domingo, 21 de octubre de 2018

ESCARABAJOS. Pacho O'Donnell.



ESCARABAJOS
Pacho O'Donnell

Primer acto
  1. Escenografía: El living-room de un departamento de clase media, época actual. Un televisor, que permanecerá encendido durante todo el primer acto, preferentemente ubicado a un costado del escenario, de perfil hacia el público, de manera que éste no pueda distinguir la imagen pero sí en cambio su resplandor. Un sillón de dos plazas frente al televisor. El retrato de un adolescente de aproximadamente de 16 años, ubicado sobre algún mueble, muy visible para el público. Una chaise-longue. Una ventana tapiada, es decir tapada con una tabla de madera. Un armario.
Al alzarse el telón se verá a Marta sentada frente al televisor en la habitación a oscuras, solo iluminada por el resplandor de la pantalla. Es una mujer entre los 35 y 40 años, vestida y maquillada estrictamente a la moda que habla, gesticula y se mueve como se supone que “debe” hablar, gesticular y moverse una mujer actualizada, alguien que no se anima a ir más allá ni quedarse más acá de lo que indica la norma. Durante toda la obra, salvo en la escena que marcará en el 2o acto, Marta deberá trasmitir, sin exageraciones, sutilmente, a sensación de que todo su ser es un “como si”. Así, cuando ríe es como si estuviera alegre, cuando seduce es como si estuviera “caliente”, etc. Podría decirse que Marta habla y actúa como si estuviera permanentemente “pasando un aviso” televisivo.
Marta mira la pantalla aunque le presta una atención sólo parcial, más controlando lo que en ella sucede que conectándose realmente con algún programa. El televisor funciona como ventana sustituta de la real, la tapiada, asomándose a ella para “saber” qué pasa afuera, en el mundo.
Marta recompondrá varias veces su postura sobre el sillón, por momentos parecerá interesada, sentada al borde del asiento, pero de inmediato, sin transición, adoptará una actitud laxa, de franco aburrimiento. De vez en cuando cambia de canal, recorriéndolos insistente, obsesivamente, sin anclar en ninguno. De pronto se pone de pie bruscamente, como emergiendo de algo a través del moverse, y enciende la luz. Se dirige con paso vivo, con forzada decisión, hacia el armario de donde toma un aerosol desodorante que difumina por el ambiente como un ritual, con movimientos casi balletísticos, trazando figuras en el aire con la pulverización. Durante sus evoluciones, que abarcan todo el ambiente, Marta esquiva el retrato. Poco a poco se va agotando el relativo interés que ha logrado infundir a su acción hasta que finalmente guarda el frasco en el armario y vuelve a sentarse frente al televisor, como si no le quedara otra alternativa y repite las acciones anteriores hasta que en un arranque impetuoso, esforzándose en mostrarse decidida y segura, toma el celular y disca un número.
MARTA: Hola, quién habla...ah, qué tal, como le va, habla Marta...(su interlocutor tiene dificultades para escucharla)...Marta habla...(casi gritando)...sí, Marta como le va ( hace un gesto de fastidio)...bien, bien, gracias...sí ...llámela a su esposa(casi gritando otra vez)...sí, a su esposa, quiero hablar con ella...adiós, gracias...(Marta se instala frente al espejo y mientras habla se mira en él, arreglándose el pelo y la vestimenta pero con la actitud de quien está reconociéndose, casi como quien estuviera a su frente no fuera ella misma. En cierto momento se abre el escote y desnuda uno de sus senos y lo observa, inmóvil, durante un rato. La conversación telefónica será amable y desganada, como si fuera un acto realizado muchas veces, rutinario. Debe ser ostensible la disociación entre lo que dice y lo que hace)...hola, como le va señora (su nuevo interlocutor ha aparecido en la línea)...qué tal...anoche la estuvimos llamando pero daba siempre ocupado...estaría descompuesto...serían las nueve, más o menos...entonces estaba descompuesto...dicen que hay muchas líneas rotas y que no las arreglan ...pero no, señora, le aseguro que es cierto, intentamos varias veces...se habrá arreglado sólo, usted sabe que...sí, son un desastre…sí…sí…yo tuve que hacer algunos trámites pagar cuentas y esas cosas…no, al colegio no, mañana tengo dos horas...la directora me dijo que a lo mejor me daba alguna suplencia…usted sabe que sin palanca es difícil conseguir…ajá…(su tono se mantiene mecánico, sin emociones)…pero pobre, debe ser la humedad…¿tomó los remedios?...bueno, ya se le va a pasar…( de pronto Marta se impacienta, como si quisiera terminar la conversación)la llamaba para que me dijera como está el día …sí, vaya(espera unos segundos) hola…nublado…¿frío?...¿las mujeres usan tapado?...bueno, muchas gracias…bueno, bueno…(parece desear cortar pero su interlocutora la demora)sí, sí, cuando llegue Oscar le digo que la llame…no se preocupe, vamos a insistir y si no llamamos al 116 …el 114, tiene razón…bueno, hast…sí, hasta luego (por fin corta con un ademán de fastidio. Se dirige nuevamente hacia el televisor, se sienta en el sillón y eleva el volumen del sonido. En algunas escenas deberá tenerse especial cuidado de que éste no interfiera con el núcleo dramático mientras que en otras será aspecto fundamental del mismo)
(Suena el timbre. Marta se incorpora rápidamente, apaga el sonido del televisor dejando la imagen, retoca su aspecto frente al espejo y se dirige a la puerta de entrada. Observa por la mirilla y antes de abrir se demora un segundo para componer su personaje de “señora distinguida”).
MARTA: Ah, sos vos.
RUBEN: Que tal, señora
(Rubén es un mandadero de supermercado, adolescente de 16 años aproximadamente, hermoso, con algo de efebo. Una mezcla de ingenuidad y diabolismo erotizante que hace resonar los aspectos homosexuales y heterosexuales de los espectadores. Debe tener encanto, “hacerse querer”. Su vestimenta será la adecuada para un mandadero, no debe favorecerlo físicamente. En su brazo lleva una canasta con botellas, latas y paquetes)
MARTA (en tono condescendiente, entre amable y distante)Andá, dejá las cosas en la cocina.
(Rubén desaparece por una puerta lateral. Su actitud oscila entre la osadía y el recelo. Marta ha vuelto a sentarse frente al televisor aunque esta vez en la postura de una mujer sexy, insinuante y sofisticada. Enciende un cigarrillo con movimientos ampulosos, arrojando el humo hacia el techo después de haber saboreado la primera bocanada)
MARTA: Rubén, ¿trajiste todo?
RUBEN (reapareciendo velozmente)¿Cómo dice?
MARTA (indiferente, sin mirarlo)Que si trajiste todo.
RUBEN: Sí, creo que sí (permanece observándola unos segundos, esperando alguna muestra de interés por parte de Marta. Vuelve a desaparecer y durante un rato sólo se escuchan los ruidos de las botellas y los paquetes al ser descargados en la cocina)
MARTA: No rompas nada.
RUBEN (desde bastidores): Yo nunca rompo nada. (se asoma, haciéndose el simpático) ¿Alguna vez rompí algo? (Marta ni contesta ni lo mira. Rubén vuelve a desaparecer, continúan los ruidos durante algunos segundos más y por fin reaparece con la canasta vacía) Ya está, terminé.
MARTA : ¿Terminaste?
RUBEN (sonriendo, comprador): Sí, ya terminé (se queda quieto, como esperando que suceda algo. Es claro que hay una historia previa entre los dos y que cada una está jugando su papel acostumbrado) Bueno, me voy (es evidente que no quiere irse, que espera que Marta reaccione. Esta gira displicentemente su cabeza, sin abandonar su pose de mujer fatal y lo mira en silencio, con gesto serio, dominándolo. Lo que antecede y lo que sigue forma parte de una obra maestra de seducción y rechazo que Marta ejecuta con precisión, sin fallas, en la que Rubén asume el papel de víctima en parte por ingenuidad pero también porque lo esperanza la posibilidad de consumar una aproximación sexual con una señora como Marta. Se deja maltratar por una crueldad refinada , una crueldad hipnótica , disfrazada bajo los “buenos modales” de Marta.)
RUBEN (otra vez): Me voy.
MARTA (tajante) Vení (Rubén se acerca contento. Marta, todavía sentada, lo observa como estudiándolo) Sos lindo.
RUBEN (esforzándose, casi desesperadamente, por ser simpático y decir lo adecuado. Durante toda la escena Marta jamás le concederá la posibilidad de estar seguro de haberlo logrado) Usted también es linda.
MARTA (fingiendo disgusto) No me parece que eso sea algo adecuado para decirle a una señora casada (Rubén queda descolocado. Cuando está a punto de decidir irse, Marta vuelve a hablar, ahora mirándolo y con un tono más suave) ¿Tenés mucho trabajo?
