martes, 23 de octubre de 2018

Federico García Lorca La casa de Bernarda Alba



Federico García LorcaLa casa de Bernarda Alba

Drama de mujeres en los pueblos de España
Personas
BERNARDA, 60 años
MARÍA JOSEFA (madre de Bernarda), 80 años
ANGUSTIAS (hija de Bernarda), 39 años
MAGDALENA (hija de Bernarda), 30 años
AMELIA (hija de Bernarda), 27 años
MARTIRIO (hija de Bernarda), 24 años
ADELA (hija de Bernarda), 20 años
CRIADA, 50 años
LA PONCIA (criada), 60 años
PRUDENCIA, 50 años
MENDIGA
MUJERES DE LUTO
MUJER PRIMERA
MUJER SEGUNDA
MUJER TERCERA
MUJER CUARTA
MUCHACHA
El poeta advierte que estos tres actos tienen la intención de un documental fotográfico.
Acto primero
Habitación blanquísima del interior de la casa de Bernarda. Muros gruesos. Puertas en arco con cortinas
de yute rematadas con madroños y volantes. Sillas de anea. Cuadros con paisajes inverosímiles de
ninfas, o reyes de leyenda. Es verano. Un gran silencio umbroso se extiende por la escena. Al levantarse
el telón está la escena sola. Se oyen doblar las campanas.
(Sale la Criada I. a )
CRIADA. Ya tengo el doble de esas campanas metido entre las sienes.
LA PONCIA. (Sale comiendo chorizo y pan.) Llevan ya más de dos horas de gori-gori. Han venido curas
de todos los pueblos. La iglesia está hermosa. En el primer responso se desmayó la Magdalena.
CRIADA. Ésa es la que se queda más sola.
PONCIA. Era a la única que quería el padre. ¡Ay! Gracias a Dios que estamos solas un poquito. Yo he
venido a comer.
CRIADA. ¡Si te viera Bernarda!
PONCIA. ¡Quisiera que ahora, como no come ella, que todas nos muriéramos de hambre! ¡Mandona!
¡Dominanta! ¡Pero se fastidia! Le he abierto la orza de chorizos.
CRIADA. (Con tristeza, ansiosa.) ¿Por qué no me das para mi niña, Poncia?
PONCIA. Entra y llévate también un puñado de garbanzos. ¡Hoy no se dará cuenta!
VOZ. (Dentro.) ¡Bernarda!
PONCIA. La vieja. ¿Está bien encerrada?
CRIADA. Con dos vueltas de llave.
PONCIA. Pero debes poner también la tranca. Tiene unos dedos como cinco ganzúas.
VOZ. ¡Bernarda!
PONCIA. (A voces.) ¡Ya viene! (A la Criada.) Limpia bien todo. Si Bernarda no ve relucientes las cosas
me arrancará los pocos pelos que me quedan.
CRIADA. ¡Qué mujer!PONCIA. Tirana de todos los que la rodean. Es capaz de sentarse encima de tu corazón y ver cómo te
mueres durante un año sin que se le cierre esa sonrisa fría que lleva en su maldita cara. ¡Limpia, limpia
ese vidriado!
CRIADA. Sangre en las manos tengo de fregarlo todo.
PONCIA. Ella, la más aseada, ella, la más decente, ella, la más alta. Buen descanso ganó su pobre marido.
(Cesan las campanas.)
CRIADA. ¿Han venido todos sus parientes?
PONCIA. Los de ella. La gente de él la odia. Vinieron a verlo muerto, y le hicieron la cruz.
CRIADA. ¿Hay bastantes sillas?
PONCIA. Sobran. Que se sienten en el suelo. Desde que murió el padre de Bernarda no han vuelto a entrar
las gentes bajo estos techos. Ella no quiere que la vean en su dominio. ¡Maldita sea!
CRIADA. Contigo se portó bien.
PONCIA. Treinta años lavando sus sábanas, treinta años comiendo sus sobras, noches en vela cuando tose,
días enteros mirando por la rendija para espiar a los vecinos y llevarle el cuento; vida sin secretos una
con otra, y sin embargo, ¡maldita sea!, ¡mal dolor de clavo le pinche en los ojos!
CRIADA. ¡Mujer!
PONCIA. Pero yo soy buena perra: ladro cuando me lo dice y muerdo los talones de los que piden limosna
cuando ella me azuza; mis hijos trabajan en sus tierras y ya están los dos casados, pero un día me hartaré.
CRIADA. Y ese día...
PONCIA. Ese día me encerraré con ella en un cuarto y le estaré escupiendo un año entero. «Bernarda, por
esto, por aquello, por lo otro», hasta ponerla como un lagarto machacado por los niños, que es lo que es
ella y toda su parentela. Claro es que no le envidio la vida. Le quedan cinco mujeres, cinco hijas feas, que
quitando a Angustias, la mayor, que es la hija del primer marido y tiene dineros, las demás, mucha
puntilla bordada, muchas camisas de hilo, pero pan y uvas por toda herencia.
CRIADA. ¡Ya quisiera tener yo lo que ellas!
PONCIA. Nosotras tenemos nuestras manos y un hoyo en la tierra de la verdad.
CRIADA. Ésa es la única tierra que nos dejan a los que no tenemos nada.
PONCIA. (En la alacena.) Este cristal tiene unas motas.
CRIADA. Ni con el jabón ni con bayeta se le quitan.
(Suenan las campanas.)
PONCIA. El último responso. Me voy a oírlo. A mí me gusta mucho cómo canta el párroco. En el «Pater
Noster» subió, subió, subió la voz que parecía un cántaro llenándose de agua poco a poco. ¡Claro es que
al final dio un gallo, pero da gloria oírlo! Ahora que nadie como el antiguo sacristán Tronchapinos. En la
misa de mi madre, que esté en gloria, cantó. Retumbaban las paredes y cuando decía amén era como si
un lobo hubiese entrado en la iglesia. (Imitándolo.) ¡Améééén! (Se echa a toser.)
CRIADA. Te vas a hacer el gaznate polvo.
PONCIA. ¡Otra cosa hacía polvo yo! (Sale riendo.)
(La Criada limpia. Suenan las campanas.)
CRIADA. (Llevando el canto.) Tin, tin, tan. Tin, tin, tan. ¡Dios lo haya perdonado!
MENDIGA. (Con una niña.) ¡Alabado sea Dios!
CRIADA. Tin, tin, tan. ¡Que nos espere muchos años! Tin, tin, tan.
MENDIGA. (Fuerte, con cierta irritación.) ¡Alabado sea Dios!
CRIADA. (Irritada.) ¡Por Siempre!
MENDIGA. Vengo por las sobras.
(Cesan las campanas.)
CRIADA. Por la puerta se va a la calle. Las sobras de hoy son para mí.
MENDIGA. Mujer, tú tienes quien te gane. Mi niña y yo estamos solas.
CRIADA. También están solos los perros y viven.MENDIGA. Siempre me las dan.
CRIADA. Fuera de aquí. ¿Quién os dijo que entrarais? Ya me habéis dejado los pies señalados. (Se van,
limpia.) Suelos barnizados con aceite, alacenas, pedestales, camas de acero, para que traguemos quina las
que vivimos en las chozas de tierra con un plato y una cuchara. ¡Ojalá que un día no quedáramos ni uno
para contarlo! (Vuelven a sonar las campanas.) Sí, sí, ¡vengan clamores!, ¡venga caja con filos dorados y
toallas de seda para llevarla!; ¡que lo mismo estarás tú que estaré yo! Fastídiate, Antonio María
Benavides, tieso con tu traje de paño y tus botas enterizas. ¡Fastídiate! ¡Ya no volverás a levantarme las
enaguas detrás de la puerta de tu corral! (Por el fondo, de dos en dos, empiezan a entrar Mujeres de luto,
con pañuelos grandes, faldas y abanicos negros. Entran lentamente hasta llenar la escena.)
CRIADA. (Rompiendo a gritar.) ¡Ay Antonio María Benavides, que ya no verás estas paredes, ni comerás
el pan de esta casa! Yo fui la que más te quiso de las que te sirvieron. (Tirándose del cabello.) ¿Y he de
vivir yo después de haberte marchado? ¿Y he de vivir?
(Terminan de entrar las doscientas Mujeres y aparece Bernarda y sus cinco Hijas.
Bernarda viene apoyada en un bastón.)
BERNARDA. (A la Criada.) ¡Silencio!
CRIADA. (Llorando.) ¡Bernarda!
BERNARDA. Menos gritos y más obras. Debías haber procurado que todo esto estuviera más limpio para
recibir al duelo. Vete. No es éste tu lugar. (La Criada se va sollozando.) Los pobres son como los
animales. Parece como si estuvieran hechos de otras sustancias.
MUJER I. a Los pobres sienten también sus penas.
BERNARDA. Pero las olvidan delante de un plato de garbanzos.
MUCHACHA I. a (Con timidez.) Comer es necesario para vivir.
BERNARDA. A tu edad no se habla delante de las personas mayores.
MUJER I. a Niña, cállate.
BERNARDA. No he dejado que nadie me dé lecciones. Sentarse. (Se sientan. Pausa. Fuerte.) Magdalena,
no llores. Si quieres llorar te metes debajo de la cama. ¿Me has oído?
MUJER 2. a (A Bernarda.) ¿Habéis empezado los trabajos en la era?
BERNARDA. Ayer.
MUJER 3. a Cae el sol como plomo.
MUJER I. a Hace años no he conocido calor igual.
(Pausa. Se abanican todas.)
BERNARDA. ¿Está hecha la limonada?
PONCIA. Sí, Bernarda. (Sale con una gran bandeja llena de jarritas blancas, que distribuye.)
BERNARDA. Dale a los hombres.
PONCIA. La están tomando en el patio.
BERNARDA. Que salgan por donde han entrado. No quiero que pasen por aquí.
MUCHACHA. (A Angustias.) Pepe el Romano estaba con los hombres del duelo.
ANGUSTIAS. Allí estaba.
BERNARDA. Estaba su madre. Ella ha visto a su madre. A Pepe no la ha visto ni ella ni yo.
MUCHACHA. Me pareció...
BERNARDA. Quien sí estaba era el viudo de Darajalí. Muy cerca de tu tía. A ése lo vimos todas.
MUJER 2. a (Aparte y en baja voz.) ¡Mala, más que mala!
MUJER 3. a (Aparte y en baja voz.) ¡Lengua de cuchillo!
BERNARDA. Las mujeres en la iglesia no deben mirar más hombre que al oficiante, y a ése porque tiene
faldas. Volver la cabeza es buscar el calor de la pana.
MUJER I. a (En voz baja.) ¡Vieja lagarta recocida!
PONCIA. (Entre dientes.) ¡Sarmentosa por calentura de varón!
BERNARDA. (Dando un golpe de bastón en el suelo.) Alabado sea Dios.
TODAS. (Santiguándose.) Sea por siempre bendito y alabado.
BERNARDA.
Descansa en paz con la santa
compaña de cabecera.TODAS. ¡Descansa en paz!
BERNARDA.
Con el ángel san Miguel
y su espada justiciera.
TODAS. ¡Descansa en paz!
BERNARDA.
Con la llave que todo lo abre
y la mano que todo lo cierra.
TODAS. ¡Descansa en paz!
BERNARDA.
Con los bienaventurados
y las lucecitas del campo.
TODAS. ¡Descansa en paz!
BERNARDA.
Con nuestra santa caridad
y las almas de tierra y mar.
TODAS. ¡Descansa en paz!
BERNARDA. Concede el reposo a tu siervo Antonio María Benavides y dale la corona de tu santa gloria.
TODAS. Amén.
BERNARDA. (Se pone de pie y canta.) «Requiem aeternam dona eis, Domine.»
TODAS. (De pie y cantando al modo gregoriano.) «Et lux perpetua luceat eis. » (Se santiguan.)
MUJER I. a Salud para rogar por su alma. (Van desfilando.)
MUJER 3. a No te faltará la hogaza de pan caliente.
MUJER 2. a Ni el techo para tus hijas. (Van desfilando todas por delante de Bernarda y saliendo.)
(Sale Angustias por otra puerta, la que da al patio.)
MUJER 4. a El mismo lujo de tu casamiento lo sigas disfrutando.
PONCIA. (Entrando con una bolsa.) De parte de los hombres esta bolsa de dineros para responsos.
BERNARDA. Dales las gracias y échales una copa de aguardiente.
MUCHACHA. (A Magdalena.) Magdalena.
BERNARDA. (A sus Hijas. A Magdalena, que inicia el llanto.) Chissssss. (Salen todas. Golpea con el
bastón. A las que se han ido.) ¡Andar a vuestras cuevas a criticar todo lo que habéis visto! Ojalá tardéis
muchos años en volver a pasar el arco de mi puerta.
PONCIA. No tendrás queja ninguna. Ha venido todo el pueblo.
BERNARDA. Sí; para llenar mi casa con el sudor de sus refajos y el veneno de sus lenguas.
AMELIA. ¡Madre, no hable usted así!
BERNARDA. Es así como se tiene que hablar en este maldito pueblo sin río, pueblo de pozos, donde
siempre se bebe el agua con el miedo de que esté envenenada.
PONCIA. ¡Cómo han puesto la solería!
BERNARDA. Igual que si hubiese pasado por ella una manada de cabras. (La Poncia limpia el suelo.)
Niña, dame un abanico.
ADELA. Tome usted. (Le da un abanico redondo con flores rojas y verdes.)
BERNARDA. (Arrojando el abanico al suelo.) ¿Es éste el abanico que se da a una viuda? Dame uno negro
y aprende a respetar el luto de tu padre.
MARTIRIO. Tome usted el mío.
BERNARDA. ¿Y tú?
MARTIRIO. Yo no tengo calor.
BERNARDA. Pues busca otro, que te hará falta. En ocho años que dure el luto no ha de entrar en esta casa
el viento de la calle. Haceros cuenta que hemos tapiado con ladrillos puertas y ventanas. Así pasó en casa
de mi padre y en casa de mi abuelo. Mientras, podéis empezar a bordar el ajuar. En el arca tengo veinte
piezas de hilo con el que podréis cortar sábanas y embozos. Magdalena puede bordarlas.
MAGDALENA. Lo mismo me da.
ADELA. (Agria.) Si no quieres bordarlas, irán sin bordados. Así las tuyas lucirán más.
MAGDALENA. Ni las mías ni las vuestras. Sé que ya no me voy a casar. Prefiero llevar sacos al molino.
Todo menos estar sentada días y días dentro de esta sala oscura.BERNARDA. Eso tiene ser mujer.
MAGDALENA. Malditas sean las mujeres.
BERNARDA. Aquí se hace lo que yo mando. Ya no puedes ir con el cuento a tu padre. Hilo y aguja para
las hembras. Látigo y mula para el varón. Eso tiene la gente que nace con posibles.
(Sale Adela.)
VOZ. Bernarda, ¡déjame salir!
BERNARDA. (En voz alta.) ¡Dejadla ya!
(Sale la Criada I. a )
CRIADA. Me ha costado mucho sujetarla. A pesar de sus ochenta años, tu madre es fuerte como un roble.
BERNARDA. Tiene a quién parecérsele. Mi abuela fue igual.
CRIADA. Tuve durante el duelo que taparle varias veces la boca con un costal vacío porque quería
llamarte para que le dieras agua de fregar siquiera para beber y carne de perro, que es lo que ella dice que
le das.
MARTIRIO. ¡Tiene mala intención!
BERNARDA. (A la Criada.) Déjala que se desahogue en el patio.
CRIADA. Ha sacado del cofre sus anillos y los pendientes de amatistas, se los ha puesto y me ha dicho que
se quiere casar.
(Las Hijas ríen.)
BERNARDA. Ve con ella y ten cuidado que no se acerque al pozo.
CRIADA. No tengas miedo que se tire.
BERNARDA. No es por eso. Pero desde aquel sitio las vecinas pueden verla desde su ventana.
(Sale la Criada.)
MARTIRIO. Nos vamos a cambiar la ropa.
BERNARDA. Sí; pero no el pañuelo de la cabeza. (Entra Adela.) ¿Y Angustias?
ADELA. (Con retintín.) La he visto asomada a la rendija del portón. Los hombres se acababan de ir.
BERNARDA. ¿Y tú a qué fuiste también al portón?
ADELA. Me llegué a ver si habían puesto las gallinas.
BERNARDA. ¡Pero el duelo de los hombres habría salido ya!
ADELA. (Con intención.) Todavía estaba un grupo parado por fuera.
BERNARDA. (Furiosa.) ¡Angustias! ¡Angustias!
ANGUSTIAS. (Entrando.) ¿Qué manda usted?
BERNARDA. ¿Qué mirabas y a quién?
ANGUSTIAS. A nadie.
BERNARDA. ¿Es decente que una mujer de tu clase vaya con el anzuelo detrás de un hombre el día de la
misa de su padre? ¡Contesta! ¿A quién mirabas?
(Pausa.)
ANGUSTIAS. Yo...
BERNARDA. ¡Tú!
ANGUSTIAS. ¡A nadie!
BERNARDA. (Avanzando con el bastón.) ¡Suave! ¡Dulzarrona! (Le da.)
PONCIA. (Corriendo.) ¡Bernarda, cálmate! (La sujeta.)
(Angustias llora.)
BERNARDA. ¡Fuera de aquí todas! (Salen.)PONCIA. Ella lo ha hecho sin dar alcance a lo que hacía, que está francamente mal. ¡Ya me chocó a mí
verla escabullirse hacia el patio! Luego estuvo detrás de una ventana oyendo la conversación que traían
los hombres, que, como siempre, no se puede oír.
BERNARDA. ¡A eso vienen a los duelos! (Con curiosidad.) ¿De qué hablaban?
PONCIA. Hablaban de Paca la Roseta. Anoche ataron a su marido a un pesebre y a ella se la llevaron a la
grupa del caballo hasta lo alto del olivar.
BERNARDA. ¿Y ella?
PONCIA. Ella, tan conforme. Dicen que iba con los pechos fuera y Maximiliano la llevaba cogida como si
tocara la guitarra. ¡Un horror!
BERNARDA. ¿Y qué pasó?
PONCIA. Lo que tenía que pasar. Volvieron casi de día. Paca la Roseta traía el pelo suelto y una corona de
flores en la cabeza.
BERNARDA. Es la única mujer mala que tenemos en el pueblo.
PONCIA. Porque no es de aquí. Es de muy lejos. Y los que fueron con ella son también hijos de forastero.
Los hombres de aquí no son capaces de eso.
BERNARDA. No; pero les gusta verlo y comentarlo y se chupan los dedos de que esto ocurra.
PONCIA. Contaban muchas cosas más.
BERNARDA. (Mirando a un lado y otro con cierto temor.) ¿Cuáles?
PONCIA. Me da vergüenza referirlas.
BERNARDA. Y mi hija las oyó.
PONCIA. ¡Claro!
BERNARDA. Ésa sale a sus tías; blancas y untosas que ponían ojos de carnero al piropo de cualquier
barberillo. ¡Cuánto hay que sufrir y luchar para hacer que las personas sean decentes y no tiren al monte
demasiado!
PONCIA. ¡Es que tus hijas están ya en edad de merecer! Demasiada poca guerra te dan. Angustias ya debe
tener mucho más de los treinta.
BERNARDA. Treinta y nueve justos.
PONCIA. Figúrate. Y no ha tenido nunca novio...
BERNARDA. (Furiosa.) ¡No, no ha tenido novio ninguna ni les hace falta! Pueden pasarse muy bien.
PONCIA. No he querido ofenderte.
BERNARDA. No hay en cien leguas a la redonda quien se pueda acercar a ellas. Los hombres de aquí no
son de su clase. ¿Es que quieres que las entregue a cualquier gañán?
PONCIA. Debías haberte ido a otro pueblo.
BERNARDA. Eso, ¡a venderlas!
PONCIA. No, Bernarda; a cambiar... ¡Claro que en otros sitios ellas resultan las pobres!
BERNARDA. ¡Calla esa lengua atormentadora!
PONCIA. Contigo no se puede hablar. Tenemos o no tenemos confianza.
BERNARDA. No tenemos. Me sirves y te pago. ¡Nada más!
CRIADA I. a (Entrando.) Ahí está don Arturo, que viene a arreglar las particiones.
BERNARDA. Vamos. (A la Criada.) Tú empieza a blanquear el patio. (A la Poncia.) Y tú ve guardando en
el arca grande toda la ropa del muerto.
PONCIA. Algunas cosas las podríamos dar...
BERNARDA. Nada. ¡Ni un botón! ¡Ni el pañuelo con que le hemos tapado la cara! (Sale lentamente
apoyada en el bastón y al salir, vuelve la cabeza y mira a sus Criadas. Las Criadas salen después.)
(Entran Amelia y Martirio.)
AMELIA. ¿Has tomado la medicina?
MARTIRIO. ¡Para lo que me va a servir!
AMELIA. Pero la has tomado.
MARTIRIO. Ya hago las cosas sin fe pero como un reloj.
AMELIA. Desde que vino el médico nuevo estás más animada.
MARTIRIO. Yo me siento lo mismo.
AMELIA. ¿Te fijaste? Adelaida no estuvo en el duelo.
MARTIRIO. Ya lo sabía. Su novio no la deja salir ni al tranco de la calle. Antes era alegre. Ahora ni polvos
se echa en la cara.AMELIA. Ya no sabe una si es mejor tener novio o no.
MARTIRIO. Es lo mismo.
AMELIA. De todo tiene la culpa esta crítica que no nos deja vivir. Adelaida habrá pasado mal rato.
MARTIRIO. Le tienen miedo a nuestra madre. Es la única que conoce la historia de su padre y el origen de
sus tierras. Siempre que viene le tira puñaladas con el asunto. Su padre mató en Cuba al marido de su
primera mujer para casarse con ella, luego aquí la abandonó y se fue con otra que tenía una hija y luego
tuvo relaciones con esta muchacha, la madre de Adelaida, y casó con ella después de haber muerto loca
la segunda mujer.
AMELIA. Y ese infame, ¿por qué no está en la cárcel?
MARTIRIO. Porque los hombres se tapan unos a otros las cosas de esta índole y nadie es capaz de delatar.
AMELIA. Pero Adelaida no tiene culpa de esto.
MARTIRIO. No, pero las cosas se repiten. Yo veo que todo es una terrible repetición. Y ella tiene el mismo
