (Perpleja.) No sé... no sé...
(La Maud se dirige a la salida. Libertad da unos pasos blandiendo el látigo.)
Libertad: Que le vaya bien, señora.
Sra. Maud: (Volviéndose.) Hasta luego, Eloísa. (Su voz es de amenaza.) Creo que nos volveremos a ver muy pronto.
(Sale la señora Maud.)
(Fortaleza corre a la ventana que da al patio y la abre.)
Libertad: (En conjuro y chasqueando el látigo.) ¡Solavaya! ¡Solavaya!
Lucero: (Contra Libertad.) ¡Suelta ese látigo!
Fortaleza: (Desde la ventana.) ¡Se ha ido la visita!
Eloísa: ¡Hijos! (Les muestra el telegrama desplegado.) Mi hermano Pedro... ¡Viene!
(Al unísono.)
Libertad: ¡Pedro Donojú!
Fortaleza: ¡Tío Pedro!
Lucero: Mi tío.
(Lucero abraza a Eloísa. Fortaleza relee el telegrama. Azul entra del patio y corre junto a Libertad.)
Libertad: (Con gesto trágico.) ¡La noche de San Bartolomé! ¡Viva la reina Margot!
(El grupo aparte, Fortaleza, Lucero y Eloísa.)
Fortaleza: El tío Pedro debe de ser muy guapo, ¿verdad?
Lucero: ¿Qué tienes, mamá?
Libertad: (Contentísima.) ¡Quiero bailar contigo, Azul! Toca tu tambor. Nos va a llegar un nuevo monstruo. Grita: uno, dos y...
Libertad y Azul: (Juntos.) Ataraca pakachú, katachí... ¡Katachí mer!
Fortaleza: (Entrando al juego.) Kotachí kor (Negando con la mano.) Tirolé.
Libertad: (Asintiendo.) Proco, proco.
Azul: Traca, taca.
Lucero: (Entrando al juego.) Camelor-ton-yó.
Libertad: ¡Abajú, abajú!
(Libertad hace sonar un disco. Azul toca el tambor. Todos gritan y repiten las frases y palabras: Kotachí kor, Tirolé, Camelor-ton-yó, etc..)
Eloísa: (Dominando los gritos.) ¡Cállense ya, todos! (Eloísa apaga el tocadiscos. Se hace el silencio.)
Fortaleza: (Extrañada.) ¿Qué le pasa, madre?
Libertad: (Explicando.) Es el lenguaje de Mongolia, mamá. ¡Estábamos hablando de mi tío Pedro!
Eloísa: ¿Cómo vamos a explicarle a Martín primero, lo de la señora Magdalena... Iuego este telegrama?
Fortaleza: Pues no se lo diga. (Con aguda intención.) Una verdadera condesa debe ser extravagante.
Libertad: Y si no se lo dicen ustedes, se lo digo yo. ¿Qué tiene de malo que Martín lo sepa? ¿O tiene algo de malo?
(Todos callan, pensándolo. Se oyen los tintines de la caja de música que Azul ha sacado de entre los paquetes.)
Libertad: (Arrebatando el juguete al niño.) Presta acá... ¿qué es?
Lucero: (Entrega otra vez la cajita al niño.) Es tuya, Azul. A cada quien le traje algo. Compré también este libro verde porque me dijeron que era de aventuras en la selva.
Libertad: ¿Cómo se llama?
Lucero: (Mostrando el libro.) Fausto.
(Libertad y Fortaleza van sobre los paquetes y forcejean por el más grande.)
Libertad: ¡Espérate, joder! ¡Suéltalo!
Fortaleza: ¡Suéltalo tú o grito!
Lucero: ¡Ya están gritando! (Les quita el paquete.) Para ninguna de las dos es. ¡Fuera de aquí, putillas!
Libertad: (Jubilosa.) ¡Es para ti, Eloísa! ¡Es más grande! (A Lucero.) Yo se lo llevo.
Lucero: (A Libertad.) No le llevas nada.
(Da un paquete a Libertad. Otro a Fortaleza. Libertad rompe la envoltura de su regalo. Queda en éxtasis.)
Libertad: (Mostrando al mundo su obsequio.) ¡Una caja de tornillos! ¡Ay Lucero, Lucerito! ¡Mira, mamá, qué cosa tan deslumbrante! ¡Y éste qué lindo! ¡Qué cabecita, qué rosca!
(Fortaleza ha corrido a esconderse tras una puerta.)
Fortaleza: (Oculta.) ¡Atención! Uno, dos y... (Reaparece con barras y bigotes.) ¡Yo soy Romeo y Julieta!
(Libertad y Azul aplauden.)
Lucero: (A Eloísa, yéndose al comedor.) Destapa el tuyo, mamá. (Fortaleza sigue a Lucero. Eloísa desenvuelve el regalo.)
Libertad: (A Eloísa.) ¿Qué te dio? (Con júbilo feroz.) ¡Una jaula dorada con una paloma! ¡Y está viva!
Eloísa: (A Libertad, con rudeza.) CáIlate. Ayúdame. Ten.
(Libertad sostiene la jaula. Eloísa abre su puertecita y saca la paloma. La lleva en sus manos hasta la ventana abierta. Suelta a la paloma, que escapa.)
Libertad: (Corriendo a la ventana.) No, no... se fue... se fue...
(Entra Lucero del comedor sonando su guitarra. Tras de él viene Fortaleza.)
Lucero: ¡Ataraka Pakachú! ¡Me compré una guitarra nueva!
Fortaleza: (A Lucero.) ¿Por qué no me quieres contar nada de lo que ves afuera?
Libertad: (A Lucero.) Regálame la guitarra vieja. Tengo un tormento nuevo para los hugonotes. Se amarra el extremo de cada cuerda en los dedos de los pies de la víctima y luego ¡crak!, afinas.
Eloísa: A Libertad le sobra imaginación. Martín ha hecho muy mal en fomentarle esos juegos salvajes. Y encima le compra látigos, cadenas, cachiporras.
Libertad: ¡Y una silla de garrote para liquidar a los prisioneros! (Al niño.) ¡Ahí acabarás tú!
Azul: (A Libertad.) ¡Suéltame! (Gimotea sobándose las muñecas.) ¡Ay, ay!
Lucero: (Tomando las manitas de Azul.) ¿Qué tienes, hijo?
Libertad: (A Lucero, después de oírle la frase.) Déjame verte, varón.
Fortaleza: (A Libertad.) ¿Qué te pasa? Suelta a Lucero.
Libertad: (A Eloísa, viendo la jaula vacía.) ¡Cómo! ¿Y mi paloma?
Eloísa: La jaula estaba abierta. No pudimos evitar que se escapara.
(Sale Eloísa con la jaula rumbo al comedor.)
Libertad: (Perpleja.) Eloísa ha dicho una mentira. Qué raro.
Fortaleza: (Entregando la guitarra a Lucero.) Anda, haz algo de música.
Lucero: (Como despertando.) ¡Ah, sí! En la calle aprendí una canción. No sé cómo se llama...
(Entra Eloísa.)
Eloísa: Vengo a saber una cosa. ¿Con qué dinero compraste los regalos?
Lucero: (Sonriendo.) Pues... con una moneda de oro, de las tuyas.
Eloísa: ¡Mis arras!
Lucero: (Sigue sonriente.) Los de la tienda me miraron como si yo fuera un muerto. Después se rieron.
Eloísa: No debiste haberlo hecho.
Fortaleza: ¿Por qué no, madre? ¿Es acaso malo el oro?
Eloísa: No he dicho que sea malo, pero vamos a despertar la codicia de la gente. Pensarán que somos ricos.
Lucero: (Abrazando a Eloísa con alegría.) ¡Somos muy ricos!
Eloísa: No debiste haberlo hecho, hijo. (A sus hijas.) Señoritas, hay que poner los platos para la cena. Martín llegará de un momento a otro. Vamos, vamos.
(Lucero empieza a sonar las cuerdas y canta con alegría. Sus hermanas empiezan a agitarse. Libertad blande el látigo. Fortaleza bate palmas al compás de la música. El niño junto a ella. Eloísa se aproxima a sus hijos y los contempla sonriendo. Se abre lentamente la puerta de la sala y entra el señor Guolfe. Guolfe se detiene un momento a mirar el grupo de su familia. Se quita el sombrero; lo cuelga en un gancho. Su rostro se va ensombreciendo a medida que su mirada se vuelve suspicaz. Solo Eloísa nota estas reacciones en el rostro de Guolfe pero lo disimula. Fortaleza sigue palmeando al ritmo. Lucero le hace un saludo a su padre con la cabeza sin interrumpir su canto. Guolfe avanza hacia el grupo sin prisa, con los labios apretados y entrecerrando los ojos. Guolfe toma el látigo de Libertad, lo acorta en sus manos y se aproxima a Lucero. Eloísa, tensa. Aunque la actitud de su padre no parece amenazante, Lucero se interrumpe.)
Lucero: (A Guolfe, sonriendo.) ¿Te gusta, papá?
Guolfe: (Secamente.) Mucho.
(Con ademán rapidísimo Guolfe levanta el látigo contra Lucero y le da un fuetazo en la cara. Lucero queda inmovilizado por el estupor, fijos los ojos en los de su padre. Los demás, mudos de asombro, no se han movido. En el jardín de la avenida pasan las personas haciendo sonar las cornetas de cartón. Se las distingue por la media luz que ilumina los prados. En la sala Guolfe levanta de nuevo el látigo pero esta vez todos hacen un movimiento.)
Eloísa: (Deteniendo el brazo de su marido.) ¡Martín!
(Guolfe mira el látigo; luego la mejilla de Lucero donde la sangre empieza a escurrir. A Guolfe le están temblando los labios y una chispa de feroz satisfacción, por un momento, le brilla en los ojos. De pronto se estremece como dándose cuenta no de lo que hizo, sino de lo que siente. Arroja el látigo al suelo y camina de prisa hacia su recámara. Lucero abandona la guitarra sobre un mueble. Los demás lo miran en silencio. Azul se escurre fuera de la sala, al cuarto de arriba. En la recámara: Guolfe se sienta en el borde de la cama, la cabeza hundida en el pecho. Se yergue luego y con el dorso de la mano trata de limpiarse el sudor de la frente. Empieza a despojarse del saco, pero no llega a quitárselo. Flojamente deja caer los brazos sobre las rodillas. En la sala: Lucero, tocándose el latigazo de su mejilla, está mirando fijamente en dirección a la recámara de Guolfe. Su mirada ha ido del estupor al odio.)
Eloísa: (A Lucero.) Vamos a que te limpie la cara.