RUBEN (recobrando la esperanza) No, dos o tres mandados más…
MARTA: El chino sabe elegir a los pibes (Rubén encoge los hombros, halagado, y vacila sin saber qué hacer con la canasta que tiene en la mano. Hace ostensible su indecisión para que Marta lo invite o autorice a desprenderse de ella. Por supuesto Marta se hace la desentendida y Rubén se queda con la canasta en la mano. Ella se incorpora y se le acerca sin abandonar su actitud de analista objetiva de su aspecto físico) Te deben de haber dicho muchas veces que sos lindo, ¿no?.
RUBEN: Sí…no, además depende de quién lo diga, porque…
MARTA (interrumpiéndolo, como señalándole estar haciendo una tontería divertida) ¿Qué haces con la canasta en la mano? (Rubén sonríe bobamente, como sorprendido in fraganti y la deja sobre una silla).
MARTA (dura) ¡Ahí no! me ensuciás el tapizado (Rubén susurra una disculpa y coloca la canasta sobre el piso, en un rincón, en tanto Marta, chasqueando la lengua y con una mueca de disgusto, sacude el asiento de la silla como si hubiera quedado muy sucio. Después se dirige hacia el televisor, eleva el volumen y se queda de pie frente a él, como interesada. A sus espaldas Rubén no sabe qué hacer o decir y se limita a mirarla, deseándola. Después de algunos segundos, con absoluto dominio de la situación, Marta se da vuelta bruscamente, buscando perturbarlo, hacerlo sentir culpable. Efectivamente Rubén da un respingo y se hace el distraído.)
MARTA: ¿Viste cuantas cosas que hay en la cocina?
RUBEN: Sí, tiene un montón de paquetes de fideos y botellas y azúcar...De todo. Un montón.
MARTA(insinuante) ¿A que no sabés por qué?
RUBEN (en voz baja, cómplice) No...
MARTA: ¿Seguro que no te das cuenta?
RUBEN (vacila, halagado): Bueno...
MARTA (muy próxima, francamente seductora): Bueno. ¿qué?
RUBEN (con pudor): Porque usted quiere que yo venga a su casa.
MARTA (exultante, como felicitándolo): ¡ Muy bien, no sos ningún bobito! (la excitación y el deseo aumentan en Rubén a medida que Marta va desplegando su telaraña provocativa. La sensación será equiparable a la del pescador que acerca su presa a la costa pero que en determinados momentos lo deja alejarse para cansarlo y luego atraerlo con mayor facilidad. Cederá ante Rubén solo para rechazarlo o ponerle límites en el instante preciso, en una sabia administración de frustraciones y concesiones que van alimentando en Rubén una “calentura” salvaje. Como contrapartida, Marta no se erotizará sino que hará “como sí” se erotizara).
RUBEN: Que linda pil... digo ropa tiene usted, eh...
MARTA:¿Te parece?
RUBÉN (acercándose) Sí, es muy linda, se ve que es cara (estira una mano para tocar la tela pero Marta se aleja en dirección al espejo) Le queda muy bien.
MARTA (mirándose en el espejo, es evidente que en realidad se está mostrando a Rubén) Sos un avivado, vos.
RUBEN: ¿Yo? ¿Por qué?
MARTA (con una expresión de reproche y picardía): Porque lo de la ropa era un pretexto para tocarme.
RUBEN (asumiendo el papel de “avivado” que se le ofrece) ¿Cómo cree una cosa así? por favor, yo se lo dije en serio, mire que...
MARTA (repentinamente tajante, como indignada) A mí me parece una falta de respeto, eso me parece (camina con energía hasta el televisor y eleva exageradamente el volumen. Rubén ha quedado paralizado, reprochándose el haber “metido la pata” y disgustado a Marta) Decile al chino que los huevos que me mandaron ayer eran una porquería, estaban podridos (Rubén cabecea asintiendo sumisamente y echa una mirada hacia la canasta, especulando con la posibilidad de irse. En ese momento Marta se da vuelta, cortante) ¿Escuchaste?
RUBEN (amedrentado, en un susurro): Sí...
MARTA: Como no decís nada... (su expresión virando de la irritación a la alegría) ...¿qué haces ahí parado?...(riendo a carcajadas) ¡Qué divertido que sos, Rubén! ¿sabes lo que parecés? (Rubén se distiende y sonríe) Parecés un policía haciendo guardia ( Rubén hace la venia, cómicamente. Marta le acerca su cuerpo y habla insinuantemente ) Sos muy divertido, vos. Huuummmm, tenés durito (le palpa el brazo, admirativamente), se ve que tenés fuerza...¿Son pesadas las canastas, Rubén?
RUBEN (dominando su excitación, mandándose la parte) Más o menos. Una vez la pesé en una farmacia y marcaba más de treinta kilos.
MARTA: ¡Más de treinta kilos!...¡pero es muchísimo Rubén! Con razón que tenés esos músculos (sus manos recorren el pecho, la espalda y los brazos de Rubén. Con toda naturalidad comienza a desprenderle lentamente los botones de la camisa) Sos un pibe muy lindo. Vas a ser un hombre muy atractivo cuando seas grande. A las mujeres nos gustan los hombres así (Rubén no se puede contenerse y con temor le toma de sus manos. Marta parece no darse cuenta de ello y continúa con su operación de desabotonarle la camisa. Cuando termina lo hace girar de los hombros con suavidad pero también con energía y le quita la camisa muy lentamente, como en un streap tease”. Después se aleja unos pasos y lo observa mientras juega con la camisa, enroscándola en su cuello, haciéndola ondular en el aire hasta que con un movimiento de bataclana la arroja en algún rincón del living-room. No deja de observarlo, estudiándola detenidamente con expresión entre seria y ávida, desplazándose alrededor de Rubén como quien admira una escultura. Este en un principio se rodea con sus propios brazos, como escondiéndose, pero de inmediato se corrige y trata de adoptar una pose desenvuelta, sacando pecho y contrayendo los músculos)
MARTA: Sí, sos lindo. Parecés un bambi… (el embarazo y la excitación de Rubén aumentan; ésa es la propuesta de Marta) Tenés la piel suave, como la de un bebe (Rubén se sacude por un escalofrío) ¿Qué te pasó? (Marta exagera su interés) ¿ Qué fue eso, Rubén?
RUBEN(inseguro): Me dio un chucho.
MARTA (divertida)0 ¿Un chucho? A veces decís cosas graciosas (Marta ha dejado de acariciarlo y es evidente la ansiedad de Rubén por la interrupción) Un chucho... (provocativa) ¿No querés que siga, entonces?
RUBEN (casi desesperado): Sí, sí, siga...
MARTA: ¿Y si te vuelve a dar un chucho? (Rubén alza los hombros indicando que no importa. Marta finge dudar y después continúa con las caricias. Rubén la toma de los brazos tímidamente y trata de acercar su cara. Ella parece permitirlo en un primer momento pero enseguida le pellizca la mejilla en un reproche mimoso) Sos muy apurado vos. ¿Es la primera vez que lo hacés?.
RUBEN (descolocado) ¿Qué co...? (se interrumpe y mira a Marta pidiendo confirmación de que se refirió al acto sexual pero ella no modifica su pose ni su gesto) ¿Usted dice?... (Rubén se anima) No, la primera vez no. O mejor dicho sí, porque no es lo mismo (ante la impavidez de Marta su voz se va apagando) Una vez, el año pasado, pero no...Era otra cosa, muy diferente ¿sabe? (la incomodidad de Rubén es ostensible y Marta no deja de observarlo. Por fin Rubén hace muecas y acciones imitando a un mono.)
MARTA (entre divertida y censora) ¿Qué hacés?
RUBEN: Es que me siento como los monos del zoológico, ¿vió?, que la gente los mira y comenta...
(La expresión de Marta se transforma como si Rubén hubiera pronunciado la palabra que jamás debiera haber sido dicha)
MARTA: ¿Los qué, dijiste?
RUBEN (en un susurro): Los monos... (Marta se aleja hacia el televisor, desentendida de Rubén que queda a sus espaldas) Parece que no hay nada interesante (Marta continúa en silencio. Rubén intenta otra vez.) Ese aviso es lindo. ¿vió? (Marta murmura algo inaudible) ¿Qué? (Marta no responde, indiferente, ocupada en el zapping. Rubén mira hacia la camisa como decidiendo ponérsela).
MARTA: Qué linda es esta mujer, ¿viste?
RUBEN (se abalanza a cruzar el ‘puente’ que le tiende Marta. Mejor dicho, la celada) Sí, está buena, buenísima.
MARTA: ¿Más linda que yo, Rubén?
RUBEN (luchando por hallar las palabras justas para no volver a disgustar a Marta) Bueno...son distintas, usted también está buena, muy buena...
MARTA: ¿Buenísima?
RUBEN (animándose): Sí, buenísima, eso, buenísima (Marta lo festeja exageradamente y recomienza su franeleo)
MARTA (tomándole la cara entre las manos y acercando su boca): Sos muy divertido.
RUBEN: ¿Se le pasó el enojo?
MARTA ( como extrañada): ¿Qué enojo?
RUBEN (desorientado): El de recién.
MARTA: Pero si yo no estaba enojada.
RUBEN (insiste): No se acuerda que cuando yo me hice el piola y le dije lo de los monos y usted...
MARTA (en voz muy baja): Los pantalones, Rubén... (en un impulso él la besa en la cara y el cuello. Ella lo deja durante dos o tres segundos y después lo separa sin abandonar la voz y la pose almibaradas. La sensación será la de una serpiente fascinando a su presa) Te dije que te sacaras los pantalones.