sino de su madre y de su abuela, mujeres las dos del que la engendró.
AMELIA. ¡Qué cosa más grande!
MARTIRIO. Es preferible no ver a un hombre nunca. Desde niña les tuve miedo. Los veía en el corral
uncir los bueyes y levantar los costales de trigo entre voces y zapatazos y siem pre tuve miedo de crecer
por temor de encontrarme de pronto abrazada por ellos. Dios me ha hecho débil y fea y los ha apartado
definitivamente de mí.
AMELIA. ¡Eso no digas! Enrique Humanes estuvo detrás de ti y le gustabas.
MARTIRIO. ¡Invenciones de la gente! Una noche estuve en camisa detrás de la ventana hasta que fue de
día porque me avisó con la hija de su gañán que iba a venir, y no vino. Fue todo cosa de lenguas. Luego
se casó con otra que tenía más que yo.
AMELIA. Y fea como un demonio.
MARTIRIO. ¡Qué les importa a ellos la fealdad! A ellos les importa la tierra, las yuntas y una perra sumisa
que les dé de comer.
AMELIA. ¡Ay! (Entra Magdalena.)
MAGDALENA. ¿Qué hacéis?
MARTIRIO. Aquí.
AMELIA. ¿Y tú?
MAGDALENA. Vengo de correr las cámaras. Por andar un poco. De ver los cuadros bordados en
cañamazo de nuestra abuela, el perrito de lanas y el negro luchando con el león que tanto nos gustaba de
niñas. Aquélla era una época más alegre. Una boda duraba diez días y no se usaban las malas lenguas.
Hoy hay más finura, las novias se ponen velo blanco como en las poblaciones y se bebe vino de botella,
pero nos pudrimos por el qué dirán.
MARTIRIO. ¡Sabe Dios lo que entonces pasaría!
AMELIA. (A Magdalena.) Llevas desabrochados los cordones de un zapato.
MAGDALENA. ¡Qué más da!
AMELIA. Te los vas a pisar y te vas a caer.
MAGDALENA. ¡Una menos!
MARTIRIO. ¿Y Adela?
MAGDALENA. ¡Ah! Se ha puesto el traje verde que se hizo para estrenar el día de su cumpleaños, se ha
ido al corral, y ha comenzado a voces: «¡Gallinas, gallinas, miradme!». ¡Me he tenido que reír!
AMELIA. ¡Si la hubiera visto madre!
MAGDALENA. ¡Pobrecilla! Es la más joven de nosotras y tiene ilusión. ¡Daría algo por verla feliz!
(Pausa. Angustias cruza la escena con unas toallas en la mano.)
ANGUSTIAS. ¿Qué hora es?
MARTIRIO. Ya deben ser las doce.
ANGUSTIAS. ¿Tanto?
AMELIA. Estarán al caer.
(Sale Angustias.)
MAGDALENA. (Con intención.) ¿Sabéis ya la cosa...? (Señalando a Angustias.)
AMELIA. No.MAGDALENA. ¡Vamos!
MARTIRIO. ¡No sé a qué cosa te refieres...!
MAGDALENA. ¡Mejor que yo lo sabéis las dos, siempre cabeza con cabeza como dos ovejitas, pero sin
desahogaros con nadie! ¡Lo de Pepe el Romano!
MARTIRIO. ¡Ah!
MAGDALENA. (Remedándola.) ¡Ah! Ya se comenta por el pueblo. Pepe el Romano viene a casarse con
Angustias. Anoche estuvo rondando la casa y creo que pronto va a mandar un emisario.
MARTIRIO. ¡Yo me alegro! Es buen hombre.
AMELIA. Yo también. Angustias tiene buenas condiciones.
MAGDALENA. Ninguna de las dos os alegráis.
MARTIRIO. ¡Magdalena! ¡Mujer!
MAGDALENA. Si viniera por el tipo de Angustias, por Angustias como mujer, yo me alegraría; pero viene
por el dinero. Aunque Angustias es nuestra hermana, aquí estamos en familia y reconocemos que está
vieja, enfermiza y que siempre ha sido la que ha tenido menos mérito de todas nosotras. Porque si con
veinte años parecía un palo vestido, ¡qué será ahora que tiene cuarenta!
MARTIRIO. No hables así. La suerte viene a quien menos la aguarda.
AMELIA. ¡Después de todo dice la verdad! ¡Angustias tiene el dinero de su padre, es la única rica de la
casa y por eso ahora que nuestro padre ha muerto y ya se harán particiones vienen por ella!
MAGDALENA. Pepe el Romano tiene veinticinco años y es el mejor tipo de todos estos contornos; lo
natural sería que te pretendiera a ti, Amelia, o a nuestra Adela, que tiene veinte años, pero no que venga a
buscar lo más oscuro de esta casa, a una mujer que, como su padre, habla con la nariz.
MARTIRIO. ¡Puede que a él le guste!
MAGDALENA. ¡Nunca he podido resistir tu hipocresía!
MARTIRIO. ¡Dios nos valga!
(Entra Adela.)
MAGDALENA. ¿Te han visto ya las gallinas?
ADELA. ¿Y qué querías que hiciera?
AMELIA. ¡Si te ve nuestra madre te arrastra del pelo!
ADELA. Tenía mucha ilusión con el vestido. Pensaba ponérmelo el día que vamos a comer sandías a la
noria. No hubiera habido otro igual.
MARTIRIO. ¡Es un vestido precioso!
ADELA. Y me está muy bien. Es lo que mejor ha cortado Magdalena.
MAGDALENA. ¿Y las gallinas qué te han dicho?
ADELA. Regalarme una cuantas pulgas que me han acribillado las piernas. (Ríen.)
MARTIRIO. Lo que puedes hacer es teñirlo de negro.
MAGDALENA. ¡Lo mejor que puede hacer es regalárselo a Angustias para su boda con Pepe el Romano!
ADELA. (Con emoción contenida.) ¡Pero Pepe el Romano...!
AMELIA. ¿No lo has oído decir?
ADELA. No.
MAGDALENA. ¡Pues ya lo sabes!
ADELA. ¡Pero si no puede ser!
MAGDALENA. ¡El dinero lo puede todo!
ADELA. ¿Por eso ha salido detrás del duelo y estuvo mirando por el portón? (Pausa.) Y ese hombre es
capaz de...
MAGDALENA. Es capaz de todo.
(Pausa.)
MARTIRIO. ¿Qué piensas, Adela?
ADELA. Pienso que este luto me ha cogido en la peor época de mi vida para pasarlo.
MAGDALENA. Ya te acostumbrarás.
ADELA. (Rompiendo a llorar con ira.) ¡No, no me acostumbraré! Yo no quiero estar encerrada. ¡No
quiero que se me pongan las carnes como a vosotras! ¡No quiero perder mi blancura en estashabitaciones! ¡Mañana me pondré mi vestido verde y me echaré a pasear por la calle! ¡Yo quiero salir!
(Entre la Criada I. a )
MAGDALENA. (Autoritaria.) ¡Adela!
CRIADA I. a ¡La pobre! ¡Cuánto ha sentido a su padre! (Sale.)
MARTIRIO. ¡Calla!
AMELIA. Lo que sea de una será de todas.
(Adela se calma.)
MAGDALENA. Ha estado a punto de oírte la criada.
CRIADA. (Apareciendo.) Pepe el Romano viene por lo alto de la calle.
(Amelia, Martirio y Magdalena corren presurosas.)
MAGDALENA. ¡Vamos a verlo! (Salen rápidas.)
CRIADA. (A Adela.) ¿Tú no vas?
ADELA. No me importa.
CRIADA. Como dará la vuelta a la esquina, desde la ventana de tu cuarto se verá mejor. (Sale la Criada.)
(Adela queda en escena dudando; después de un instante se va también rápida hacia su
habitación. Sale Bernarda y la Poncia.)
BERNARDA. ¡Malditas particiones!
PONCIA. ¡¡Cuánto dinero le queda a Angustias!!
BERNARDA. Sí.
PONCIA. Y a las otras bastante menos.
BERNARDA. Ya me lo has dicho tres veces y no te he querido replicar. Bastante menos, mucho menos.
No me lo recuerdes más.
(Sale Angustias muy compuesta de cara.)
BERNARDA. ¡Angustias!
ANGUSTIAS. Madre.
BERNARDA. ¿Pero has tenido valor de echarte polvos en la cara? ¿Has tenido valor de lavarte la cara el
día de la misa de tu padre?
ANGUSTIAS. No era mi padre. El mío murió hace tiempo. ¿Es que ya no lo recuerda usted?
BERNARDA. ¡Más debes a este hombre, padre de tus hermanas, que al tuyo! Gracias a este hombre tienes
colmada tu fortuna.
ANGUSTIAS. ¡Eso lo teníamos que ver!
BERNARDA. ¡Aunque fuera por decencia! Por respeto.
ANGUSTIAS. Madre, déjeme usted salir.
BERNARDA. ¿Salir? Después de que te hayas quitado esos polvos de la cara, ¡suavona! ¡Yeyo! ¡Espejo de
tus tías! (Le quita violentamente con su pañuelo los polvos.) ¡Ahora vete!
PONCIA. ¡Bernarda, no seas tan inquisitiva!
BERNARDA. Aunque mi madre esté loca, yo estoy con mis cinco sentidos y sé perfectamente lo que hago.
(Entran todas.)
MAGDALENA. ¿Qué pasa?
BERNARDA. No pasa nada.
MAGDALENA. (A Angustias.) Si es que discutís por las particiones, tú que eres la más rica te puedes
quedar con todo.ANGUSTIAS. ¡Guárdate la lengua en la madriguera!
BERNARDA. (Golpeando con el bastón en el suelo.) ¡No os hagáis ilusiones de que vais a poder conmigo!
¡Hasta que salga de esta casa con los pies adelante mandaré en lo mío y en lo vuestro!
(Se oyen unas voces y entra en escena María Josefa, la madre de Bernarda, viejísima,
ataviada con flores en la cabeza y en el pecho.)
MARÍA JOSEFA. Bernarda, ¿dónde está mi mantilla? Nada de lo que tengo quiero que sea para vosotras:
ni mis anillos ni mi traje negro de moaré. Porque ninguna de vosotras se va a casar. ¡Ninguna! Bernarda,
¡dame mi gargantilla de perlas!
BERNARDA. (A la Criada.) ¿Por qué la habéis dejado entrar?
CRIADA. (Temblando.) ¡Se me escapó!
MARÍA JOSEFA. Me escapé porque me quiero casar, porque quiero casarme con un varón hermoso de la
orilla del mar, ya que aquí los hombres huyen de las mujeres.
BERNARDA. ¡Calle usted, madre!
MARÍA JOSEFA. No, no callo. No quiero ver a estas mujeres solteras rabiando por la boda, haciéndose
polvo el corazón, y yo me quiero ir a mi pueblo. ¡Bernarda, yo quiero un varón para casarme y para tener
alegría!
BERNARDA. ¡Encerradla!
MARÍA JOSEFA. ¡Déjame salir, Bernarda!
(La Criada coge a María Josefa.)
BERNARDA. ¡Ayudarla vosotras! (Todas arrastran a la Vieja.)
MARÍA JOSEFA. ¡Quiero irme de aquí, Bernarda! A casarme a la orilla del mar, a la orilla del mar.
Telón rápido
Acto segundo
Habitación blanca del interior de la casa de Bernarda. Las puertas de la izquierda dan a los dormitorios.
Las Hijas de Bernarda están sentadas en sillas bajas cosiendo. Magdalena borda. Con ellas está la
Poncia.
ANGUSTIAS. Ya he cortado la tercer sábana.
MARTIRIO. Le corresponde a Amelia.
MAGDALENA. Angustias, ¿pongo también las iniciales de Pepe?
ANGUSTIAS. (Seca.) No.
MAGDALENA. (A voces.) Adela, ¿no vienes?
AMELIA. Estará echada en la cama.
PONCIA. Ésa tiene algo. La encuentro sin sosiego, temblona, asustada, como si tuviera una lagartija entre
los pechos.
MARTIRIO. No tiene ni más ni menos que lo que tenemos todas.
MAGDALENA. Todas menos Angustias.
ANGUSTIAS. Yo me encuentro bien, y al que le duela, que reviente.
MAGDALENA. Desde luego hay que reconocer que lo mejor que has tenido siempre ha sido el talle y la
delicadeza.
ANGUSTIAS. Afortunadamente pronto voy a salir de este infierno.
MAGDALENA. ¡A lo mejor no sales!
MARTIRIO. ¡Dejar esa conversación!
ANGUSTIAS. Y además ¡más vale onza en el arca que ojos negros en la cara!
MAGDALENA. Por un oído me entra y por otro me sale.
AMELIA. (A la Poncia.) Abre la puerta del patio a ver si nos entra un poco el fresco.
(La Poncia lo hace.)MARTIRIO. Esta noche pasada no me podía quedar dormida del calor.
AMELIA. ¡Yo tampoco!
MAGDALENA. Yo me levanté a refrescarme. Había un nublo negro de tormenta y hasta cayeron algunas
gotas.
PONCIA. Era la una de la madrugada y salía fuego de la tierra. También me levanté yo. Todavía estaba
Angustias con Pepe en la ventana.
MAGDALENA. (Con ironía.) ¿Tan tarde? ¿A qué hora se fue?
ANGUSTIAS. Magdalena, ¿a qué preguntas si lo viste?
AMELIA. Se iría a eso de la una y media.
ANGUSTIAS. Sí. ¿Tú por qué lo sabes?
AMELIA. Lo sentí toser y oí los pasos de su jaca.
PONCIA. ¡Pero si yo lo sentí marchar a eso de las cuatro!
ANGUSTIAS. ¡No sería él!
PONCIA. ¡Estoy segura!
AMELIA. ¡A mí también me pareció!
MAGDALENA. ¡Qué cosa más rara!
(Pausa.)
PONCIA. Oye, Angustias. ¿Qué fue lo que te dijo la primera vez que se acercó a tu ventana?
ANGUSTIAS. Nada, ¡qué me iba a decir! Cosas de conversación.
MARTIRIO. Verdaderamente es raro que dos personas que no se conocen se vean de pronto en una reja y
ya novios.
ANGUSTIAS. Pues a mí no me chocó.
AMELIA. A mí me daría no se qué.
ANGUSTIAS. No, porque cuando un hombre se acerca a una reja ya sabe por los que van y vienen, llevan
y traen, que se le va a decir que sí.
MARTIRIO. Bueno; pero él te lo tendría que decir.
ANGUSTIAS. ¡Claro!
AMELIA. (Curiosa.) ¿Y cómo te lo dijo?
ANGUSTIAS. Pues nada: «Ya sabes que ando detrás de ti, necesito una mujer buena, modosa, ¡y ésa eres
tú si me das la conformidad! ».
AMELIA. ¡A mí me da vergüenza de estas cosas!
ANGUSTIAS. ¡Y a mí, pero hay que pasarlas!
PONCIA. ¿Y habló más?
ANGUSTIAS. Sí; siempre habló él.
MARTIRIO. ¿Y tú?
ANGUSTIAS. Yo no hubiera podido. Casi se me salía el corazón por la boca. Era la primera vez que
estaba sola de noche con un hombre.
MAGDALENA. Y un hombre tan guapo.
ANGUSTIAS. ¡No tiene mal tipo!
PONCIA. Esas cosas pasan entre personas ya un poco instruidas que hablan y dicen y mueven la mano...
La primera vez que mi marido Evaristo el Colorín vino a mi ventana... ¡Ja, ja, ja!
AMELIA. ¿Qué pasó?
PONCIA. Era muy oscuro. Lo vi acercarse y al llegar me dijo: «Buenas noches». «Buenas noches», le dije
yo, y nos quedamos callados más de media hora. Me corría el sudor por todo el cuerpo. Entonces
Evaristo se acercó, se acercó que se quería meter por los hierros, y dijo con voz muy baja: «¡Ven que te
tiente!». (Ríen todas.)
(Amelia se levanta corriendo y espía por una puerta.)
AMELIA. ¡Ay! ¡Creí que llegaba nuestra madre!
MAGDALENA. ¡Buenas nos hubiera puesto!
(Siguen riendo.)
AMELIA. Chissss... ¡Que nos va a oír!PONCIA. Luego se portó bien. En vez de darle por otra cosa le dio por criar colorines hasta que se murió.
A vosotras que sois solteras, os conviene saber de todos modos que el hombre a los quince días de boda
deja la cama por la mesa y luego la mesa por la tabernilla. Y la que no se conforma se pudre llorando en
un rincón.
AMELIA. Tú te conformaste.
PONCIA. ¡Yo pude con él!
MARTIRIO. ¿Es verdad que le pegaste algunas veces?
PONCIA. Sí, y por poco lo dejo tuerto.
MAGDALENA. ¡Así debían ser todas las mujeres!
PONCIA. Yo tengo la escuela de tu madre. Un día me dijo no sé qué cosa y le maté todos los colorines con
la mano del almirez. (Ríen.)
MAGDALENA. Adela, ¡niña! No te pierdas esto.
AMELIA. Adela.
(Pausa.)
MAGDALENA. ¡Voy a ver! (Entra.)
PONCIA. ¡Esa niña está mala!
MARTIRIO. Claro, ¡no duerme apenas!
PONCIA. ¿Pues qué hace?
MARTIRIO. ¡Yo qué sé lo que hace!
PONCIA. Mejor lo sabrás tú que yo, que duermes pared por medio.
ANGUSTIAS. La envidia la come.
AMELIA. No exageres.
ANGUSTIAS. Se lo noto en los ojos. Se le está poniendo mirar de loca.
MARTIRIO. No habléis de locos. Aquí es el único sitio donde no se puede pronunciar esta palabra.
(Sale Magdalena con Adela.)
MAGDALENA. Pues ¿no estaba dormida?
ADELA. Tengo mal cuerpo.
MARTIRIO. (Con intención.) ¿Es que no has dormido bien esta noche?
ADELA. Sí.
MARTIRIO. ¿Entonces?
ADELA. (Fuerte.) ¡Déjame ya! ¡Durmiendo o velando no tienes por qué meterte en lo mío! ¡Yo hago con
mi cuerpo lo que me parece!
MARTIRIO. ¡Sólo es interés por ti!
ADELA. Interés o inquisición. ¿No estabais cosiendo? ¡Pues seguir! ¡Quisiera ser invisible, pasar por las
habitaciones sin que me preguntarais dónde voy!
CRIADA. (Entra.) Bernarda os llama. Está el hombre de los encajes. (Salen.)
(Al salir, Martirio mira fijamente a Adela.)
ADELA. ¡No me mires más! Si quieres te daré mis ojos, que son frescos, y mis espaldas, para que te
compongas la joroba que tienes, pero vuelve la cabeza cuando yo pase.
PONCIA. Adela, ¡que es tu hermana y además la que más te quiere!
ADELA. Me sigue a todos lados. A veces se asoma a mi cuarto para ver si duermo. No me deja respirar. Y
siempre: «¡Qué lástima de cara! ¡qué lástima de cuerpo que no va a ser para nadie!». ¡Y eso no! ¡Mi
cuerpo será de quien yo quiera!
PONCIA. (Con intención y en voz baja.) De Pepe el Romano, ¿no es eso?
ADELA. (Sobrecogida.) ¿Qué dices?
PONCIA. ¡Lo que digo, Adela!
ADELA. ¡Calla!
PONCIA. (Alto.) ¿Crees que no me he fijado?
ADELA. ¡Baja la voz!
PONCIA. ¡Mata esos pensamientos!ADELA. ¿Qué sabes tú?
PONCIA. Las viejas vemos a través de las paredes. ¿Dónde vas de noche cuando te levantas?
ADELA. ¡Ciega debías estar!
PONCIA. Con la cabeza y las manos llenas de ojos cuando se trata de lo que se trata. Por mucho que pienso
no sé lo que te propones. ¿Por qué te pusiste casi desnuda, con la luz encendida y la ventana abierta al
pasar Pepe el segundo día que vino a hablar con tu hermana?
ADELA. ¡Eso no es verdad!
PONCIA. ¡No seas como los niños chicos! Deja en paz a tu hermana, y si Pepe el Romano te gusta, te
aguantas. (Adela llora.) Además, ¿quién dice que no te puedes casar con él? Tu hermana Angustias es
una enferma. Ésa no resiste el primer parto. Es estrecha de cintura, vieja, y con mi conocimiento te digo
que se morirá. Entonces Pepe hará lo que hacen todos los viudos de esta tierra: se casará con la más
joven, la más hermosa, y ésa eres tú. Alimenta esa esperanza, olvídalo, lo que quieras, pero no vayas
contra la ley de Dios.
ADELA. ¡Calla!
PONCIA. ¡No callo!
ADELA. Métete en tus cosas, ¡oledora!, ¡pérfida!
PONCIA. ¡Sombra tuya he de ser!
ADELA. En vez de limpiar la casa y acostarte para rezar a tus muertos, buscas como una vieja marrana
asuntos de hombres y mujeres para babosear en ellos.
PONCIA. ¡Velo!, para que las gentes no escupan al pasar por esta puerta.
ADELA. ¡Qué cariño tan grande te ha entrado de pronto por mi hermana!
PONCIA. No os tengo ley a ninguna, pero quiero vivir en casa decente. ¡No quiero mancharme de vieja!
ADELA. Es inútil tu consejo. Ya es tarde. No por encima de ti que eres una criada; por encima de mi
madre saltaría para apagarme este fuego que tengo levantado por piernas y boca. ¿Qué puedes decir de
mí? ¿Que me encierro en mi cuarto y no abro la puerta? ¿Que no duermo? ¡Soy más lista que tú! Mira a
ver si puedes agarrar la liebre con tus manos.
PONCIA. No me desafíes. ¡Adela, no me desafíes! Porque yo puedo dar voces, encender luces y hacer que
toquen las campanas.
ADELA. Trae cuatro mil bengalas amarillas y ponlas en las bardas del corral. Nadie podrá evitar que
suceda lo que tiene que suceder.
PONCIA. ¡Tanto te gusta ese hombre!
ADELA. ¡Tanto! Mirando sus ojos me parece que bebo su sangre lentamente.
PONCIA. Yo no te puedo oír.
ADELA. ¡Pues me oirás! Te he tenido miedo. ¡Pero ya soy más fuerte que tú!
(Entra Angustias.)
ANGUSTIAS. ¡Siempre discutiendo!
PONCIA. Claro. Se empeña que con el calor que hace vaya a traerle no sé qué cosa de la tienda.
ANGUSTIAS. ¿Me compraste el bote de esencia?
PONCIA. El más caro. Y los polvos. En la mesa de tu cuarto los he puesto.
(Sale Angustias.)
ADELA. ¡Y chitón!
PONCIA. ¡Lo veremos!
(Entran Martirio, Amelia y Magdalena.)
MAGDALENA. (A Adela.) ¿Has visto los encajes?
AMELIA. Los de Angustias para sus sábanas de novia son preciosos.
ADELA. (A Martirio, que trae unos encajes.) ¿Y éstos?
MARTIRIO. Son para mí. Para una camisa.
ADELA. (Con sarcasmo.) ¡Se necesita buen humor!
MARTIRIO. (Con intención.) Para verlos yo. No necesito lucirme ante nadie.
PONCIA. Nadie le ve a una en camisa.MARTIRIO. (Con intención y mirando a Adela.) ¡A veces! Pero me encanta la ropa interior. Si fuera rica la