Lucero: (Rechazándola.) Creo que me gusta más así. (Tocándose la huella de su mejilla.) ¿Por qué lo hizo? (Se estruja de pronto la camisa en el pecho.) Estoy sintiendo que lo odio, que lo voy a matar.
Eloísa: (Tajante.) Ten cuidado con lo que dices.
Lucero: Es un carcelero. Me las va a pagar.
Eloísa: Es tu padre. No le vas a guardar rencor por un exceso. (A los demás.) Tampoco ustedes. No es la primera vez que Martín golpea a uno de sus hijos, pero siempre ha sido un buen hombre y nos ha querido a todos por igual.
Fortaleza: ¿Qué dice? ¿Qué es lo que vamos a entender? ¿Qué cada día nos pega más fuerte?
Libertad: (A Fortaleza.) A ti no te hizo nada. Nunca te ha hecho nada. A mí sí me ha pegado duro. Pero no me importa; lo quiero y lo defiendo.
Fortaleza: (A su hermano.) Lo siento mucho, Lucero.
Lucero: (Separándose.) Voy a decirlo. Mi papá tiene razón; es mi padre y tiene derecho a pegarme. (Viendo hacia la recámara.) Él sabe que he salido... (Sonriendo su desquite.)... y que le voy a echar a perder diecisiete años de cárcel. (Sobándose el latigazo con el hombro.) Esto no me duele nada. Es a él a quien le está doliendo... ¡y le va a doler más!
Libertad: (Dando un paso a la recámara.) Pobre Martín. Aquí nadie te quiere.
Eloísa: ¡No vayas, Libertad! ¿Pues qué les pasa? No le podemos negar a un padre el derecho de exaltarse si sabe que uno de sus hijos lo desobedece. Un gesto de ira cualquiera lo tiene. Y éste es el primero de Martín en mucho tiempo.
Lucero: (Con sarcasmo.) El primero fue encerrarte.
Eloísa: Según se vea. Nos ha costado mucho trabajo vivir solos durante diecisiete años... en que nada nos ha faltado. Pero no ha sido un capricho. Nos ha amado siempre; y a ustedes, sus hijos, por encima de mí. Luego es por ustedes, para evitarles el contacto con el duro mundo, que hemos vivido así.
Fortaleza: No ha de ser tan feo un mundo donde él entra y sale todos los días.
Eloísa: Para mantenernos. Del día a la noche tu padre se mueve entre costales de maíz y de frijol, que él compra y vende para salir adelante.
Lucero: ¿Por qué no me lleva con él? Nosotros aquí bien que le trabajamos; hasta tú. Mira cómo tienes las manos de tanto desgranar la mazorca.
Fortaleza: ¡Lo que ha hecho usted por él!
Eloísa: Es un buen padre y excelente esposo.
Lucero: (Con doloroso sarcasmo.) Padre es aquel que nos encierra y luego nos pega por haber salido.
Fortaleza: Y excelente esposo el que la obliga a parir a sus hijos aquí, delante de nosotros, por miedo de llamar a un especialista en dietética... o como se llame. ¿Por qué no se ha rebelado usted nunca? Lo ama tanto... ¿y a nosotros?
Eloísa: (Dolorosamente.) También, hijos. Lo hago también por ustedes.
(Lucero y Fortaleza se toman las manos. Libertad se encoge disgustada. En la recámara: Guolfe pasea inquieto. Fuma. En la Sala .)
Lucero: (A Eloísa.) Mamá Donojú: si nos quisieras de veras… si nos quieres, no le digas que va a venir el tío Pedro.
Libertad: (Con rencor.)¡Yo se lo diré! ¡Martín!
(El movimiento de Libertad lo impide Lucero, abrazándola con vehemencia.)
Lucero: (Acariciando a Libertad.) No, niña, tú no vas a decirle nada. Mírame. Te lo estoy pidiendo yo, yo.
Libertad: (Desprendiéndose, escupiendo y dando un paso atrás.) ¡Malditos! ¡Malditos!
Guolfe: (Su voz, llamando.) ¡Eloísa!
(Libertad escapa corriendo al cuarto de arriba. Eloísa se dirige a la recámara.)
Eloísa: (A Fortaleza.) Pon la mesa para la cena.
(Fortaleza va al comedor. Lucero queda en la sala, cabizbajo. Eloísa entra a la recámara. En la recámara: Se abre la puerta. Guolfe se vuelve. Entra Eloísa.)
Guolfe: (Su voz suena un poco apagada.) Creí que no me oías. (Con tono vehemente.) Acércate... Quiero oírte decir que estamos bien tú y yo... No puede pasar nada entre nosotros, ¿verdad?
Eloísa: No debiste pegarle.
Guolfe: (Removido.) ¿Y por qué no? ¿Qué se están creyendo todos ustedes? Lucero ha estado saliéndose y tú no me lo decías. ¿Por qué? (Se pasea como si no quisiera oír las respuestas de Eloísa, tal vez por miedo a una verdad absoluta y aplastante.) ¿De dónde, si no aprendió esa canción estúpida? No soy un tonto. Aquí no tenemos radio, nada. Luego supongo que sale.
Eloísa: ¿Supones? ¿no estás seguro entonces?
Guolfe: (Exasperado.) Eloísa, me traicionas. (La estruja.) ¡Dime la verdad, habla!
Eloísa: (Serena.) No te conozco, Martín.
(Guolfe cae aplanado de preocupación al borde de la cama.)
Eloísa: Arréglate esa corbata. Vamos.
(Sin levantarse, Guolfe empieza a arreglarse el cuello. Está confuso. La canción que cantan los muchachos del parque empieza a oírse. Es la misma que antes cantó Lucero. Guolfe la reconoce y va irguiéndose a medida que la escucha. Su cara se transforma hasta una expresión de alivio.)
Guolfe: ¿La oyes, Eloísa? ¡Es la canción! De ese modo la aprendió mi hijo. ¡Eso es! ¡Eso es! (Se pega con ambos puños en los muslos.) ¿Cómo fui tan pendejo?
Eloísa: (Escandalizada a propósito.) ¡Señor Guolfe!
Guolfe: ¡Ah, sí! Te molestan las palabras léperas. Tu sentido aristocrático. (Alegre.) Me siento aliviado, tranquilo... (Pasándose una mano por la frente.) Lucero no pudo haber salido. ¿Qué voy a decirle ahora?
(Mientras en la pieza de arriba: Libertad coloca una tabla ancha de su ventana a la barda de la casa. Empinándose. Está oyendo a los muchachos que cantan en la banca de la calle.)
(En la recámara:)
Eloísa: (A Guolfe.) Nada.
Guolfe: (Preocupado.) ¿Y dejar pasar las cosas? No. No quiero que me odie.
Eloísa: (Con sutil intención.) Si te odiara no sería por el golpe.
Guolfe: (Ingenuo.) ¿Hay algo más?
Eloísa: Lo dije sin pensar. Le pediré perdón en tu nombre.
Guolfe: (Admitiendo.) Eso es. Lucero es joven. Y la juventud siempre es generosa. Total, me exalté. (Pensando.) ¡Ah no! No le pidas perdón. No quiero perder autoridad.
Eloísa: Vamos, señor Guolfe. Hay varios modos de pedir una excusa sin menoscabo de la autoridad.
Guolfe: Será, será... Repito que fui un pendejo.
Eloísa: (Molesta.) ¡Martín!
Libertad: (Su voz llegando de arriba.) ¡Cállense, infelices, hijos de puta!
(En el jardín (Calle.): Los chicos interrumpen su canto. Elevan su cara para mirar a Libertad trepada en la barda. En la sala: Lucero, sentado en una silla con aire abatido.)
(En el jardín:)
Chavo 1: ¡Mira qué locota!
Chavo 2: ¡Fea, federal, ferocha!
Chavo 3: Eres la hija del viejo loco, sádico.
Chavo 4: (Con gesto y señas obscenas.) ¡No quiero subir! ¡No tengo ganas!
Libertad: ¡Mulas castradas! ¡Alcahuetes y cabrones! ¡Putos!
Chavo 1: (A los otros.) Vámonos ya!
Chavo 2: ¡Ya vas!
(Los chicos se marchan. Libertad vuelve a su cuarto.)
Guolfe: (Con tono alegre, mirando hacia el techo.) Pues es una lépera, ¿eh?
Eloísa: Usa el lenguaje que aprende aquí.
Guolfe: (Desprevenido.) ¿De quién?
Eloísa: De ti... y de los libros que le compras...
Guolfe: ¡Cómo, si son clásicos esos señores! Mis hijos hablan literatura.
Eloísa: (Rotunda.) Sobre todo las leperadas de Quevedo.
Guolfe: (Riendo.) Ah, bueno. (Abrazando a Eloísa por la cintura.) No me gusta que seas burguesa, mojigata. La gente mediocre tiene miedo de las palabras.
Eloísa: (Secamente.) Martín, háblame de nuestros hijos.
Guolfe: Naturalmente. Después de la cena.
Eloísa: Acabas de oír cómo se expresa Libertad.
Guolfe: ¿Porque habla con claridad? Me gusta que mis hijos se sientan libres. (Mira a Eloísa como quien ha cometido un error.) Es decir, hablaré con ella. La encerraré en su cuarto.
Eloísa: Encerrarla... ¿más?
Guolfe: (Golpeándose la palma abierta de una de sus manos con el puño de la otra.) ¡Hemos llegado, eso es! Desde hace varios días has estado tratando de tocar el problema. Y te contesto: mis hijos no han crecido todavía.
Eloísa: Todos han crecido. ¿No los oíste?
Guolfe: ¿Se violentaron? (Con orgullo.) Es natural. Tienen mi sangre. Son hijos del lobo... míos y mis únicos motivos. Todavía están tiernos. No podríamos enfrentarlos con los perros del llano sin quedar lastimados. No quiero que los muerdan... como me mordieron a mí. Estoy lleno de cicatrices, Eloísa. Chicotazos tengo en la cara mucho más crueles que el de Lucero. Y no fue mi padre quien me pegó, sino hombres, malvados que viven allá afuera en un mundo erizado de colmillos. ¡El mundo! No lo eches de menos, Eloísa. Tampoco te preocupes por tus hijos. Ten paciencia, no soy un estúpido. Siempre estoy pensando que crecen y crecen. (Mirando fijamente a su mujer.) Voy a decirte algo. Hoy... (Con sumo esfuerzo.) Hoy hice una tentativa para probarlos. No le eché llave a la puerta. ¿Qué hubieras hecho de haberlo sabido?
Eloísa: Nada.
Guolfe: (Sombrío.) Será que he matado en ellos la curiosidad. Eso es bueno.
Eloísa: (Amarga.) Son pájaros criados entre barrotes.
Guolfe: ¿Lo dices con pena? ¿No son felices?