RUBEN (transportado y vacilante): Los pantalones...
MARTA: Sí, los pantalones (desafiante) ¿O tenés miedo?
RUBEN (reacciona): ¿ Miedo yo? ¿ Por qué voy a tener miedo? ( se los quita velozmente y deambula por la sala sin saber dónde dejarlos. Finalmente los abandona sobre una silla. Marta reinicia el juego de mirarlo de arriba abajo. Hace un gesto de desagrado)
MARTA: Ay, Rubén, sacate esos zapatos que quedás ridículo (Rubén obedece y después trata de adoptar una pose que lo favorezca. Marta ahora menea la cabeza afirmativamente, sonriendo con complacencia y abraza a Rubén como decidida a “abandonarse”. Rubén la estrecha y la besa frenéticamente, descontrolado, con ímpetu salvaje. Marta se presta aunque es evidente que en todo momento mantiene el domino sobre sí misma y sobre la situación. Rubén busca su boca para besarla pero ella lo esquiva. Da la impresión de que está a la espera de algo. Eso parece llegar cuando Rubén apoya una mano contra su seno y lo estruja, entonces ella lo rechaza ofendida, alterada) ¡Bruto, sos un bruto! (Marta se aleja hacia el espejo para recomponer su vestimenta. Cuando habla ya no lo hace con enojo sino reprendiéndolo) ¿Qué hiciste con la mano, sos loco vos? ¿Te crées que soy la negra esa con la que lo hiciste aquella vez?. Estás equivocado. Yo no soy una de ésas (la comunicación no verbal sería “se terminó, metiste la pata y yo no sigo más”) Pero la culpa es mía por meterme con pibitos ordinarios como vos.
RUBÉN (implorante pero también decidido) Discúlpeme, señora, lo hice sin querer. Lo que pasa es que soy medio bestia, ¿sabe? (avanza hacia Marta e intenta tomarla en sus brazos. Ella finge resistirse pero es evidente que está dilatando el momento de perdonarlo y continuar) No sé como se hacen estas cosas, ya le dije que era la primera vez...bueno, la segunda... (Rubén se atemoriza de haberla ofendido otra vez)... no, en realidad es la primera, sí, la primera (Marta lo mira como decidiendo si lo disculpa) Soy medio bestia, qué quiere que le haga. Dele, sea buenita, yo no sabía que eso estaba mal.
MARTA (repentinamente sonriente y mimosa, abrazándolo) Bueno, está bien, te creo, yo sé que sos un buen pibe y que si lo hiciste es porque no sabías (sugerente) Tenés muchas cosas que aprender, Rubén.
RUBÉN (anhelante): Yo quiero que usted me las enseñe (la conducta de Rubén está determinada en gran parte por un aceptar entrar en el juego de Marta con tal de recibir el premio del coito. Acepta someterse con tal de, si llega la oportunidad, “someter” sexualmente a esa señora que aparece ante sus ojos como la “gran mina”, el papel que Marta está representando para él y, obviamente, sobretodo para ella misma)
MARTA: ¿Como una maestra?
RUBEN: Sí, como una maestra (el muchacho espera que ella también se desvista. Tímidamente): ¿Y usted?
MARTA (como extrañada): Yo ¿qué?
RUBEN: Usted... (cohibido, indicando su vestimenta. Marta hace un gesto de no entender, después resopla con fastidio. Comunicación no verbal: “ No hay nada que hacerle, con vos no se puede”) Otra vez, Rubén, otra vez... (Rubén está semidesnudo, hermoso, su belleza ha ido descubriéndose a medida que fue despojándose de las poco favorecedoras ropas de mandadero).
MARTA (teatralmente lo conduce hacia la chaise longue). Alumno Rubén, venga con su maestra (el muchacho la sigue como hipnotizado. La escena debe tener algo de litúrgico, de solemnidad artificiosa, “como si” algo muy importante estuviera sucediendo. Al llegar al borde del diván Marta se sienta despaciosamente, mirándolo con una expresión “sensual” y “ comprensiva” , se quita los zapatos como si se desnudara y luego se reclina sobre los almohadones sin llegar a la posición horizontal. Su postura, sus movimientos y sus expresiones son exageradamente seductores. Hace una leve indicación a Rubén para que se le eche encima. Este, que la ha observado deslumbrado, jadeante, las manos crispadas, se abalanza sobre ella pero con cuidado de no ser torpe. Durante algunos segundos permanecen inmóviles, montados, mirándose, Marta con una sonrisa casi diabólica y Rubén atento, alerta a lo que sucedería a continuación. Ella toma la iniciativa y comienza a acariciarlo. Al principio el se deja hacer, pero a continuación, como sintiéndose autorizado da rienda suelta a sus impulsos. En un momento dado se nota que vacila en volver a tocarle un seno, luego lo intenta de a poco y como Marta no se opone incorpora esa parte a sus toqueteos y besos. Debe ser evidente que progresivamente a Marta le sucede algo, como si se deprimiera o como si comenzara a calentarse también ella, los ojos cerrados y una expresión crispada, casi dolorosa. Bruscamente se saca de encima a Rubén y se pone de pie. El queda boca abajo sobre el diván, desparramado y desorientado)
MARTA: Hay que apagar las luces (hace algunos ensayos de iluminación, apagando y encendiendo lámparas) Las luces son importantes, ¿sabés?, muy importantes. ¿ Así está bien? (Rubén cabecea, ansioso porque ella regrese al diván. Marta se detiene. Rubén la toma del brazo, atrayéndola. Ella tironea sin energía pugnando por dirigirse hacia el tocadiscos. Finalmente, con un mohín, abandona su propósito y vuelve a instalarse debajo de Rubén. Esta maniobra se lleva a cabo con cierta torpeza, parecería relacionarse con el estereotipo “la mujer abajo y el hombre arriba”. Nuevamente reinician el franeleo, en un “crescendo”; en él Marta lleva la batuta mientras Rubén se acerca al orgasmo. De éste se escuchará la respiración entrecortada y algunos quejidos de placer mientras que ella hace comentarios como “despacio, no tan rápido”, “che, no son tan pibe, eh”, “sos divino”, etc. Cuando está a punto de consumarse la penetración de un salto, como accionada por un resorte, Marta se pone de pie arrojando a Rubén al suelo. Corre hacia la llave de la luz para encenderla)
MARTA (furiosa, desencajada): ¡Bestia! ¡Cómo se te ocurre tocarme así, qué torpe, qué bestia! ¿Te crees que soy una puta yo, eso es lo que crees...? ¿Por qué metiste los dedos ahí, no tenías un lugar mejor para meterlos? Pero ¿quién te crees que soy?...(se arregla la ropa con brusquedad, como desembarazándose de algo)... pedazo de degenerado, eso es lo que sos, un degenerado... (Rubén la observa alelado, atragantado con el orgasmo inconcluso. Marta sigue furiosa, aunque es evidente que de un primer momento de descontrol verdadero ha pasado al “como si” estuviera furiosa)... Lo arruinaste todo. Tenías razón, sos un bestia.
RUBEN (gutural): Venga, señora, discúlpeme otra vez, no lo voy a hacer más.
MARTA (defraudada): No, no, ya no. Por hoy basta. Ya es demasiado. Yo soy buena, pero no estúpida (encarándolo) ¿O te crees que soy estúpida? (Rubén niega fervorosamente) Para que lo sepas no soy ninguna estúpida. Lo único que te falta, pensar que soy una estúpida.
RUBEN (llamándola en voz baja) Señora, por favor (Marta está frente al televisor, haciendo zapping) Señora.
MARTA (sin darse vuelta): Qué.
RUBEN (implorante y caliente) ¿No vamos a seguir? ¿Lo vamos a dejar por la mitad?
MARTA (con estupefacción, como si hubiera escuchado algo ridículo): ¿Por la mitad?... (ríe a carcajadas) Ay, Rubén qué cosas graciosas decís (el muchacho se estira para alcanzar el calzoncillo, se cubre los genitales y se pone de pie)
RUBEN (entre respetuoso y apurado): Señora...
MARTA (seca): Qué.
RUBEN: ¿Puedo pasar al baño?
MARTA: Pasá. Allá está. No mojes nada (Rubén sale de escena por la puerta que ella le señala. Durante un rato Marta demostrará una leve enervación, apenas perceptible. Encenderá un cigarrillo, jugará con su pelo y cambiará de canales con alguna brusquedad) Rubén.
RUBÉN (desde bambalinas) ¿Qué
MARTA: No me ensucies nada.
RUBEN: No...
MARTA (se incorpora y va hasta el espejo donde se observa y se palpa con algo de trágico, como reconociéndose): Rubén, ¿me escuchás? (no le permite masturbarse son tranquilidad) Te estás demorando mucho, apurate.
RUBEN (desde bambalinas): Ya voy
MARTA: Apurate que va a llegar mi marido.
RUBEN (con voz atemorizada): ¿Su marido?
MARTA: Sí, mi marido, parecés sordo (se escuchan ruidos precipitados, después Rubén reaparece, inquieto, terminando de ponerse los pantalones. Marta recompone su actitud autoritaria-seductora) Te demoraste mucho.
RUBEN: ¿Su marido llega enseguida?
MARTA (mira su reloj): Dentro de cinco minutos.
RUBEN: Entonces me voy.