tendría de holanda. Es uno de los pocos gustos que me quedan.
PONCIA. Estos encajes son preciosos para las gorras de niño, para manteruelos de cristianar. Yo nunca
pude usarlos en los míos. A ver si ahora Angustias los usa en los suyos. Como le dé por tener crías, vais a
estar cosiendo mañana y tarde.
MAGDALENA. Yo no pienso dar una puntada.
AMELIA. Y mucho menos cuidar niños ajenos. Mira tú cómo están las vecinas del callejón, sacrificadas
por cuatro monigotes.
PONCIA. Ésas están mejor que vosotras. ¡Siquiera allí se ríe y se oyen porrazos!
MARTIRIO. Pues vete a servir con ellas.
PONCIA. No. ¡Ya me ha tocado en suerte este convento!
(Se oyen unos campanillos lejanos como a través de varios muros.)
MAGDALENA. Son los hombres que vuelven al trabajo.
PONCIA. Hace un minuto dieron las tres.
MARTIRIO. ¡Con este sol!
ADELA. (Sentándose.) ¡Ay, quien pudiera salir también a los campos!
MAGDALENA. (Sentándose.) ¡Cada clase tiene que hacer lo suyo!
MARTIRIO. (Sentándose.) ¡Así es!
AMELIA. (Sentándose.) ¡Ay!
PONCIA. No hay alegría como la de los campos en esta época. Ayer de mañana llegaron los segadores.
Cuarenta o cincuenta buenos mozos.
MAGDALENA. ¿De dónde son este año?
PONCIA. De muy lejos. Vinieron de los montes. ¡Alegres! ¡Como árboles quemados! ¡Dando voces y
arrojando piedras! Anoche llegó al pueblo una mujer vestida de lentejuelas y que bailaba con un
acordeón, y quince de ellos la contrataron para llevársela al olivar. Yo los vi de lejos. El que la contrataba
era un muchacho de ojos verdes, apretado como una gavilla de trigo.
AMELIA. ¿Es eso cierto?
ADELA. ¡Pero es posible!
PONCIA. Hace años vino otra de éstas y yo misma di dinero a mi hijo mayor para que fuera. Los hombres
necesitan estas cosas.
ADELA. Se les perdona todo.
AMELIA. Nacer mujer es el mayor castigo.
MAGDALENA. Y ni nuestros ojos siquiera nos pertenecen.
(Se oye un canto lejano que se va acercando.)
PONCIA. Son ellos. Traen unos cantos preciosos.
AMELIA. Ahora salen a segar.
CORO.
Ya salen los segadores en busca de las espigas; se llevan los corazones de las muchachas que miran.
(Se oyen panderos y carrañacas. Pausa. Todas oyen en un silencio traspasado por el
sol.)
AMELIA. ¡Y no les importa el calor!
MARTIRIO. Siegan entre llamaradas.
ADELA. Me gustaría poder segar para ir y venir. Así se olvida lo que nos muerde.
MARTIRIO. ¿Qué tienes tú que olvidar?
ADELA. Cada una sabe sus cosas.
MARTIRIO. (Profunda.) ¡Cada una!
PONCIA. ¡Callar! ¡Callar!
CORO. (Muy lejano.)
Abrir puertas y ventanaslas que vivís en el pueblo.
El segador pide rosas
para adornar su sombrero.
PONCIA. ¡Qué canto!
MARTIRIO. (Con nostalgia.)
Abrir puertas y ventanas
las que vivís en el pueblo...
ADELA. (Con pasión.)
... El segador pide rosas
para adornar su sombrero.
(Se va alejando el cantar.)
PONCIA. Ahora dan la vuelta a la esquina.
ADELA. Vamos a verlos por la ventana de mi cuarto.
PONCIA. Tened cuidado con no entreabrirla mucho, porque son capaces de dar un empujón para ver quién
mira.
(Se van las tres. Martirio queda sentada en la silla baja con la cabeza entre las manos.)
AMELIA. (Acercándose.) ¿Qué te pasa?
MARTIRIO. Me sienta mal el calor.
AMELIA. ¿No es más que eso?
MARTIRIO. Estoy deseando que llegue noviembre, los días de lluvia, la escarcha, todo lo que no sea este
verano interminable.
AMELIA. Ya pasará y volverá otra vez.
MARTIRIO. ¡Claro! (Pausa.) ¿A qué hora te dormiste anoche?
AMELIA. No sé. Yo duermo como un tronco. ¿Por qué?
MARTIRIO. Por nada, pero me pareció oír gente en el corral.
AMELIA. ¿Sí?
MARTIRIO. Muy tarde.
AMELIA. ¿Y no tuviste miedo?
MARTIRIO. No. Ya lo he oído otras noches.
AMELIA. Debíamos tener cuidado. ¿No serían los gañanes?
MARTIRIO. Los gañanes llegan a las seis.
AMELIA. Quizá una mulilla sin desbravar.
MARTIRIO. (Entre dientes y llena de segunda intención.) Eso ¡eso!, una mulilla sin desbravar.
AMELIA. ¡Hay que prevenir!
MARTIRIO. ¡No, no! No digas nada, puede ser un volunto mío.
AMELIA. Quizá. (Pausa. Amelia inicia el mutis.)
MARTIRIO. ¡Amelia!
AMELIA. (En la puerta.) ¿Qué?
(Pausa.)
MARTIRIO. Nada.
(Pausa.)
AMELIA. ¿Por qué me llamaste?
(Pausa.)
MARTIRIO. Se me escapó. Fue sin darme cuenta.
(Pausa.)
AMELIA. Acuéstate un poco.
ANGUSTIAS. (Entrando furiosa en escena, de modo que haya un gran contraste con los silencios
anteriores.) ¿Dónde está el retrato de Pepe que tenía yo debajo de mi almohada? ¿Quién de vosotras lo
tiene?
MARTIRIO. Ninguna.AMELIA. Ni que Pepe fuera un san Bartolomé de plata.
(Entran Poncia, Magdalena y Adela.)
ANGUSTIAS. ¿Dónde está el retrato?
ADELA. ¿Qué retrato?
ANGUSTIAS. Una de vosotras me lo ha escondido.
MAGDALENA. ¿Tienes la desvergüenza de decir esto?
ANGUSTIAS. Estaba en mi cuarto y no está.
MARTIRIO. ¿Y no se habrá escapado a medianoche al corral? A Pepe le gusta andar con la luna.
ANGUSTIAS. ¡No me gastes bromas! Cuando venga se lo contaré.
PONCIA. ¡Eso no! ¡porque aparecerá! (Mirando a Adela.)
ANGUSTIAS. ¡Me gustaría saber cuál de vosotras lo tiene!
ADELA. (Mirando a Martirio.) ¡Alguna! ¡Todas menos yo!
MARTIRIO. (Con intención.) ¡Desde luego!
BERNARDA. (Entrando con su bastón.) ¡Qué escándalo es éste en mi casa y con el silencio del peso del
calor! Estarán las vecinas con el oído pegado a los tabiques.
ANGUSTIAS. Me han quitado el retrato de mi novio.
BERNARDA. (Fiera.) ¿Quién?, ¿quién?
ANGUSTIAS. ¡Estas!
BERNARDA. ¿Cuál de vosotras? (Silencio.) ¡Contestarme! (Silencio. A Poncia.) Registra los cuartos, mira
por las camas. Esto tiene no ataros más cortas. ¡Pero me vais a soñar! (A Angustias.) ¿Estás segura?
ANGUSTIAS. Sí.
BERNARDA. ¿Lo has buscado bien?
ANGUSTIAS. Sí, madre.
(Todas están de pie en medio de un embarazoso silencio.)
BERNARDA. Me hacéis al final de mi vida beber el veneno más amargo que una madre puede resistir. (A
Poncia.) ¿No lo encuentras?
(Sale Poncia.)
PONCIA. Aquí está.
BERNARDA. ¿Dónde lo has encontrado?
PONCIA. Estaba...
BERNARDA. Dilo sin temor.
PONCIA. (Extrañada.) Entre las sábanas de la cama de Martirio.
BERNARDA. (A Martirio.) ¿Es verdad?
MARTIRIO. ¡Es verdad!
BERNARDA. (Avanzando y golpeándola con el bastón.) ¡Mala puñalada te den, mosca muerta!
¡Sembradura de vidrios!
MARTIRIO. (Fiera.) ¡No me pegue usted, madre!
BERNARDA. ¡Todo lo que quiera!
MARTIRIO. ¡Si yo la dejo! ¿Lo oye? ¡Retírese usted!
PONCIA. ¡No faltes a tu madre!
ANGUSTIAS. (Cogiendo a Bernarda.) ¡Déjela!, ¡por favor!
BERNARDA. Ni lágrimas te quedan en esos ojos.
MARTIRIO. No voy a llorar para darle gusto.
BERNARDA. ¿Por qué has cogido el retrato?
MARTIRIO. ¿Es que yo no puedo gastar una broma a mi hermana? ¡Para qué otra cosa lo iba a querer!
ADELA. (Saltando llena de celos.) No ha sido broma, que tú no has gustado jamás de juegos. Ha sido otra
cosa que te reventaba en el pecho por querer salir. Dilo ya claramente.
MARTIRIO. ¡Calla y no me hagas hablar, que si hablo se van a juntar las paredes unas con otras de
vergüenza!
ADELA. ¡La mala lengua no tiene fin para inventar!BERNARDA. ¡Adela!
MAGDALENA. Estáis locas.
AMELIA. Y nos apedreáis con malos pensamientos.
MARTIRIO. ¡Otras hacen cosas más malas!
ADELA. Hasta que se pongan en cueros de una vez y se las lleve el río.
BERNARDA. ¡Perversa!
ANGUSTIAS. Yo no tengo la culpa de que Pepe el Romano se haya fijado en mí.
ADELA. ¡Por tus dineros!
ANGUSTIAS. ¡Madre!
BERNARDA. ¡Silencio!
MARTIRIO. Por tus marjales y tus arboledas.
MAGDALENA. ¡Eso es lo justo!
BERNARDA. ¡Silencio digo! Yo veía la tormenta venir, pero no creía que estallara tan pronto. ¡Ay qué
pedrisco de odio habéis echado sobre mi corazón! Pero todavía no soy anciana y tengo cinco cadenas
para vosotras y esta casa levantada por mi padre para que ni las hierbas se enteren de mi desolación.
¡Fuera de aquí! (Salen. Bernarda se sienta desolada. La Poncia está de pie arrimada a los muros.
Bernarda reacciona, da un golpe en el suelo y dice.) ¡Tendré que sentarles la mano! Bernarda: ¡acuérdate
que ésta es tu obligación!
PONCIA. ¿Puedo hablar?
BERNARDA. Habla. Siento que hayas oído. Nunca está bien una extraña en el centro de la familia.
PONCIA. Lo visto, visto está.
BERNARDA. Angustias tiene que casarse en seguida.
PONCIA. Claro; hay que retirarla de aquí.
BERNARDA. No a ella. ¡A él!
PONCIA. Claro, ¡a él hay que alejarlo de aquí! Piensas bien.
BERNARDA. No pienso. Hay cosas que no se pueden ni se deben pensar. Yo ordeno.
PONCIA. ¿Y tú crees que él querrá marcharse?
BERNARDA. (Levantándose.) ¿Qué imagina tu cabeza?
PONCIA. Él, claro, ¡se casará con Angustias!
BERNARDA. Habla, te conozco demasiado para saber que ya me tienes preparada la cuchilla.
PONCIA. Nunca pensé que se llamara asesinato al aviso.
BERNARDA. ¿Me tienes que prevenir algo?
PONCIA. Yo no acuso, Bernarda: yo sólo te digo: abre los ojos y verás.
BERNARDA. ¿Y verás qué?
PONCIA. Siempre has sido lista. Has visto lo malo de las gentes a cien leguas; muchas veces creí que
adivinabas los pensamientos. Pero los hijos son los hijos. Ahora estás ciega.
BERNARDA. ¿Te refieres a Martirio?
PONCIA. Bueno, a Martirio... (Con curiosidad.) ¿Por qué habrá escondido el retrato?
BERNARDA. (Queriendo ocultar a su hija.) Después de todo, ella dice que ha sido una broma. ¿Qué otra
cosa puede ser?
PONCIA. (Con sorna.) ¿Tú lo crees así?
BERNARDA. (Enérgica.) No lo creo. ¡Es así!
PONCIA. Basta. Se trata de lo tuyo. Pero si fuera la vecina de enfrente, ¿qué sería?
BERNARDA. Ya empiezas a sacar la punta del cuchillo.
PONCIA. (Siempre con crueldad.) No, Bernarda: aquí pasa una cosa muy grande. Yo no te quiero echar la
culpa, pero tú no has dejado a tus hijas libres. Martirio es enamoradiza, digas tú lo que quieras. ¿Por qué
no la dejaste casar con Enrique Humanes? ¿Por qué el mismo día que iba a venir a la ventana le mandaste
recado que no viniera?
BERNARDA. (Fuerte.) ¡Y lo haría mil veces! ¡Mi sangre no se junta con la de los Humanes mientras yo
viva! Su padre fue gañán.
PONCIA. ¡Y así te va a ti con esos humos!
BERNARDA. Los tengo porque puedo tenerlos. Y tú no los tienes porque sabes muy bien cuál es tu origen.
PONCIA. (Con odio.) ¡No me lo recuerdes! Estoy ya vieja. Siempre agradecí tu protección.
BERNARDA. (Crecida.) ¡No lo parece!
PONCIA. (Con odio envuelto en suavidad.) A Martirio se le olvidará esto.BERNARDA. Y si no lo olvida peor para ella. No creo que ésta sea «la cosa muy grande» que aquí pasa.
Aquí no pasa nada. ¡Eso quisieras tú! Y si pasara algún día, estáte segura que no traspasaría las paredes.
PONCIA. ¡Eso no lo sé yo! En el pueblo hay gentes que leen también de lejos los pensamientos
escondidos.
BERNARDA. ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!
PONCIA. ¡Nadie puede conocer su fin!
BERNARDA. ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta...
PONCIA. (Fiera.) ¡Bernarda, respeta la memoria de mi madre!
BERNARDA. ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
(Pausa.)
PONCIA. Mejor será que no me meta en nada.
BERNARDA. Eso es lo que debías hacer. Obrar y callar a todo es la obligación de los que viven a sueldo.
PONCIA. Pero no se puede. ¿A ti no te parece que Pepe estaría mejor casado con Martirio o... ¡sí!, o con
Adela?
BERNARDA. No me parece.
PONCIA. (Con intención.) Adela. ¡Ésa es la verdadera novia del Romano!
BERNARDA. Las cosas no son nunca a gusto nuestro.
PONCIA. Pero les cuesta mucho trabajo desviarse de la verdadera inclinación. A mí me parece mal que
Pepe esté con Angustias, y a las gentes, y hasta al aire. ¡Quién sabe si se saldrán con la suya!
BERNARDA. ¡Ya estamos otra vez!... Te deslizas para llenarme de malos sueños. Y no quiero entenderte,
porque si llegara al alcance de todo lo que dices te tendría que arañar.
PONCIA. ¡No llegará la sangre al río!
BERNARDA. ¡Afortunadamente mis hijas me respetan y jamás torcieron mi voluntad!
PONCIA. ¡Eso sí! Pero en cuanto las dejes sueltas se te subirán al tejado.
BERNARDA. ¡Ya las bajaré tirándoles cantos!
PONCIA. ¡Desde luego eres la más valiente!
BERNARDA. ¡Siempre gasté sabrosa pimienta!
PONCIA. ¡Pero lo que son las cosas! A su edad ¡hay que ver el entusiasmo de Angustias con su novio! ¡Y
él también parece muy picado! Ayer me contó mi hijo mayor que a las cuatro y media de la madrugada,
que pasó por la calle con la yunta, estaban hablando todavía.
BERNARDA. ¡A las cuatro y media!
ANGUSTIAS. (Saliendo.) ¡Mentira!
PONCIA. Eso me contaron.
BERNARDA. (A Angustias.) ¡Habla!
ANGUSTIAS. Pepe lleva más de una semana marchándose a la una. Que Dios me mate si miento.
MARTIRIO. (Saliendo.) Yo también lo sentí marcharse a las cuatro.
BERNARDA. ¿Pero lo viste con tus ojos?
MARTIRIO. No quise asomarme. ¿No habláis ahora por la ventana del callejón?
ANGUSTIAS. Yo hablo por la ventana de mi dormitorio.
(Aparece Adela en la puerta.)
MARTIRIO. Entonces...
BERNARDA. ¿Qué es lo que pasa aquí?
PONCIA. ¡Cuida de enterarte! Pero, desde luego, Pepe estaba a las cuatro de la madrugada en una reja de
tu casa.
BERNARDA. ¿Lo sabes seguro?
PONCIA. Seguro no se sabe nada en esta vida.
ADELA. Madre, no oiga usted a quien nos quiere perder a todas.
BERNARDA. ¡Ya sabré enterarme! Si las gentes del pueblo quieren levantar falsos testimonios, se
encontrarán con mi pedernal. No se hable de este asunto. Hay a veces una ola de fango que levantan los
demás para perdernos.
MARTIRIO. A mí no me gusta mentir.
PONCIA. Y algo habrá.BERNARDA. No habrá nada. Nací para tener los ojos abiertos. Ahora vigilaré sin cerrarlos ya hasta que
me muera.
ANGUSTIAS. Yo tengo derecho de enterarme.
BERNARDA. Tú no tienes derecho más que a obedecer. Nadie me traiga ni me lleve. (A la Poncia.) Y tú te
metes en los asuntos de tu casa. ¡Aquí no se vuelve a dar un paso que yo no sienta!
CRIADA. (Entrando.) ¡En lo alto de la calle hay un gran gentío, y todos los vecinos están en sus puertas!
BERNARDA. (A Poncia.) ¡Corre a enterarte de lo que pasa! (Las Mujeres corren para salir.) ¿Dónde vais?
Siempre os supe mujeres ventaneras y rompedoras de su luto. ¡Vosotras, al patio!
(Salen y sale Bernarda. Se oyen rumores lejanos. Entran Martirio y Adela, que se
quedan
escuchando y sin atreverse a dar un paso más de la puerta de salida.)
MARTIRIO. Agradece a la casualidad que no desaté mi lengua.
ADELA. También hubiera hablado yo.
MARTIRIO. ¿Y qué ibas a decir? ¡Querer no es hacer!
ADELA. Hace la que puede y la que se adelanta. Tú querías, pero no has podido.
MARTIRIO. No seguirás mucho tiempo.
ADELA. ¡Lo tendré todo!
MARTIRIO. Yo romperé tus abrazos.
ADELA. (Suplicante.) ¡Martirio, déjame!
MARTIRIO. ¡De ninguna!
ADELA. ¡Él me quiere para su casa!
MARTIRIO. ¡He visto cómo te abrazaba!
ADELA. Yo no quería. He ido como arrastrada por una maroma.
MARTIRIO. ¡Primero muerta!
(Se asoman Magdalena y Angustias. Se siente crecer el tumulto.)
PONCIA. (Entrando con Bernarda.) ¡Bernarda!
BERNARDA. ¿Qué ocurre?
PONCIA. La hija de la Librada, la soltera, tuvo un hijo no se sabe con quién.
ADELA. ¿Un hijo?
PONCIA. Y para ocultar su vergüenza lo mató y lo metió debajo de unas piedras, pero unos perros con más
corazón que muchas criaturas, lo sacaron y como llevados por la mano de Dios lo han puesto en el tranco
de su puerta. Ahora la quieren matar. La traen arrastrando por la calle abajo, y por las trochas y los
terrenos del olivar vienen los hombres corriendo, dando unas voces que estremecen los campos.
BERNARDA. Sí, que vengan todos con varas de olivo y mangos de azadones, que vengan todos para
matarla.
ADELA. ¡No, no, para matarla no!
MARTIRIO. Sí, y vamos a salir también nosotras.
BERNARDA. Y que pague la que pisotea su decencia.
(Fuera se oye un grito de mujer y un gran rumor.)
ADELA. ¡Que la dejen escapar! ¡No salgáis vosotras!
MARTIRIO. (Mirando a Adela.) ¡Que pague lo que debe!
BERNARDA. (Bajo el arco.) ¡Acabar con ella antes que lleguen los guardias! ¡Carbón ardiendo en el sitio
de su pecado!
ADELA. (Cogiéndose el vientre.) ¡No! ¡No!
BERNARDA. ¡Matadla! ¡Matadla!
Telón
Acto terceroCuatro paredes blancas ligeramente azuladas del patio interior de la casa de Bernarda. Es de noche. El
decorado ha de ser de una perfecta simplicidad. Las puertas, iluminadas por la luz de los interiores, dan
un tenue fulgor a la escena.
En el centro, una mesa con un quinqué, donde están comiendo Bernarda y sus hijas. La Poncia las sirve.
Prudencia está sentada aparte.
Al levantarse el telón hay un gran silencio, interrumpido por el ruido de platos y cubiertos.
PRUDENCIA. Ya me voy. Os he hecho una visita larga. (Se levanta.)
BERNARDA. Espérate, mujer. No nos vemos nunca.
PRUDENCIA. ¿Han dado el último toque para el rosario?
PONCIA. Todavía no. (Prudencia se sienta.)
BERNARDA. ¿Y tu marido cómo sigue?
PRUDENCIA. Igual.
BERNARDA. Tampoco lo vemos.
PRUDENCIA. Ya sabes sus costumbres. Desde que se peleó con sus hermanos por la herencia no ha salido
por la puerta de la calle. Pone una escalera y salta las tapias del corral.
BERNARDA. Es un verdadero hombre. ¿Y con tu hija...?
PRUDENCIA. No la ha perdonado.
BERNARDA. Hace bien.
PRUDENCIA. No sé qué te diga. Yo sufro por esto.
BERNARDA. Una hija que desobedece deja de ser hija para convertirse en enemiga.
PRUDENCIA. Yo dejo que el agua corra. No me queda más consuelo que refugiarme en la iglesia, pero
como me estoy quedando sin vista tendré que dejar de venir para que no jueguen con una los chiquillos.
(Se oye un gran golpe como dado en los muros.) ¿Qué es eso?
BERNARDA. El caballo garañón, que está encerrado y da coces contra el muro. (A voces.) ¡Trabadlo y que
salga al corral! (En voz baja.) Debe tener calor.
PRUDENCIA. ¿Vais a echarle las potras nuevas?
BERNARDA. Al amanecer.
PRUDENCIA. Has sabido acrecentar tu ganado.
BERNARDA. A fuerza de dinero y sinsabores.
PONCIA. (Interviniendo.) ¡Pero tiene la mejor manada de estos contornos! Es una lástima que esté bajo de
precio. BERNARDA. ¿Quieres un poco de queso y miel?
PRUDENCIA. Estoy desganada.
(Se oye otra vez el golpe.)
PONCIA. ¡Por Dios!
PRUDENCIA. ¡Me ha retemblado dentro del pecho!
BERNARDA. (Levantándose furiosa.) ¿Hay que decir las cosas dos veces? ¡Echadlo que se revuelque en
los montones de paja! (Pausa, y como hablando con los gañanes.) Pues encerrad las potras en la cuadra,