Eloísa: (Con ademán de súplica.) Martín...
Guolfe: (Con dolor dominando su tristeza.) Pasé un mal día. Estuve de mal humor. Cualquiera se puede salir, me dije. Pero no. (Intentando sonreír.) Creo que todo salió bien.
(Guolfe siente tensa la garganta. Inclina la cabeza y se lleva las manos a la cara.)
Eloísa: (Con ternura.) ¡Martín!
(Ambos se abrazan. Se besan apasionadamente. Entra Lucero a la recámara. Ve el abrazo de sus padres y regresa, desilusionado, a la sala. En la Sala:)
Fortaleza: (Entrando al comedor y llamando.) ¡Libertad y Azul, a cenar!
(Lucero se acerca a la ventana que ha permanecido abierta. Parece contemplar la noche. Fortaleza se le aproxima. En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) Vamos ya. ¿Qué haces? (Eloísa le está poniendo un punto de perfume en las solapas.) ¡Quita, mujer!
Eloísa: (De buen humor.) Este perfume tiene veinte años, don Martín.
(En el cuarto de arriba: Libertad y Azul bajan hacia la sala. En la sala:)
Fortaleza: (Dando a Lucero un pañuelo blanco.) Es lino de Holanda.
(Lucero acepta el pañuelo. Se lo oprime contra la golpeada mejilla. El y Fortaleza quedan mirando la oscuridad por la ventana. En la recámara:)
Guolfe: (Quitando a Eloísa el frasquito de perfume.) Basta, basta... (Al ir a ponerlo en la mesita de noche, distingue algo.)
Guolfe: ¿Quién dejó aquí esta trampa?
Eloísa: ¿Qué?
Guolfe: Esta trampa.
Eloísa: (Ignorando el detalle.) Déjala. La puso Azul. Insiste en que hay ratones. Dame tu brazo. Eso es. Pon la cabeza en alto y entremos a la sala.
Guolfe: (Antes de salir.) ¿Cuento contigo, Eloísa?
Eloísa: (Tras ligera duda.) Todavía, Guolfe.
TELON
FIN DEL PRIMER ACTO

Acto segundo
primer cuadro
(Abren la puerta de la recámara y entran en la sala. En la sala: Guolfe y Eloísa entran enlazados. Lucero y Fortaleza están aún en la ventana.)
Guolfe: (A Lucero.) Ven acá, hijo. A ti te hablo, Lucero.
(Lucero se da vuelta lentamente, los ojos iluminados de resentimiento. Regresa el pañuelo a Fortaleza, quien lo roza con los labios y lo guarda luego en la bolsa de su delantal. Lucero se aproxima a Guolfe.)
Guolfe: ¿Te pegué muy fuerte? A ver... (Lucero le muestra la huella del látigo. Guolfe le pone una mano en el hombro.) No me vayas a guardar rencor.
(Entra Libertad arrastrando una cadena. Conduce al niño de la mano.)
Guolfe: (En tono ligero.) Acérquense, hijos. No habrán olvidado qué día es hoy. Además de los años que cumple la patria, vamos a festejar los diecisiete de Lucero del Quince de Septiembre. (Muestra un reloj de bolsillo con leontina. Se dirige a Lucero.) Te hago entrega de este reloj de los abuelos en nombre de tus hermanas, de tu madre y mío. (Lucero toma el reloj con manifiesta frialdad.) ¿Y no te alegras? ¡Es de oro, m'hijo!
Fortaleza: (Con dejo impertinente.) Un reloj de oro no tiene ningún sentido. No vamos a ninguna fiesta donde él pueda ostentarlo.
Guolfe: Estamos celebrando una. Tu vestido es de fiesta y muy bonito. También el tuyo, Eloísa. ¡Caramba! No me había fijado. (Tomando entre las suyas las manos de su mujer.) Pareces una dama de alcurnia. Se es lo que se es. Pero mira tus manos: duras... Nunca has querido usar los guantes de trabajo.
(Libertad ha dejado la cadena en algún sitio y echa a andar un disco. Se oye el Vals mexicano “Ann Harding”. Guolfe besa una mano de Eloísa. Ella la quiere retirar, pero Guolfe insiste.)
Guolfe: (Invitándola.) Bailemos, Eloísa. Como todos los años, empezaremos la fiesta. (A Libertad.) Gracias por la música. (A Eloísa.) ¡Qué casualidad! Es el viejo disco que oíamos en tu casa. ¡Cómo me acuerdo! Tu cumpleaños aquél... tus padres...
Eloísa: Ay, Martín.
Guolfe: Bailemos, Eloísa.
Eloísa: (A sus hijos, sonriendo.) Cada año es lo mismo.(A Guolfe, reconstruyendo el pasado.) No sé bailar muy bien, señor Guolfe.
Guolfe: (Inclinándose.) Es una súplica, señorita Donojú. (Dirigiéndose a un ser imaginario.) Digo, si su señor padre me lo permite.
Lucero: (Poniéndose las barbas y el bigote. En su voz hay odio.) Martín Guolfe, no le permito que baile con mi hija. Usted es un pobre diablo.
Eloísa: (Zanjando el incidente.) Bailemos, entonces. (Se enlazan siguiendo el vals. Ambos son jóvenes en el recuerdo. Sus hijos los contemplan.) (Muy femenina.) Oh, es un vals muy viejo... del tiempo de mis padres. Yo...
Guolfe: Usted, ¿cuántos años cumple? Caramba. Olvidaba que a una dama no se le pregunta eso. Soy torpe. Siempre he sido torpe. ¿Y su novio el militar, no volvió nunca?
Eloísa: Trate de bailar. No me mire tanto. Nos observan.
Guolfe: (Apasionado.) Eloísa, vengo a pedirle que se fugue conmigo. No le puedo ofrecer más que mis brazos.
Eloísa: (Aparentando sorpresa.) ¿Sin casarnos? ¡Ay, no! ¡Ya mi vestido de novia está listo!
Guolfe: Soy libre pensador. Realista. No quiero nada con la iglesia.
Eloísa: Entonces no podrá ser.
Guolfe: Le advierto que viviremos en una isla, alejados del mundo donde tanto hemos sufrido usted y yo. ¿Acepta usted?
Lucero: (Afirmando su tono anterior.) Piénselo, hija única. Algún día te arrepentirás.
Guolfe: (A Eloísa.) ¿Acepta usted?
(Eloísa se separa de Guolfe y se cubre el rostro con las manos.)
Guolfe: No llores, Eloísa. Sólo son recuerdos. Ésta es nuestra isla y aquí somos felices.
Libertad: (Silenciando la música.) Lo hicieron muy bien. Y tú, Lucero.
(Después de contemplar a sus hijos, Eloísa sale de prisa hacia el comedor seguida por Azul. Lucero se quita las barbas.)
Guolfe: (Dirigiéndose a uno de los retratos de Ovalo que cuelgan de la pared. Sarcástico a sus hijos.) Era un viejo zorro. Hubiera querido que Eloísa se casara con el militar aquel que la plantó. ¡Ja! La gané yo. No le importó que yo me llevara a su hija. Lo mató el que yo fuera pobre y tuviera mis propias ideas.
Fortaleza: Usted no era pobre. Mi otro abuelo le dejó tierras.
Guolfe: No eran mías, eran de los peones. Hay que devolver lo que no es de uno.
Libertad: No las hubieras dado, Martín. (Descolgando una de las escopetas.) Ahora tendríamos miles de caballos y saldríamos a caballo a matar indios como Búfalo Bill.
Fortaleza: ¡Qué tontería!
Guolfe: (A Libertad.) Deja esa escopeta en su lugar. (A Fortaleza.) Son bromas, hija.
Lucero: No lo dijo por la broma.
Guolfe: ¿Entonces? ¡Ah, por mí! (A Fortaleza.) ¿Y qué tienes tú que criticar lo que no entiendes? Si les di mis tierras a los peones hice lo que debía. Como dijo Díaz Mirón: ¡Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras alguien carezca de lo estricto! No me pesó. Era el tiempo en que un hombre superior podía tener ideales. Hasta me aplaudieron.
Libertad: Pero te llamaron loco.
Guolfe: (Asintiendo.) Hacer bien a los mezquinos es como ofenderlos. Y ahora...
Lucero: (Despreciándolo.) Ahora estamos aquí, papá.
(En la entrada del comedor aparece Azul.)
Guolfe: (A Azul, variando el tono.) Acércate, diablo de mocoso. No tengas miedo de tu viejo verdugo. (El niño corre hacia Lucero. Guolfe se resiente.) Ya vendrás conmigo cuando quieras que te cuente una historia nueva.
Fortaleza: Yo quisiera que usted comenzara a contarme a mí una historia.
Guolfe: (Sentándose.) ¡Qué raro que tú me lo pidas, hija! ¿Cuál historia?
Fortaleza: (Rotunda.) Háblenos usted del mundo.
Guolfe: Esa no es una historia. Es una jaula de leones.
Fortaleza: No todos han de ser leones.
Guolfe: No. También hay salvajes, y víboras e insectos.
Lucero: También hay piedras.
Azul: (A Lucero.) ¿Para qué son las piedras?
Lucero: Para apedrear monstruos.
Fortaleza: (A Guolfe.) ¿Y la gente? ¿Y los muchachos?
Libertad: (Aferrando un brazo de su padre.) Debe de haber algo más.
Guolfe: Sí. Fusiles y guerras y bombas... ¡ No sé cómo el mundo no explota de una vez!
(Se escucha el ruido de un aeroplano. Fortaleza y Azul corren a la ventana.)
Guolfe: (Sombrío.) Cierren esa ventana.
Lucero: ¿Por qué?
Guolfe: ¿Qué te importa? (A los gritos.) ¡Ciérrenla!
(Fortaleza obedece.)
Libertad: No te enojes, hermanita. (A Guolfe.) Te tiene una sorpresa.
Guolfe: (Contemplando a Fortaleza.) Ya la estoy viendo. Eres bonita, hija. Desgraciadamente no le haces honor a tu nombre. Les di a todos nombres simbólicos, y me defraudan.
Libertad: (A Guolfe.) Estudió los versos que te gustan. Pronúncialos, Forta.
Guolfe: (De mejor humor.) ¿Ah sí?
Fortaleza: No tengo ganas.
Guolfe: No importa. Dímelos.
Fortaleza: (Tras breve pausa habla mecánicamente.)
“El varón que tiene corazón de lis, alma de querube...
Lucero: (Sarcástico.) No. Dile la estrofa que tanto le gusta.
Fortaleza: Es que... No la memoricé bien. (Parpadea.) En fin... “... seguía tus sagradas leyes,
todas las criaturas eran mis hermanos:
los hermanos hombres...
hermanas estrellas, hermanos gusanos...