MARTA (“extrañada”) ¿Por qué? (Rubén hace un gesto cuya traducción verbal sería: “Los hombres se enojan cuando sus esposas les meten los cuernos”. Pero Marta tampoco está dispuesta a permitirle ese papel.) Te dije que faltan cinco minutos para que llegue (melosa) Pero si mi bambi se aburre y quiere irse...
RUBEN: No, no, pero como usted me dijo que... (su voz se apaga al advertir que ella no lo escucha y en cambio se dirige hacia el armario donde toma el aerosol desodorante y comienza el ritual de pulverizar todo el ambiente, grave, en silencio)
RUBEN: ¿Quedó mal olor?
MARTA: No, ¿por qué?
RUBEN (frente al retrato del adolescente): ¿Recibieron carta?
MARTA. (no lo ve por estar de espaldas) ¿De quién?
RUBEN: De su hijo
MARTA (perturbada) Sí.
RUBEN: ¿Qué dice?
MARTA: Que está bien.
RUBEN: Debe ser lindo viajar. Yo lo más lejos que lejos que llegué fue a Mar del Plata. Debe ser de reonda eso de ir lejos y conocer gente distinta y cosas raras y lugares lindos...
(Marta se dirige hacia el sillón frente al televisor y al pasar junto a Rubén le hace cosquillas y éste se ríe, distrayéndose de lo que estaba diciendo. Marta insiste y él huye, ella lo persigue y durante un rato juegan entre risas y gritos. Después Marta corta bruscamente, aunque la diversión no parece agotada, y se sienta a ver televisión. Rubén se instala detrás de ella y la observa. Durante toda la obra cada vez que él pueda hacerlo la observará deseándola, “cogiéndosela” con la imaginación. Después se desplazarse por el living-room, mira los cuadros y toma algún adorno en sus manos, la expresión no verbal sería “me gustaría que todo eso fuera mio” )
MARTA: ¿Qué hacés?
RUBEN: Nada, miro.
MARTA: ¿Te gusta?
RUBEN: ¿Qué?
MARTA: Mi casa.
RUBEN: Sí (golpea la tabla que tapa la ventana con los nudillos) El otro día estuve mirando el cartel desde la calle (admirativo) Es enorme.
MARTA: (interesada) ¿ De día o de noche lo viste?
RUBEN: De día.
MARTA: Ah, no, tenés que verlo de noche, es bárbaro. Se ve desde la avenida
RUBEN: La macana es que les tapa la luz del sol.
MARTA: Una se acostumbra en seguida. Hay que hacer de cuenta que es uno de esos departamentos internos, ¿viste?, de esos que no dan a la calle sino a un patio chiquito y oscuro. Esos tampoco tienen luz, como éste.
RUBEN: ¿Les pagaron mucho?
MARTA: ¿Y a vos qué te parece? ¿Qué nos van a tapar la ventana porque tienen linda cara? Los de Quilmes nos pagaron un montón.
RUBEN (admirado): ¿Si?
MARTA (alardeando): Oscar se compró una video cámara, la mejor, marca... (hace memoria infructuosamente)... bueno, nunca me acuerdo, japonesa. Saca unas películas hermosas en colores que las podés ver en la videograbadora, como esas películas que alquilás en el videoclub. Y yo me compré un tapado de piel. ¿Querés que te lo muestre? (se dirige hacia un placard de donde retira un tapado de piel, se lo pone y desfila por la habitación tratando de imitar a una modelo. Rubén la festeja divertido).
RUBEN: Que bárbaro, es cualquier cantidad ese tapado (inspirado) pero lo que va adentro en más linda.
MARTA (vuelve a guardar el abrigo) Hay que tener cuidado con la polilla. Si una se descuida, adiós tapado. Por eso... (saca un objeto del placard y se lo muestra Rubén)
RUBEN: ¡La casita Yale!...
MARTA (pellizcándole una mejilla) ¿Quién me la trajo? (Rubén sonríe halagado. De improviso ella señala el televisor, entre sorprendida y admirada) ¡Uy, mirá!
RUBEN (respinga y se da vuelta para mirar la pantalla) ¿Qué?
MARTA: ¿No viste?
RUBEN: No, ¿qué había?
MARTA: ¿Pero no viste?
RUBEN: No.
MARTA: Ya pasó, Rubén, ya pasó. Qué bárbaro.
(Ella se sienta nuevamente a ver televisión. Rubén queda “pagando” a sus espaldas. Marta no le deja otra salida que la parálisis o el desconcierto. En un movimiento veloz Rubén toma un adorno y lo guarda en el bolsillo. Su opción es la de ser él también un tramposo, entonces roba como si no robara).
RUBEN: A mi mamá también le gusta la televisión, igual que usted.
MARTA (irónica) ¿Igual que yo? (comunicación no verbal: “yo soy superior a tu mamá”).
RUBEN: Le gustan las novelas de la Soledad Silveyra ¿La conoce?, la rubia esa.
MARTA (sarcástica): Soledad Silveyra, sí...
RUBEN (contento de hacer encontrado algún tema) A mi no me parece muy linda, a mi me gusta más la otra, ¿cómo se llama?, la morocha ésa...
MARTA: ¿Una mejicana?
RUBEN: No, la que salía con Echarri… Araceli González, está rebuena.
MARTA: No tenés mal gusto, eh, no tenés mal gusto. Con razón que sos tan avivado (Rubén sonríe halagado) Así que Araceli.
RUBEN: Se parece a usted
MARTA: ¿Te parece?
RUBEN (recula) Un poco sí
MARTA: Ah, era un poco nada más
RUBEN: Un poco bastante.
MARTA (meliflua) ¿Cómo es tu mamá, Rubén?
RUBEN: ¿La vieja? Es bárbara, mamá es bárbara.
MARTA: ¿Y tu papá?
RUBEN: (triste) No, papá falleció. Hace mucho.
MARTA (con un pesar hipócrita, sádico) ¡Huérfano! (atrae a Rubén hacia sí, como a un niño), pobrecito mi huérfano (el muchacho aprovecha para abrazarla una vez más) Habrás sufrido mucho... ¿Tenés hermanos? (Rubén cabecea afirmativamente y alza la mano con cuatro dedos. No es claro si sus respuestas son veraces o inventadas para complacerlas) ¿Cuatro?
RUBEN: Yo soy el mayor.
MARTA: Por eso trabajás, claro. ¿Hace mucho que trabajás? (Rubén hace un gesto incierto) Pobrecito. Seguro que tu madre trabaja mucho, también.
RUBEN: Más o menos. Tenemos un tío que nos ayuda.
MARTA: Yo también trabajo, doy clases. Pero porque quiero, no porque lo necesitemos. ¿No estudias más? (Rubén sacude la cabeza, negando) ¿Hasta que año llegaste?
RUBEN: (en voz baja) Cuarto.
MARTA: ¿Cuarto año?
RUBEN: (triste) No, cuarto grado...
MARTA: ¿Te hubiera gustado seguir estudiando? (Rubén alza los hombros como restándole importancia) Es una lástima porque se ve que sos un chico inteligente.
(Suena el timbre)
MARTA: Mi marido (el muchacho, algo temeroso, recoge la canasta) ¿Su marido? (ella abre la puerta y su voz y su acción responde a la pauta “cómo debe recibir una buena esposa al marido cuando llega a su hogar después del trabajo”. Como una pareja de anuncio publicitario.
Entra Oscar, un hombre en los cincuenta, corpulento, su actitud trasunta agresividad y desconfianza. Responde a la bienvenida de su esposa, deja su portafolio y entonces nota la presencia de Rubén. Este cabecea para saludarlo, embarazado)
MARTA (jovial): Es el chico del súper. Trajo el pedido.
RUBEN (dirigiéndose hacia la puerta de salida) Bueno, me voy, adiós señora.
MARTA (con una sonrisa de superioridad): Chau pibe, acordate de lo que te dije de los huevos podridos (Rubén mira fugazmente a Marta antes de cerrar la puerta, como esperando alguna señal de complicidad que no llega)
MARTA (a Oscar, sentado frente al televisor) ¿Querés una cervecita?
OSCAR: ¿Qué?
MARTA: Si querés una cervecita.
OSCAR. Ajá .
(Marta toma una botella de “Quilmes” y sirve dos vasos. Se sienta al lado de Oscar y le alcanza uno. El diálogo que sigue es, en realidad, un vínculo entre tres: Marta, Oscar y el televisor. Ambos no se miran entre sí sino que sus ojos se mantienen fijos en la pantalla. A veces no se escuchan o se mal entienden, o esperan a que terminen un parlamento televisivo para responderse)
MARTA. ¿Cómo te fue?
OSCAR: Bien, mucho trabajo.
(Silencio)
MARTA (sobre alguien que aparece en la pantalla) ¡Qué vieja está esa mujer! (Oscar se arrodilla frente al televisor y manipula los controles) Se le ven las arrugas.
OSCAR: Me cago en esta lluvia... Seguro que alguien se colgó de nuestra antena
MARTA: Siempre decís lo mismo.
OSCAR (distraído): ¿Qué?
MARTA (en voz baja, como si no le interesara que Oscar la escuche. A éste parece no importarle que lo repita o no) Que siempre decís lo mismo.
(Silencio. Sólo se escucha al televisor)
MARTA: ¿Pescaste s alguno?
OSCAR : Sí.
MARTA: ¿Gordo?
OSCAR : Más o menos. Computadoras (Silencio) Quince grados, ¿viste?, empezó el frío.
MARTA: Suerte que no hay mucha humedad.
OSCAR: Jum...
(Silencio)
MARTA: ¿Cuánto pediste?
OSCAR: (fastidiado) Lo de siempre, cuánto voy a pedir… (Silencio. Luego con algún interés en su voz, pero sin mirar a Marta) ¿Sabés que estuve pensando?. Que es un poco peligroso que vaya yo a cobrar. No sé , me parece. A lo mejor a alguno se le ocurre... Alguien me tendría que ayudar en eso.
(Silencio)
MARTA: ¿Podría ser un chico?
OSCAR (después de pensarlo unos segundos) Sí, podría ser un chico. Lo único que tiene que hacer es ir a buscar la guita.
MARTA: Podríamos decirle a Rubén.
OSCAR: ¿Quién?
MARTA: El chico del súper. Es un pibe despierto.
(Silencio)
OSCAR: Decile.




