pero dejadlo libre, no sea que nos eche abajo las paredes. (Se dirige a la mesa y se sienta otra vez.) ¡Ay
qué vida!
PRUDENCIA. Bregando como un hombre.
BERNARDA. Así es. (Adela se levanta de la mesa.) ¿Dónde vas?
ADELA. A beber agua.
BERNARDA. (En alta voz.) Trae un jarro de agua fresca. (A Adela.) Puedes sentarte. (Adela se sienta.)
PRUDENCIA. Y Angustias, ¿cuándo se casa?
BERNARDA. Vienen a pedirla dentro de tres días.
PRUDENCIA. ¡Estarás contenta!
ANGUSTIAS. ¡Claro!
AMELIA. (A Magdalena.) Ya has derramado la sal.
MAGDALENA. Peor suerte que tienes no vas a tener.
AMELIA. Siempre trae mala sombra.
BERNARDA. ¡Vamos!
PRUDENCIA. (A Angustias.) ¿Te ha regalado ya el anillo?ANGUSTIAS. Mírelo usted. (Se lo alarga.)
PRUDENCIA. Es precioso. Tres perlas. En mi tiempo las perlas significaban lágrimas.
ANGUSTIAS. Pero ya las cosas han cambiado.
ADELA. Yo creo que no. Las cosas significan siempre lo mismo. Los anillos de pedida deben ser de
diamantes.
PRUDENCIA. Es más propio.
BERNARDA. Con perlas o sin ellas, las cosas son como una se las propone.
MARTIRIO. O como Dios dispone.
PRUDENCIA. Los muebles me han dicho que son preciosos.
BERNARDA. Dieciséis mil reales he gastado.
PONCIA. (Interviniendo.) Lo mejor es el armario de luna.
PRUDENCIA. Nunca vi un mueble de éstos.
BERNARDA. Nosotras tuvimos arca.
PRUDENCIA. Lo preciso es que todo sea para bien.
ADELA. Que nunca se sabe.
BERNARDA. No hay motivo para que no lo sea.
(Se oyen lejanisimas unas campanas.)
PRUDENCIA. El último toque. (A Angustias.) Ya vendré a que me enseñes la ropa.
ANGUSTIAS. Cuando usted quiera.
PRUDENCIA. Buenas noches nos dé Dios.
BERNARDA. Adiós, Prudencia.
LAS CINCO. (A la vez.) Vaya usted con Dios.
(Pausa. Sale Prudencia.)
BERNARDA. Ya hemos comido. (Se levantan.)
ADELA. Voy a llegarme hasta el portón para estirar las piernas y tomar un poco el fresco.
(Magdalena se sienta en una silla baja retrepada contra la pared.)
AMELIA. YO voy contigo.
MARTIRIO. Y yo.
ADELA. (Con odio contenido.) No me voy a perder.
AMELIA. La noche quiere compaña. (Salen.)
(Bernarda se sienta y Angustias está arreglando la mesa.)
BERNARDA. Ya te he dicho que quiero que hables con tu hermana Martirio. Lo que pasó del retrato fue
una broma y lo debes olvidar.
ANGUSTIAS. Usted sabe que ella no me quiere.
BERNARDA. Cada uno sabe lo que piensa por dentro. Yo no me meto en los corazones, pero quiero buena
fachada y armonía familiar. ¿Lo entiendes?
ANGUSTIAS. Sí.
BERNARDA. Pues ya está.
MAGDALENA. (Casi dormida.) Además ¡si te vas a ir antes de nada! (Se duerme.)
ANGUSTIAS. ¡Tarde me parece!
BERNARDA. ¿A qué hora terminaste anoche de hablar?
ANGUSTIAS. A las doce y media.
BERNARDA. ¿Qué cuenta Pepe?
ANGUSTIAS. Yo lo encuentro distraído. Me habla siempre como pensando en otra cosa. Si le pregunto
qué le pasa, me contesta: «Los hombres tenemos nuestras preocupaciones».
BERNARDA. No le debes preguntar. Y cuando te cases, menos. Habla si él habla y míralo cuando te mire.
Así no tendrás disgustos.
ANGUSTIAS. Yo creo, madre, que él me oculta muchas cosas.BERNARDA. No procures descubrirlas, no le preguntes y, desde luego, que no te vea llorar jamás.
ANGUSTIAS. Debía estar contenta y no lo estoy.
BERNARDA. Eso es lo mismo.
ANGUSTIAS. Muchas noches miro a Pepe con mucha fijeza y se me borra a través de los hierros, como si
lo tapara una nube de polvo de las que levantan los rebaños.
BERNARDA. Eso son cosas de debilidad.
ANGUSTIAS. ¡Ojalá!
BERNARDA. ¿Viene esta noche?
ANGUSTIAS. No. Fue con su madre a la capital.
BERNARDA. Así nos acostaremos antes. ¡Magdalena!
ANGUSTIAS. Está dormida.
(Entran Adela, Martirio y Amelia.)
AMELIA. ¡Qué noche más oscura!
ADELA. No se ve a dos pasos de distancia.
MARTIRIO. Una buena noche para ladrones, para el que necesite escondrijo.
ADELA. El caballo garañón estaba en el centro del corral, ¡blanco! Doble de grande. Llenando todo lo
oscuro.
AMELIA. Es verdad. Daba miedo. ¡Parecía una aparición!
ADELA. Tiene el cielo unas estrellas como puños.
MARTIRIO. Ésta se puso a mirarlas de modo que se iba a tronchar el cuello.
ADELA. ¿Es que no te gustan a ti?
MARTIRIO. A mí las cosas de tejas arriba no me importan nada. Con lo que pasa dentro de las
habitaciones tengo bastante.
ADELA. Así te va a ti.
BERNARDA. A ella le va en lo suyo como a ti en lo tuyo.
ANGUSTIAS. Buenas noches.
ADELA. ¿Ya te acuestas?
ANGUSTIAS. Sí; esta noche no viene Pepe. (Sale.)
ADELA. Madre, ¿por qué cuando se corre una estrella o luce un relámpago se dice:
Santa Bárbara bendita,
que en el cielo estás escrita
con papel y agua bendita?
BERNARDA. Los antiguos sabían muchas cosas que hemos olvidado.
AMELIA. Yo cierro los ojos para no verlas.
ADELA. Yo, no. A mí me gusta ver correr lleno de lumbre lo que está quieto y quieto años enteros.
MARTIRIO. Pero estas cosas nada tienen que ver con nosotros.
BERNARDA. Y es mejor no pensar en ellas.
ADELA. ¡Qué noche más hermosa! Me gustaría quedarme hasta muy tarde para disfrutar el fresco del
campo.
BERNARDA. Pero hay que acostarse. ¡Magdalena!
AMELIA. Está en el primer sueño.
BERNARDA. ¡Magdalena!
MAGDALENA. (Disgustada.) ¡Dejarme en paz!
BERNARDA. ¡A la cama!
MAGDALENA. (Levantándose malhumorada.) ¡No la dejáis a una tranquila! (Se va refunfuñando.)
AMELIA. Buenas noches. (Se va.)
BERNARDA. Andar vosotras también.
MARTIRIO. ¿Cómo es que esta noche no vino el novio de Angustias?
BERNARDA. Fue de viaje.
MARTIRIO. (Mirando a Adela.) ¡Ah!
ADELA. Hasta mañana. (Sale.)(Martirio bebe agua y sale lentamente, mirando hacia la puerta del corral. Sale la
Poncia.)
PONCIA. ¿Estás todavía aquí?
BERNARDA. Disfrutando este silencio y sin lograr ver por parte alguna «la cosa tan grande» que aquí
pasa, según tú.
PONCIA. Bernarda, dejemos esa conversación.
BERNARDA. En esta casa no hay un sí ni un no. Mi vigilancia lo puede todo.
PONCIA. No pasa nada por fuera. Eso es verdad. Tus hijas están y viven como metidas en alacenas. Pero
ni tú ni nadie puede vigilar por el interior de los pechos.
BERNARDA. Mis hijas tienen la respiración tranquila.
PONCIA. Esto te importa a ti que eres su madre. A mí, con servir tu casa tengo bastante.
BERNARDA. Ahora te has vuelto callada.
PONCIA. Me estoy en mi sitio, y en paz.
BERNARDA. Lo que pasa en que no tienes nada que decir. Si en esta casa hubiera hierbas, ya te
encargarías de traer a pastar las ovejas del vecindario.
PONCIA. Yo tapo más de lo que te figuras.
BERNARDA. ¿Sigue tu hijo viendo a Pepe a las cuatro de la mañana? ¿Siguen diciendo todavía la mala
letanía de esta casa?
PONCIA. No dicen nada.
BERNARDA. Porque no pueden. Porque no hay carne donde morder. ¡A la vigilia de mis ojos se debe
esto!
PONCIA. Bernarda, yo no quiero hablar porque temo tus intenciones. Pero no estés segura.
BERNARDA. ¡Segurísima!
PONCIA. ¡A lo mejor de pronto cae un rayo! A lo mejor de pronto, un golpe de sangre te para el corazón.
BERNARDA. Aquí no pasará nada. Ya estoy alerta contra tus suposiciones.
PONCIA. Pues mejor para ti.
BERNARDA. ¡No faltaba más!
CRIADA. (Entrando.) Ya terminé de fregar los platos. ¿Manda usted algo, Bernarda?
BERNARDA. (Levantándose.) Nada. Yo voy a descansar.
PONCIA. ¿A qué hora quiere que la llame?
BERNARDA. A ninguna. Esta noche voy a dormir bien. (Se va.)
PONCIA. Cuando una no puede con el mar lo más fácil es volver las espaldas para no verlo.
CRIADA. Es tan orgullosa que ella misma se pone una venda en los ojos.
PONCIA. Yo no puedo hacer nada. Quise atajar las cosas, pero ya me asustan demasiado. ¿Tú ves este
silencio? Pues hay una tormenta en cada cuarto. El día que estallen nos barrerán a todas. Yo he dicho lo
que tenía que decir.
CRIADA. Bernarda cree que nadie puede con ella y no sabe la fuerza que tiene un hombre entre mujeres
solas.
PONCIA. No es toda la culpa de Pepe el Romano. Es verdad que el año pasado anduvo detrás de Adela y
ésta estaba loca por él, pero ella debió estarse en su sitio y no provocarlo. Un hombre es un hombre.
CRIADA. Hay quien cree que habló muchas noches con Adela.
PONCIA. Es verdad. (En voz baja.) Y otras cosas.
CRIADA. No sé lo que va a pasar aquí.
PONCIA. A mí me gustaría cruzar el mar y dejar esta casa de guerra.
CRIADA. Bernarda está aligerando la boda y es posible que nada pase.
PONCIA. Las cosas se han puesto ya demasiado maduras. Adela está decidida a lo que sea y las demás
vigilan sin descanso.
CRIADA. ¿Y Martirio también...?
PONCIA. Ésa es la peor. Es un pozo de veneno. Ve que el Romano no es para ella y hundiría el mundo si
estuviera en su mano.
CRIADA. ¡Es que son malas!
PONCIA. Son mujeres sin hombre, nada más. En estas cuestiones se olvida hasta la sangre. ¡Chisssss!
(Escucha.)
CRIADA. ¿Qué pasa?
PONCIA. (Se levanta.) Están ladrando los perros.CRIADA. Debe haber pasado alguien por el portón.
(Sale Adela en enaguas blancas y corpiño.)
PONCIA. ¿No te habías acostado?
ADELA. Voy a beber agua. (Bebe en un vaso de la mesa.)
PONCIA. Yo te suponía dormida.
ADELA. Me despertó la sed. ¿Y vosotras no descansáis?
CRIADA. Ahora.
(Sale Adela.)
PONCIA. Vámonos.
CRIADA. Ganado tenemos el sueño. Bernarda no me deja descanso en todo el día.
PONCIA. Llévate la luz.
CRIADA. Los perros están como locos.
PONCIA. No nos van a dejar dormir. (Salen.)
(La escena queda casi a oscuras. Sale María Josefa con una oveja en los brazos.)
MARÍA JOSEFA.
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar;
la hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
Bernarda, cara de leoparda,
Magdalena, cara de hiena.
Ovejita.
Meee, meeee.
Vamos a los ramos del portal de Belén.
(Ríe.)
Ni tú ni yo queremos dormir.
La puerta sola se abrirá
y en la playa nos meteremos
en una choza de coral.
Bernarda, cara de leoparda,
Magdalena, cara de hiena.
Ovejita.
Mee, meee.
¡Vamos a los ramos del portal de Belén!
(Se va cantando.)
(Entra Adela. Mira a un lado y otro con sigilo y desaparece por la puerta del corral.
Sale Martirio por otra puerta y queda en angustioso acecho en el centro de la escena.
También va en enaguas. Se cubre con pequeño mantón negro de talle. Sale por enfrente
de ella María Josefa.)
MARTIRIO. Abuela, ¿dónde va usted?
MARíA JOSEFA. ¿Vas a abrirme la puerta? ¿Quién eres tú?
MARTIRIO. ¿Cómo está aquí?
MARíA JOSEFA. Me escapé. ¿Tú quién eres?MARTIRIO. Vaya a acostarse.
MARíA JOSEFA. Tú eres Martirio. Ya te veo. Martirio: cara de Martirio. ¿Y cuándo vas a tener un niño?
Yo he tenido éste.
MARTIRIO. ¿Dónde cogió esa oveja?
MARíA JOSEFA. Ya sé que es una oveja. Pero ¿por qué una oveja no va a ser un niño? Mejor es tener una
oveja que no tener nada. Bernarda, cara de leoparda. Magdalena, cara de hiena.
MARTIRIO. No dé voces.
MARÍA JOSEFA. Es verdad. Está todo muy oscuro. Como tengo el pelo blanco crees que no puedo tener
crías, y sí, crías y crías y crías. Este niño tendrá el pelo blanco y tendrá otro niño y éste otro, y todos con
el pelo de nieve, seremos como las olas, una y otra y otra. Luego nos sentaremos todos y todos tendremos
el cabello blanco y seremos espuma. ¿Por qué aquí no hay espumas? Aquí no hay más que mantos de
luto.
MARTIRIO. Calle, calle.
MARÍA JOSEFA. Cuando mi vecina tenía un niño yo le llevaba chocolate y luego ella me lo traía a mí y
asi siempre, siempre, siempre. Tú tendrás el pelo blanco, pero no vendrán las vecinas. Yo tengo que
marcharme, pero tengo miedo de que los perros me muerdan. ¿Me acompañarás tú a salir del campo? Yo
no quiero campo. Yo quiero casas, pero casas abiertas y las vecinas acostadas en sus camas con sus niños
chiquititos y los hombres fuera sentados en sus sillas. Pepe el Romano es un gigante. Todas lo queréis.
Pero él os va a devorar porque vosotras sois granos de trigo. No granos de trigo, no. ¡Ranas sin lengua!
MARTIRIO. (Enérgica.) Vamos, váyase a la cama. (La empuja.)
MARÍA JOSEFA. Sí, pero luego tú me abrirás ¿verdad?
MARTIRIO. De seguro.
MARÍA JOSEFA. (Llorando.)
Ovejita, niño mío,
vámonos a la orilla del mar;
la hormiguita estará en su puerta,
yo te daré la teta y el pan.
(Sale. Martirio cierra la puerta por donde ha salido María Josefa y se dirige a la puerta
del corral. Allí vacila, pero avanza dos pasos más.)
MARTIRIO. (En voz baja.) Adela. (Pausa. Avanza hasta la misma puerta. En voz alta.) ¡Adela!
(Aparece Adela. Viene un poco despeinada.)
ADELA. ¿Por qué me buscas?
MARTIRIO. ¡Deja a ese hombre!
ADELA. ¿Quién eres tú para decírmelo?
MARTIRIO. No es ése el sitio de una mujer honrada.
ADELA. ¡Con qué ganas te has quedado de ocuparlo!
MARTIRIO. (En voz más alta.) Ha llegado el momento de que yo hable. Esto no puede seguir.
ADELA. Esto no es más que el comienzo. He tenido fuerza para adelantarme. El brío y el mérito que tú no
tienes. He visto la muerte debajo de estos techos y he salido a buscar lo que era mío, lo que me
pertenecía.
MARTIRIO. Ese hombre sin alma vino por otra. Tú te has atravesado.
ADELA. Vino por el dinero, pero sus ojos los puso siempre en mí.
MARTIRIO. Yo no permitiré que lo arrebates. Él se casará con Angustias.
ADELA. Sabes mejor que yo que no la quiere.
MARTIRIO. Lo sé.
ADELA. Sabes, porque lo has visto, que me quiere a mí.
MARTIRIO. (Desesperada.) Sí.
ADELA. (Acercándose.) Me quiere a mí, me quiere a mí.
MARTIRIO. Clávame un cuchillo si es tu gusto, pero no me lo digas más.
ADELA. Por eso procuras que no vaya con él. No te importa que abrace a la que no quiere; a mí, tampoco.
Ya puede estar cien años con Angustias, pero que me abrace a mí se te hace terrible, porque tú lo quieres
también; ¡lo quieres!MARTIRIO. (Dramática.) ¡Sí! Déjame decirlo con la cabeza fuera de los embozos. ¡Sí! Déjame que el
pecho se me rompa como una granada de amargura. ¡Lo quiero!
ADELA. (En un arranque y abrazándola.) Martirio, Martirio, yo no tengo la culpa.
MARTIRIO. ¡No me abraces! no quieras ablandar mis ojos. Mi sangre ya no es la tuya, y aunque quisiera
verte como hermana, no te miro ya más que como mujer. (La rechaza.)
ADELA. Aquí no hay ningún remedio. La que tenga que ahogarse que se ahogue. Pepe el Romano es mío.
Él me lleva a los juncos de la orilla.
MARTIRIO. ¡No será!
ADELA. Ya no aguanto el horror de estos techos después de haber probado el sabor de su boca. Seré lo que
él quiera que sea. Todo el pueblo contra mí, quemándome con sus dedos de lumbre, perseguida por las
que dicen que son decentes, y me pondré delante de todos la corona de espinas que tienen las que son
queridas de algún hombre casado.
MARTIRIO. ¡Calla!
ADELA. Sí, Sí. (En voz baja.) Vamos a dormir, vamos a dejar que se case con Angustias, ya no me
importa; pero yo me iré a una casita sola donde él me verá cuando quiera, cuando le venga en gana.
MARTIRIO. Eso no pasará mientras yo tenga una gota de sangre en el cuerpo.
ADELA. No a ti, que eres débil. A un caballo encabritado soy capaz de poner de rodillas con la fuerza de
mi dedo meñique.
MARTIRIO. No levantes esa voz que me irrita. Tengo el corazón lleno de una fuerza tan mala, que sin
quererlo yo, a mí misma me ahoga.
ADELA. Nos enseñan a querer a las hermanas. Dios me ha debido dejar sola en medio de la oscuridad,
porque te veo como si no te hubiera visto nunca.
(Se oye un silbido y Adela corre a la puerta, pero Martirio se le pone delante.)
MARTIRIO. ¿Dónde vas?
ADELA. ¡Quítate de la puerta!
MARTIRIO. ¡Pasa si puedes!
ADELA. ¡Aparta! (Lucha.)
MARTIRIO. (A voces.) ¡Madre, madre!
ADELA. ¡Déjame!
(Aparece Bernarda. Sale en enaguas, con un mantón negro.)
BERNARDA. Quietas, quietas. ¡Qué pobreza lamía no poder tener un rayo entre los dedos!
MARTIRIO. (Señalando a Adela.) ¡Estaba con él! ¡Mira esas enaguas llenas de paja de trigo!
BERNARDA. ¡Ésa es la cama de las mal nacidas! (Se dirige furiosa hacia Adela.)
ADELA. (Haciéndole frente.) ¡Aquí se acabaron las voces de presidio! (Adela arrebata el bastón a su
Madre y lo parte en dos.) Esto hago yo con la vara de la dominadora. No dé usted un paso más. ¡En mí
no manda nadie más que Pepe!
(Sale Magdalena.)
MAGDALENA. ¡Adela!
(Salen la Poncia y Angustias.)
ADELA. Yo soy su mujer. (A Angustias.) Entérate tú y ve al corral a decírselo. Él dominará toda esta casa.
Ahí fuera está, respirando como si fuera un león.
ANGUSTIAS. ¡Dios mío!
BERNARDA. ¡La escopeta! ¿Dónde está la escopeta? (Sale corriendo.)
(Aparece Amelia por el fondo, que mira aterrada con la cabeza sobre la pared. Sale
detrás Martirio.)
ADELA. ¡Nadie podrá conmigo! (Va a salir.)ANGUSTIAS. (Sujetándola.) De aquí no sales tú con tu cuerpo en triunfo, ¡ladrona!, ¡deshonra de nuestra
casa!
MAGDALENA. ¡Déjala que se vaya donde no la veamos nunca más!
(Suena un disparo.)
BERNARDA. (Entrando.) Atrévete a buscarlo ahora.
MARTIRIO. (Entrando.) Se acabó Pepe el Romano.
ADELA. ¡Pepe! ¡Dios mío! ¡Pepe! (Sale corriendo.)
PONCIA. ¿Pero lo habéis matado?
MARTIRIO. ¡No! ¡Salió corriendo en la jaca!
BERNARDA. Fue culpa mía. Una mujer no sabe apuntar.
MAGDALENA. ¿Por qué lo has dicho entonces?
MARTIRIO. ¡Por ella! ¡Hubiera volcado un río de sangre sobre su cabeza!
PONCIA. Maldita.
MAGDALENA. ¡Endemoniada!
BERNARDA. ¡Aunque es mejor así! (Se oye como un golpe.) ¡Adela! ¡Adela!
PONCIA. (En la puerta.) ¡Abre!
BERNARDA. Abre. No creas que los muros defienden de la vergüenza.
CRIADA. (Entrando.) ¡Se han levantado los vecinos!
BERNARDA. (En voz baja como un rugido.) ¡Abre, porque echaré abajo la puerta! (Pausa. Todo queda en
silencio.) ¡Adela! (Se retira de la puerta.) ¡Trae un martillo! (La Poncia da un empujón y entra. Al
entrar da un grito y sale.) ¿Qué?
PONCIA. (Se lleva las manos al cuello.) ¡Nunca tengamos ese fin!
(Las hermanas se echan hacia atrás. La Criada se santigua. Bernarda da un grito y
avanza.)
PONCIA. ¡No entres!
BERNARDA. No. ¡Yo no! Pepe; tú irás corriendo vivo por lo oscuro de las alamedas, pero otro día caerás.
¡Descolgarla! ¡Mi hija ha muerto virgen! Llevadla a su cuarto y vestirla como si fuera doncella. ¡Nadie
dirá nada! ¡Ella ha muerto virgen! ¡Avisad que al amanecer den dos clamores las campanas!
MARTIRIO. Dichosa ella mil veces que lo pudo tener.
BERNARDA. Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A callar
he dicho! (A otra hija.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! ¡Nos hundiremos todas en un mar de luto! Ella,
la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído? Silencio, silencio he dicho.
¡Silencio!
Telón