Y así me apalearon y me echaron fuera,
y su risa fue como un agua hirviente,
y entre mis entrañas revivió la fiera
y me sentí lobo malo de repente,
más siempre mejor que esa mala gente...
(En el jardín (calle.) aparece la Maud acompañada por una jefe de las trabajadoras sociales y un fotógrafo de prensa. Contemplan el muro de la casa que la Maud señala. El fotógrafo hace funcionar el flash de su cámara retratando el muro. Fotógrafo y Trabajadora Social se alejan. La Maud queda y se sienta en la banca.
(En la sala: Todos siguen oyendo a Fortaleza.)
Fortaleza: ... Y recomencé a luchar aquí
a defenderme y a alimentarme,
como el lobo hace, como el jabalí
que para vivir tienen que matar...
(Inclinando la cara, agrega.) Hasta aquí. No me sé más.
Guolfe: (Satisfecho a medias.) Está bien. La próxima vez lo harás mejor, porque se lo merece. Es un poema muy hermoso, muy hermoso. (Cambiando el tono.) ¿Y aritmética? (Azul abre la cajita de música. Guolfe se vuelve violentamente al sonido.) ¿Qué es lo que suena? ¡Trae acá! (Examinando la caja.) ¿De dónde vino? (Interroga a sus hijos con la mirada. Todos callan.) ¡Eloísa!
(Libertad y Azul corren hacia el cuarto de arriba. Entra Eloísa.)
Guolfe: (A ella y mostrándole la caja.) ¿Cómo vino a dar esto aquí¡?
Fortaleza: (Tras una pausa.) La trajo aquí una señora vecina, como regalo.
Guolfe: ¿Aquí entró? ¿Una vecina? Pues maldita sea su madre. ¡Entrar aquí¡, a mi casa, una bruja de ésas! ¿Y cómo entró, Eloísa? ¿Cómo entró?
Eloísa: La puerta estaba abierta.
Guolfe: (Arrojando la cajita sobre un mueble.) ¡Qué día maldito! ¿Y por qué la dejaron? No creo que sean ustedes tan indefensos... tan... Ya me apestaba el aire. Y ustedes dejándola entrar. ¡La puerta tiene picaporte!
Fortaleza: Fue Azul quien le abrió.
Guolfe: Por eso corrió, ¿eh? (Tomando la cadena.) ¿Dónde está? ¡Llámalo, llámalo o... (Corre hacia el patio y golpea el muro de la casa con la cadena.)
(En el jardín (calle.) la señora Maud escucha el cadenazo y se incorpora. Trata de oír. Se sienta. En la sala:)
Eloísa: ¡Basta, Martín!
Guolfe: ¡No basta nada! ¿O qué se están creyendo? ¡Ni tú ni tus hijos se van a reír de mí! ¡Qué día maldito! (Calla un instante como acordándose.) Ahora lo comprendo: debe de haber estado huroneando. (Busca algo en el suelo y levanta una de las monedas de oro.) ¡Esto es una moneda de oro, claro! (A Eloísa.) Lo había olvidado. Hace un rato, cuando dejé la troca en el estacionamiento y pasé por la tienda, me gritaron avaro. Ahora sé que fue a mí. (A Fortaleza.) ¡Cómo no estuve! ¡La hubiera largado como a una ramera!
Lucero: ¡Señor!
Eloísa: Las cosas están hechas, Martín. Vamos a cenar.
Guolfe: ¡Cena tú, ustedes... que ni madre tienen!
(Guolfe se marcha a su recámara. Lucero detiene a Eloísa que va tras Guolfe.)
Eloísa: Hoy o mañana se lo diré todo. No voy a mentirle.
(Eloísa va hacia la recámara. Lucero pone cobertores en el sofá, que es el sitio donde duerme.)
Fortaleza: (A Lucero.) No te olvides de la escalera.
(Sale Fortaleza apagando la luz de la sala. En la recámara: Eloísa inmóvil ante la puerta.)
Guolfe: Acaba de entrar, anda.
Eloísa: Lo que se acaba es este día. Descansa Guolfe.
Guolfe: No quiero otra cosa. (Está sentado al borde la cama con la cabeza gacha.) Pero tengo los labios resecos y la cabeza ardiendo. Nunca un ave de mal agüero entró a una casa alegre sin que algo pasara después. ¿Qué dijo, qué hizo? ¿Cómo se le ocurrió entrar? Debió tener algún pretexto. ¿Es vendedora?
Eloísa: No. Vino a indagar por qué siempre estábamos encerrados.
Guolfe: (Explotando.) ¿Y con qué derecho? ¡Ésta es mi vida privada!
Eloísa: Se lo dije. Juró volver.
Guolfe: Que se atreva. Tendrá que oírme. (Pausa. Guolfe está ofuscado. De pronto toma una de las manos de su mujer.) ¿Eres feliz, Eloísa?
Eloísa: No se trata de mí. Pienso en mis hijos.
Guolfe: También son míos y nuestros son, y voy a defenderlos. Viviremos abajo de la tierra si es preciso. Como topos, pero solos.
Eloísa: (Enfrentándose a su marido.) Estamos al final de un callejón, Martín. No quiero que te estrelles.
Guolfe: ¿Contra los vecinos imbéciles?
Eloísa: No.
Guolfe: Te noto medrosa, Eloísa. Tal vez no me lo has dicho todo. ¿Hay algo más?
Eloísa: (Asintiendo.) Un telegrama de mi hermano Pedro. Viene a visitarnos.
Guolfe: ¡Ah, vaya! Llega un telegrama y uno no sabe nada. Y cuando lo sabe se le ocurre preguntar: ¿Cómo llegó? ¿Cómo supo Pedro nuestra dirección? Porque alguien tuvo que habérsela enviado. ¿Fuiste tú?
Eloísa: (Desviando el rostro.) Quiero decirte...
Guolfe: ¡No te escucho! Estoy tratando de pensar... (lluminado por una sospecha.) Esa mujer. ¿Fue ella quien trajo el telegrama?
Eloísa: Sí.
Guolfe: Lo reconozco. Es el mal, Eloísa. Creo que es lo único que puedo reconocer en la vida, sin verlo, cuando se acerca: el mal. el daño. (Se pasa una mano por la frente.) ¿Qué hay atrás de todo esto? ¿Qué le hago yo al mundo para que venga a meter su hocico en mi casa? Y esa mujer no está sola; desgraciadamente tú estás de su parte. De no estarlo, ¿no me hubieras dicho antes lo del telegrama?
Eloísa: Acababas de golpear a Lucero. No era oportuno.
Guolfe: Muy inteligentes tus respuestas pero no me gustan, como tampoco me gusta la idea de ver llegar a tu hermanastro. ¿Qué día viene? Dame el telegrama. ¡Dámelo!
Eloísa: Guolfe, nos estamos portando como los dos cómplices de un crimen. Podemos equivocarnos.
Guolfe: (Yendo hacia la puerta.) Pero yo no me equivoco. (Sale de la recámara rumbo al portón de la calle.) Voy a echar llave al zaguán.
Eloísa: (Jugándose una última carta.) Piénsalo. ¡No cierres! Será una descortesía no recibirlo. Sospechará.
(Guolfe cierra con llave el zaguán.)
Guolfe: (Regresando junto a Eloísa.) ¿Sospechará, dices? ¿De qué? Respóndeme. ¿No puede un hombre tener vida privada, educar a su familia como le dé la gana, sin despertar sospechas?
(En la sala: Lucero ha tomado su guitarra y, sentado en el sofá, puntea en las cuerdas una tonada melancólica. En la recámara:)
Guolfe: (Derrumbándose al lado de Eloísa.) Eres tú la que me debilita. Te veo flaquear por dentro y me contagias, me espantas. ¿Dónde está la fuerza aquélla con la que me indujiste? Jamás te lo he reprochado. Sólo te recuerdo que fuiste tú la que nos encerró aquí, alentando la idea que yo te había comunicado. Te sofocaban los automóviles, las calles, la gente... Hazme una casa y cierra las puertas, me decías. Y yo las cerré.
Eloísa: Llegamos perdidos a esta ciudad como dos animales abandonados. Fui egoísta. No pensé en mis hijos.
Guolfe: Lo pensé yo. Apóyame ahora.
Eloísa: Están creciendo aquí, en la sombra.
Guolfe: En el amparo. Son también mis hijos y no podemos dejarlos ir, indefensos, presas de un mundo hostil, estúpido. El mundo ha crecido hacia el mal, cada vez peor. Nuestros hijos son buenos, candorosos, limpios... No podemos echarlos a la cloaca. Pienso una solución. Dame tiempo. Esta vez todo cambiará. Te lo prometo... Me crees, ¿verdad? (Pausa.) Anda vieja, abrázame. (Guolfe la abraza. Le corre una mano por la espalda. Finalmente le da una breve nalgada.)
Eloísa: (Molesta por la caricia.) Martín.
Guolfe: ¿Qué tiene? Eres mi mujer, ¿no? Me gusta verte alegre, contenta. Es más, te diré algo mejor: voy a dejar que Pedro venga. (Recostándose.) Me arden los párpados. Estoy cansado. Apaga la luz.
(Eloísa apaga la luz. Al fondo se escuchan las notas de la guitarra que pulsa Lucero.)
Guolfe: (Hablando lentamente.) Qué agradable suena... Ése sí es mi hijo, mi Lucero. Buen muchacho. Te digo, Eloísa... tus hijos son buenos, limpios.
(Guolfe calla. Eloísa le quita los zapatos. En el piso de arriba: El niño se queja quedamente.)
Libertad: Duérmete, Azul.
Azul: Me duelen las manos. Tengo sangre.
Libertad: (Incorporándose.) Déjame tentar. (Le palpa las muñecas.) Vamos abajo. Te pondré gasita. Iremos a oscuras. Martín está enojado.
(En la sala: Lucero deja de tocar. Abandona la guitarra y se levanta. Va hacia la ventana. La abre de par en par para aspirar el vaho de la noche. Un abanico de cohetes luminosos raya el horizonte. La luz de la luna pinta de azulina claridad los rincones de la sala.)
Lucero: (Combándose contra el marco de la ventana. Con voz opaca, de animal joven.) ¡Señora Magdalena! ¡Señora Magdalena!
(En el jardín (Calle.): La Maud está sentada en la banca, mirando al cielo. En la sala:)
(Lucero en la ventana. Aparece Fortaleza en camisón de dormir, el pelo suelto en la espalda y una vela roja en las manos, que deja en algún sitio. Se aproxima a Lucero y se abraza a su espalda. Azorado, el muchacho se vuelve a ella. La rechaza con suavidad.)