Segundo acto

(Marta y Oscar se muestran dinámicos, casi excitados. La televisión apagada. El escenario está más iluminado. La incorporación de Rubén les ha insuflado vida)
MARTA (señala un florero que acaba de arreglar); ¿Te gusta?
OSCAR: Sí, queda bien.
MARTA: ¿Cómo le habrá ido?
OSCAR (impaciente): Ya podría estar de vuelta.
MARTA: No, es temprano. No te empecés a poner nervioso.
OSCAR: Es que diez lucas no son joda. Diez lucas son...diez lucas.
MARTA: Hasta ahora siempre lo hizo bien. Rubén es un chico vivo.
OSCAR: Sí, pero es la primera cobranza gorda y...
MARTA (interrumpiéndolo) Ya va a venir .
(Oscar tomar un paquete, en cuya envoltura se lee el nombre de alguna conocida casa de moda masculina)
MARTA: ¿Qué es eso? (Oscar sonríe, creando expectativa) Dale, dejame ver que es. ¿Es para mi? (se da cuenta, por la inscripción en el papel, de que se trata de un regalo para Rubén. Eso parece excitarla) ¿A ver que es? (Oscar desenvuelve el paquete morosamente, incentivando la inquietud de Marta. Por fin muestra una sunga muy breve).
OSCAR:¿ Te gusta?
MARTA: Es un taparrabos como los que usaba Tarzán
OSCAR: Se llaman sunga.
MARTA (no muy convencida) ¿No es muy chiquita?
OSCAR: Ahora se usan así.
MARTA (competitiva) ¿Para qué le compraste una mallita si la semana pasada yo le había regalado una?
OSCAR: Un chico moderno tiene que tener varias. ¿Vos te diste cuenta de la figura que tiene este turro? Una cinturita así tiene.
MARTA: Si, es lindo, Rubén es muy lindo.
OSCAR: Yo antes tenía un cuerpo así.
MARTA: No, vos siempre fuiste un poco gordo.
OSCAR: Grueso, Marta, yo siempre fui corpulento.
MARTA: Gordo, Oscar, gordo.
OSCAR: (entre juguetón y molesto) Lo que pasa es que los años engordan. Es natural.
MARTA: Lo que a vos te engorda no son los años, Oscar, es que comés mucho.
OSCAR (fastidiado) Vos también estás gorda.
MARTA (coqueta y sugerente) ¿Ah, Sí? Mirá, si estuviera tan gorda no tendría el éxito que tengo.
OSCAR (mirando el reloj) Ya tendría que estar aquí.
MARTA: Se demora mucho en ir y venir del centro. A lo mejor lo agarró un piquete.
OSCAR: Lo único que tenía que hacer era recoger la guita y volver rápido para acá.
MARTA: No te hagás mala sangre, Rubén es un chico muy piola.
OSCAR (recogiendo la doble intención): Ya sé que es un chico muy piola (excitado, cómplice) Contame, che, ¿el pibe se sigue tirando lances?
MARTA (ganadora) Ay, Oscar, siempre con lo mismo, vos...
OSCAR: Contame cómo hace.
MARTA: ¿Cómo hace qué?
OSCAR: ¿Qué te dice?
MARTA: Las cosas que dicen los chicos de su edad.
OSCAR: ¿Y vos?
MARTA: ¿Y yo qué?
OSCAR: ¿Y vos que decís o qué haces?
MARTA: Oscar, vos sabés que lo que yo hago es enseñarle para que pueda aprobar el grado a fin de año (muy sugerente, dándole a entender con su actitud y tono que entre ella y Rubén “pasan” otras cosas)
OSCAR: (exaltado) Son unos sinvergüenzas ustedes dos (la corre a Marta, riendo, empujando sillas y gritando. Finalmente Oscar la alcanza y se abrazan y casi se besan, como si fueran capaces de alguna ternura entre ellos. Marta se desembaraza con cierta brusquedad)
MARTA: El tapizado de este sillón está viejo, tendríamos que cambiarlo.
OSCAR: ¿Viejo?
MARTA: Ajá.
OSCAR:. Y bueno (Oscar vuelve a tomarla en sus brazos, ahora con alguna violencia, como en el mismo juego de antes pero con un elemento sádico evidente) Así que estudian Aritmética (comienza a retorcerle el brazo en su espalda. Marta progresivamente da muestras de dolor, grita y putea hasta que Oscar afloja)
MARTA (con lágrimas en los ojos): Sos una bestia.
OSCAR: Dale che, que apenas si te lo torcí.
MARTA: Sos una bestia.
OSCAR: Y vos una escombrera (le frota el brazo. Marta va cediendo, ablandándose) Sana sana culito de rana, si no sana (suena el timbre) ¡Por fin! (alegre)
MARTA: (corre a arreglarse ante el espejo, después abre con actitud seductora) Hola Rubencito, cómo te demoraste...
(Entra Rubén. Su aspecto es muy distinto al del acto anterior . Su vestimenta es a la moda. Sus maneras son más impostadas. Se ha mimetizado con el ambiente de la casa. Está aprendiendo a jugar el mismo juego que Marta y Oscar. Al entrar mantiene una mano oculta en su espalda)
RUBEN (desparpajado) Buenas…
OSCAR: ¿Qué te pasó, che? (le da una palmada en la espalda, entre amistosa y violenta. Durante el desarrollo del acto será evidente que Oscar aprovechará las oportunidades de palmearlo, tocarlo y abrazarlo, entre cruel y amable)
RUBEN (mandándose la parte): Y... no fue fácil...
OSCAR: (impaciente): ¿Te dio la guita o no?
RUBEN: Era un jodido el gordo, era.
MARTA (reprendiéndolo): Estás hablando en sánguche, lindo.
RUBEN (corrigiéndose): Es un jodido ese gordo.
OSCAR (trata de espiar la mano que Rubén mantiene oculta): Dale che, te la dio o no.
MARTA: Estarás cansadito.
RUBEN (mostrando un fajo de billetes): ¡Acá están!
OSCAR (le arrebata el fajo y cuenta): ¿Te dió todo?
RUBEN: No, todo no, me dio nueve mil quinientos.
OSCAR (primero sorprendido, después sospecha) ¿Seguro que nueve mil qui…?
RUBEN (evasivo) Insistió que era demasiada guita y tuve que transar.
MARTA (acariciándolo) Contanos que pasó.
RUBEN (como en el primer acto Rubén responderá siempre a los mínimos estímulos que provengan de Marta. Debe ser evidente que aún no ha logrado que ella acepte un acto sexual completo, carencia que justamente es el mecanismo que Marta usa para dominarlo y someterlo) Resulta que el gordo no estaba nada convencido, nada, no quería aflojar...
OSCAR (entre estupefacto e indignado) ¡Qué caradura de mierda!, veinte computadoras quería pasar, ¿se dan cuenta?, veinte, y encima se hace el estrecho... Hay cada tipo como para morirse.
MARTA: Dejá que Rubén nos siga contando
RUBEN: Yo le dije que fuera…
OSCAR: Realista, eso es lo que tenías que decirle.
RUBEN: … realista, eso, relista, que la multa legal era por lo menos de treinta lucas, como usted me había dicho, pero el gordo se paseaba por el cuarto (imita su voz y camina sacando panza) y decía “sepa mocito, que estas cosas me parecen muy desagradables”, mocito me decía.
MARTA (festejándolo, atragantada de risa) Mirá, Oscar, mira cómo lo imita (Oscar se une al jolgorio. Rubén toma más confianza y se lanza a una imitación casi payasesca) “Diez mil es mucha plata, mucha, no se crea mocito que a mí me sobra”, dale con el “mocito”, todo el tiempo con el “mocito” , “yo no soy de familia rica como muchos que se dan corte y lo único que han hecho en su vida es firmar un papel para recibir los millones del padre. No. Yo me hice de abajo. ¿Me escucha, mocito? De muy abajo”...
OSCAR (entre divertido y exigente): ¿Y vos qué le decías?...
RUBEN: Yo seguía sus instrucciones y me quedaba quietito, con cara de otario, Lo que usted me enseñó.
OSCAR (lo abraza con fuerza): Así me gusta que aprendas, hay otras cosas que te voy a enseñar.  
MARTA (indiferente): Cierto que le ibas a enseñar...
RUBEN:¿Qué me va a enseñar?
OSCAR: Nada, nada, es un chiste, una cosa entre Marta y yo. Dale, seguinos contando.
RUBEN: Bueno... (retoma su papel), “lo que me resulta también muy desagradable es que un mocito como usted ande metido en estas cosas, muy desagradable”
MARTA: Sos muy gracioso, Rubén, te podrís ganar la vida con las imitaciones.
RUBEN: El gordo pensaba y pensaba, yo creía que no se iba a decidir nunca. Ahí fue cuando  le dije lo de la multa legal de diez palos, que era lo que le había oído comentar a usted y entonces el gordo fue a la caja de fierro.
MARTA (meliflua) Sos un genio, lindo.
OSCAR (lo toma de un hombro y lo sacude) Te pasaste, Rubén.
RUBEN (muy envalentonado) El coso vino con la guita y me la dio. “Lleve esto al señor inspector y dígale de parte mía” (Marta y Oscar se ríen y contagian a Rubén que se interrumpe por la risa), “y dígale de mi parte que se vaya a la puta madre que lo parió, que es…” (risas de Marta y Rubén. Oscar ya no se ríe) “y dígale que es un coimero de mierda” (Marta y Rubén siguen riéndose sin darse cuenta que Oscar va enfureciéndose)
OSCAR: Ah, no, a ese gordo yo lo reviento, qué se cree, que me va a putear (Marta y Rubén cesan sus risas abruptamente. Oscar se pasea casi fuera de sí) Ese gordo de mierda, veinte computadoras quería pasar, le resuelvo el problema y encima me putea, se cree que se va a meter con mi vieja ese, ah no, yo lo reviento, le voy a aplicar la multa legal así se mete la lengua donde ya sabe.
MARTA (trata de aplacarlo) Tranquilízate Oscar, estás muy nervioso (Rubén se mantiene a un costado con la sensación de haber metido la pata) También vos Rubén, cómo se te ocurre... (otra vez a Oscar) Vamos, che, no exageres, no le des bolilla y listo...
OSCAR (gritando, enfurecido): ¡Como voy a dejar que se metan con mi vieja, y mucho menos un gordo mierdón como ése!... (a Rubén, con violencia), vos que lo conocés, ¿es un gordo de mierda o no?, contale (el muchacho asiente con la cabeza, asustado) Lo voy a reventar para que aprenda.
MARTA: No debés, él te pagó lo convenido, si no cumplís te vas a hacer mala fama.
OSCAR (acusando el impacto del argumento) Pero eso no le da derecho a andar puteando al que se le antoje... Además no pagó lo convenido, ¿no? (desconfiado, a Rubén) ¿Pagó quinientos de menos o no? (Rubén asiente cohibido) Nueve quinientos en vez de diez.
MARTA: Diez o nueve quinientos es lo mismo, Oscar. Si él pagó, vos tenés que cumplir. Tus ingresos dependen de que los clientes tengan confianza de que vas a cumplir.
OSCAR (desinflando su rabia): Sí, pero...yo no me metí con la madre del gordo (Marta, satisfecha de su éxito, abraza a Rubén. También Oscar le acaricia la cabeza, tirándole del pelo “cariñosamente”, la intención latente es la de separarlo de Marta) Rubencito viejo nomás, estuviste hecho un campeón(habrá momentos en que Oscar se dará vuelta para facilitar las efusividades de Marta y Rubén, en otros, en cambio, disputará con el muchacho la posesión de Marta, y en otros competirá con Marta por la atracción de Rubén)
MARTA (tiene una idea): Dame la plata (Oscar vacila pero después saca el fajo del bolsillo y se lo da. Marta desparrama los billetes sobre el piso) Ahora todos a sentarse y a pensar en qué vamos a gastar los diez. Digo los nueve quinientos (Oscar y Rubén siguen el juego y la imitan. Durante un rato permanecen en silencio, más en actitud de adoración que de reflexión. Rubén echa miradas deseantes hacia Marta y recelosas hacia Oscar. Este lo acecha cuando el muchacho está atento a su esposa y desvía la mirada cuando Rubén gira hacia él . Por fin habla Marta, iluminada) ¡Ya sé, ya está! (Demora el anuncio, creando suspenso) ¡Vendemos el viejo y nos compramos un auto nuevo!
RUBEN (deslumbrado, en un susurro): ¡Un auto nuevo...!
OSCAR; ¿Un auto? Dale che, no digas macanas.
MARTA (entusiasmada): En serio, Oscar, el nuestro ya está viejo.
OSCAR. Pero si no tiene dos años...
MARTA: No importa, ya es viejo, ¿no viste que lo nuevos son distintos, que tienen los farolitos traseros redondos? ¿No es cierto, Rubén, que ahora son redondos?
RUBEN: (no sabiendo bien qué actitud tomar, temeroso de la reacción de Oscar) En la tele pasan el aviso...