MOLIÈRE. TARTUFO.






MOLIÈRE

TARTUFO



PERSONAJES
La señora PERNELLE, madre de Orgón
ORGÓN, esposo de Elmira
ELMIRA, esposa de Orgón
TARTUFO, falso devoto
DAMIS, hijo de Orgón
MARIANA, hija de Orgón, enamorada de Valerio
VALERIO, pretendiente de Mariana
CLEANTE, cuñado de Orgón
Un oficial del Rey
El señor LEAL, sargento
DORINA, aya de Mariana
FLIPOTA, criada de la señora Pernelle

ACTO PRIMERO
La escena en París, sala en casa de Orgón
ESCENA I

La señora PERNELLE, FLIPOTA, su sirviente, ELMIRA, MARIANA, DORINA,
DAMIS y CLEANTE

SRA. PERNELLE: Vamos, Flipota, vamos, quiero librarme de esta gente.
ELMIRA: Usted anda tan ligero, que es imposible seguirla.
SRA. PERNELLE: Déjeme hija, déjeme. No se moleste. No necesito que me
acompañen.
ELMIRA: No es por cumplimiento, pero ¿por qué se va tan de prisa, señora?
SRA. PERNELLE: Es que no puedo soportar lo que pasa en esta casa. Nadie se toma el
menor cuidado en darme gusto. Sí, me voy de aquí, muy disgustada. Me discuten todo
lo que digo. No se respeta nada, todos hablan a gritos y todos mandan como en una
feria.
DORINA: Pero. ..
SRA. PERNELLE: Tú, mi amiguita, eres una empleada muy charlatana y muy
impertinente; en todo te tienes que meter para dar tu opinión.
DAMIS: Pero.. .
SRA. PERNELLE: Y tú no eres más que un tonto. Soy yo quien te lo digo, yo que soy
tu abuela, y cien veces le he dicho a tu padre que estás adquiriendo modales de bribón y
que no le darás más que disgustos.
MARIANA: Yo creo.. .
SRA. PERNELLE: ¡Esta es la hermana! ¡Dios mío! haciéndose la discreta, la mosquita
muerta, que cualquiera diría que no ha roto nunca un plato. Pero ¡fíate del agua mansa!
que esconde muchas cosas que aborrezco.
ELMIRA: Pero, señora ...
SRA. PERNELLE: Querida nuera, no se moleste por lo que voy a decirle. Su conducta
es francamente mala. Debería ser para estos niños un ejemplo digno de imitación, como
lo era su difunta madre. Usted es derrochadora y me disgusta ver tanto lujo. No creo que
una mujer necesita tanta ostentación si quiere parecerle bien sólo a su marido.
CLEANTE: Pero, señora, después de todo . . .
SRA. PERNELLE: A usted, señor, lo estimo mucho y aun lo quiero, pero en fin, si yo
estuviese en el lugar de mi hijo, le pediría que no entrara más en esta casa. Siempre está
predicando máximas que no puede seguir la gente honesta. Le hablo con franqueza, es
mi modo de ser, y no ando con rodeos para decir lo que siento.
DAMIS: El señor Tartufo estaría feliz ...
SRA. PERNELLE: Es un hombre de bien a quien hay que escuchar y no puedo
soportar, sin irritarme, que lo comente un loco como tú.
DAMIS: Y yo tengo que soportar que un beato hipócrita disponga aquí de un poder
tiránico y que no podamos divertirnos sin el consentimiento de ese señor.
DORINA: Si hubiera que oírlo y seguir sus máximas, no se podría hacer nada. Todo lo
fiscaliza y lo controla ese criticón.
SRA. PERNELLE: Y todo lo que fiscaliza está bien fiscalizado. Su deseo es mostrarnos
el camino del cielo y mi hijo Orgón debería exhortarlos a todos a que lo quisieran.
DAMIS: No, abuela, ni mi padre ni nadie puede obligarme a quererlo; mentiría si dijera
otra cosa. Su modo de ser me molesta en tal forma que no sé qué va a pasar si continúa
así, y con ese miserable voy a llegar a un escándalo.
DORINA: Y lo peor es ver cómo ese desconocido se enseñorea de esta casa. Un
miserable pordiosero que cuando llegó no tenía zapatos, y su traje era como para
botarlo, y ahora abusa con todos y todo lo dispone como si fuera el dueño.
SRA. PERNELLE:¡Ah, Dios mío! Todo iría mejor si se siguieran sus órdenes piadosas.DORINA: En su imaginación usted lo ve como a un santo. Pero todo lo que hace no es
más que hipocresía.
SRA. PERNELLE: ¡Cállate!
DORINA: No me fiaría de él ni de Lorenzo su criado.
SRA. PERNELLE: Ignoro lo que puede ser el criado, pero respondo del señor como
hombre de bien. Ustedes no lo quieren y lo rechazan porque a todos les dice la verdad.
Pero es contra el pecado que su corazón se subleva y solo le impulsa el interés del cielo.
DORINA: Sí, pero, ¿por qué al poco tiempo de estar aquí no podía soportar que alguien
viniese a esta casa? En qué puede disgustar al cielo una visita honesta, para rompernos
la cabeza con sus reproches. ¿Quiere que le diga algo entre nosotros? Yo creo que está
celoso de la Señora (señalando a Elmira).
SRA. PERNELLE: ¡Cállate! y ten cuidado con lo que dices. No es el único que censura
estas visitas, todo el trajín que traen quienes vienen, las carrozas que esperan en la
puerta, la bulliciosa reunión de tantos lacayos, y el estrépito molesto que arman para
toda la vecindad. Quiero creer que en el fondo no pasa nada, pero en fin, se murmura y
eso no está bien...
CLEANTE: ¡Ah! ¿Y quiere usted impedir, señora, que se hable? ¡Tendría gracia que
por las necias habladurías nos viésemos obligados a renunciar a nuestros mejores
amigos! y aun cuando se hiciera, ¿cree usted que lograría que la gente se callara? Contra
la murmuración no existe amparo y no hay que hacer caso al necio comadreo.
Esforcémonos en vivir con verdadera inocencia y dejemos a los murmuradores que
digan lo que quieran.
DORINA: ¿No serán nuestra vecina Dafne y su diminuto esposo quienes hablan mal de
nosotros? Es bien sabido que aquellos cuya conducta es objeto de risa, son siempre los
primeros en juzgar a los demás; jamás dejan de aprovechar el menor resquicio de las
apariencias para lanzar con gozo la noticia maligna y darle el sentido que les interesa.
SRA. PERNELLE: Todo el mundo sabe que la señora Dafne lleva una vida ejemplar y
no se preocupa más que de los asuntos del cielo, y sé, porque me lo han dicho, que ella
condena rotundamente las costumbres de esta casa.
DORINA: ¡Ejemplo admirable! ¡Es muy buena la señora! Es verdad que vive en forma
austera, pero es la edad la que le ha llenado el alma de piedad y todos sabemos que
ahora se ha puesto mojigata, vistiéndose para ocultar su cuerpo. Mientras pudo se
aprovechó con fruición de esa ventaja, pero en cuanto echó de ver que el brillo de sus
ojos menguaba, renunció al mundo, cuando en realidad era el mundo quien renunciaba a
ella. Así es cómo con gran sabiduría disfraza los despojos de sus atractivos juveniles.
Estos son los trucos de las viejas coquetas, les duele ver como huyen los galanes, y
abandonadas no hallan mejor recurso que aparentar virtud. Todo lo censuran, no
perdonan nada. Con soberbia critican la vida del prójimo, no por caridad sino por
envidia, y no pueden sufrir que otra se divierta porque a ellas la edad les ha quitado el
gusto.
SRA. PERNELLE: (A Elmira). Estas son las historias que le cuenta para darle gusto,
querida nuera. En su casa está una obligada a callarse, pues la señorita siempre anda
oyendo lo que se conversa. Pero aun así, yo no quiero callarme y les digo que mi hijo no
ha hecho nada mejor que alojar en su casa a un personaje tan devoto que el cielo nos ha
enviado para enderezar nuestras vidas. Por vuestra salvación deben escucharle y tener
presente que no reprende nada que no sea reprensible. Esas visitas, esos bailes, esas
reuniones son invención del espíritu del mal. Aquí nunca se oyen palabras piadosas.
Todos son propósitos ociosos que nunca se realizan, todos son bailes y canciones, y si
bien es verdad que son los otros los que murmuran, son ustedes los que les dan ocasión.
La gente sensata está escandalizada con estas reuniones, y como dijo muy bien unpredicador el otro día, ésta es una verdadera torre de Babel donde cada uno grita y
gesticula como le da la gana. Y para contar la historia que refirió... (Señalando a
Cleante) ¿Ya se ríe este señor? vayan a buscar a sus locos y que los hagan reír.. . (A
Elmira) Adiós, nuera, no quiero decir una palabra más, lo que hagan por aquí me tiene
sin cuidado y pasará mucho tiempo antes que vuelva a poner los pies en esta casa.
(Dando un bofetón a Flipota) Vámonos, ¿tú sueñas o piensas tonterías? Dios Santo ya
haré yo que te espabiles. Pasa, estúpida, pasa (Vanse la Señora Pernelle, Flipota, Elmira,
Mariana y Damis).



ESCENA II CLEANTE y DORINA
CLEANTE: Yo no salgo a despedirla; tengo temor de que vuelva a retarme. Esta buena
señora...
DORINA: Lástima que no le oiga decir eso. Seguramente le diría que usted es muy
amable, pero que todavía no tiene edad para que la trate de buena señora.
CLEANTE: Y por Dios que se enojó con nosotros, y qué obsesión tiene con el señor
Tartufo. ..
DORINA: Esto no es nada en comparación con la manía que tiene su hijo; si usted lo
oyera diría que es mucho peor. El dueño de casa, el señor Orgón, siempre fue un
hombre sabio y prudente, y durante la época de los disturbios demostró coraje para
servir al rey. Pero desde que llegó Tartufo a esta casa está como embrutecido y vive
obsesionado; le dice "hermano" y lo quiere cien veces más que a su madre, que a sus
hijos y a su mujer. Es el único confidente de todos sus secretos y el que le dice lo que
debe o no debe hacer; lo mima y lo abraza y con una amante no se podría ser más
tierno; en la mesa quiere que ocupe la cabecera y goza viéndolo comer por diez. Hace
que le den los mejores bocados y si lanza un eructo le dice "buen provecho". En fin, está
loco por él. Es todo su héroe. Le admira, le cita a cada momento, sus acciones más
insignificantes le parecen milagros y todo lo que dice le parece un oráculo. Tartufo,
conociendo la debilidad del dueño de casa, saca buen provecho. Con hipocresía le pide
dinero para hacer limosnas y se cree autorizado para hacer comentarios sobre todos los
que vivimos aquí. Y esto no es lo peor, sino que hasta el sirviente se permite darnos
lecciones. Nos sermonea con ojos feroces y nos quita las cintas, el carmín, los perfumes.
El otro día me rompió con sus propias manos un pañuelo que encontró en un
devocionario, diciendo que nosotros mezclamos las cosas santas, con los adornos del
demonio.


ESCENA III
ELMIRA, MARIANA, DAMIS, CLEANTE y DORINA
ELMIRA: (A Cleante) Has tenido suerte en no ir a despedirla porque hubieses tenido
que oír el sermón que nos ha echado. He visto llegar a mi marido pero él no me ha visto
a mí. Voy a esperarle arriba.
CLEANTE: Yo lo esperaré aquí. Le saludaré solamente. (Vanse Elmira y Mariana).
DAMIS: Háblele del matrimonio de mi hermana. Sospecho que Tartufo se opone y
obliga a mi padre a demorar su autorización. Usted sabe el interés que tengo en este
matrimonio. Si un mismo amor une a mi hermana y a Valerio, usted sabe que yo
también estoy enamorado. Y si es preciso...
DORINA: Ya viene (Vase Damis).
ESCENA IV ORGÓN, CLEANTE y DORINA
ORGÓN: Hola cuñado, buenos días.
CLEANTE: Me iba ya pero he tenido la suerte de encontrarte. ¿Cómo estaba el campo?
Parece que todavía no está muy agradable.ORGÓN: Dorina... (A Cleante) Un momento, cuñado, no te vayas. ¿Me permites, para
salir de cuidados, que pregunte cómo siguen los de la casa? (A Dorina) ¿Ha habido
novedad estos últimos dos días? ¿Qué se hace por aquí? ¿Cómo siguen todos?
DORINA: La señora antes de ayer tuvo fiebre que le duró hasta la noche y un dolor de
cabeza espantoso.
ORGÓN: ¿Y Tartufo?
DORINA: ¿Tartufo? Se encuentra a las mil maravillas, gordo y saludable como
siempre, de buen color, sano y la boca fresca.
ORGÓN: ¡El pobre hombre!
DORINA: Por la noche la señora estuvo muy desganada y no probó bocado. ¡Tan fuerte
le dio el dolor de cabeza!
ORGÓN: ¿Y Tartufo?
DORINA: Cenó sólo con ella y muy devotamente se comió tres perdices y media pierna
de cordero con ensalada.
ORGÓN: ¡ El pobre hombre!
DORINA: La señora se pasó la noche sin pegar los ojos. El ardor de la fiebre no la
dejaba dormir y tuve que quedarme con ella para acompañarla.
ORGÓN: ¿ Y Tartufo?
DORINA: Dominado por sueño invencible, se fue a su dormitorio en cuanto se levantó
de la mesa, se acostó enseguida en la cama bien calentita y durmió plácidamente hasta
la mañana siguiente.
ORGÓN: ¡ El pobre hombre!
DORINA: Al fin logramos convencer a la señora y permitió que le hiciesen una sangría.
Con eso notó alivio enseguida.
ORGÓN: ¿Y Tartufo?
DORINA: Recuperándose como corresponde al que defiende su alma contra todos los
males de este mundo. Y para reemplazar la sangre que había perdido la señora, se bebió
cuatro enormes copas de vino durante el almuerzo.
ORGÓN: ¡ El pobre hombre!
DORINA: Voy a comunicar a la señora el interés que usted tiene por su salud (Vase
Dorina).


ESCENA V
ORGÓN y CLEANTE
CLEANTE: Sin la menor intención de molestarte voy a decirte, cuñado, que esa mujer
se ríe de ti en tus propias barbas, y lo peor del caso, si quieres que te sea franco, es que
tiene razón. ¡Se ha visto alguna vez semejante capricho! ¿Es posible que un hombre
como ése disponga de tanta influencia que te haga olvidar todo lo demás? Además, que
sea aquí, en esta casa, donde se ha librado de la miseria, llegando al extremo de...
ORGÓN: Basta, cuñado; tú no conoces a la persona de quien hablas.
CLEANTE: No, no la conozco, pero para saber qué clase de hombre puede ser...
ORGÓN: Quedarás encantado cuando lo conozcas, encantado. Es un hombre que... ah...
un hombre. .. en fin, un hombre de veras. Quien sigue sus consejos, goza de una paz
inefable y desprecia el mundo por sus miserias. Sí, yo mismo me siento transformado
cuando oigo lo que dice. Me enseña a no tener afecto por nada de este mundo, desata mi
alma de todas las amistades terrenas y creo que vería impasible morir a mi hermano, a
mis hijos, a mi madre, a mi esposa, sin que me importara un tanto así.
CLEANTE: Muy nobles sentimientos en verdad.
ORGÓN: ¡Ah! si supieras como lo conocí, sentirías por él la misma inclinación. Todos
los días le veía llegar con aire dulcísimo a la iglesia y se arrodillaba muy cerca de mí.Atraía la atención de todos los fieles por el fervor que ponía en sus plegarias, lanzaba
suspiros, prorrumpía en devotas jaculatorias y besaba a cada momento con extrema
humildad el suelo. Luego, cuando veía que yo iba a salir, se me adelantaba para
ofrecerme en la puerta agua bendita. Informado por su criado, que en todo lo imita, de la
indigencia en que se hallaba y de lo que era, le hice algún regalo, pero él con delicada
modestia siempre intentaba devolverme algo. "Es demasiado (me decía), es más de lo
que necesito, yo no merezco su simpatía". Y cuando yo rehusaba aceptar lo que me
devolvía, iba a repartirlo, a mis propios ojos, entre los pobres. En fin, el cielo lo ha
traído a mi casa y desde entonces todo parece prosperar. Veo que todo lo corrige, y
hasta por mi propia esposa, que es como decir por mi honor, vela con interés extremado.
Me advierte de los galanes que intentan cortejarla y se muestra en esto mil veces más
celoso que yo. Pero no creerás hasta dónde llega su celo: por la menor bagatela se
considera pecador, una nimiedad basta para encolerizarlo, hasta el extremo de que el
otro día se acusó de haber cogido una pulga mientras estaba en oración y haberle dado
muerte con excesiva cólera.
CLEANTE: ¡Por Dios, cuñado! O estás loco o quieres burlarte de mi con estos cuentos.
¿Y qué pretendes con todo esto?
ORGÓN: ¡Cuidado! Esas palabras tienen trazas de impiedad. Tú eres algo libertino y
como te lo he dicho cien veces esto te acarreará más de alguna molestia.
CLEANTE: Es lo que dicen todos los que son como tú. Quieren que todos sean ciegos.
Tener buena vista es ser libertino, y quien no adora las apariencias no tiene ni respeto ni
fe por las cosas sagradas. Anda, que nada de lo que dices me intimida. Yo sé como
hablo, y el cielo ve mi corazón. No soy esclavo de las hipocresías. Así como hay falsos
valientes hay también falsos devotos. ¡Pues qué! ¿No sabes hacer distinción entre la
hipocresía y la devoción? ¿Quieres acaso explicar las dos con las mismas palabras y
hacer el mismo honor a la máscara que a la verdad, igualar el artificio con la sinceridad,
confundir la apariencia con la realidad, apreciar el fantasma tanto como a la persona y la
falsa moneda igual que la buena?
ORGÓN: Sí, ya veo que eres un filósofo consumado; toda la sabiduría está concentrada
en ti. Eres el único sabio, el único inspirado. Eres un oráculo, un Catón de los tiempos
que corremos y los demás somos un hato de imbéciles.
CLEANTE: No, no soy filósofo, ni poseo la ciencia de todo el mundo, pero sé distinguir
lo verdadero de lo falso. Es así como creo que no hay personas más dignas que los
devotos sinceros y que no hay en el mundo algo más noble y hermoso que el fervor del
verdadero creyente; así también sé, que no hay nada más odioso que la apariencia
disfrazada de religiosidad. Esos charlatanes, sacrílegos y farsantes para quienes la
devoción es oficio y mercadería quieren adquirir honras y dignidad a través de falsas
posturas religiosas, esa gente que a costa del cielo hace fortuna en la tierra, esos
hipócritas, los encontramos a cada paso; en cambio, los devotos de corazón es difícil
distinguirlos, no son fanfarrones de la virtud, no se hacen insoportables con la
ostentación de la devoción que es en ellos humana y sociable. No censuran nuestras
acciones, porque comprenden que eso sería pecado de orgullo, y si nos han de corregir
en algo no lo hacen con palabras, sino con el ejemplo. Jamás se ensañan contra el pobre
pecador, odian, sí, el pecado, mas no quieren defender los intereses del cielo con mayor
vehemencia que la que el mismo cielo dispone. Estos son, amigo, los verdaderos
devotos, los que nos ofrecen constantemente un ejemplo digno de imitación, y tu
Tartufo no está ciertamente cortado por este patrón. Tú le ensalzas por la devoción que
muestra, pero no ves que te tiene deslumbrado con un falso resplandor.
ORGÓN: Mi querido señor y cuñado, ¿ha terminado ya de hablar?
CLEANTE: Sí.ORGÓN: A sus órdenes, entonces (intenta retirarse).
CLEANTE: Por favor, permíteme dos palabras más, vamos a otro asunto. Ya sabes que
Valerio confía en la palabra que le diste de aceptarle por yerno.
ORGÓN: Sí.
CLEANTE: Y creo que hasta le has señalado fecha para el matrimonio.
ORGÓN: Es verdad.
CLEANTE: ¿ Por qué, pues, se demora este asunto?
ORGÓN: No sé.
CLEANTE: ¿ Has cambiado de pensamiento?
ORGÓN: Tal vez.
CLEANTE: ¿Quieres faltar a tu palabra?
ORGÓN: Yo no digo eso.
CLEANTE: Porque ningún obstáculo puede impedirte el cumplimiento de tu promesa.
ORGÓN: Según.
CLEANTE: ¿Para contestarme son necesarias tantas vueltas? Mira que el propio
Valerio me envía para que me digas qué hay de todo esto.
ORGON: ¡Loado sea el cielo!
CLEANTE: Pero qué le digo?
ORGON: Lo que quieras.
CLEANTE: Debo conocer tus intenciones. ¿Cuáles son?
ORGON: Hacer lo que disponga el cielo.
CLEANTE: Acabemos de una vez. Valerio tiene tu palabra, ¿la cumplirás o no?
ORGON: Adiós. (Vase Orgón).
CLEANTE: Algo malo va a suceder aquí, me temo una desgracia para su amor, debo
advertir a Valerio.


ACTO SEGUNDO
La misma decoración del Acto anterior

ESCENA I
ORGON y MARIANA
ORGON: Mariana!
MARIANA: ¿Si, padre?
ORGON: Ven, tengo que hablarte de algo en privado.
MARIANA: (A Orgón que mira al interior del gabinete contiguo) ¿Que busca?
ORGON: Miro si hay alguien aquí que pueda oírnos, pues este saloncito parece hecho
adrede para espiar. Ahora podremos hablar con libertad. Tú sabes, Mariana, que siempre
te he querido mucho porque eres una niña muy dulce.
MARIANA: Y yo estoy muy contenta con su cariño, papá.
ORGON: Eso está muy bien dicho, hija mía, y para merecer mi amor no debes
preocuparte más que de darme gusto.
MARIANA: Eso es lo que trato.
ORGON: Muy bien. ¿Que piensas de Tartufo nuestro huésped?
MARIANA: ¿Quién? ¿Yo?
ORGON: Tú, si, fíjate bien en lo que me contestas.
MARIANA: Diré de él todo lo que usted quiera.
ORGON: Eso está bien dicho. Dime, pues, hija mía, que tiene grandes méritos que
conmueven tu corazón, y que si yo te lo propusiera lo aceptarías como esposo con
mucho gusto. ¿Que dices?
MARIANA: (Retrocediendo espantada) ¿ Eh?
ORGON: ¿Que pasa?
MARIANA: Por favor...ORGON: ¿Que?
MARIANA: ¿Le oí bien lo que dijo?
ORGÓN: ¿Cómo?
MARIANA: ¿De quién quiere usted que diga que me conmueve el corazón y que me
agradaría tenerle por esposo?
ORGÓN: De Tartufo.
MARIANA: ¿Y por qué obligarme a decir semejante mentira?
ORGÓN: Pues yo quiero que sea verdad. Y es suficiente que yo lo haya decidido.
MARIANA: ¿Qué? Acaso quiere, padre...
ORGÓN: Sí, quiero. Quiero que te cases con Tartufo, para unir a toda la familia con tu
matrimonio. Así lo he decidido. Será tu esposo y como yo soy el que manda.
ESCENA II
ORGÓN, MARIANA y DORINA, que ha entrado sigilosamente sin ser vista y ha oído
parte del anterior diálogo
ORGÓN: (Dándose cuenta de la presencia de Dorina) ¿Qué haces tú ahí? Muy grande
ha de ser tu curiosidad, señora sirvienta, para venir a oír lo que estamos conversando.
DORINA: A decir verdad, no sé si se trata de un rumor o de una simple suposición;
pero lo cierto es que hasta mí ha llegado la noticia de este matrimonio, y la he
considerado como una tontería.
ORGÓN: ¿Por qué? ¿Acaso lo crees imposible?
DORINA: Aunque usted mismo lo dijera, no lo creería.
ORGÓN: Yo tengo manera de hacértelo creer.
DORINA: No, si esas son historias.
ORGÓN: No, no son historias. Digo lo que ocurrirá dentro de muy poco.
DORINA: ¡Cuentos!
ORGÓN: Lo que yo digo, señora mía, no es ningún cuento
DORINA: (A Mariana) ¡Vamos, no le crea a su padre! Está bromeando.
ORGÓN: Te digo ...
DORINA: No, si nadie le va a creer.
ORGÓN: Me va a dar rabia. ..
DORINA: Bueno, le creo, pero es peor para usted. Cómo es posible que con esos
bigotes y esa barbita, sea tan loco como para creer. . .
ORGÓN: Te estás tomando libertades que no me gustan.
DORINA: Hablemos sin enojarnos, señor, se lo suplico, usted se burla de nosotros al
tomar semejante determinación. Su hija no se puede casar con ese beato. Hay otras
cosas que él puede ambicionar pero no ésta. Y además, ¿qué ventaja tiene este
matrimonio? ¿Por qué siendo tan rico escoge por yerno a un pordiosero?
ORGÓN: ¡Cállate! Si nada tiene, es por eso, precisamente por lo que se le debe
admirar. Su miseria es una miseria que le honra y le eleva por encima de todas las
grandezas, puesto que por su poco cuidado en las cosas de la tierra y por su gran apego
a las del cielo se ha visto privado de sus bienes. Pero, con mi ayuda podrá salir de las
dificultades y entrar en posesión de lo que le pertenece. Tiene propiedades que puede
recuperar, porque ahí donde le ves, es gentilhombre.
DORINA: Sí, él dice que es gentilhombre, y su vanidad, señor, no se compadece bien
con su piedad. No debe ponderar tanto el nombre y el nacimiento quien dice vivir una
vida humilde y santa. Pero hablemos de su persona y dejemos su nobleza. ¿Le va a dar
usted una muchacha como Mariana a semejante hombre? Recuerde que se pone en
peligro la virtud de una niña cuando se contraría su gusto en el matrimonio. El deseo de
vivir honestamente depende de las cualidades del marido, y los hombres a quienes todo
el mundo señala poniéndose un dedo en la frente, son a menudo los causantes de quesus mujeres sean lo que son. Es muy difícil ser fiel a ciertos maridos. Quien da a su hija
un hombre que ella aborrece es responsable de las faltas que ella pueda cometer.
ORGÓN: Muchas gracias por la lección.
DORINA: Haría muy bien en seguirla.
ORGÓN: (A Mariana) No la oigas, hija. Yo soy tu padre y sé bien lo que te conviene.
Había dado a Valerio mi palabra de que serías su esposa; pero ahora, además de que
dicen que es inclinado al juego, sospecho de que no es muy religioso. No lo veo nunca
en la iglesia.
DORINA: ¿Quiere que vaya a la iglesia precisamente a la misma hora en que está
usted?
ORGÓN: ¡Cállate! (A Mariana) En fin, Tartufo es el mejor del mundo, un modelo de
virtudes. Este casamiento colmará todos tus deseos y estará lleno de dulzuras y placeres.
Juntos vivirán como dos niños, como dos tortolitos. No llegarás nunca a discusiones
enojosas y harás de él todo lo que quieras.
DORINA: ¡Sí! Un cornudo.
ORGÓN: ¡Cállate! ¡Qué manera de hablar!
DORINA: Yo digo que tiene todo el aspecto, señor, y que tendrá que seguir su destino.
ORGÓN: No me interrumpas más. Cállate y no metas tu nariz donde no corresponde.
DORINA: (Le interrumpe siempre en el preciso momento en que se vuelve para hablar
con su hija) Yo no hablo, señor, nada más que por su bien.
ORGÓN: Te preocupas demasiado por mí. Cállate, pues; hazme el favor.
DORINA: Si no lo quisiera tanto. ..
ORGÓN: No quiero que nadie me quiera.
DORINA: Y yo quiero quererlo señor, a pesar suyo.
ORGÓN: ¡Ah!
DORINA: Me interesa mucho su reputación y no puedo soportar que todo el mundo
hable de usted.
ORGÓN: ¿Quieres callarte de una vez?
DORINA: Es un caso de conciencia para mí dejar que se haga este matrimonio.
ORGÓN: ¿Quieres callarte ya, descarada?
DORINA: ¡Ah! ¡Usted que es tan piadoso y se enoja tanto.
ORGÓN: Sí, me calientas la cabeza con las estupideces que dices. Cállate de una vez, te
lo mando.
DORINA: Me callo, pero sigo pensando.
ORGÓN: Piensa lo que quieras, pero ten cuidado de no hablar más. ¡Basta!
(Volviéndose a su hija) He madurado bien las cosas . . .
DORINA: ¡Qué ganas de hablar! (Calla cuando Orgón vuelve la cabeza}.
ORGÓN: Sin ser precisamente un jovencito, Tartufo es de tal manera .. .
DORINA: ¡Sí, tiene muy lindo hocico!
ORGÓN: Que aun cuando no sintieses ningún atractivo por él... (poniéndose frente a
ella y mirándola con los brazos cruzados).
DORINA: Si yo estuviera en su lugar puede estar seguro que ningún hombre se casaría
conmigo sin mi consentimiento, y si así fuera, en la noche de bodas una mujer tiene
siempre lista una venganza.
ORGÓN: ¿No quieres hacerme caso?
DORINA: Yo no hablo con usted.
ORGÓN: ¿Que estas haciendo, entonces?
DORINA: Estoy hablando sola.
ORGÓN: Muy bien (Aparte) Le voy a dar una bofetada, es demasiada insolencia (Hace
el gesto de darle una bofetada, pero sólo la amenaza. Dorina, a cada ojeada que él lanza,se pone tiesa sin hablar) (A Mariana) Hija mía, debes aprobar mi deseo. Creo que el
marido que te he elegido ... (A Dorina) ¿Qué, no estás hablando?
DORINA: No, no tengo nada que decirme.
ORGÓN: Pero habla un poco.
DORINA: No quiero.
ORGÓN: Te estaba mirando.
DORINA: Alguna tonta sería la que quisiera hablar, pero yo...
ORGÓN: (A Mariana) En fin, hija mía, es preciso que me obedezcas y que estés
contenta con mi elección.
DORINA: (Apartándose del alcance de Orgón) Yo no me casaría con Tartufo.
ORGÓN: (Señalando a Dorina) Esta mujer, hija mía, es una peste con quién no puedo
seguir viviendo. Sus insolencias me ponen fuera de mí y voy a salir de aquí para
calmarme un poco. (Sale).