Fortaleza: (Con viva intención, pero apagado tono.) ¿Estás triste?
Lucero: (Con dulzura.) Vete a acostar.
Fortaleza: (Tras una pausa.) . Desde que sales con la señora Maud no vienes nunca a nuestra cita en la escalera. (Acercándosele de nuevo.) Dame un beso.
Lucero: (Esquivándose con rubor.) Vete.
Fortaleza: No, bésame.
Lucero: (Con serenidad persuasiva.) Óyeme para siempre. No volveremos a ir juntos a la escalera.
Fortaleza: (Vehemente.) Pero yo te espero todas las noches. Quiero ser tu dama en el torneo. Tu amante, como Julieta de Romeo.
Lucero: (Tapándole la boca.) ¡No vuelvas a decir! Estos sueños nuestros se acabaron. Sé lo que es una mujer.
Fortaleza: (Orgullosa.) Yo soy mujer. Soy Julieta.
Lucero: No. Tú eres mi hermana.
Fortaleza: (Extrañada.) ¿Y no soy mujer?
Lucero: Escúchame. Un hombre y una mujer se besan para revolcarse.
Fortaleza: Revuélcame, entonces.
Lucero: (Apurado.) No. entiéndeme. Tú eres mi hermanita. Nuestros juegos en la escalera pueden acabar en algo muy raro...
Fortaleza: ¿Y no podemos ser amantes, mientras?
Lucero: Hermanita, compréndeme. ¿Qué te diré? Ya soy un hombre, he tomado mujer... y tú eres sólo mi hermana. Nos iría mal. Como si fuéramos Adán y Eva.
Fortaleza: Te traje el pañuelo con que limpiaste tu faz. Míralo, lo he besado en silencio porque tiene tu sangre. Tómalo. (Le aferra con el, la mano.) Ven.
Lucero: No vamos a ir a la escalera. Suéltame.
Fortaleza: Quiero ser Romeo y Julieta. Quiero ser tu amante.
(Entra Libertad con Azul.)
Libertad: (Contra su hermana y con indignación.) ¡Suéltalo, cochina! ¡Me lo quieres arrebatar, pero Lucero es mío! Hace años que nos estamos acostando juntos. ¡Díselo tú, Lucero!
Lucero: (Angustiado.) ¿Están locas? ¡Fuera de aquí las dos! ¡Todos!
Libertad: No me quieres. Pero yo tampoco te voy a querer. Tengo otro.
Lucero: (Desesperado.) ¡Fuera de aquí las dos!
(Sus hermanas corren hacia él, pero gana Fortaleza y se arroja al cuello de Lucero, pegando con avidez sus labios a los suyos.)
Libertad: ¡Malditos! Pero no me importa... (Volviendo al niño.) Ahora es tu noche, Azul. Bésame mucho.
(El niño se abraza de ella y ambos se besan frenéticamente. La luz de la sala se enciende. Eloísa de pie, tensa, contempla aquel cuadro.)
Eloísa: (Con grito apagado.) ¡No, mis hijos no! (Lucero escapa despavorido hacia el jardín de la calle por su hueco en la barda.) (Eloísa agónicamente.) ¡No!
(Fortaleza, Libertad y Azul la miran con extraña curiosidad.)
Fortaleza: (Sonriendo y adelantándose.) ¿Por qué no, mamá? Estábamos jugando a Romeo y Julieta. ¿O será que a usted le enoja que mi padre le haya mordido ayer las piernas a mi hermana?
OSCURO

SEGUNDO CUADRO
(AI día siguiente por la mañana en el patio: Lucero desgrana en un cesto mazorcas de maíz. Lleva un sombrero de palma para defenderse del sol. Las mangas de la camisa enrolladas. Junto a él está Libertad, que sostiene en la mano izquierda una sombrilla color naranja sin desplegar y en la otra un pocillo humeante que contiene atole. En un banco próximo se ve un plato con una rebanada de pastel, restos de la cena anterior y de la frustrada fiesta. Al fondo música militar. Se celebra el clásico desfile de los días patrios. Luz de sol en el patio, pero la sala e interiores se ven oscuros.)
Libertad: (Hablando con estudiada monotonía.) Hermano Lucero, yo nací en Flandes. Pero soy una muchacha rubia y hastiada de la vida.
Lucero: (Aparentemente absorto en su labor.) Vete. No voy a comer nada.
Libertad: No me importa haber nacido en Flandes. Me siento vieja. (Saca de su seno un librito y lee.) Las mujeres viejas se quedan como paraguas cerrados.
Lucero: No tengo hambre. Llévate el desayuno.
Libertad: (Leyendo.) Cuando no nos interesa nada, no queda nada. Los paraguas no tienen nada qué recordar. (Cierra el librito.) Ya lo sabes. Yo soy una vieja sola abajo de un paraguas amarillo. Desayúnate...
(Lucero mira hacia el portón cerrado.)
Libertad: (En un tono más brillante.) Tengo una gargantilla de oro que me regalaron en Toledo. Te la podría dar si te desayunas. Tengo en un broche los ojos de un gato egipcio.
(La luz de la recámara de Guolfe sube lentamente en intensidad. Eloísa, vestida aún con el traje de la noche anterior, se halla sentada en un sillón próximo al lecho. En su actitud se adivina que mira intensamente a su esposo dormido. El sueño de Guolfe es inquieto. Se revuelve en el lecho. Su respiración es dificultosa. En la sala: Fortaleza sale del comedor a la sala. Toma un plumero. Vuelve al comedor.)
(En el patio Lucero ha dejado de desgranar maíz y mira fijamente a Libertad que habla.)
Lucero: (Negando.) Tirolé.
Libertad: No, son rojos, pero oscuros y brillan siniestramente como la sangre de los decapitados. Tengo también un relicario con un corazón vivo, que gotea húmedo y tiembla en la oscuridad como un ratón sin padre.
Lucero: (Irguiéndose.) ¡Estúpida!
Libertad: (Alargándole la taza de atole.) Tengo una piedra de azufre que si la quemas estando en apuros, se retuerce con llamas azules y purifican el aire de los endemoniados.
(De un puñetazo Lucero arroja al suelo el pocillo del atole.)
Lucero: Eres tú la que anda en apuros, hermanita. Vete y quema tu piedra de azufre para que te limpie.
Libertad: (Sin intención de marcharse.) Adiós, Lucero. Acabas de cometer una acción bellaca.
(Llega Fortaleza con el plumero. Queda observándolos.)
Lucero: (A Libertad.) Entiéndeme. Oía los clarines... y voy a decir lo que pienso: hay miles y miles de personas y de perros y de estatuas estorbándolo todo. No dejarán pasar vehículos y un viajero con mucha prisa no podrá llegar a donde quiere llegar: mi tío Pedro.
Fortaleza: (Aproximándose a ellos.) Sabía perfectamente que Lucero no probaría bocado. (Sin malicia.) Desde que sale por las noches ha perdido el apetito. (Lucero reacciona violentamente. Corre al portón y golpea la hermética cerradura.) Una puerta cerrada es siempre como una invitación a lo desconocido. Pero no es el caso, hermanos, no es el caso. (Se arrodilla junto a Lucero que está mirando ávidamente a través de las rendijas del portón.) ¡Ay, qué lindo debe ser el anchuroso mundo!
(Libertad se ha colocado entre sus dos hermanos con la espalda pegada al portón, como defendiendo la casa del intruso, con la sombrilla naranja desplegada.)
Fortaleza: (Mirando por un rendija.) ¿Cuál de todas esas personas será el tío Pedro?
Lucero: (Gritando con las uñas clavadas en la madera.) ¡Tiene que llegar! ¡Tiene que llegar!
(En la recámara:)
Guolfe: (Desperezándose.) ¿Está gritando alguien? (Se incorpora, asombrándose de amanecer vestido aunque sin zapatos.) ¿Qué pasó anoche? ¿Me quedé dormido, Eloísa? (Eloísa se pone de pie y Guolfe la mira con asombro.) ¡Mujer, ni siquiera te acostaste!
Eloísa: No. (Se adelanta y descorre la cortina de la ventana. La luz inunda la habitación.) Estoy esperando.
Guolfe: (En lo suyo.) Mmm... tengo mal sabor de boca. (Sirviéndose un vaso de agua.) Me duelen los pies... (Sin probar el agua deja el vaso sobre la mesita de noche.) los músculos... y los brazos... (Se los soba.) Será el hígado.(A Eloísa con tono indiferente.) ¿Esperando... ? ¿A quién?
(Abismada en sus reflexiones, Eloísa empieza a quitarse las joyas En el patio:)
Fortaleza: Y mi tío Pedro, ¿a qué hora llegará?
Libertad: (A Lucero.) Mira en tu reloj.
(Lucero saca el reloj. Los tres hermanos quedan mirando la carátula.)
Libertad: (Al aire.) Hoy es el día de la independencia.
Fortaleza: (Del reloj.) Es natural que no se muevan las manecillas. Era del abuelo y debe de estar muy atrasado, y el mecanismo roto.
(En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) ¡Qué necedad no haberte acostado! (Se enfunda los zapatos.) Estarás rendida.
(Eloísa va guardando sus joyas en una cajita de madera que abandona en una silla. Guolfe empieza a anudarse las agujetas del calzado.)
Eloísa: (A Guolfe.) ¿Sabes qué día es hoy? (Guolfe calla ocupado con las cintas.)
Guolfe: (Tirando al suelo un pedazo de agujeta.) ¡Claro, se han roto! Agujeta corriente la de hoy.
(En el patio:)
Libertad: (A sus hermanos.) Un día tan antiguo: el día de la indepencia.
Fortaleza: (Corrigiendo.) Se dice independencia. Hoy es el día de la independencia.
(Fortaleza se pone a sacudir el portón. Libertad manipula su sombrilla. Lucero cabizbajo. En la recámara:)
Eloísa: (A Guolfe.) No me contestaste.
Guolfe: Te oí. Es un día como todos los demás.
Eloísa: (Con intención.) No, es algo más que una fecha.
Guolfe: (Explotando.) ¡Eso es! ¡Celebramos una fiesta nacional! (Alude a la música del desfile.) ¡Bandas militares y mitotes ¡Uf! la verdadera independencia de una patria la hace el trabajo.
(En el patio.)
Lucero: (Volviendo al cesto de marzorcas.) No sé para qué trabaja uno... o para qué nace o para qué vive.
Libertad: (Gritando.)¿Y si de todos modos no llegara?
(Lucero se levanta y le tapa la boca a Libertad. Fortaleza en el portón.)
Fortaleza: ¡Pedro Donojú! ¡Ay cuánto tardas, mi tío!
Libertad: (Con desdén y desprendiéndose de Lucero.) Que no venga. Martín no lo quiere.