OSCAR: El coche anda bien, anda fenómeno. El otro día con Rubén lo levantamos a ciento cincuenta en la Panamericana.
MARTA: Saben que no me gusta que anden tan rápido.
OSCAR.: ¿ No es cierto Rubén que íbamos a cientocincuenta?
RUBEN: (entre dos fuegos, inseguro) Casi ciento sesenta.
OSCAR (triunfal): Eso, ciento sesenta (palmeando a Rubén, como siempre afectuoso-sádico) No tenías miedo ¿no es cierto? Sí, un poco tenías, ¿eh?
RUBEN (picado en su amor propio): ¿Miedo? No, ¿por qué iba a tener miedo?.
OSCAR (tocándolo) Así me gusta, bien machito.
MARTA (interfiriendo) No importa Oscar, lo cambiamos, es un modelo antiguo.
OSCAR: Además esa guita no alcanza, hace falta mucho más...
MARTA: No importa, el resto lo pagamos en cuotas. Vos está ganando bien (azuzándolo) ¿o no?
OSCAR (orgulloso): Qué te parece (señala los billetes desparramados por el piso)
MARTA (a Rubén, solemne y eufórica) ¡ Rubén, vamos a tener un auto nuevo!
(Rubén se desplaza por la habitación simulando conducir un automóvil y con la boca imita el ruido del motor. Oscar y Marta lo festejan. En su “recorrido” el muchacho ha ido a dar frente al retrato de Carlitos)
RUBEN: Se va a poner contento.
MARTA (sin darse cuenta, mimosa): ¿Quién, lindo?
RUBEN: Carlitos, quien va a ser (la expresión de Marta se endurece, Oscar lo mira serio) Se va a poner contento en el auto nuevo (hay envidia en el tono. Silencio) ¿Tienen noticias de él?
MARTA (contenida): ¿Vos tenés noticias, Oscar?
( Oscar niega con la cabeza)
RUBEN: Debe de estar muy ocupado con el viaje...
OSCAR. (en un arranque recoge el regalo y se lo entrega a Rubén con una euforia gritona): Tomá. Es para vos.
RUBEN (feliz): ¿Para mí?
MARTA (otra vez sonriente): Abrilo a ver si te gusta.
RUBEN (abre el paquete ávidamente y saca la mallita): ¿Qué es?
OSCAR: Y qué va hacer, gilún...
RUBEN (con cierto embarazo): Es una sunga, es.
MARTA: Hablaste en sánguche otra vez.
RUBEN: Una sunga.
OSCAR: Ponétela.
RUBEN (defendiéndose, inseguro): ¿Ponérmela, ahora?
OSCAR (imperativo): Dale, ponétela, a ver cómo te queda (toma a Rubén por los brazos) Las minas se van a dar vuelta cuando te vean con eso
RUBEN (acosado): Pero todavía falta para el verano...
MARTA (celosa, da un respiro a Rubén): Carlitos siempre usa mallas como ésa. Son preciosas.
RUBEN (aprovecha el resquicio y se aparta unos pasos) Me gustaría conocerlo. Cuando vuelva a lo mejor nos hacemos amigos ¿no?
(Por un instante, Marta y Oscar parecen paralizados. Es claro que toda referencia al hijo los trastorna. El muchacho aprovecha para volver a vestirse velozmente).
MARTA: Amigos... (a Oscar, como “iluminada”) Pasá la película, Oscar, así Rubén lo conoce a Carlitos
OSCAR (serio, desconfiado): No, mejor que no.
MARTA (firme): Pasala, Oscar, quiero que Rubén la vea.
RUBEN: Sí, dele, que le cuesta, vamos a verla.
(Marta acomoda tres sillas)
OSCAR : Marta, yo...
MARTA: (cortante) Pasala, Oscar.
RUBEN (muy interesado): Déle, que le cuesta, ¿o tiene miedo que lo critiquemos?
OSCAR (preocupado): Acordate de lo que pasó la vez pasada...
RUBEN: ¿Qué pasó?
MARTA: Nada pasó. Tiene miedo de que lo critiquemos, como vos decís.
(Oscar, bruscamente, se dirige hacia el placard y toma un casete o dvd y lo introduce en la videograbadora. Rubén no se ha dado cuenta de la tensión existente y se hace el gracioso)
RUBEN (payaseando): Caramelos, chocolates, bombomeeees (nadie se ríe y entonces se sienta al lado de Marta. Las sillas están de espaldas al público de manera que la cara de la mujer no se ve)
OSCAR (malhumorado, a Rubén) Apagá la luz, querés... (el muchacho obedece. Pasan algunos segundos y se escucha una puteada de Oscar que acciona el control remoto infructuosamente) Prendé la luz, carajo, cómo querés que maneje esto si no veo nada (Rubén se lleva por delante algo al correr hacia el interruptor. Al encenderse la luz se lo ve masajeándose una pierna con un gesto de dolor) Sos boludo, eh… Ahora apagá.
(Comienza la proyección del video familiar, con algunas tomas movidas o fuera de foco. Oscar y Marta permanecen en absoluto silencio)
RUBEN: ¡Eh, que le pasó ahí al gran director...! ¡Qué lindo! ¿Dónde están ahí? , parece Mar del Plata ...¿ese es Carlitos?...Qué serio que es ¿ nunca se ríe? (en la pantalla se ve a un adolescente muy serio, casi inmóvil, de ojos trágicos, mientras a su alrededor se la ve “revolotenado” a Marta señalándole la cámara, peinándolo, hablándole, empujándolo, tratando infructuosamente de que salude al objetivo, etc. )... ¿cómo lo hincha ¿no?
(Bruscamente Marta se incorpora, tirando una silla)
MARTA (aterrada): ¡Alguién gritó!...¡ Oscar, alguien está gritando! (la proyección se interrumpe y en la pantalla queda fijada la cara en primer plano de Carlitos, mirando fijamente hacia el público, muy serio, dramático, profundo, bellísimo, algo en él debe facilitar al espectador su identificación con Rubén)
OSCAR (corre a encender la luz, entre alarmado y disgustado): Qué pasa Marta.
MARTA (volviendo en sí): Alguien gritaba...
RUBEN (desasosegado): Yo no escuché nada.
OSCAR (duro): No gritó nadie, Marta, nadie. Es tu imaginación.
MARTA (reponiéndose): Me pareció que alguien gritaba.
RUBEN: Yo no escuché nada (se acerca a Marta, pero ésta se escabulle hacia el espejo donde se observa unos segundos, después comienza a maquillarse morosamente. Oscar recupera el cassete o dvd y lo devuelve al placard)
RUBEN: ¿No vamos a seguir?
OSCAR (cortante): No.
RUBEN: ¿Por qué? (silencio. El muchacho, incómodo, intenta romperlo) ¿Este video lo filmó con la cámara que compraron con lo de “Quilmas”?.
OSCAR (lo mira como si hubiera dicho un disparate): ¿Qué?
RUBEN (inhibido, busca con la mirada a Marta, pero ésta ha tomado el aerosol desodorante y desarrolla su ritual): Que si esa cámara, la del video que vimos, que empezamos a ver recién, la compró con la guita ... la plata que les dieron… (interrumpe la explicación porque Oscar no lo escucha. Rubén ha ido mimetizándose con la pareja, identificándose con ellos, de manera que sus emociones también tienen algo de actuación, de “como si”, aunque en menor grado ) ¿Están enojados conmigo?
MARTA (reacciona y lo toma en sus brazos, sonriendo, como quien consuela a un chico que llora): ¿Enojados? ¿Pero cómo se te ocurre eso, lindo? ¿Por qué nos vamos a enojar con vos? (Rubén se afloja, conmovido y caliente, como siempre: mezcla de chico ávido de afecto y de adulto que “chapa”) ¿Lo escuchaste Oscar? (Oscar no responde, absorto. Marta insiste, perentoria) ¡Oscar! Rubén dice si estamos enojados con él...
OSCAR (adopta una actitud similar a la de su esposa): ¿De dónde sacás esas cosas, che? ¿ Por qué vamos a estar enojados?
RUBEN (conmovido): No, yo decía (Marta y Oscar lo acarician transmitiendo algo de vejación, de “objeto”. En determinados momento las manos de los esposos entrarán en contacto entre sí y se harán un gesto de afecto, breve pero bastante sincero, como si el adolescente fuera un puente que les permitiera conectarse entre sí a través de su “utilización”. Oscar toma una botella de “Quilmes” y sirve tres vasos. Le alcanza uno al muchacho como si se tratara de una deferencia muy especial) Tomá. Pero no te emborraches, eh, porque si sin estar borracho sos un peligro...
(Rubén sonríe algo corrido, como no pudiendo o no queriendo precisar la segunda intención. Oscar no le alcanza el vaso a Marta que queda excluída momentáneamente. Oscar bebe el suyo de un trago, exhibicionistamente. Después se queda mirando a Rubén, quien interpreta su actitud como un desafío y luego de algunos segundos de vacilación lo imita, vaciando su vaso con esfuerzo. Oscar le toquetea el pelo, buscando el peinado que más lo favorezca).
MARTA: Dejalo, che, a mí me gusta como se peina (intenta devolver el peinado anterior pero Oscar se lo impide, insistiendo con el suyo. La impresión es de que están jugando con un “juguete”. Se manotean bromeando)
RUBEN (casi en un susurro): Qué suertudo.
MARTA: ¿ Quién?
RUBEN: Carlitos.
(Rubén ha aprendido conciente o inconcientemente a utilizar esa palabra mágica para paralizar a Marta y Oscar)
OSCAR: ¿Suertudo? (el grupo se dispersa)
RUBEN: Sí, a mí me hubiera gustado tener padres como ustedes, a mí nunca me sacaron películas, mis viejos no tenían auto (Rubén está conmovido. Marta adopta una expresión y una pose progresivamente enajenada a medida que el adolescente habla) Además Carlitos puede viajar, conocer gente nueva, ver lugares, qué se yo...
MARTA (a Oscar): ¿Lo escuchaste? Dice que le hubiera gustado ser Carlitos...
OSCAR (como queriendo contenerla): Marta.
MARTA (tomando la cara de Rubén en sus manos) ¿Te hubiera gustado ser Carlitos? (el muchacho sonríe sin entender)
OSCAR : Pará Marta...
MARTA (rechazando a Oscar, muy decidida): ¡Vas a ser Carlitos! (besa a Ruben frenéticamente. A Oscar) Vamos a pasear con Carlitos, Oscar, vamos, como antes, ¿te acordás? , los tres juntos...
RUBEN (bromista, desubicado): ¿En el auto de faroles redondos?
MARTA (no lo toma como un chiste) Si, Carlitos, vamos a pasear en el auto nuevo
RUBEN: ¿Carlitos? Yo soy Rubén, no Carlitos.
MARTA (dispone tres sillas como en un auto imaginario, dos adelante y una atrás. A Oscar) ¿Tenés las llaves? (Oscar asiente, ha entrado en el juego) ¿A dónde vamos? (Oscar hace un gesto de incertidumbre. Marta se vuelve hacia Rubén, como quién le habla a un chiquito) ¿A dónde querés ir lindo? (el muchacho se encoge de hombros y sonríe incómodo, no sabiendo si el asunto es en serio o en broma) ¿A dónde te gustaría ir?
RUBEN (cohibido): Y...no sé...a Merlo...
MARTA: ¿A Merlo? No, Carlitos, a vos siempre te gustó ir a ver los aviones o a Palermo o a lo de tío Mauricio...
RUBEN: Bueno, vamos a ver los aviones.
OSCAR (perentorio): Vamos al Caribe (recoge la sunga y se la alcanza a Rubén) Ponétela (éste se quita camisa y zapatillas)
RUBEN (defendiéndose) Hace frío para bañarse en una pileta...
OSCAR (firme): En el Caribe hace calor, es verano (Rubén busca ayuda en Marta pero ésta se desentiende) Ponétela (Rubén vacila. El tono de Oscar es progresivamente violento) Vamos, no me hagas perder tiempo.
MARTA (suavemente): Hacele caso a tu papá.
RUBEN: El no es mi… (toma la sunga y se la pone quedando desnudo por algunos segundos a la vista del público y a merced de la mirada lasciva de Oscar, quien da vueltas a su alrededor, excitado) Che, pero qué bien te queda, te hace una figura bárbara (lo palmea, lo toca, lo abraza, en un evidente “franeleo” erótico) Estás sensacional, sensacional . Cuando seas grande vas a tener un éxito bárbaro con las mujeres ¿no es cierto Marta?
MARTA (cuando parece que Oscar está al borde del descontrol interviene, interponiéndose) Bueno, vamos al Caribe (grita y golpea las manos) ¡Todos al auto, vamos que se hace tarde y hay que aprovechar el sol! (hace el ademán de abrir la puerta, cerrarla y se sienta en la silla derecha. Rubén la sigue aprovechando para huir de Oscar, ocupa el asiento posterior. Este se sienta en el lugar del conductor. A lo largo de la escena que sigue los esposos estarán “realmente” en el auto. Rubén se meterá a medias por miedo a quedarse afuera y también porque obtendrá el beneficio de la proximidad corporal con Marta. Se inicia el viaje, ponen en marcha el auto, miran por la ventanilla, durante algunos segundos de silencio)