ESCENA III
DORINA y MARIANA
DORINA: Y usted ¿ha perdido el habla? ¿Y soy yo la que tiene que hacer su papel?
¡Tolerar que le propongan un matrimonio semejante y no decir ni una sola palabra!
MARIANA: Mi padre es tan dominante, ¿que quieres que haga?
DORINA: Cualquier cosa.
MARIANA: ¿ Pero qué?
DORINA: Decirle que se ama por propia voluntad; que es usted, y no él, la que se va a
casar; y que es a usted y no a él, a quien debe gustarle el marido; y, que si le gusta tanto
su Tartufo, que se case con él.
MARIANA: Mi padre tiene tanto dominio sobre nosotros, que nunca me he atrevido a
contradecirle.
DORINA: Dígame: le gusta Valerio sí o no.
MARIANA: ¡Por Dios, Dorina! ¡Qué injusta eres! ¿Por qué me preguntas eso? ¿No te
he abierto mil veces mi corazón? ¿No sabes hasta dónde llega mi amor por Valerio?
DORINA: ¿Qué sé yo si al hablar por la boca ha hablado con el corazón, ni si quiere de
veras a su pretendiente?
MARIANA: Mis verdaderos sentimientos te los he manifestado cien veces, y me
ofendes con tus dudas, Dorina.
DORINA: ¿Entonces, lo quiere de verdad?
MARIANA: Sí, mucho, Dorina, mucho.
DORINA: Y, según las apariencias, ¿El le corresponde?
MARIANA: Así lo creo.
DORINA: ¿Y los dos se mueren de ganas de casarse luego?
MARIANA: Así es.
DORINA: ¿Y qué va a hacer si su padre la obliga a casarse con Tartufo?
MARIANA: Darme la muerte si me obliga a casarme con ese hombre.
DORINA: ¡Muy bien! No se me había ocurrido. No tiene más que matarse y se acaba el
problema. El remedio es maravilloso. ¡Qué rabia me da cuando la oigo hablar así!
MARIANA: ¡Qué eres rabiosa, Dorina! ¡Eres incapaz de tenerme compasión!
DORINA: ¡Yo no compadezco a las que dicen tonterías!
MARIANA: ¿Pero qué quieres que haga yo si soy tan tímida?
DORINA: El amor pide firmeza en el corazón.
MARIANA: ¿No la he tenido yo para amar a Valerio? Y, además, él no puede vencer la
voluntad de mi padre y casarse conmigo.DORINA: Si su padre es un extravagante incorregible que está completamente
encaprichado con su Tartufo, y falta a la palabra que tenía dada, ¿qué culpa tiene
Valerio de todo eso?
MARIANA: ¿Y quieres que yo muestre el amor que hay en mi corazón oponiéndome
rotunda y ruidosamente a la decisión de mi padre? ¿Y mi pudor de mujer y mi deber de
hija? ¿Quieres que todo el mundo conozca mi pasión?.. .
DORINA: No, no, yo no quiero nada. Ya veo que está decidida a ser del señor Tartufo,
y ahora comprendo que he hecho muy mal en tratar de que no se haga ese matrimonio.
¿Qué razón habría? El partido es muy ventajoso. ¡El señor Tartufo! ¡Oh! ¡Excelente
partido el que le proponen! Ciertamente, si bien se mira, el señor Tartufo no es un
hombre cualquiera. No es un pelagatos. ¡Qué suerte la de poder ser su mujer! Todo el
mundo le admira. Es noble, de gentil figura y tiene cara de angelito. Verdaderamente, va
a vivir muy feliz con tal marido.
MARIANA: ¡Dios mío!
DORINA: ¡Qué alegría ser la esposa de un marido tan apuesto!
MARIANA: ¡Ah! ¡Termina de una vez y ayúdame a salir de este lío! Estoy dispuesta a
todo.
DORINA: ¡No! Es preciso que la hija obedezca a su padre, aunque quiera darle un
mono por marido. ¡Qué suerte más grande! El día de la boda se irá al pueblo y allí estará
rodeada de tíos y primos de su marido y se divertirá mucho. Desde luego, le presentarán
al gran mundo de la aldea y vendrán a darle la bienvenida la señora del boticario y la
alcaldesa, que le hará el honor de sentarla a su lado. Durante el carnaval, el baile en la
plaza con orquesta real, compuesta de dos gaitas y un bombo, y el circo y los payasos...
En fin, se podrá divertir, si su marido. . .
MARIANA: ¡Ah! ¡Déjame en paz! En vez de hacerme bromas de mal gusto, debieras
pensar en ayudarme con tus consejos.
DORINA: A sus órdenes.
MARIANA: ¡Dorina! ¡Por favor!
DORINA: Por tonta va a tener que casarse con Tartufo.
MARIANA: ¡Pobre de mí!
DORINA: No.
MARIANA: Tú bien sabes que mi amor por Valerio .. .
DORINA: No, usted quiere a Tartufo, y Tartufo será su marido.
MARIANA: Ya sabes que siempre me he confiado a ti. Hazme el favor...
DORINA: No, quiero verla entartufada.
MARIANA: Pues bien, ya que mi suerte no te conmueve, déjame sola. Ya sé cuál es el
remedio para mi pena. (Hace como que se va).
DORINA: Venga para acá, que ya no estoy enojada. A pesar de todo, tengo que
ayudarla.
MARIANA: Mira, Dorina, si me obligan a casarme, te advierto bien claro que me voy a
matar.
DORINA: Tranquila, no exagere. Yo creo que hay modo de arreglar las cosas ... Pero
ahí viene Valerio ...


ESCENA IV
VALERIO, MARIANA y DORINA
VALERIO: Acaban de darme una noticia, señorita, que yo ignoraba y que no es muy
agradable.
MARIANA: ¿Cuál?
VALERIO: Que usted se casa con Tartufo.
MARIANA: Es cierto, a mi padre se le ha metido en la cabeza .. .VALERIO: ¿A su padre, señorita? ...
MARIANA: Sí, ha cambiado de parecer. Acaba de proponérmelo.
VALERIO: ¿Lo dice en serio?
MARIANA: Sí, en serio, no tiene otro pensamiento en la cabeza que ese matrimonio.
VALERIO: ¿Y qué piensa usted, señorita?
MARIANA: No lo sé.
VALERIO: Buena respuesta. ¿No lo sabe?
MARIANA: No.
VALERIO: ¿No?
MARIANA: ¿Qué me aconseja usted, Valerio?
VALERIO: ¿Yo? Yo le aconsejo que se case con Tartufo.
MARIANA: ¿Usted me lo aconseja?
VALERIO: Sí.
MARIANA: ¿De veras?
VALERIO: De veras. La elección está hecha. ¿Qué quiere que le diga?
MARIANA: Bien señor, le agradezco el consejo.
VALERIO: No creo que le cueste mucho seguirlo.
MARIANA: Lo mismo que le ha costado a usted dármelo.
VALERIO: Yo le he dado mi opinión para complacerla, señorita.
MARIANA: Y yo la seguiré para darle gusto, señor.
DORINA: (Aparte) Ya veremos que resulta de todo esto.
VALERIO: ¿Es así como se ama? Entonces era mentira cuando usted...
MARIANA: No hablemos de eso, se lo ruego. Usted me ha dicho con franqueza que
debo aceptar el esposo que me propone mi padre, y yo le respondo que estoy dispuesta a
aceptarlo, ya que usted me lo aconseja.
VALERIO: No se excuse diciendo que yo se lo aconsejé. Usted ya tenía su decisión
tomada, y para justificar su falta de palabra se escuda en ese pretexto.
MARIANA: Es verdad, muy bien dicho.
VALERIO: Sí, es verdad, usted nunca ha sentido por mí un amor verdadero.
MARIANA: ¿Ah? Si usted lo piensa así.
VALERIO: Sí, así lo pienso, y sé muy bien, después de esta ofensa, a quién debo
hacerle mi promesa de matrimonio
MARIANA: Sí, claro, un caballero tan cumplido ha de tener mucho éxito con las
mujeres.
VALERIO: No soy tan caballero, y usted tiene la prueba Espero que con otra encontraré
consuelo por lo que aquí he perdido.
MARIANA: La pérdida no es grande, y con el cambio creo que se consolará muy
fácilmente.
VALERIO: Haré todo lo posible, créamelo. Si alguien nos olvida tenemos que olvidar;
si no se consigue olvidar, hay que fingir por lo menos, y es una cobardía demostrar
nuestro amor a quien nos abandona.
MARIANA: ¡Qué noble sentimiento!
VALERIO: ¿Y qué? ¿Usted quiere que le guarde mi amor para siempre y que la vea en
brazos de otro, sin que yo le entregue mi amor a otra persona?
MARIANA: Al contrario, eso es lo que quiero, y me alegraría mucho que ya lo hubiera
hecho.
VALERIO: ¿Le gustaría que ya lo hubiera hecho?
MARIANA: Sí.
VALERIO: Esto es un insulto, señora, y ahora mismo voy a darle gusto (da un paso
para marcharse).MARIANA: Muy bien.
VALERIO: (Volviendo) Recuerde al menos que es usted quien me obliga a hacer esto.
MARIANA: Sí.
VALERIO: (Volviendo de nuevo) Y que lo hago nada más que para imitar su ejemplo.
MARIANA: ¿Mi ejemplo? Muy bien.
VALERIO: Lo voy a hacer de inmediato.
MARIANA: Tanto mejor.
VALERIO: No me verá nunca más.
MARIANA: En buena hora.
VALERIO: (Se va y cuando llega a la puerta vuelve) ¿Eh?
MARIANA: ¿Qué?
VALERIO: ¿Me llamaba?
MARIANA: ¿Yo? ¡Está soñando!
VALERIO: Pues bien, voy a seguir andando (se va lentamente) Adiós, señora.
MARIANA: Adiós, señor.
DORINA: (A Mariana) Están locos con estas tonterías. Los he dejado pelear para ver en
qué acababa todo esto. ¡Eh, señor Valerio! (Dorina corre y le detiene por el brazo.
Valerio se resiste a volver pero al fin accede).
VALERIO: ¿Qué quieres, Dorina?
DORINA: Venga.
VALERIO: No, no, yo tengo mi orgullo, no me hagas desistir de lo que ella misma ha
querido que haga.
DORINA: Deténgase.
VALERIO: No, mi decisión ya está tomada.
DORINA: ¡Ah!
MARIANA: (Aparte) Sufre al verme. Se quiere ir porque yo estoy aquí. Es mejor que
yo me vaya.
DORINA: (Deja a Valerio y corre hacia Mariana) ¿Ahora la otra? ¿A dónde va?
MARIANA: Déjame.
DORINA: Tiene que quedarse.
MARIANA: No, Dorina, es inútil.
VALERIO: (Aparte) Mi presencia es un suplicio para ella. Vale más que yo me vaya.
DORINA: (Dejando a Mariana y corriendo a coger a Valerio) ¿Y éste? ¡Hasta cuándo!
Déjense de molestar y quédense los dos aquí (Tira hacia sí del uno y del otro).
VALERIO: ¿Qué te propones?
MARIANA: ¿Qué quieres hacer?
DORINA: Reconciliarlos y ayudarlos a salir de este lío. (A Valerio) Usted está loco
para armar semejante enredo.
VALERIO: ¿No oíste lo que me dijo?
DORINA: (A Mariana) ¿Y usted también está loca?
MARIANA: ¿No has visto cómo me ha tratado?
DORINA: Tonterías. (A Valerio) Ella no quiere otra cosa que ser suya; yo soy testigo.
(A Mariana) El sólo la quiere a usted y quiere ser su marido. Yo respondo.
MARIANA: (A Valerio) ¿Por qué me dijiste eso?
VALERIO: Fuiste tú la que me diste el consejo.
DORINA: ¡Qué par de tontos! ¡Ya! Dense las manos. (A Valerio) La suya.
VALERIO: ¿Para qué la mano?
DORINA: (A Mariana) Ahora la suya.
MARIANA: (Dándole también la mano) ¿A qué viene todo esto?DORINA: Ya, acérquense. Si se quieren mucho más de lo que creen. (Valerio y
Mariana permanecen cogidos de la mano, aunque sin mirarse).
VALERIO: (A Mariana) No hagas las cosas por la fuerza, Mariana, mírame un poco por
lo menos (Mariana vuelve la vista a Valerio y se sonríe levemente).
DORINA: Por Dios, ¡qué locos son los enamorados!
VALERIO: (A Mariana) Yo tengo motivos para quejarme de ti. Has sido muy mala
conmigo diciéndome cosas que me dan pena.
MARIANA: Y tú eres el hombre más ingrato que . . .
DORINA: Ya está bueno. Ahora hay que hacer planes para impedir ese matrimonio.
MARIANA: Dinos qué hay que hacer.
DORINA: Pondremos en juego todos los medios. (A Mariana) Es mejor que usted ante
las exigencias de su padre finja dar su consentimiento porque así podrá aplazar más
fácilmente la fecha del supuesto matrimonio. Hay que darle tiempo al tiempo. Puede
decir que está enferma y esto naturalmente traerá algunos días de retraso, o bien podrá
decir que ha tenido malos presagios, que ha encontrado un entierro por la calle, o que ha
roto un espejo o que ha soñado con agua turbia. Hay que hacer cualquier cosa para que
no la obliguen a casarse con quien no quiere. Para que todo salga bien, lo mejor será que
nadie los vea juntos. (A Valerio) ¡Váyase rápido! Nosotros vamos a entusiasmar al
señor Cleante y a poner de nuestra parte a la señora Elmira. Adiós. VALERIO (A
Mariana) Por mucho que confié en el esfuerzo de todos nosotros mi única esperanza la
tengo puesta en ti, Mariana.
MARIANA: (A Valerio) Yo no puedo responder de la voluntad de mi padre pero te
aseguro que yo no seré de nadie sino tuya.
VALERIO: ¡Qué felicidad! Y cualquiera que se atreva . . .
DORINA: ¡Ah! Ya comenzaron de nuevo, salgan de una vez.
VALERIO: (Da un paso para irse, pero vuelve) En fin ...
DORINA: (A Valerio) Vuelta otra vez (Empujando a cada uno por la espalda para que
se separen) Salga usted por aquí y usted por acá.


ACTO TERCERO
La misma decoración de los actos anteriores

ESCENA PRIMERA: DAMIS y DORINA
DAMIS: ¡Si hay alguien capaz de impedir que haga una grande, que me parta un rayo y
que acabe ahora mismo con mi vida!
DORINA: Tranquilícese, su padre habla demasiado y ya sabe que no hace siempre lo
que se propone, porque del dicho al hecho hay mucho trecho.
DAMIS: Es preciso que impida las maquinaciones de ese beato, y que le diga
claramente dos palabras.
DORINA: Despacio, deje que se vea antes el efecto que hacen en él y en su padre las
gestiones de su madrastra. Elmira tiene influencia sobre Tartufo. Todo lo que ella dice,
él lo acepta complaciente y podría ser muy bien que ella lo tranquilizara. ¡Quiera Dios
que resulte, qué bueno sería! Elmira le hablará a Tartufo sobre el casamiento que tanto
le preocupa a usted y le hará comprender las consecuencias desastrosas que podría
traerle ese matrimonio. El criado de Tartufo me ha dicho que está rezando, y no he
podido verle, pero también me ha dicho que va a bajar enseguida. Váyase, pues, se lo
ruego y déjeme que le espere aquí.
DAMIS: Pero, yo podría estar presente en esa conversación.
DORINA: No, es preciso que estemos solos.
DAMIS: No le diré nada.DORINA: Conozco muy bien sus arrebatos. Usted no sabe contenerse y echaría a perder
el asunto. ¡Váyase!
DAMIS: No. Me interesa estar presente y te prometo que no me enojaré.
DORINA: ¡Pero, qué pesado! ¡Ya viene! ¡Váyase! (Vase Damis).

ESCENA II
TARTUFO y DORINA
TARTUFO: (Hablando con su criado que está adentro) Lorenzo, guarda mi cilicio y mis
disciplinas y ruega para que el cielo te ilumine siempre. Si alguien viene a verme, dile
que he ido a repartir entre los presos las limosnas que para ellos me han dado.
DORINA: (Aparte) ¡Cuánta afectación e hipocresía!
TARTUFO: ¿Qué quieres?
DORINA: Quería decirle...
TARTUFO: (Sacando un pañuelo de su bolsillo) ¡Ah, Dios mío! Te ruego, antes de
hablar toma este pañuelo.
DORINA: ¿Para qué?
TARTUFO: Cúbrete el seno, que yo no pueda verlo. Las almas caen heridas con
semejantes visiones que excitan pensamientos pecaminosos.
DORINA: Usted es muy sensible a la tentación y la desnudez produce mucha impresión
en sus sentidos. No sé porqué se acalora tan luego. Yo no soy tan ansiosa como usted.
Podría verlo desnudo de pies a cabeza y no me tentaría.
TARTUFO: Pon en tus palabras más moderación, pues de lo contrario dejaré de oírte
ahora mismo.
DORINA: No, no, soy yo quien le va a dejar tranquilo. Solamente tengo que decirle dos
palabras. La señora vendrá a esta sala y me ha encargado que le diga que la espere.
Quiere hablarle.
TARTUFO: ¡Ah! Con el mayor agrado.
DORINA: (Aparte) ¡Cómo se ablanda! Cada vez me convenzo más de lo que he dicho.
TARTUFO: ¿Vendrá pronto?
DORINA: Me parece que la oigo. Sí, es ella, los dejo (Vase).


ESCENA III
ELMIRA y TARTUFO:
TARTUFO: Que Dios le conceda para siempre la salud del cuerpo y del alma y la
bendiga cada día. Este es el deseo del más humilde de sus servidores.
ELMIRA: Le agradezco su saludo tan piadoso. Sentémonos que estaremos mejor.
TARTUFO: ¿Cómo sigue de su enfermedad?
ELMIRA: Muy bien, se me ha quitado la fiebre.
TARTUFO: Mis plegarias no tienen el mérito suficiente para hacer que descienda del
cielo la gracia de su mejoría, pero le aseguro que no he hecho ninguna oración que no
tuviese por objeto su restablecimiento.
ELMIRA: Su piedad lo hace preocuparse demasiado por mí.
TARTUFO: Nunca se quiere demasiado su querida salud. Para restablecerla hubiese
dado yo la mía.
ELMIRA: Eso es poner muy alta la caridad cristiana y mucho le debo por tantas
bondades.
TARTUFO: Hago menos de lo que usted merece.
ELMIRA: He querido hablarle en secreto y me place que lo hagamos aquí donde nadie
puede escucharnos.
TARTUFO: Yo estoy igualmente satisfecho y a decir verdad, señora, estoy encantado
de hallarme a solas con usted. He pedido mil veces al cielo que me dé esta ocasión, sin
que me lo haya concedido hasta el momento.
ELMIRA: Yo deseo hablar con usted y que me conteste con toda sinceridad lo que le
voy a preguntar (Damis sigilosamente entreabre la puerta de la habitación contigua, en
que se ha escondido, para escuchar mejor).
TARTUFO: Y yo quiero también mostrarle mi alma entera y jurarle que los sermones
que he echado contra los visitantes que vienen aquí, atraídos por la belleza de sus
encantos, no son efecto del rencor, sino más bien del entusiasmo que me lleva hacia
usted y de un movimiento irresistible...
ELMIRA: Así lo aprecio yo también y creo que todo lo ha hecho velando por mi
salvación.
TARTUFO: (Cogiéndole una mano) Sí, señora, ciertamente, y mi fervor es tal...
ELMIRA: Uf! Me aprieta demasiado.
TARTUFO: Es un exceso de fervor. No he tenido nunca el propósito de hacerle ningún
daño, antes bien tendré. .. (Pone la mano sobre la rodilla de Elmira).
ELMIRA: ¿Qué hace con esa mano?
TARTUFO: Tocaba el vestido, la tela es suave...
ELMIRA: ¡Ah! ¡Por favor, déjeme! (Elmira retira su silla y Tartufo aproxima la suya).
TARTUFO: (Tocando el cuello de seda con que Elmira se cubre el escote) ¡Dios mío,
qué maravilla de encaje! ¡Qué trabajo tan admirable! Nunca he visto cosa tan bien
hecha.
ELMIRA: Sí, pero hablemos de lo nuestro. Parece que mi marido, sin cumplir la palabra
que tenía empeñada, quiere darle a su hija por esposa. Dígame, ¿es verdad?
TARTUFO: Algo me ha dicho, pero no es eso lo que busco. Veo en otra parte los
maravillosos atractivos que harían toda mi felicidad.
ELMIRA: ¡Pero usted ignora las cosas terrenales!
TARTUFO: (Suspirando) Sin embargo, mi pecho no encierra un corazón de piedra.
ELMIRA: Creí que sus suspiros iban al cielo y nada de aquí abajo podría distraerlo.
TARTUFO: El amor que tenemos por las bellezas eternas no ahoga en nosotros el que
sentimos por las bellezas terrenales. Nuestros sentidos pueden deleitarse en las obras
perfectas que el cielo ha creado. Las bellezas celestiales brillan reflejadas en sus
semejantes, y es el cielo el que refleja en usted tanta belleza que mis ojos se sorprenden
y mi corazón se arrebata. Al verla, criatura perfecta, admiro en usted, al autor de todas
las cosas y mi corazón lleno del más ardiente amor siente que es el mismo Dios el que
ha pintado su retrato. Al principio creí que este ardor secreto podría ser una hábil
maniobra del espíritu infernal y resolví rehuir su mirada, creyéndola un obstáculo para
la salvación de mi alma. Pero, al fin he comprendido, oh, belleza admirable!, que esta
pasión no era culpable y podía conciliarla con la honestidad y este pensamiento ha
tranquilizado mi conciencia.
Se que es una osadía ofrecerle mi corazón, mas espero perdón de su bondad, ya que
nada puedo esperar de mi insignificancia. En usted pongo mi esperanza, mi bien y mi
sosiego. De usted depende mi pena o mi dicha y voy a ser feliz si usted lo quiere o
infeliz si así lo dispone.
ELMIRA: La declaración es muy galante, pero en verdad es también un poco
sorprendente. Mejor haría usted en contenerse un poco y reflexionar sobre lo que le
ocurre. Un místico como usted a quien todo el mundo cree tan devoto...
TARTUFO: Ah! No por ser devoto soy menos hombre, Señora, y cuando se contemplan
sus gracias no se puede resistir ni razonar. Se que lo que le he dicho no es propio de ml,
pero no soy un ángel, y si usted condena la confesión que le hago, sepa que no puedoresistir sus encantos. desde que la vi usted fue la soberana de ml corazón. La inefable
dulzura de sus miradas venció toda resistencia. Todo se vino al suelo, ayunos, plegarias,
lagrimas, todos mis buenos propósitos desaparecieron frente a sus encantos. Mis
suspiros se lo han dicho mil veces en silencio, y ahora por fin se lo digo en palabras.
Mire las tribulaciones de su indigno esclavo, consuéleme rebajándose hasta mi
insignificancia, y yo le tendré para siempre, ¡oh dulce maravilla!, una devoción a
ninguna otra parecida.
Su honor no corre ningún riesgo y no tema desgracias conmigo. Todos esos galanes de
salón que hacen enloquecer a las mujeres meten mucha bulla con lo que hacen y se
envanecen de los favores que reciben, los divulgan a los cuatro vientos deshonrando a
las que en ellos se confían. Las personas, como nosotros, saben arder con fuego discreto
y guardar para siempre el secreto que se les confía. El cuidado que tenemos en mantener
nuestra fama es una apreciable garantía para la persona amada. Sólo en nosotros se
puede hallar el amor sin escándalo y el placer sin temor.
ELMIRA: ¿No cree que yo pueda contar a mi marido lo que me está diciendo y que al
saberlo pueda usted perder para siempre la amistad que le tiene?
TARTUFO: Sé que usted es muy buena y que perdonará mi audacia. Sé que,
comprendiendo mi debilidad, excusará la violencia de este amor que la ofende y que
comprenderá que no soy ciego, que estoy hecho de carne y hueso y que después de
todo...
ELMIRA: Otra se enojaría con lo que estoy oyendo, pero quiero darle una prueba de mi
discreción. No le diré nada a mi marido, pero quiero en cambio una cosa: que me ayude
con franqueza sin poner ningún inconveniente, a que Valerio se case con Mariana y que
renuncie usted mismo a la esperanza de este matrimonio.