(Lucero quiere decir algo pero no halla las palabras.) (En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) ¿Ya se levantaron esos diablos?
Eloísa: (Tensamente.) No sé. Estoy esperando.
Guolfe: (Con sarcasmo, adivinando.) ¿A quién?
Eloísa: (A Guolfe, que la mira fijamente.) Te esperaba a ti, a que despertaras para...
(Queda pensando la frase. En el patio:)
Fortaleza: (A Lucero.) Decídete. (Señalando a Libertad.) No le tengas miedo. (A Libertad.) Vamos a fugarnos. (A Lucero.) Hay que tener audacia.
(En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) Habla, pues.
Eloísa: (Asintiendo.) Muy bien. Dame la llave.
(Guolfe la mira sorprendido.)
Eloísa: (A Guolfe.) ¡Dámela. te digo!
Guolfe y Libertad: (Al unísono desde su lugar.) ¡No la tendrás nunca, estúpida!
(Guolfe saca los enseres para rasurarse. En el Patio:)
Fortaleza y Libertad: (Inventando una tonadilla.) ¡La fuga, la fuga!
(Una con el plumero, la otra con la sombrilla desplegada, bailan en torno a Lucero.)
Lucero: (Con las manos hechas puño.) ¡Yo sé por dónde fugarme! (En la recámara:)
Guolfe: (Aplicándose crema de afeitar.) Se supone que soy yo quien ha de abrir la puerta cuando Pedro llegue.
Eloísa: (Dando unos pasos en torno a Guolfe.) No se trata de Pedro ni de mí.
Guolfe: ¿De quién, entonces?
(En el patio.)
Fortaleza: (A Lucero.) Hay que tener fuerza. (En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) ¿De quién?
Eloísa: (A Guolfe.) Ya lo sabes. De mis hijos.
Guolfe: ¿Les pasa algo? (Exagerando.) No habrán caído enfermos. (Abriendo la puerta de la recámara para dejarse oír mejor de ellos. Con sarcasmo.) ¿Qué quieren ahora mis hijos? ¿Un trajecito nuevo? ¿Una motocicleta?
(En el patio: Al oír la voz de Guolfe los muchachos callan, perplejos. Cuarto de arriba: En su lecho, Azul se incorpora y escucha. En la recámara:)
Guolfe: ¡Seguro que también desean ir a la calle, naturalmente. Y ver el desfile, las banderas! (Regresando junto a Eloísa.) Me encantan los desfiles. Rebaño de empleados grises, obreros indefensos, atletas estupidizados. ¡Gente, gente! La gente es infeliz aquí desde que nace. (Señalando a la distancia.) Y yo pago mis impuestos para mantener esa tropa... que luego ellos usan no para defender la patria, sino para encadenar la opinión libre de los ciudadanos. ¡Libertad, cuántos crímenes se cometen en tu nombre! (Regresa al espejito donde se rasura. Se limpia el rostro con una toalla.) ¿Y eso quieren ver mis hijos? Pues que se trepen a la barda y desde allí lo vean. ¡De lejos, siempre de lejos!
(Guolfe arroja la toalla al lecho, toma el vaso con agua de encima del buró y se enjuaga la boca.)
Eloísa: Guarda tus fuerzas, Guolfe.
(En el patio: Los tres hermanos han vuelto junto al portón. Libertad en medio de los otros dos con su sombrilla desplegada. Cuarto de arriba: Azul se acurruca en su lecho. En la recámara:)
Guolfe: (A Eloísa.) Es el resultado de hacerte concesiones como la de anoche.
Eloísa: (Cerrando los ojos.) Anoche...
Guolfe: Sí. Haz un día una concesión y te obligarás a otra y a otras.
Eloísa: ¡Ya, Martín!
Guolfe: (Autoexáltandose como defensa al asunto de le llave.) ¡Eso digo yo! ¡No veo por qué hemos de discutir lo mismo todos los días! (Interrumpiendo a Eloísa.) ¡Lo sé, lo sé! Prometí recibir a tu hermano y... lo vamos a recibir. Pero a cambio quedamos tú y yo en cuidar la salud de nuestros hijos.
Eloísa: (Con dureza.) Tendríamos que explicar lo que entendemos por cuidar la salud de nuestros hijos.
Guolfe: (Extrañado.) ¿Qué pasa, Eloísa? ¿Por qué ese tono?
Eloísa: Dame la llave. No quiero que Pedro encuentre cerradas las puertas.
Guolfe: (Mostrando la llave, sin entregarla.) ¿Y luego?
Eloísa: Han de quedarse abiertas.
Guolfe: ¡Conque por eso no te acostaste anoche! Estuviste esperándolo. ¿Qué tienes tú con tu hermano? ¿Qué esperas de él... o qué vas a decirle, o... ?
Eloísa: Que nos ayude.
Guolfe: No quiero su ayuda. ¡Mira cómo te ha puesto a ti y todavía no entra! Cuando un intruso es anunciado en tu casa, y aún antes de llegar empieza a romper las paredes, ¿qué no hará después?
Eloísa: ¡Martín, vas a oírme!
Guolfe: Has cambiado y me cambias.
Eloísa: (Sombría.) Como yo anoche.
Guolfe: ¡Otra vez anoche! ¿Qué pasó anoche para que tú seas otra? Escucha, mujer, una noche no puede destruir tanto a dos personas. ¿Qué es una noche?
Eloísa: (En igual tono.) Unas horas, un polvo del tiempo, nada... Pero entonces uno comprende y cambia y se decide y...
Guolfe: (Con dolor y con ira.) Pero tú no has cambiado. Sólo que yo no te había visto antes así de dura, agresiva, egoísta, absoluta...
Eloísa: ¡Quita allá, Guolfe! Déjate de palabras. Dame la llave. Vamos a dejar la puerta abierta.
Guolfe: (Explotando.) ¡Cállate, Eloísa, o te maldigo!
Eloísa: Maldice. Lo merezco. Anoche sorprendí a tus hijos haciendo un juego. Fortaleza estaba en camisa abrazando a su hermano... Libertad y Azul hacían lo mismo. (Guolfe hace un movimiento. Eloísa lo ataja.) No quiero que les digas nada.
Guolfe: (Hacia la puerta.) ¡Puercos!
Eloísa: Lo hace por inocencia. Escucha, Martín, cómo también la inocencia puede llegar al crimen. Déjalos salir. No son palabras lo que tus hijos van a entender: Tampoco sirven gritos y castigos.
Guolfe: (Frío.) ¿Qué, entonces?
Eloísa: No tienen criterio. Necesitan saber, entender, comprender. Y eso no pueden aprenderlo aquí. Ahora sabes lo que yo entendía anoche. Y te veo y me alegro... porque también espero que eso te cambie. Dame la llave.
Guolfe: Después. Déjame reflexionar.
Eloísa: ¿Estás loco? (Con angustia apremiante.) ¡No tenemos tiempo!
Guolfe: Era sólo un juego, dices... y si era un simple juego no hay por qué alarmarse. Si mis hijos son puros, y lo son, seguirán siéndolo aquí adentro. Y también sabrán entender un pequeño castigo y mis razones.
Eloísa: ¡Suelta ese látigo! (Le arrebata la correa.) Dame la llave.
Guolfe: (Separándose.) ¡Ven por ella!
Eloísa: Ten cuidado, Guolfe. Empiezo a gruñirte como una perra.
(Tocan el portón de la calle. Eloísa y Guolfe siguen mirándose sin moverse. En el patio: al oírse el toquido, Fortaleza da una alegre vuelta de baile. Lucero mete los ojos por la rendija del portón. Libertad observa.)
Libertad: (Fríamente y desde su lugar.) ¿Eres tú, tío Pedro? (En la recámara.)
Eloísa: (A Guolfe, después de una pausa.) Gánate el amor de ellos. Ve y abre.
(Guolfe no se mueve. En el patio:)
Lucero: (En su rendija, desesperadamente.) ¡No puedo ver quién es!
Fortaleza: (Hacia la puerta con risueña esperanza.) ¡Ya viene la llave! ¡Ya viene!
(En la recamára: Al ver la inmovilidad de Guolfe, Eloísa va a la puerta de la recámara y la abre.)
Eloísa: (Llamando.) ¡Lucero!
(En el patio: Lucero acude al llamado de Eloísa. Libertad se precipita al portón. Fortaleza corre a la sala a mirarse en vidrio del librero.)
Libertad: (Con rudeza a quien esta detrás del portón.) No te queremos aquí. Vete, ¿me oyes?
(En la recámara: Lucero se detiene en la puerta. Eloísa vuelca el contenido del alhajero en una mesita y escoge algo.)
Eloísa: (Yendo hacia Lucero.) Toma esta llave, hijo, y abre la puerta. (Al notar el movimiento de Guolfe, agrega.) Seamos leales, Martín. Cumple.
(Lucero escapa con la llave rumbo a la puerta de la calle. Al pasar por la sala ve a Fortaleza retocándose ante el vidrio.)
Lucero: (A Fortaleza, mostrándole la llave y sin detenerse.) ¡Las torrejas!
(Lucero llega junto al portón de la calle seguido por Fortaleza. Introduce la llave en la cerradura. Libertad cierra su sombrilla. En la recámara:)
Guolfe: (Aferrando a Eloísa por las muñecas.) ¡Cómo... ! ¿Desde cuándo tenías tú esa llave?
Eloísa: Me lastimas, Guolfe.
Guolfe: Más me lastimas tú. ¿Desde cuándo... ?
Eloísa: Desde hace nueve años, señor.
Guolfe: ¡Lo sabía, lo presentí entonces! Cuando nació Azul... ¡Nueve años, Eloísa! ¡Desde hace nueve años me traicionas!
Eloísa: A ti no. A mí. Nueve años esperando a que tú cambiaras, para que saliéramos juntos.
Guolfe: ¿Por qué no escapaste?
Eloísa: ¿No entiendes por qué?
Guolfe: (Desesperado.) No entiendo nada. ¿Por qué, para qué?
(Eloísa se desprende. Dando un paso atrás se apoya con la mana izquierda en la mesita. Se oye el ¡Crack! de la ratonera. Eloísa levanta la mano. Todavía lleva en ella colgando la trampa, cuyos dientes le muerden la carne ferozmente. Un hilo de sangre le corre por brazo que Guolfe contempla fascinado. Eloísa trata de quitarse la ratonera, pero Guolfe lo impide y aún le sostiene el brazo, observandola.)
Eloísa: (Sin suplicarlo.) Quítamela, estoy sangrando.
Guolfe: (Sonriendo su desquite.) Soy yo quien te está mordiendo Es mi desquite.
Eloísa: Es un accidente.