MARTA (dándose vuelta): ¿Qué pasa Carlitos, por qué estás tan callado?
RUBEN (mirando por la ventanilla) Qué lindo día... ¡uy, miren el culo de aquella gorda...!
MARTA (súbitamente muy severa): ¡No seas mal educado! ¡Sabés que no me gusta que te burles de la gente!
OSCAR (amenazante): Si decís eso otra vez te doy una paliza que te la vas a acordar el resto de tu vida...
(Silencio pesado. Marta y Oscar miran hacia delante sin hablar entre sí. Después ella vuelve a girar la cabeza para dirigir una sonrisa con una pizca de diabolismo a Rubén)
MARTA: ¿Estás divertido, lindo?
RUBEN (animándose): Sí, la próxima vez voy a invitar aun amigo.
MARTA (dura): ¿Un amigo? Pero si vos no tenés amigos, si a vos lo que más te gusta es salir con nosotros (dándole la espalda) Si te aburrís con nosotros volvemos a casa y se acabó. Si salimos es por vos, para sacarte a pasear no porque a nosotros nos divierta mucho
OSCAR (severo): No la hagas rabiar a mamá, che.
RUBEN: Pero si yo... (se interrumpe sin saber qué decir. Otro silencio tenso. Trata de cambiar el clima) Che, papá, ¿qué tal anda el auto?
OSCAR: Te vas a poder mandar la parte.
RUBEN (desconcertado): ¿Con quién?
OSCAR: Con tus compañeros de la escuela.
MARTA (seca) Hace mucho que no va a la escuela.
RUBEN: ¿No?....¿Y porqué? (no hay respuesta) ...ah, claro si estoy de viaje...
(se acerca a oler la nuca de Marta, desdoblándose en “Carlitos” y en Rubén) No me contestaste, viejo...
OSCAR (disgustado) ¿Qué no te contesté?.
RUBEN: Si el auto anda bien porque
OSCAR (lo interrumpe): ¿Y como querés que ande si es nuevo?...Qué preguntas idiotas que hacés.
MARTA (mastica las palabras): Oscar el nene no es ningún idiota.
OSCAR (aumentando la presión): Yo no dije que era idiota, dije que la pregunta era idiota.
MARTA (a Rubén, con una conmiseración exagerada): Pobrecito mi amor (estira los brazos como para alzar un bebé) Venga con su mamá.
OSCAR : Sabés que me molesta para manejar.
MARTA (lo ignora) Venga mi pichoncito... (Rubén vacila pero finalmente se impone su deseo sexual. Se pasa al asiento delantero y se sienta semidesnudo sobre las faldas de Marta, dando la espalda a Oscar. Marta lo acaricia y lo abraza muy sensualmente, aunque sosteniendo la apariencia madre-hijo. Rubén se excita progresivamente aunque se contiene por la presencia de Oscar) Carlitos tiene muy buen cuerpo, muy atractivo
OSCAR (envidioso, tocándolo): Eso le decía yo hace un rato, que las minas se van a dar vuelta por él, como me pasaba a mí cuando tenía su edad.
MARTA (cruel): Siempre fuiste gordo.
OSCAR (acusando el impacto): No era gordo, sabés, y aunque ahora por la edad estoy más robusto engancho las minas que quiero. Alguna vez te voy a contar para que no jodas más con lo de la gordura (de pronto da una palmada rabiosa y fuerte contra la pierna de Rubén) ¡Sacá la pata de ahí que no puedo hacer los cambios! ¡Mil veces te lo he dicho que no se molesta al conductor!.
(Rubén lo mira asustado, acariciándose la parte golpeada)
MARTA (meliflua): Vos sabés que papi se pone nervioso cuando maneja ¿para qué pones la pata, eh? Vos sabés como es papá.
(Oscar sigue “manejando” con bronca evidente. Rubén y Marta abrazados y acariciándose)
OSCAR (a Rubén, intentando ser jovial) Nos vamos a divertir en la pileta, ¿eh? Nos vamos a bañar juntos.
RUBEN: (acomoda su cuerpo girando algo hacia Oscar, es Marta la que ahora queda algo desplazada) Sí...
OSCAR: Los varones por su lado, las mujeres por otro, ¿eh Carlitos?
RUBEN: ¿Usted trajo malla?
OSCAR: Claro que traje, cómo querés que vaya a la pileta sin malla (haciéndose el gracioso, excitado) ¿o querés que me bañe con camisa y pantalón?.
RUBEN (se ríe sinceramente, más interesado en la charla): Sería cómico bañarse vestido ¿no?
(Oscar y Rubén se ríen juntos y Oscar le golpea un muslo cómplicemente. Marta ha permanecido seria, casi a espaldas de Rubén)
MERTA (muy brusca, casi feroz, interrumpiendo las risas): ¡Carlitos me estás arrugando el vestido, andate para atrás! (Rubén la mira desconcertado) ¡Andate para atrás, te dije! (lo empuja, se podría decir que lo arroja, hacia atrás. El muchacho tambalea y cuando se acomoda en la silla posterior se queda serio y tieso. Sigue un silencio prolongado, tenso)
OSCAR (con alegría forzada): ¡Ya Llegamos a la Pileta! (se apresta a estacionar)
MARTA (en un susurro casi inaudible): Volvemos a casa (Oscar continúa la maniobra) No vamos a la pileta, Oscar. Volvemos (Oscar la mira con rabia creciente) Poné en marcha el motor y volvamos.
OSCAR (furioso, como advirtiéndole) Marta…
MARTA (idem) No quiero seguir, me escuchás, ¡no quiero! (Oscar se alza bruscamente de su silla abandonando el juego).
(La escena siguiente está cargada de una violencia enorme que va aumentando progresivamente, como una explosión en cadena o un orgasmo. Es el momento de la obra en que Marta y Oscar son más sinceros emocionalmente)
OSCAR: Me tenés harto, sos una pelotuda.
MARTA (también se pone de pie. Los esposos parecen dos gallos de riña, evolucionando en la pista): Dale, decilo adelante del chico que el médico se va a poner muy contento.
OSCAR: Carlitos no tiene nada que ver con esto.
MARTA (aullando): El médico dijo que no nos pelearemos delante de el.
OSCAR: Fuiste vos la que empezaste con lo de la pileta.
MARTA: No es programa para un chico.
OSCAR (apremiante, a Rubén) Decile, Carlitos, decile si no tenés ganas de ir al Caribe, decile…
RUBÉN (acosado, angustiado) Yo no soy Carlitos
MARTA (explota) Siempre te queres salir con la tuya, siempre (se interpone entre Oscar y Rubén), y dejalo al chico tranquilo, ¿me cuchás? Dejalo tranquilo.
OSCAR: ¿Qué le hago yo al chico? (encrespado) Mirá Marta, me tenés harto ya, estoy podrido de vos.
MARTA: ¿Harto vos? No, yo soy la que esta harta, la que no se aguanta mas.
OSCAR (la amenaza con decir algo) Marta pará, no sigas
MARTA: No paro nada.
OSCAR: Marta, pará, es la última vez que te lo digo.
MARTA (incitándolo): ¿Qué vas a decir, a ver, que va a decir el gran macho?
OSCAR (feroz): Que sos una mierda, que como esposa no servís y que como madre lo único que pudiste hacer es un hijo enfermo…
MARTA (“touchée”) Ahora resulta que yo tengo la culpa. ¡Sos una porquería!
(Rubén, con angustia creciente, no encuentra lugar en ese infierno que se ha destado)
OSCAR (triunfal, como gozando el golpe): Vos me obligaste, Marta, sabés que no me gusta hablar de eso.
MARTA (fuera de sí): Lo que a vos te gusta es echarme la culpa de lo de Carlitos (a Rubén) Carlitos no está de viaje, ¿sabés?, Carlitos está internado, hace meses que está internado (el muchacho escucha desconcertado), ¿sabés por qué?, porque está loco, rematadamente loco, (crescendo) lo más loco que te puedas imaginar, un loco de película, de película de locos, loquísimo (sollozando) muy, muy loco.
OSCAR (intenta serenarla): Marta…
RUBÉN: Entonces no está en Europa…
MARTA: ¿Europa? No, está en Flores, en la calle… (no recuerda. A Oscar, provocativa) ¿Dónde está el nene, Oscar, dónde?
OSCAR (intenta sujetarla) Pará Marta.
MARTA: A lo mejor se fue a Europa, hace tanto que no lo vemos… ¿Hace cuanto que no lo vamos a ver?
OSCAR: Sabés que el psiquiatra dijo que era mejor que no fuéramos.
MARTA (a Rubén): ¿Sabés por qué? Porque Carlitos se pone peor. Ese esquizofrénico hijo de puta empeora cuando sus papis lo van a visitar.
RUBÉN: ¿Las cartas, entonces…?
MARTA: Eso sí, las cartas sí, nos escribe de vez en cuando (Oscar se desplaza hacia el armario, intentando impedir que Marta lo abra) Salí de ahí, Oscar (Oscar no se mueve. Marta aúlla) ¡Salí de ahí, hijo de puta! (El se corre, ella toma una carta. A Rubén) Sentate ahí y escuchá (lee) “Queridos papi y mami”, (irónica) nosotros somos sus queridos papi y mami, “el problema que yo tengo, ya lo saben, es mi lucha contra los escarabajos, a veces me arrepiento de haber descubierto que los escarabajos no son insectos, sino invasores de otro planeta. Por eso es que los escarabajos quieren secuestrarme para torturarme y matarme. Quieren llevarme para arrancarme las piernas y los brazos y otras partes del cuerpo que no me atrevo a nombrar”, es el pirulín, ¿sabés?, Carlitos tiene miedo de que los escarabajos le arranquen el… (a Oscar) ¿cómo se llama eso?, ah si, la pija. “Los escarabajos son muy astutos, el otro día vinieron dos escarabajos disfrazados de ustedes. Entraron a la clínica haciéndose pasar mami y papi, por suerte me di cuenta a tiempo y los hice echar”. Fue ahí cuando el doctor dijo que mejor no volviéramos a visitarlo por un tiempo largo..
OSCAR (a Rubén, muy alterado): ¡Decile que la termine de una vez!
MARTA (muy histriónica): ¡Señoras y señores, les presento al señor escarabajo y la señora escarabaja!
RUBÉN (encogido): Yo no soy Carlitos y ella no es mi mamá (los esposos no lo escuchan)
MARTA: ¿Sabés? El le enseñaba a Carlitos a descuartizar escarabajos cuando era chiquito. ¿Te parece que es algo para enseñarle a un pibito?
OSCAR (contraatacando, a Rubén): Ella es la madre perfecta, una madre sensacional, de esas madres que hay pocas, ¿sabes? Tan buena madre que si hubiera sido por ella Carlitos no hubiera nacido, ¿sabés por qué? (Marta se contrae, como a punto de ser apaleada. Rubén está en medio de la pelea, recibiendo los “proyectiles”), ¿sabes por que? (crea suspenso), porque a la señora, a la distinguida e inmaculada señora no le gusta coger. Para ella esas son porquerías (Rubén mira a Marta como entendiendo su permanente seducción y rechazo) Carlitos nació de casualidad, mejor dicho por una batalla, coger con la señora siempre fue una batalla.
MARTA (fuera de sí por haber sido descubierta ante el muchacho): ¿Sabés cuantas veces lo hizo en la noche de bodas? El fue el que me arruino como mujer.
OSCAR (ambos le hablan a Rubén como si fuera un juez): Porque la señora acá presente tiene vocación de virgen María.
MARTA (grita): Seis, seis veces, menos veces no hubiera sido de macho. Yo gritaba, le imploraba…
OSCAR: ¡La señora acá presente a veces me presta su concha, su inmaculada concha para que yo me haga la paja!
MARTA: ¡Yo gritaba, sabés, le pedía que parara, me dolía, sangraba, pero él tenia que hacerlo y lo hizo seis veces!
OSCAR: Cuando me la presta es porque su maridito hizo algo para merecerlo, porque le compró algo …
MARTA: ¡O porque me pegás, porque te gusta pegarme! (descontrolada, se le va encima como queriendo atacarlo físicamente. Oscar la enfrenta. Marta se frena, atemorizada. La ansiedad y la desesperación de Rubén van en aumento, como una bobina que se va cargando con la tensión de la escena)
OSCAR: Cuidado con lo que hacés, Marta.
MARTA (preparándose para decir algo terrible): ¿Sabés lo que sos?
OSCAR (advirtiéndole): Marta, cuidado con lo que decís.