ESCENA IV
ELMIRA, DAMIS y TARTUFO
DAMIS: (Saliendo del lugar donde estaba escondido) No, señora, no voy a contarle a
todo el mundo. Estaba ahí adentro desde donde he podido oírlo todo. El cielo ha guiado
mis pasos permitiendo que estuviera ahí para confundir a este traidor que tanto mal nos
hace, para ofrecerme ocasión de vengarme de su hipocresía e insolencia, para
desengañar a mi padre mostrándole a este perverso que se atreve a hablarle de amor.
ELMIRA: No, Damis. No me gusta el escándalo, una mujer se ríe de estas tonterías y no
molesta a su marido.
DAMIS: Usted tendrá sus razones para hacer lo que hace y yo tengo las mías. Yo no lo
voy a permitir. El orgullo insolente de su beatería debe ser castigado, y es mucho el mal
que ha causado entre nosotros. Ya hace demasiado tiempo que este bribón tiene
dominado a mi padre y estorba mis amores y los de Valerio. Es preciso que mi padre se
desengañe de este pérfido y la ocasión es demasiado favorable para no aprovecharla.
ELMIRA: Damis...
DAMIS: No, tengo que hacerlo, ¡estoy feliz! Es inútil que con sus palabras pretenda
quitarme el placer de la venganza, voy a contarlo todo. Mire, ahí viene mi padre, ahora
mismo voy a hacerlo.


ESCENA V
ORGÓN, DAMIS, TARTUFO y ELMIRA
DAMIS: Voy a molestarlo, padre, contándole un incidente que acaba de ocurrir y que lo
sorprenderá en extremo. Todas sus atenciones son muy bien correspondidas por este
señor (señalando a Tartufo). La gratitud que le debe acaba de manifestarla ahora. Le he
sorprendido aquí mismo haciéndole una declaración de amor a su señora. Ella que no
sabe guardar rencor y es demasiado discreta, quería guardar el secreto a toda costa, pero
yo no puedo ocultar tan grosero atrevimiento, y estoy convencido que no decírselo a
usted es hacerle una ofensa a su honor de caballero.
ELMIRA: Siempre he creído que no se debe turbar la paz del marido con estas cosas
que no tienen importancia, no es de ellos de quien depende nuestro honor, es de
nosotras y basta con que lo sepamos defender. Este es mi criterio, y usted, Damis, no
hubiese dicho nada si yo hubiera tenido alguna autoridad sobre usted. (Vase).


ESCENA VI ORGÓN, DAMIS y TARTUFO
ORGÓN: ¡Cielos! ¿Es verdad lo que acabo de oír?
TARTUFO: Sí, hermano mío, soy culpable, soy un miserable pecador, un malvado;
toda mi vida está llena de pecado, y comprendo que el cielo quiere castigarme ahora
como merezco. Sería soberbia intentar defenderme, cualquiera que sea la culpa que se
me quiera atribuir. Puede creer lo que le han dicho, insultarme y arrojarme de su casa
como a un criminal.
ORGÓN: (A su hijo) ¡Ah, maldito! ¿Te atreves con tus mentiras a empañar la pureza de
la conducta de este hombre?
DAMIS: ¡Cómo! La fingida dulzura de este hipócrita le hace creer. . .
ORGÓN: ¡Cállate, peste maldita!
TARTUFO: ¡Oh! déjelo hablar. Es mejor que le crea todo lo que le diga. ¿Por qué me
defiende habiendo yo cometido este crimen? ¿Sabe usted de qué soy capaz? ¿Por qué se
fía, hermano, de mi exterior? ¿Acaso por las apariencias me cree mejor que los demás?
No, no, usted se deja engañar por las apariencias y yo estoy muy lejos de ser lo que
muchos figuran. Todo el mundo me tiene por un hombre de bien, pero la pura verdad es
que no valgo absolutamente nada. (Dirigiéndose a Damis) Sí, hijo mío, habla, trátame
de pérfido, de infame, de perdido, de ladrón, de homicida, abrúmame con insultos
mucho peores aún, yo no te contradeciré, porque lo merezco y quiero sufrir de rodillas
la ignominia de tus palabras como expiación a los pecados de mi vida.
ORGÓN: (A Tartufo) Hermano mío, ¡esto es demasiado! (A su hijo) ¿Aún no se
conmueve tu corazón?
DAMIS: Pero ¿cómo? ¿Usted cree lo que le está diciendo?
ORGÓN: ¡Cállate, bribón! (A Tartufo) Hermano mío, ¡Levántese por favor! (A su hijo)
¡Infame!
DAMIS: ¿Es posible?
ORGÓN: ¡Cállate!
DAMIS: Ah, si yo ...
ORGÓN: Si dices una palabra más, te parto la cabeza.
TARTUFO: Hermano mío, por Dios, no se irrite, prefiero sufrir la pena más dura para
impedir que usted le haga ningún daño.
ORGÓN: (A su hijo) ¡Ingrato!
TARTUFO: Déjelo en paz. Si es necesario, le pediré a usted de rodillas que le perdone.
ORGÓN: (Arrodillándose también y abrazando a Tartufo) ¡Ay! De ningún modo. (A su
hijo) ¡Bribón! Mira hasta dónde llega su bondad ...
DAMIS: Pues.. .
ORGÓN: Basta.
DAMIS: No, yo...
ORGÓN: ¡Basta digo! Sé muy bien porqué le calumnias así. Todos lo odian. Los veo a
todos, mujer, hijos, criados, todos desencadenados contra él; todos intrigan para sacar
de mi casa a este santo varón; pero mientras más esfuerzos hagan para conseguirlo, más
haré yo para que se quede, y lo casaré con mi hija para doblegar así el orgullo de toda
mi familia.
DAMIS: ¿Va usted a obligar a Mariana a casarse con él?
ORGÓN: ¡Sí, traidor! Y hoy mismo para que sepas. ¡Ah! A todos los desafío, y voy a
hacer que se me obedezca porque yo soy el que manda. ¡Ea, retráctate al instante de lo
que le has dicho! ¡Échate a sus pies para pedirle perdón!
DAMIS: ¿Quién? ¿Yo, a los pies de este beato hipócrita?
ORGÓN: ¡Ah, perverso! ¿Te resistes y lo insultas? ¡Un bastón! ¡Un bastón! (A Tartufo)
No me sujete. (A su hijo) ¡Sal! ¡Fuera! ¡Sal de mi casa y no tengas la audacia de volver
nunca más!
DAMIS: Sí, me iré, pero ...
ORGÓN: ¡Ándate! ¡Te desheredo y te maldigo para siempre! (Vase Damis).

ESCENA VII
ORGÓN y TARTUFO
ORGÓN: ¡Ofender de este modo a una persona tan santa!
TARTUFO: ¡Oh, cielo! ¡Perdónale el daño que me hace! (A Orgón) ¡Con qué pena veo
que tratan de difamarme ante mi hermano!
ORGÓN: ¡Ay!
TARTUFO: El sólo pensar en esta ingratitud me produce un suplicio indecible.. . Tengo
el corazón tan oprimido, que no puedo hablar.. . Esto puede causarme la muerte.. .
ORGÓN: (Corriendo, deshecho en lágrimas, hacia la puerta por donde ha echado a su
hijo) ¡Desgraciado! ¡Me arrepiento de no haberte apaleado hasta matarte! (A Tartufo)
Tranquilícese, hermano, haga un esfuerzo.
TARTUFO: Olvidemos, olvidemos este incidente. Veo que he traído grandes trastornos
a esta casa, y creo que lo mejor será, hermano mío, que me vaya.
ORGÓN: ¿Cómo? ¿Qué dice?
TARTUFO: Todos me odian, todos quieren que usted sospeche de mí.
ORGÓN: ¡Y qué importa! Yo no les hago caso.
TARTUFO: No faltará quien insista en la calumnia, y lo que usted no cree hoy día
puede creerlo mañana.
ORGÓN: ¡No, hermano mío, nunca!
TARTUFO: ¡Ah!, hermano, una mujer puede sorprender fácilmente la credulidad de su
marido.
ORGÓN: No, no.
TARTUFO: Deje que me vaya, así les quitaré toda ocasión de atacarme.
ORGÓN: No, usted se queda; ¡me va en ello la vida!
TARTUFO: Pues bien, me sacrificaré, si usted así me lo exige
ORGÓN: ¡Ah, por fin!
TARTUFO: Sea, no hablemos más. Ya veo cómo debo portarme de ahora en adelante.
El honor es delicado, y la amistad me obliga a prevenir los rumores y las ocasiones de
sospecha. No hablaré más con su esposa y ...
ORGÓN: No, eso no. Aunque todos se molesten la seguirá tratando. Mi mayor alegría
es hacer rabiar a la gente. Quiero que lo vean a todas horas con ella, y es más: para
hacerles rabiar más todavía, lo nombraré mi heredero universal y le haré donación de
todos mis bienes. Un amigo franco y leal a quien he escogido para yerno vale para mí
mucho más que los hijos, la esposa y todos mis parientes juntos. Voy a ordenar que se
haga de inmediato la escritura de donación. ¿Acepta lo que le propongo?
TARTUFO: ¡Hágase en todo la voluntad del cielo!


ACTO CUARTOESCENA I

CLEANTE y TARTUFO
CLEANTE: Sí, todo el mundo habla de lo que aquí ha pasado y lo que se dice no lo
favorece en nada. Esta es una buena ocasión para decirle claramente y en pocas
palabras, lo que pienso sobre el caso. No quiero tener en cuenta lo que dice la gente,
hago caso omiso y pienso lo peor. Supongamos que Damis no tenía razón y que lo ha
acusado injustamente. ¿No es cristiano perdonar las ofensas y ahogar todo deseo de
venganza? ¿Y puede usted consentir que por asuntos suyos, un padre eche de su casa a
su hijo? Se lo digo con toda franqueza. No hay quien no se escandalice con lo que ha
pasado, y creo que su deber es arreglarlo todo y evitar que las cosas sigan adelante.
Olvide su enojo, y por amor a Dios haga que el hijo se reconcilie con el padre.
TARTUFO: ¡Ay! Por lo que de mí depende, lo haría de buena gana. No le guardo,
rencor, señor, ningún rencor, todo se lo perdono, nada le censuro y quisiera servirle con
toda mi alma. Pero si él vuelve aquí será preciso que yo me marche. Después de lo que
ha hecho, que no sé cómo calificar, no podemos seguir viviendo juntos en la misma
casa. Sé muy bien lo que entonces diría la gente. Dirían que sigo aquí por conveniencia,
y que sintiéndome culpable, estoy fingiendo que lo aprecio, para con esta actitud
obligarlo a guardar silencio.
CLEANTE: Esas excusas, señor, son un poco rebuscadas. ¿ Por qué se encarga usted de
proteger los intereses del cielo? ¿Acaso tiene Dios necesidad de nosotros para castigar
al culpable? Deje, deje que el cielo ajuste cuentas por sí mismo. Recuerde tan sólo, que
El nos manda perdonar las ofensas, y no se preocupe de lo que dirán. ¿Acaso el
mezquino interés del "qué dirán" impedirá el valor de una buena acción? No, no;
hagamos siempre lo que Dios nos manda y no nos compliquemos.
TARTUFO: Ya le he dicho que mi corazón le perdona, y esto es hacer, señor, lo que
Dios manda; mas, después del escándalo y la afrenta de hoy, el cielo no me ordena que
viva con él.
CLEANTE: ¿Y es el cielo el que le ordena aceptar la donación que le ha hecho Orgón
de todos sus bienes a los que usted no tiene ningún derecho?
TARTUFO: Los que me conocen bien no llegarán a pensar que soy un alma interesada.
Poco atractivo tienen para mí los bienes de este mundo; no me deslumbra su engañoso
resplandor. Sepa que si me he decidido a aceptar de un padre la donación que él, con
entera libertad, ha querido hacerme, es, a decir verdad, porque temo que todo ese caudal
caiga en malas manos, y, mal repartido, vaya a personas que hagan de él mal uso, en vez
de utilizarlo como yo deseo, para la gloria del cielo y el bien del prójimo.
CLEANTE: ¡Ah, señor! No se moleste tanto y deje que cada uno reciba lo suyo, sin
preocuparse de si está en buenas o malas manos. Es preferible que cada cual abuse de lo
suyo a que lo acusen a usted de usurpador. Lo que más me admira es que haya aceptado
el regalo sin complicación alguna. Porque, al fin, la verdadera piedad ¿tiene alguna
máxima que enseña a despojar de lo suyo al legítimo heredero? Y si hay algún
obstáculo para vivir con Damis, ¿no sería mejor que usted se fuera de aquí, antes de
consentir contra toda razón que se expulse por su culpa al hijo de la casa? Créame,
señor, su honor . . .
TARTUFO: Son las tres y media, señor. Cierto deber piadoso exige mi presencia arriba.
Excúseme que lo deje tan pronto (Vase).
CLEANTE: ¡Ah!


ESCENA II
ELMIRA, MARIANA, DORINA y CLEANTEDORINA: (A Cleante) Por favor, ayúdenos, señor. Mariana sufre mucho, no sabe qué
hacer y la decisión que ha tomado su padre de casarla esta noche, la tiene desesperada.
Ahora va a llegar el señor Orgón. Juntemos todos nuestros esfuerzos y tratemos de
impedir en cualquier forma que se firme el contrato de matrimonio.

ESCENA III
ORGÓN, ELMIRA, CLEANTE y DORINA
ORGÓN: ¡Ah! ¡Qué bueno que estén todos reunidos! (A Mariana) Aquí traigo un
contrato que te va a gustar mucho. Ya sabes qué quiere decir esto.
MARIANA: (De rodillas ante Orgón) Padre, por el amor de Dios que sabe cuánto sufro,
y por todo lo más sagrado que pueda conmover su corazón, olvide los derechos que
tiene sobre mí, y dispénseme por una vez de mi obligación de obedecerle. Si me impide
casarme con el hombre que amo destruyendo la dulce esperanza que guardaba mi
corazón, no me imponga al menos, y se lo pido de rodillas a sus pies, el tormento de
casarme con quien aborrezco. ¡ No ve que estoy desesperada!
ORGÓN: (Enterneciéndose) ¡Vamos! ¡Firme, corazón mío! Nada de debilidad.
MARIANA: Las atenciones que usted le hace no me importan nada. Dele todos sus
bienes, y si esto no es bastante, dele también los míos, yo lo acepto todo con agrado, se
lo doy todo voluntariamente, ¡pero no llegue hasta darle mi persona! Deje, por último,
que pase en la austeridad de un convento los tristes días que el cielo me quiera
conceder.
ORGÓN: ¡Ah! Estas son las que se hacen monjas cuando un padre contraría sus
amores. ¡Basta! Mientras más repugnancia te dé casarte con Tartufo, más será el mérito.
Mortifica tus sentidos aceptando este matrimonio y no me molestes más.
DORINA: ¡Pero, por Dios!
ORGÓN: ¡Cállate! Habla con los de tu clase, te prohíbo terminantemente que digas una
sola palabra más.
CLEANTE: Si me permite un consejo.
ORGÓN: Cuñado, sus consejos son los mejores del mundo, son muy razonables, y
siempre le hago mucho caso, pero no los voy a seguir en esta ocasión.
ELMIRA: (A su esposo) Yo ya no sé qué decir. Se necesita estar muy encaprichado y
ciego, dominado por Tartufo, para no admitir lo que ha pasado hoy día.
ORGÓN: Soy su servidor, señora, y veo lo que veo. Sé la simpatía que usted siente por
el bribón de mi hijo. Usted estaba demasiado tranquila para que le pudiese creer, porque
si hubiera sido verdad lo que ocurrió hubiese estado un poco más nerviosa.
ELMIRA: Cree usted acaso que una simple declaración de amor me va a poner
nerviosa, y que he de responder con los ojos airados y la injuria en los labios a todo lo
que me digan. Me río simplemente con los cumplidos que me hacen. Es preferible
mostrarse prudente, con dulzura, en vez de ponerse nerviosa como esas beatas cuyo
honor parece armado de garras y dientes, y arañan a la menor palabra que se le dirige.
¡Líbreme Dios! La virtud no ha de ser fanática, y creo que la discreta frialdad de una
negativa, es suficiente para rechazar un corazón enamorado.
ORGÓN: Sí, como no, pero no me va a engañar.
ELMIRA: ¿Qué me diría usted, incrédulo, si le hiciese ver con sus propios ojos, que
todo lo que le hemos dicho es la pura verdad?
ORGÓN: ¿Si me hiciera ver?
ELMIRA: Sí.
ORGÓN: Cuentos.
ELMIRA: ¿Qué diría si le hiciera ver la luz del sol?
ORGÓN:¡Cuentos, cuentos!ELMIRA: ¡Qué hombre. Dios mío, qué hombre! Contésteme, al menos. Supongamos
que desde un sitio escogido especialmente lo hiciera ver y oír con claridad todo lo que le
decimos, ¿qué diría entonces de su hombre virtuoso?
ORGÓN: En ese caso diría... No diría nada, porque no puede ser.
ELMIRA: Es necesario entonces para convencerlo que le demuestre todo lo que le he
dicho.
ORGÓN: Sí, demuéstrelo, veremos cómo se las arreglará su astucia para cumplir esta
promesa.
ELMIRA: (A Dorina) Dile que venga.
DORINA: Cuidado que es muy astuto, y será difícil sorprenderlo.
ELMIRA: No lo creas, el enamorado se engaña fácilmente y siempre se deja engañar.
Dile que baje. (A Cleante y Mariana) Ustedes váyanse (Vanse).
ESCENA IV
ELMIRA y ORGÓN
ELMIRA: Acerque esa mesa y escóndase debajo. Sobre todo es indispensable que esté
bien escondido.
ORGÓN: ¿ Y por qué debajo de la mesa?
ELMIRA: Deje que disponga todo según mis planes y luego verá. Escóndase, le digo y
cuidado con que nadie lo vea ni lo oiga.
ORGÓN: Parece un poco de más todo esto. En fin, ya veremos cómo saldrá de esta
empresa.
ELMIRA: No se preocupe (Orgón se esconde debajo de la mesa). Es muy extraño lo
que voy a hacer, pero no se escandalice. Todo lo que yo diga es permitido, porque lo
diré sólo para convencerlo. Con coquetería voy a obligar a ese hipócrita a que se quite la
máscara; le voy a dar esperanzas a sus deseos desvergonzados y dejaré el campo libre
para que se atreva. Haré esto para convencerlo a usted y para mejor confundirle a él, y
así, las cosas no llegarán más allá de donde usted quiera. Como vea que la cosa se pone
demasiado atrevida, de usted dependerá detenerla y así me librará de tener que
exponerme a lo que parece que usted cree indispensable para desengañarse de una vez.
Ese es problema suyo, y es usted el que va a manejar el asuntito y. .. ¡ya viene!
¡Escóndase, que no lo vea!


ESCENA V
TARTUFO, ELMIRA, y debajo de la mesa, ORGÓN
TARTUFO: Me han dicho que quería hablarme aquí.
ELMIRA: Sí, tengo que contarle algo. Pero, cierre antes esa puerta y mire bien que no
haya alguien que pueda escucharnos y nos sorprenda. (Tartufo cierra la puerta). No nos
conviene que se arme otro lío como el de esta tarde. ¡Qué sorpresa tan desagradable!
Damis quería matarlo, pero ya se habrá dado cuenta de los esfuerzos que hice para
evitarlo y calmar su furia. Mas, gracias al cielo, todo se ha arreglado y las cosas están un
poco más tranquilas. El aprecio que le tiene todo el mundo ha disipado la tormenta y mi
marido no puede sospechar de usted. Para hacer callar el rumor de las habladurías él
quiere que estemos juntos todo el tiempo, por esto precisamente puedo encontrarme
ahora aquí sola, encerrada con usted sin temor de ser sorprendida, y la ocasión me invita
a confiarle mi corazón que, tal vez, se interesa ya demasiado por su amor.
TARTUFO: Su lenguaje, señora, es difícil de comprender Hace poco hablaba usted de
otra manera.
ELMIRA: ¡Ah! ¡Qué mal conoce el corazón de una mujer, si juzga por lo que le dije
hace poco y no comprende lo que queremos dar a entender cuando nos defendemos sinmucha convicción! Nuestro pudor impide la verdadera manifestación de lo que
sentimos. Si el amor nos domina, siempre nos da vergüenza decirlo. Nuestras palabras
se oponen a nuestros deseos, pero al decir que no, lo prometemos todo. Esto es hacerle
una confesión demasiado franca y debiera reprenderme de ello el pudor; mas, ya he
llegado al estado de confesarlo todo. Dígame, ¿habría procurado calmar a Damis, y
habría escuchado con tanta complacencia la expresión de su amor, si el ofrecimiento
que me hizo no me hubiese complacido? Y cuando he querido yo misma obligarle a
renunciar al casamiento que le proponían, ¿No comprendió que yo abrigaba ya cierto
interés por usted y no quería consentir que ese matrimonio partiera en dos un corazón
que quiero entero para mí?
TARTUFO: Es dulzura indecible, señora, oír de esa boca amada esas palabras. Su miel
derrama en mis sentidos una suavidad que me estremece. Agradarle es mi suprema
ambición, y mi corazón no desea otra cosa. Pero este corazón le pide también la libertad
de dudar un poco de lo que me dice. Pienso que sus palabras son una trampa para
hacerme renunciar al casamiento que se me prepara Si quiere que me explique
claramente, le diré que no puedo fiarme demasiado de declaraciones tan dulces, a menos
que un anticipo de los favores que anhelo, me asegure con hechos lo que me ha dicho.
ELMIRA: (Tosiendo para advertir a su esposo) ¡Cómo! No se puede avanzar tan rápido
a riesgo de agotar enseguida la ternura de mi corazón. Le he hecho una confesión tan
elocuente ¿y no le basta? No me diga que para convencerme necesita llegar a los
últimos favores que tendría que darle.
TARTUFO: Cuando menos se merece un favor, más se atreve uno a pedirlo. ¡Cuesta
tanto tener confianza sólo en las palabras! Dudamos de la gloria de poder satisfacer
nuestros deseos y por eso queremos gozar antes de creer que sea posible, y mi duda es
tan grande, señora, que no creeré nada mientras no vea que usted corresponde a mi
pasión con realidades.
ELMIRA: ¡Dios mío! ¡Su amor es verdaderamente tiránico! ¡Con qué fuerza lo domina
y con qué violencia exige lo que desea! ¿No me podré librar de su persecución y no me
dará tiempo ni para respirar? No está bien que sea tan riguroso y quiera obtener de
inmediato todo lo que pide, abusando así, con sus demandas, de la debilidad que por
usted tenemos todos los de esta casa.
TARTUFO: Pero si usted acepta mi pedido, ¿por qué no quiere darme testimonio de su
amor?
ELMIRA: ¿Cómo quiere que consienta en lo que me pide sin ofender a Dios del que
usted es tan devoto?
TARTUFO: Si no es más que Dios el que se opone a mis deseos, es cosa muy fácil para
mí salvar ese obstáculo.
ELMIRA: ¡Pero usted nos da tanto miedo cuando invoca los castigos del cielo!
TARTUFO: Puedo disiparle, señora, esos temores; conozco el arte de quitar los
escrúpulos. Es cierto que el cielo prohíbe ciertos placeres, pero siempre hay maneras de
concertar con él algunas transacciones. Según las necesidades de cada uno, es una
verdadera ciencia saber cuándo conviene aflojar los lazos de nuestra conciencia y
rectificar lo malo de la acción con la pureza de la intención. Yo la instruiré, señora, en
estos secretos, y usted no tendrá más que dejarse conducir. Satisfaga mis deseos y no
tema. Le respondo de todo y me hago responsable de sus culpas (Elmira tose de nuevo)
¡Tiene mucha tos, señora!
ELMIRA: ¡Sí, esto es un suplicio!
TARTUFO: ¿Acepta un poco de esta esencia de regaliz?
ELMIRA: Tengo un resfriado tan fuerte, que creo que no me servirá.
TARTUFO: ¡Qué molestia!ELMIRA: Más de lo que usted puede imaginarse.
TARTUFO: Conmigo puede estar tranquila con la seguridad de un completo secreto,
pues el mal no existe mas que cuando se ve. El escándalo es lo que constituye la ofensa,
y por lo tanto, pecar en secreto, no es pecar.
ELMIRA: (Después de haber tosido otra vez y haber dado algunos golpes a la mesa)
Veo que tengo que decidirme y consentir en lo que me pide. Es difícil llegar a este
punto y créame que lo hago muy a pesar mío, pero ya que no quiere creer nada de lo que
le digo y se empeña en que debo darle las pruebas de mi amor, me resignaré. Pero si
cometo alguna falta, peor para usted que me obliga a hacerlo. No será mía la culpa.
TARTUFO: Yo cargo con ella, señora, y la cosa en sí...
ELMIRA: Abra un poco la puerta y mire si mi marido está en la galería.
TARTUFO: No se preocupe por él. Yo lo manejo como un pelele. Por vanidad
consiente nuestras conversaciones y lo domino en tal forma que aun viéndolo todo, no
se atreve a creer nada.
ELMIRA: De todas maneras, salga un momento y mire bien que no haya nadie ahí fuera
(Vase Tartufo)
ESCENA VI
ORGÓN, ELMIRA:
ORGÓN: (Saliendo de debajo de la mesa) ¡Qué monstruo! ¡Qué horror! ¡ No puedo
creerlo!
ELMIRA: No salga tan luego, vuelva debajo de la mesa, espere hasta el final.
ORGÓN: ¡No! ¡Del infierno no puede haber salido cosa peor!
ELMIRA: ¡Dios mío! No se deje convencer todavía, que aún podría equivocarse.
(Esconde a su mando detrás de sí).