Guolfe: Pero me interpreta.
(Guolfe le quita la trampa. En el patio:)
Lucero: (Forcejeando en la cerradura.) La llave no gira. Está enmohecida.
Fortaleza: (Sonriendo al portón.) Espere un lapso, tío. La llave está muy vieja.
(En la recámara:)
Guolfe: (Admirando a Eloísa.) ¿Cómo has llegado a ser tan fuerte?
Eloísa: (Mirando la mano mordida.) La mujer que renunció al mundo para envilecer a sus hijos tiene que ser fuerte.
(Guolfe se derrumba en la orilla de la cama. En el patio: Lucero frota a llave con un trapo.)
Fortaleza: (Al portón.) ¡Oídme! La paciencia no es una virtud imposible.
(Libertad se desliza hacia la sala. se empina una botella. Aferra la otra y va al cuarto de arriba. En la recámara
Eloísa: (A Guolfe cabizbajo.) Recibe a Pedro. Este puede ser el mejor de nuestros días.
Guolfe: No habrá ya mejores días para nosotros. Ve a curarte esa mano. Tu sangre me excita.
Eloísa: (Desesperada.) ¿Por qué no comprendes?
Guolfe: Que no me ames ya, lo entiendo pero... ¿a tus hijos?
Eloísa: Todavía estamos a tiempo.
Guolfe: ¿De qué? Todo pasa, cambia. Ayer fue un día remoto y feliz... (Explotando.) ¡Pero yo no soy el tiempo! ¡Soy un hombre solo y todavía te quiero!
Eloísa: (Con esperanza.) ¿Entonces?
Guolfe: (Rotundo.) Nada. Sólo te quiero. Aunque tenga que aplastarte, ya lo has visto.
(Eloísa se pone un guante en la mano herida. En el cuarto de arriba: Entra Libertad con las botellas. Azul se incorpora.)
Libertad: (Al niño.) Duérmete. Me gustaría quo te durmieras para siempre.
Azul: Quiero ver a mi tío Pedro.
Libertad: (Tomando de la botella y sentándose junto al niño.) Te voy a contar un cuento. (El vino empieza a turbarla.) Éste era un rey que tenía una hija ramera... y !a ramera tenía un hermano que se llamaba Pedro...
(En el patio: Lucero hace girarla llave en la cerradura.)
Lucero: (Jubiloso.) ¡Ya está! ¡Ya está!
(En la recámara: Guolfe y Eloísa en actitud de espera. En el cuarto de arriba: Libertad toma el libro verde de Lucero.)
Libertad: ¡Fausto... Fausta... Faus!
(En el patio: Lucero abre el portón. Se medio asoma afuera. Fortaleza se yergue.)
Lucero: (Como quien no puede creerlo.) ¡No hay nadie!
Fortaleza: Estás loco. Claro que hay. (Se aproxima al portón abierto y hace una reverencia.) SI, señor. El conde vendrá en seguida. Pase usted, querido tío. ¡Oh, qué alto es usted! ¡Y qué joven! Por aquí... tenga la bondad. (Elevando la voz.) ¡Madre, m¡ tío ha llegado!
(Eloísa camina hacia la sala. Sólo ve a Fortaleza.)
Eloísa: ¿Dónde está?
Fortaleza: (Como hablando al tío.) ¡Hela aquí! Abrácela usted, tío.
(Fortaleza va rumbo a su cuarto. Lucero entra en la sala.)
Eloísa: (A Lucero.) ¿Qué le pasa a Fortaleza? ¿Dónde está Pedro?
Lucero: No llegó. Nos han mentido. No llegó.
Fortaleza: (Volviéndose antes de salir.) Pues para mí haré de cuenta que llegó. Por aquí, tío.
(El “por aquí, tío” lo dice Fortaleza en voz muy alta como para que la oigan Libertad y Guolfe. En el cuarto de arriba:)
Libertad: (Gritando.) ¡No te queremos aquí! ¡Vete!
Fortaleza: (Poniéndose las barbas y el bigote, fingiendo la voz del tío.) ¿Quién grita? (Quitándose las barbas y el bigote, con su voz natural.) Es libertad, tío, que vive en la parte aguda del castillo. Venga. (Da unos pasos. Se vuelve.) Una pregunta, señor. ¿Tiene usted amante?
Lucero: (Ofuscado.) ¡Fortaleza!
Eloísa: (A Lucero.) Déjala. (A Fortaleza.) No, hija.
Fortaleza: Venga, tío. Le voy a mostrar el castillo. Empezaremos por el cuarto de los tormentos.
(Sale Fortaleza. También Eloísa hacia el comedor. Lucero permanece. la sala, donde entra Guolfe. Los dos se miran.)
Guolfe: (A Lucero.) Dame la llave.
Lucero: No es tuya.
Guolfe: Dámela, ya hablé con tu madre.
Lucero: No es cierto.
Guolfe: Ve y pregúntaselo. (Lucero va a irse.) Antes dame la llave.
Lucero: (Entregando la llave.) Nos vas a volver a encerrar.
Guolfe: (Estrujando la llave.) Pero tú ya has salido, ¿eh? ¡Te estoy hablando!
(Eloísa aparece en la puerta del comedor.)
Eloísa: ¡Suéltalo!
Guolfe: (Sacudiendo a Lucero.) ¡Antes la verdad!
(Un cristal de la ventana salta hecho pedazos. Una piedra rueda por el suelo. Guolfe suelta a Lucero y recoge la piedra. Los tres se miran intrigados. La Maud escapa corriendo por el jardín.)
Guolfe: ¡Yo sabré quién es!
(Guolfe se precipita al portón y sale a la calle. Crece a lo lejos la música del desfile. Eloísa y Lucero se abrazan. En el cuarto de arriba: Entra Fortaleza con bigotes.)
Fortaleza: (A Libertad, con voz de tío.) ¿Y qué es esto, un calabozo?
Azul: Son los juguetes que nos trae mi papá.
(En la sala:)
Eloísa: (Separándose de Lucero y recogiendo la piedra.) ¿Quién pudo ser?
Lucero: Están de fiesta en la calle. Cualquiera tira una piedra.
(En el cuarto de arriba:)
Libertad: (A Fortaleza.) ¡ Llévate a ese tío, yo no lo quiero!
Azul: ¿Qué es una ramera?
Libertad: La hija del rey. Cuando había un pleito se trepaba a un árbol.
Fortaleza: (Sin bigote y con su voz.) Vamos, tío. Ahora veremos la cocina y mi habitación.
(Fortaleza se retira. Libertad toma vino. En la sala:)
Eloísa: (Aproximándose a su hijo.) Lucero...
Lucero: (Del guante.) ¿Qué te pasó en la mano?
Eloísa: Escucha y entiende. Tenemos que ayudarnos. ¿Tú le escribiste a Pedro? (Lucero niega con la cabeza.) Lo del guante no es nada. ¿Qué tienes?
Lucero: Al fin vamos a irnos pero... ¿por qué hasta hoy? Desde que nació mi hermano tenías la llave. ¿Por qué no escapamos antes?
Eloísa: No teníamos a dónde ir.
Lucero: ¿Y ahora sí?
Eloísa: No fue posible antes.
Lucero: Sí era. (Sombrío con un punto de odio en la voz.) Tantos años... ¿Por qué?
Eloísa: Martín es tu padre y es mi esposo. No íbamos a dejarlo solo.
Lucero: ¿Y por qué hoy sí? (Con creciente rencor.) ¿Hasta hoy te das cuenta de que fue un crimen lo que cometieron con nosotros? ¿Quién va a pagarlo todo ahora? ¿Un padre criminal?
Eloísa: ¡Lucero!
Lucero: ¿Y la madre?
Eloísa: (Temiendo oír la expresión del odio.) ¡Lucero!
Lucero: (Aferrando a Eloísa.) ¡Te lo voy a decir!
Eloísa: ¡No!
Lucero: Cuando un padre...
Eloísa: ¡No! ¡No!
Lucero: Sí. Cuando un padre es un criminal, la madre es una ramera. ¡Una hija de la chingada!
(En el cuarto de arriba:)
Libertad: (Al niño.) La ramera estaba enamorada de un militar muy joven. El militar la dejó porque ella, siendo rica, era fea. Entonces ella se montó en su perro y se fugaron juntos. (Libertad se turba bajo los efectos del vino.) Y se trepó al árbol con el perro, hasta que el árbol tuvo manzanas como hijas y el perro se convirtió en lobo para cuidarlas.
(En la sala:)
Eloísa: Lo he pagado. Es cierto, tenía la llave y no pude usarla. La llave estaba atrapada conmigo. Durante nueve años fue oxidándose con mis remordimientos. Se fue poniendo oscura, verde. Se le fue pegando el vaho de las semillas y cada año se cubría de hongos, como el cadáver de una mariposa muerta. Un día no la pude encontrar. Se había hundido en mi cuerpo pudriéndolo todo; mis cartas de novia, mi vestido, mi pelo... Cuando la encontré no me atreví a limpiarla. Alguien lo hará, pensaba yo, cuando tú sepas amar a tus hijos por encima del esposo. Creía no amarlos. Y de pronto. anoche, anoche...
Lucero: Lo siento. Perdóname.
Eloísa: Dame la llave.
Lucero: No la tengo. El me la quitó. Me engañó, me...
Eloísa: Cállate. (Reacciona con esperanza.) Ve a ver si la puerta está abierta.
(Lucero corre hacia la puerta de la calle. Arriba, en el cuarto: Libertad coloca al niño en el garrote. Abajo, junto a la puerta.)
Lucero: (Abriendo la puerta.) Está abierta... (Con sorpresa, desilusión y rencor.) ¡Ven, Fortaleza, la puerta está abierta!
(A su grito acuden Fortaleza y Eloísa. Las dos permanecen mirando el portón. Arriba en el cuarto:)
Azul: (Alegremente.) ¿Me vas a dar garrote?
Libertad: (Cubriendo la cabeza del niño con un trapo negro.) Pase lo que pase tú no digas nada. No podrás decir nada.
(Abajo, junto a la puerta abierta:)
Fortaleza: (Maravillada.) Veo la calle, las personas... ¡Y la señora Maud!
Lucero: (Cerrando la puerta.) Yo sí puedo moverme.
Eloísa: (Sujetando a Lucero.) No cierres, hijo.
Lucero: (Con odio.) No tengo la llave, pero tengo fuerzas.
Eloísa: (Espantada y mirando a su hijo.) ¡Te pareces a él! ¡Hablas como él!
Lucero: Por eso ayúdame. Vamos a destruirlo.
Eloísa: No. Hay que salvar al lobo para que tu padre viva.