MARTA (como una serpiente) ¿Sabés lo que sos? (breve silencio antes de la catástrofe) Un coimero hijo de puta, eso es lo que sos (se produce un vacío en que el mundo parece haberse detenido. Después Oscar, enfurecido, se echa sobre Marta que, aterrada, huye. Es evidente que le quiere pegar, quizás matar. Ella busca protección detrás de Rubén, usándolo como escudo).
MARTA (despavorida): No Oscar, no.
OSCAR (fuera de si, tirando golpes. A Rubén): ¡Salí de ahí!
RUBÉN (gimoteante): No se peleen, por favor no se peleen.
OSCAR (tratando de apartarlo con violencia) No te metás vos, salí de ahí.
MARTA (implorante): ¡Ayudame Rubén, me va a matar!
RUBÉN (sollozante, Marta no lo deja correrse) Por favor señor, por favor.
(De pronto cambia la dirección de la furia de Oscar, ahora se concentra en Rubén)
OSCAR (mordiendo las palabras, con odio): Te dije que no la ayudaras, te dije que no te metieras (golpea a Rubén haciéndolo caer sobre el piso, en una escena de mucha violencia. Marta observa, aparte, súbitamente serenada. Oscar, insultándolo, excitado, se echa sobre Rubén y lo golpea brutalmente dando la sensación de que podría continuar hasta matarlo. Debe ser una escena muy cruel. Oscar jadea en aumento, como llegando a un orgasmo. Marta se acerca y lo toca en el hombro, como en una acción conocida, diciéndole con voz serena “basta Oscar, dejalo”. El continúa con dos o tres golpes y luego se detiene, dándose tiempo para recuperar su respiración. Su cuerpo, quizás algún mueble, ha obstruído la visión de Rubén para el publico. Luego Oscar se incorpora y se aleja del cuerpo del muchacho, como si volviera en si, reaccionando. Marta lo sigue, casi cariñosamente, como reconfortándolo. Muy lentamente, casi como un muerto que resucita, Rubén se incorpora. Su rostro está ensangrentado, su expresión es hueca, como vaciado de sentimientos, ni llanto ni rabia ni temor. Como la persona que ha sido superada por las emociones y se queda únicamente con el asombro. Un remedo de la expresión de Carlitos en la película. Se pone de pie, sangrante y dolorido, semidesnudo, bello y destrozado. Como un autómata se dirige hacia su ropa y se viste lentamente. Durante toda esta escena hay silencio)
MARTA (reaccionando, amable, quitándole importancia a lo sucedido): Vení Rubén que te voy a limpiar la cara que la tenés toda sucia (el muchacho respinga hacia atrás como un perro apaleado) ¿Pero que te pasa, Rubencito…? Vamos che, no seas exagerado, pasó y listo. Vení que te limpio (lo toma de un brazo y ambos salen por una puerta lateral. Oscar permanece en el escenario, sirve tres vasos de cerveza, se masajea los nudillos)
MARTA (regresa con Rubén): Bueno, ya está.
OSCAR (se hace el simpático, le extiende una mano): ¿Amigos otra vez? (Rubén lo mira inexpresivo, blando) Ah, ¿no querés ser mi amigo…?
MARTA (“comprensiva”): Es que Rubén es muy sensible, es un chico muy sensible.
OSCAR: ¿Vos no sabés que en todas las familias hay peleas? En todas (Marta afirma con la cabeza), Rubén, en todas. Vos sos un pibe que conoce la vida y sabés que es cierto (siempre simpático). Seguro que tus papis también se peleaban. Las peleas no son lindas pero qué le vamos a hacer, las guerras tampoco son lindas y los noticieros de la tele de lo único que hablan es de las guerras…el sarampión tampoco es lindo y ninguno se escapa de tenerlo.
MARTA (maternal) ¿Vos tuviste sarampión, Rubencito? (el adolescente apenas mueve levemente la cabeza, afirmando y Marta le hace cosquillas) ¿tenías el cuerpito todo colorado y lleno de granitos por aquí y por aquí (Rubén no reacciona a las cosquillas)
OSCAR (palmeándolo) Vamos, che, no seas exagerado, y si querés que te pida disculpas, bueno te las pido, disculpame, se me fue la mano. Pero yo soy así, que querés que le haga (sugerente) Yo también te disculpo unas cuantas cosas a vos, unas cuantas, para eso somos amigos (da por terminado el asunto y se sienta frente al televisor, lo enciende, toma tragos de su vaso de cerveza. A sus espaldas quedan Marta y Rubén, fuera de su vista, como dándoles permiso para que Marta lo bese, lo acaricie, le toque los genitales, lo aprete contra su cuerpo, etc. Al principio Rubén mantiene su hieratismo-estupor, después se va derritiendo hasta comenzar a sollozar y buscar a Marta, no ya eróticamente, sino como apoyo, como refugio. Es exactamente en ese instante en que ella lo separa)
MARTA (dulzona): Bueno, ya está, ahora te vas a tu casita a descansar (a Oscar) ¿ A qué hora lo necesitás mañana?
OSCAR: A las ocho y media
MARTA: No te quedés dormido que Oscar se enoja (tomándolo del brazo lo acompaña hacia la puerta)
OSCAR (de espaldas, mirando la televisión): ¡Que vieja que está esa mujer!
MARTA: Y eso que no hace mucho que se hizo un lifting
OSCAR: La dejaron más arrugada que antes
MARTA (se ríe) Rubén, chau, hasta mañana (muy sonriente, “pringosa”. Debe ser claro que en realidad lo echa. Rubén la mira como intentando descifrar algo, como si lo bueno y lo malo, el amor y el odio, lo deseado y lo temido, estuvieran mezclados en su interior. Y confundidos. En el momento en que da media vuelta para salir Oscar lo llama).
OSCAR (sin mirarlo): ¡Rubén!... Mañana no llegues tarde que tenemos otro asunto grosso como el de hoy (el muchacho sale, Marta cierra la puerta y regresa lentamente, pensativa. Con un impulso se dirige enérgicamente hacia el armario, toma el aerosol desodorante y repite morosamente su ritual en silencio. Al pasar frente a la foto de Cralitos le dirige un chorro que nubla el vidrio. Luego se sienta junto a Oscar, quien manipula el control remoto) ¡Qué mierda esta lluvia!, debe estar mal orientada la antena (se incorpora y telefonea) Hola (gritando)…hola viejo, como le va, si soy yo, Oscar. Bien, bien… estamos mirando televisión (por momentos se acaricia el puño)…llámela a mamá… (gritando mas fuerte)…si, a la vieja…bueno, bueno, chau…(espera unos segundos) hola, viejita, cómo estas…bien bien, estamos mirando televisión…, no nada en especial, y allá como están… (el dialogo transcurre rutinario, sin entusiasmo, como si “fichara”. Mientras habla Oscar mira la televisión y a veces tapa el tubo para escuchar el sonido) me alegro…acá esta mirando televisión… ¿el día?, bueno, ¿la noche?... fría…no muy fría…acá en la tele leo que hacen dieciocho grados, aja,… bueno pero dieciocho grados no es frío…entonces será la humedad…, si si,…todo bien, sin problema… (tapa el tubo, a Marta) pregunta mama si mañana tenés que dar clase (Marta no se inmuta)…dice que si, que mañana tiene …ya habló con el director…vos sabes que a mí mucho no me gusta que trabaje…no tenemos necesidad, pero ella quiere…(deseando cortar)…bueno, te dejo, si, mañana te llamo…no, no me voy a olvidar…no te preocupes…tomá los remedios, no te olvides, bueno…si, mama, si…chau…chau mama (Oscar apaga las luces y vuelve a su sitial frente al televisor. La escena queda solo iluminada por el resplandor del aparato. Marta y Oscar se mantienen en silencio. De pronto una luz rojiza, muy intensa se enciende y penetra por la ventana, iluminando la escena intermitentemente y confiriéndole una atmósfera infernal, impactante. Es el cartel luminoso que se ha encendido)
MARTA (inexpresiva): Son las nueve, enseguida preparo la cena (silencio prolongado)
OSCAR (sin mirarla) ¿Vos crees que va a volver?
MARTA: Si, va a volver. Seguro.


TELON

miércoles, 3 de octubre de 2018

Oscar Wilde . El gigante egoísta .

Oscar Wilde

El gigante egoísta 

Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.



-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.

Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.

-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.

Los niños escaparon corriendo en desbandada.

-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.

Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:

ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES

Era un Gigante egoísta…

Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.

-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.

Cuando la primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban y los árboles se olvidaron de florecer. Solo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.

Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.

-La primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.

La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.

-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.

Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.

-No entiendo por qué la primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.

Pero la primavera no llegó nunca, ni tampoco el verano. El otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.

-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.

De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.

Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era solo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.

-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.

¿Y qué es lo que vio?

Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Solo en un rincón el invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.

-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.

El Gigante sintió que el corazón se le derretía.

-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.

Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.

Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en invierno otra vez. Solo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la primavera regresó al jardín.

-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.

Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.

Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.

-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?

El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.

-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.

-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.

Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.

Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.

-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.

Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.

-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.

Una mañana de invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el invierno pues sabía que el invierno era simplemente la primavera dormida, y que las flores estaban descansando.

Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…

Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.

Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira y dijo:

-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?

Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.

-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.

-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.

-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.

Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:

-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.

Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.

FIN