(Gritos afuera de “Aquí es”, “Sí, aquí viven”, “¡Es un avaro!” “¡Tienen monedas de oro!”, “Esconden el arroz”, “¡El viejo esconde el maíz!”, “¡Atormenta a sus hijos!”, “¡Es un monstruo!”. Abajo: Las puertas se abren. Entra la Maud. Lucero, Eloísa y Fortaleza retroceden hacia la sala.)
Sra. Maud: Soy yo, Eloísa. Déjeme pasar. Ya entré. ¿Qué les pasa? ¿Todavía esperan al tío Pedro? No llegará. El telegrama lo hice mandar yo misma. ¿Dónde está? ¿Dónde está el monstruo?
(En el cuarto de arriba:)
Libertad:,(Que ha oído, grita a su vez.) ¡No está! Se fue por el bodegón cabalgando en un tonel. (En sus manos agita el libro verde.) De uno haz diez y el dos quítalo; y haz tres al punto. Deja el cuatro. De cinco y seis haremos siete y ocho. (Empieza a apretar el garrote..)
(En la sala:)
Sra. Maud: ¿Quién grita?
Fortaleza: (Sonriendo a la Maud.) Ha sucedido una desgracia. Mi padre se ha ido y nosotros no podemos atenderla.
(En el cuarto de arriba:)
Libertad: (En tono alto.) ¡Dile que no somos sus hijas! ¡Qué le cortó la cara a Lucero! ¡Que atormenta a Eloísa y que acaba de ahorcar a mi hermano en el garrote! ¡Delátalo, soplona!
Lucero: (A Eloísa.) ¿De qué está hablando?
Sra. Maud: (A Eloísa.) Respóndale. Ésa es la verdad que tiene usted que apoyar en los tribunales. ¿Dónde esté él, Lucero? No me mires así, lo hago por salvarte. (Abraza a Lucero. Se vuelve a Eloísa.) Nos hemos acostado juntos. Lo quiero. Si usted no me apoya me lo llevaré.
(Eloísa no tiene tiempo de responder. Los gritos de la calle se intensifican.)
Voz 1: ¡Ahí viene!
Voz 2: ¡Es él!
Voz 3: ¡Chacal!
Voz 4: ¡Duro con él!
(En el patio: la puerta se abre. Es Guolfe. Algunas piedras caen al patio. Guolfe apenas tiene tiempo de cerrar la puerta tras él. Se oyen los puños que golpean el madero. En la sala: Todos en la sala miran hacia la puerta. Entra Guolfe. El traje desgarrado, sin sombrero. De su frente escurre la sangre. En sus manos trae un periódico.)
Guolfe: (Avanzando hacia Eloísa. Le muestra el periódico.) ¡Mira lo que dicen de mí! ¿Soy un chacal, un monstruo? ¡Óyelos, rodean mi casa! ¿Están bien mis hijos? ¿Dónde está Libertad? (En el cuarto de arriba:)
Libertad: (Mostrando una banderola negra con una calavera en el centro.) ¡Como una criminal, recluida la dulce e infortunada criatura en su mazmorra! ¡Encarcelada... sumida en irreparable desventura! (Sigue dando garrote al niño.)
(En la sala:)
Fortaleza: (Desde su lugar, con cierta indiferencia.) ¿Qué le han hecho, padre?
Guolfe: ¡Mis hijos, Eloísa!
Fortaleza: Venga a que lo cure, padre.
Guolfe: (Rechazando la ayuda. Se vuelve a la Maud.) Conque fue usted quien movió todo esto, la prensa... la policía. ¿Qué daño le hemos hecho mi esposa, mis hijos, mi casa?
Sra. Maud: (En perra.) ¡Su cueva!
Guolfe: ¡Pero es la mía! Construida con estas manos que sólo han conocido la limpieza y la honradez...
Sra. Maud: ¡Escuche lo que gritan: ¡Muera el chacal!
Guolfe: (Revolviéndose.) ¡El lobo!
Sra. Maud: (Con tarascada.) ¡Chacal es poca cosa! Diecisiete años de encierro le dan derecho a cualquiera para denunciarlo.
Guolfe: (A la Maud.) ¿Cuál derecho? Ésta es mi casa, mi vida privada.
Gritos: ¡Es un ateo! ¡Esconde el maíz! ¡Costales de azúcar!
Guolfe: (Contestándoles.) ¡Para mis hijos, no para ustedes! (A la Maud.) ¿Por qué voy a entregárselos? Hablo como cualquier hombre honrado debiera hablar, como el lobo aúlla, como el jabalí gruñe. (Contra la Maud.) Dígame, ¿por qué lo hace? ¿Qué ideales tiene? Pero yo la conozco. Usted huele a estropajo y a nalgas.
Lucero: ¡Así habla un padre!
Guolfe: ¡Ya no soy tu padre! Todo apesta a traición, a locura. (A su mujer.) Eloísa, habla, están cometiendo conmigo un asesinato. ¡Habla, Eloísa! (A Fortaleza.) ¡Tú, mi hija!
FORTALEZA Sí, padre. (Adelantándose y con vista baja.) Usted ha sido nuestro verdugo.
Guolfe: (Resintiendo la herida.) ¿Yo, tu verdugo? ¿Qué daño te he hecho?
Fortaleza: Que responda mi hermano Lucero. (A la Maud.) ¡Mírele usted la cara!
Sra. Maud: (Contra Guolfe.) ¡Desgraciado!
Guolfe: (A Eloísa.) Di por qué lo hice. Tú lo sabes. ¡Dilo!
Eloísa: Porque estás enfermo, Guolfe.
Sra. Maud: ¿Y qué tapa con ese guante, Eloísa? ¡Quíteselo!
(Instintivamente Eloísa esconde la mano.)
Guolfe: (A Eloísa.) No te lo quites. Piensa. En tus manos está nuestra vida.
Eloísa: ¡Basta, por piedad!
Fortaleza: Muestre la mano, madre.
Eloísa: ¡Hijos!
Fortaleza: O nosotros o él.
(Eloísa, tras una duda, se arranca el guate. Entra Libertad con la bandera negra en la mano.)
Guolfe: (Viendo en su hija una salvación.) ¡Bendita seas, criatura! (Retador.) Tú sí eres mía... mi carne y mi sangre... habla y dile todos la verdad.
Sra. Maud: Esta niña está mal. (A Libertad.) ¿De dónde vienes?
Libertad: (Sonriendo torpemente.) Del tormento.
Guolfe: Responde, hija. Afuera está la plebe esperando lincharme, y aquí me acusan de ser un monstruo. ¿Lo soy?
Libertad: (Como en juego.) Eres el más espantoso monstruo de Fausto y de las noches de Walpurgis.
Guolfe: (Conmovido y estrechando a Libertad en sus brazos.) ¿Qué te hicieron, Libertad? Responde. ¿Los he atormentado yo?
Libertad: (Vibrantemente ebria.) Todos los días del mundo... ¡Miren, miren! ¡Sangre y más sangre! Nos encanta la sangre, ¿verdad, Martín?
(Guolfe hace un vano intento para tocar a Libertad. Se oye el vals. Lucero intuyó algo: sube y descubre el cuerpo de Azul.)
Sra. Maud: (A Guolfe.) ¡Usted está loco!
Guolfe: (En tono apagado, oyendo el vals.) Antes, no. Ahora, quién sabe. Después, no sé...
(Por los pasillos del teatro avanzan personas, gente del pueblo. Con gestos amenazantes llegan frente al proscenio. Con ellos, los jóvenes que antes tocaban la canción. Algunas mujeres llevan canastas y sacos vacíos.)
Pueblo: ¡Allí está! ¡Lo miro a través de la puerta! ¡Que salga! ¡Agarren piedras! ¡Entraremos a salvar a la familia!
(La Maud se levanta y habla con el pueblo.)
Sra. Maud: Silencio. (El pueblo calla.) No tardará en salir. Espérenlo junto al portón.
(Lucero baja. Va junto a su padre.)
PUEBLO: (Saliendo.) ¡A lincharlo! ¡Duro con él! ! ¡A lincharlo! ¡Piedras!
(La Maud se incorpora a la escena, donde Guolfe le entrega las llaves a Lucero.)
Guolfe: (Sombrío.) Aquí están las llaves de lo que fue mi casa... (Camina hacia el portón.) Cuida a tus hijos, Eloísa.
(Guolfe abre la puerta y sale a la calle. Se escucha un feroz griterío. Suena a lo lejos la banda. Por el mismo portón entra la gente del pueblo desparrámandose por toda la casa. Empieza el pillaje. Lucero rechaza a la Maud.)
Sra. Maud: (A Lucero en grito.) Lo hice por ti.
(La Maud escapa hacia la calle. Dentro de la casa sigue el saqueo. La gente abre cajones. Se llevan los cubiertos de mesa, copas, la ropa y cuanto está a la mano. Dos mujeres llegan hasta la recámara de Eloísa y se abalanzan sobre las joyas. En la sala: Los jóvenes de la guitarra manosean a Libertad, que ríe con placer histérico. Los jóvenes le desgarran la blusa.)
Fortaleza: (Aterrada, a Eloísa.) ¿Éste es el mundo, madre?
Eloísa: Sí, hija. Éste es el mundo. Míralo. Hay que conocerlo para defenderse de él. (Mientras dice esto, Eloísa toma el látigo y descuelga una de las escopetas de la pared y la da a Fortaleza.) Dispara a quien te falte. No tengas miedo. Si te atacan, mata. (Chasquendo el látigo contra la gente.) ¡Fuera, fuera, fuera!
(Se oye la sirena de la policía. La gente huye hacia la calle. Lucero está contemplando la puerta abierta. Fortaleza sigue empuñando la escopeta. Libertad llora echada en el suelo. Afuera, rumor de pisadas. De momento se hace un gran silencio.)
Eloísa: ¿Qué sucede? ¿Qué le hacen a tu padre?
(Eloísa va hacia la puerta. Lucero arrebata el arma de las manos de Fortaleza y se pone en la puerta impidiendo el paso.)
Lucero: (A Eloísa.) ¿A dónde vas?
Eloísa: A salvar al lobo para que tu padre viva.
Lucero: (Amenazante.) ¡Quita! Tuvimos tiempo de escoger. Que se cumpla Io que debe cumplirse. (A Fortaleza.) Dejé las llaves en la cerradura. Ve y cierra.
Eloísa: ¡No! ¡Deja la puerta abierta!
Lucero: (A Eloísa.) Quieta o te mato...
Eloísa: (Horrorizada.) ¡Lucero!
(Fortaleza echa llave y regresa.)
Lucero: No saldremos más. Ahora soy yo. Empezaremos de nuevo. Vamos. Hay que preparar el entierro de Azul.


FIN