ESCENA VII
TARTUFO, ELMIRA y ORGÓN
TARTUFO: (Sin ver a Orgón) Todo está a nuestro favor, señora, he mirado por todos
lados y no hay nadie. Venga... (Mientras se acerca con los brazos abiertos para abrazarla
Elmira se retira y Tartufo se encuentra frente a Orgón).
ORGÓN: (Deteniéndolo) ¡Alto ahí! No se deje llevar por su temperamento, y no le
conviene ser tan apasionado. ¡Ah, ah, ah, el devoto señor que quería engañarme, cómo
se deja llevar por las tentaciones, casarse con mi hija y codiciar a mi mujer! Siempre
dudé de que esto fuera verdad. Pero he visto bastante y no quiero más pruebas. Con lo
visto basta y sobra.
ELMIRA: (A Tartufo) A pesar mío he hecho toda esta comedia, pero he debido hacerlo.
TARTUFO: (A Orgón) Pero. . . usted cree . . .
ORGÓN: Vamos, menos ruido, salga de aquí sin ceremonia.
TARTUFO: Mi intención ...
ORGÓN: ¡Salga de esta casa inmediatamente!
TARTUFO: ¡Es usted! ¡Usted quien habla como si fuera el dueño, el que va a salir de
aquí! Esta casa es mía y lo haré salir de aquí con la justicia. Ya verá como serán inútiles
todos sus esfuerzos para impedirlo. No es tan fácil burlarse de mí. Las injurias y las
mentiras de que soy víctima yo las sabré confundir. Sabré vengar las ofensas que se
hacen al cielo y hacer que se arrepientan todos los que quieren echarme de esta casa
(Vase).


ESCENA VIII
ELMIRA. ORGÓN
ELMIRA: ¿Qué lenguaje es ése, y qué fue lo que quiso decir?
ORGÓN: Estoy muy complicado y no es cosa de broma.ELMIRA: ¿Qué?
ORGÓN: Ahora me doy cuenta por lo que acaba de decir, de la estupidez que hice. La
donación que le hice de todos mis bienes.
ELMIRA: ¿La donación?
ORGÓN: Sí. Le regalé todos mis bienes, pero hay además otra cosa que me inquieta.
ELMIRA: ¿Otra?
ORGÓN: Sí, ya lo sabrás todo. Ahora hay que ver de inmediato si todavía está arriba la
caja con los documentos.


ACTO QUINTO
ESCENA I - ORGÓN y CLEANTE
CLEANTE: ¿Para dónde va?
ORGÓN: ¡Ay, Dios mío! ¿Qué sé yo?
CLEANTE: Lo primero, es ver qué podemos hacer, entre todos, con lo que acaba de
pasar.
ORGÓN: La caja con los documentos me tiene completamente trastornado. Eso me
preocupa más que todo lo demás.
CLEANTE: ¿Y qué había en la caja?
ORGÓN: Unos documentos que me dio con gran secreto mi amigo Argás. Al partir, me
la entregó para que se la guardara y creo, por lo que me dijo, que esos documentos son
secretos y de gran importancia para él.
CLEANTE: ¿Y por qué se la entregó a Tartufo?
ORGÓN: Le conté que la tenía, y él con sus razonamientos me convenció que se la
diese, porque así, si venían a pedírmela en alguna investigación, podría decir sin cargo
de conciencia que no la tenía en mi poder, y aun podría jurarlo sin faltar a la verdad ni
jurar en falso.
CLEANTE: Permítame que le diga con toda franqueza que tanto la donación de sus
bienes, como el acto de confianza que le hizo al entregarle la caja, le pueden traer
muchos quebraderos de cabeza. Tartufo lo tiene muy bien agarrado y creo que sería una
gran imprudencia atacarlo con violencia. Es preferible buscar medios más astutos.
ORGÓN: ¿Quién iba a pensar que con esa cara de santo podía tener un corazón tan
engañoso y un alma tan perversa? . Y yo, que lo recogí cuando andaba mendigando sin
tener qué comer! De ahora en adelante voy a ser peor que el diablo con cualquiera que .
..
CLEANTE: ¡No, eso no! ¡Nada de arrebatos! Siempre se pasa de un extremo a otro.
Comprenda ahora su error y reconozca que fue engañado, pero no hay razón para que
caiga en otro error y confunda a todos los hombres honrados con ese pérfido que
recogió de la calle. Porque un bribón le engañó con la historia de la falsa devoción
¿quiere que en todas partes sea la gente como él y no haya ningún devoto verdadero?
Aprenda a distinguir la virtud de sus apariencias pero no se aventure demasiado al
juzgar y manténgase en el justo término medio que conviene.


ESCENA II
DAMIS, ORGÓN y CLEANTE
DAMIS: ¿Es verdad, padre, que ese impostor lo amenaza olvidando que le debe gratitud
por todo lo que usted le ha dado? ¿Es cierto que ese cobarde, digno del infierno, se ha
permitido amenazarlo?
ORGÓN: Sí, hijo mío. Siento un gran dolor.
DAMIS: Déjeme, que yo le voy a cortar las orejas. No debemos asustarnos con su
insolencia. Yo voy a defenderlo y si es necesario para terminar de una vez lo voy a
echar a palos.CLEANTE: Esto es hablar como corresponde, joven, pero modere sus arrebatos,
recuerde que vivimos bajo un Gobierno en el que no se resuelven los asuntos por la
violencia.


ESCENA III
Señora PERNELLE, MARIANA, ELMIRA, DORINA, DAMIS, ORGÓN y
CLEANTE:
SRA. PERNELLE: ¿Qué pasa? He sabido que aquí están ocurriendo cosas muy
desagradables.
ORGÓN: Sí, lo he visto con mis propios ojos, es así cómo se pagan mis favores. Recojo
con la mayor buena fe a un hombre hundido en la miseria, le alojo en mi casa, lo
considero como a mi propio hermano, lo colmo de atenciones, le entrego mi hija y todos
mis bienes, y él, ¡infame! pretende seducir a mi esposa y no contento con esta
indignidad se atreve a amenazarme con la ruina y pretende expulsarme de esta casa y
reducirme al estado de miseria del que yo lo saqué.
DORINA: ¡El pobre hombre!
SRA. PERNELLE: No puedo creer que Tartufo haya querido cometer una acción tan
indigna.
ORGÓN: ¿Cómo?
SRA. PERNELLE: Los hombres de bien están rodeados de envidiosos.
ORGÓN: ¿Qué quiere decir, madre?
SRA. PERNELLE: Que aquí, en tu casa, todos odian a muerte a ese pobre hombre.
ORGÓN: ¿Qué tiene que ver con lo que le he dicho?
SRA. PERNELLE: Cien veces te lo he repetido cuando eras niño. La virtud siempre es
perseguida. Los envidiosos mueren pero la envidia no.
ORGÓN: ¿Pero qué relación tienen sus palabras con lo que ha pasado hoy?
SRA. PERNELLE: Que te habrán contado mil cuentos sobre Tartufo.
ORGÓN: Pero ya le he dicho que lo he visto yo mismo.
SRA. PERNELLE: La maldad de los murmuradores no tiene límite.
ORGÓN: No me haga perder la paciencia por favor, madre. Le vuelvo a decir que lo he
visto yo, con mis propios ojos.
SRA. PERNELLE: Las malas lenguas siempre tienen veneno, y no hay nadie en la
tierra que pueda librarse de ellas.
ORGÓN: Pero, ¿por qué no entiende? Lo he visto, repito, yo mismo con mis propios
ojos, lo que se llama visto... ¡Es preciso repetírselo cien veces y gritar como animal!
SRA. PERNELLE: Las apariencias engañan, no se puede juzgar sólo por lo que se ve.
ORGÓN: ¡Ay, qué desesperación!
SRA. PERNELLE: Siempre se hacen falsas suposiciones y a menudo interpretamos lo
bueno como malo.
ORGÓN: Entonces debo pensar que es bueno abrazar a mi mujer en mis propias
narices.
SRA. PERNELLE: Para acusar es necesario tener motivos y debería haber esperado y
estar seguro de todo.
ORGÓN: ¿Esperar y estar seguro de todo? Entonces tenia que esperar que ante mis
propios ojos Tartufo hubiese...? ¡Ah no, esto es demasiado!
SRA. PERNELLE: No lo creo, no me cabe en la cabeza que haya querido hacer lo que
tú supones.
ORGÓN: Váyase por favor... Estoy tan furioso que no se qué le diría si no fuese mi
madre.
DORINA: (A Orgón) Es eso lo que pasa con las cosas de esta tierra. Usted no quiso
creer y ahora no le creen a usted.CLEANTE: Estamos perdiendo el tiempo. Debemos tomar decisiones, ante las
amenazas de ese bribón.
DAMIS: ¡Qué! ¿Ese sinvergüenza nos ha amenazado?
ELMIRA: Si, pero no creo posible que llegue a cumplir la amenaza. ¡Sería demasiado!
CLEANTE: (A Orgón) No se fíe, tiene todos los medios para que le den la razón en el
juicio que le va a seguir, y se valdrá de cualquier mentira para conseguir que lo echen a
usted de esta casa. Se lo repito. Con el contrato de donación que usted le ha hecho, no le
conviene llevar las cosas hasta el punto de pelear definitivamente con él.
ORGÓN: Es verdad, mas ¿qué voy a hacer ante la insolencia de ese traidor? No sé
reprimir la rabia.
CLEANTE: Quisiera que, sin escándalo, se pudiesen reanudar las relaciones entre los
dos.
ELMIRA: Si hubiera sabido que tenia en sus manos ese contrato no hubiera llegado a
esta situación, y mis ...
ORGÓN: (A Dorina al ver entrar a Leal) ¿Qué quiere ese hombre? Anda a preguntarle,
buen momento para recibir visitas.



ESCENA IV
El señor LEAL, la Señora PERNELLE, ORGÓN , DAMIS, MARIANA, DORINA y
CLEANTE
SR. LEAL: (A Dorina en el fondo del teatro) Buenos días, hermana. Le ruego que me
lleve ante su señor, que he de hablar con él.
DORINA: Está muy ocupado, no creo que en estos momentos pueda ver a nadie.
SR. LEAL: No quisiera ser inoportuno, no creo que le disguste mi presencia, porque
vengo para hablar de un asunto que le producirá mucha satisfacción.
DORINA: ¿Cuál es su nombre?
SR. LEAL: Dígale que vengo de parte del señor Tartufo.
DORINA: (A Orgón) Ese hombre viene con maneras muy correctas, de parte del señor
Tartufo, por un asunto del que, según dice, quedará usted muy satisfecho.
CLEANTE: (A Orgón) Recíbalo y pregúntele qué desea.
ORGÓN: Tal vez venga para reconciliarnos. Si es así, ¿en qué forma tendré que
recibirle?
CLEANTE: Disimule su enojo y óigalo.
SR. LEAL: (A Orgón) Salud, señor, confunda el cielo a quien quiera perjudicarlo.
ORGÓN: (A Cleante en voz baja) Este principio está muy de acuerdo con lo que pienso.
SR. LEAL: Siempre me ha sido muy querida vuestra casa, y ya había tenido el honor de
servir a su señor padre.
ORGÓN: Me siento confundido, señor, y le pido perdón por no reconocerlo ni saber su
nombre.
SR. LEAL: Me llamo Leal, he nacido en Normandía, y soy, a despecho de la envidia,
Receptor de Juzgado, cargo que gracias al cielo, tengo la satisfacción de haber ejercido
durante cuarenta años con mucho honor... Ahora vengo, señor, con su permiso, a
notificarle la ejecución de una decisión judicial.
ORGÓN: ¡Cómo! Y usted decía que había venido aquí...
SR. LEAL: Sin molestarse, señor, esto no es más que un requerimiento, una orden para
que salgan de aquí usted y los suyos y saquen fuera sus muebles sin demora ni remisión,
tal como lo manda la Ley.
ORGÓN: ¿Yo, salir de mi casa?
SR. LEAL: Si, señor, hágame el favor. Como usted ya lo sabe y nadie puede negarlo,
esta casa pertenece al señor Tartufo quien desde ahora, es dueño y señor de sus bienesen virtud de un contrato de donación que usted le ha hecho y del cual soy portador. Está
todo en regla y nada puede objetarse.
DAMIS: ¡Al señor Leal! ¡Qué desvergüenza más increíble! ¡No salgo de mi asombro!
SR. LEAL: Señor, yo no tengo nada que hacer con usted. Es con el señor (señalando a
Orgón), con quien tengo que tratar. El es dulce y razonable y conoce muy bien el deber
de un hombre honrado de no oponerse jamás a la justicia.
ORGÓN: Pero . . .
SR. LEAL: Sí, señor, sé que no se opondrá y que permitirá como persona correcta que
ejecute las órdenes que se me han dado.
DAMIS: Mire, señor Receptor de Juzgado, que puedo darle algunos bastonazos sobre el
lomo.
SR. LEAL: :(A Orgón) Señor, haga que su hijo se calle o se retire. Sentiría verme
obligado a iniciarle demanda y hacerle comparecer al tribunal por desacato a la justicia.
DORINA: Este señor Leal es bastante desleal.
SR. LEAL: He querido, señor, encargarme personalmente de este requerimiento con el
solo deseo de servirle y serle grato. Así he evitado que se encargue esta diligencia a
otro, que no teniéndole el aprecio que yo le tengo, hubiese procedido de manera mucho
menos amable y considerada.
ORGÓN: ¿Y qué hay peor que notificarle a una persona que debe irse de su propia
casa?
SR. LEAL: Puedo darle plazo, señor, suspendiendo hasta mañana la ejecución de la
orden judicial para que pueda pasar aquí la noche siempre que sea sin escándalo ni
ruido, junto con diez agentes míos. Será preciso, además, que me entregue antes de
acostarse las llaves de la casa. Yo tendré sumo cuidado de no turbar su sueño y de no
permitir que lo molesten inútilmente. Pero mañana temprano habrá que sacar de aquí
hasta el menor mueble. Los hombres que vienen conmigo ya los he escogido fuertes
para que lo ayuden a sacar todo afuera. Creo que no se puede uno portar mejor, y como
lo trato, señor, con extremada indulgencia, le exijo también que no se me moleste en el
cumplimiento de mi deber.
ORGÓN: (Aparte) Con qué gusto daría cien monedas de oro, para poder descargar un
puñetazo en el hocico de este tipo.
CLEANTE: (En voz baja a Orgón) Cállese, no eche a perder las cosas.
DAMIS: ¡No sé cómo aguanto y no le parto la cabeza!
DORINA: Con tan bonitas espaldas, señor Leal, le sentarían muy bien algunos
bastonazos.
SR. LEAL: Mire, señorita, que podría muy bien castigar sus insolencias. Si es preciso,
también puede uno enjuiciar a las mujeres.
CLEANTE: (Al señor Leal) Terminemos de una vez, señor. Denos enseguida ese papel,
y déjenos en paz.
SR. LEAL: Hasta muy luego, que el cielo les mantenga a todos la alegría. (Vase).
ORGÓN: Que te confunda a ti, y al que te manda.


ESCENA V
ORGÓN, CLEANTE:, MARIANA, ELMIRA, la Señora PERNELLE, DORINA y
DAMIS
ORGÓN: ¡Bien! Ya lo ve, madre mía, si tengo razón, y por la notificación puede juzgar
el resto. ¿Se convence al fin?
SRA. PERNELLE: ¡ Estoy como si hubiese caído de las nubes!
CLEANTE: (A Orgón) Veamos qué podemos hacer.
ELMIRA: Creo que hay que ir enseguida a denunciar la mala fe de Tartufo, y esto es
suficiente para anular la validez del contrato.ESCENA VI
VALERIO, ORGÓN, CLEANTE, ELMIRA, MARIANA, la Señora PERNELLE,
DAMIS y DORINA:
VALERIO: Con pesar, señor, vengo a darle una mala noticia, pero debo hacerlo en
razón del peligro en que usted se halla. Uno de mis mejores amigos, que conoce el
afecto que le tengo, acaba de avisarme que debe usted huir de aquí inmediatamente.
Tartufo le ha acusado al Príncipe, y le ha entregado para confirmar la acusación, una
caja de documentos pertenecientes a un prisionero de Estado, caja que usted guardaba
en esta casa en secreto, haciéndose cómplice del delito. Ignoro en detalle el crimen que
se le imputa, pero sé que se ha dado una orden de prisión contra usted y, que el mismo
Tartufo, para cumplir mejor la orden, acompañará al que lo debe arrestar.
CLEANTE: ¡Estos son los medios de que se vale este traidor! así se apoderará de todos
sus bienes.
ORGÓN: ¡Es la peor bestia del mundo!
VALERIO: No se demore, porque el menor descuido puede serle fatal. Tengo mi
carroza en la puerta, y aquí le ofrezco estos mil luises. No perdamos tiempo. La única
manera de librarnos de este golpe, es huyendo. Me comprometo a llevarlo a sitio seguro,
y quiero acompañarlo hasta el final en su huida.
ORGÓN: ¡Ay! ¡Qué no debo yo a su generoso cuidado! Para agradecerle como
corresponde, habrá que esperar otros tiempos. Quiera el cielo que le pueda pagar algún
día este servicio. Adiós, no se olvide . . .
CLEANTE: Vaya rápido, hermano mío, nosotros nos encargamos de hacer todo lo que
sea necesario.


ESCENA VII
TARTUFO, un oficial del ejército, ORGÓN, CLEANTE, VALERIO, DAMIS,
ELMIRA, MARIANA, la Señora PERNELLE y DORINA
TARTUFO: (Deteniendo a Orgón) Deténgase, señor, deténgase, no corra tanto. No
tendrá que ir muy lejos para hallar refugio. Dése preso en nombre del Príncipe.
ORGÓN: ¡Traidor! ¿Esto me guardabas para el final? ¿Este malvado, es el golpe con
que pretendes acabar conmigo y coronar tus perfidias?
TARTUFO: Sus injurias no me tocan. He aprendido a sufrir las injurias en nombre del
cielo.
DAMIS: ¡Con qué descaro habla del cielo, el infame!
TARTUFO: No me conmueven sus arrebatos, he venido a cumplir con mi deber.
MARIANA: Mucha gloria va a alcanzar con todo esto, y qué manera tan monstruosa de
cumplir con su deber.
TARTUFO: Cualquier deber es honroso, cuando viene del poder que aquí me envía.
ORGÓN: ¡Pero te has olvidado, ingrato, que fui yo, por caridad, el que te sacó de la
miseria?
TARTUFO: Sí, recuerdo muy bien todo lo que se me ha dado en esta casa, pero cumplir
las órdenes del Príncipe es mi primer deber. Aunque sea violento, este deber sagrado
ahoga en mi pecho todo agradecimiento, y para cumplirlo mejor sacrificaría a mi
esposa, a mis hijos, a mis amigos, y a mi mismo.
ELMIRA: ¡Impostor!
DORINA: ¡Cómo sabe escudarse el traidor detrás de lo que todo el mundo respeta!
CLEANTE: Pero si es tan escrupuloso en cumplir su deber, ¿por qué esperó a que lo
sorprendieran cuando intentaba seducir a la esposa del señor (señala a Orgón) y no se
preocupó de denunciarle antes que Orgón se viera obligado a echarlo de la casa? ¿Y porqué aceptó la donación que le ha hecho de todos sus bienes si piensa que es un
delincuente?
TARTUFO: (Al oficial) Líbreme de esta gritería, señor oficial, hágame el favor de
cumplir la orden que le han dado.
OFICIAL: Sí, voy a hacerlo, señor, y por eso le ruego que me acompañe a la cárcel, que
es donde tengo orden de conducirlo.
TARTUFO: ¿A quién? ¿A mi?
OFICIAL: Si, a usted.
TARTUFO: ¿Y por qué voy a ir a la cárcel?
OFICIAL: No tengo que darle ninguna explicación. (A Orgón) Tranquilícese, señor,
vivimos bajo el reinado de un príncipe enemigo del fraude, un príncipe que sabe leer en
el corazón de los hombres y no se engaña con la astucia de los impostores. Este que ve
aquí (señala a Tartufo) no ha podido sorprender a la justicia. Desde el primer momento
se han descubierto todas las cobardías de su intención. Acusándolo a usted se ha
traicionado él mismo. Se ha descubierto que es un malhechor conocido de la justicia,
que se ocultaba bajo un nombre falso. Tiene pendientes varios juicios y se podrían
llenar volúmenes con la relación de las fechorías que ha cometido. El monarca condena
su cobarde ingratitud y su deslealtad para con usted, y quiere castigarle a un tiempo por
éste y por todos sus otros delitos. Si he fingido someterme a sus órdenes ha sido para
ver hasta dónde llega la desvergüenza de este bribón y librarle de él. El Príncipe quiere
que delante de usted lo despoje de los documentos de los que se decía dueño. Con
soberano poder el Príncipe rompe los compromisos del contrato de donación que le
hacía dueño de todos sus bienes y le perdona la ofensa de haber escondido papeles de su
amigo. Este es el premio que le quiere conceder por la valentía con que en otro tiempo
defendió los derechos del Estado, y así se lo demuestra.
DORINA: ¡Bendito sea el cielo!
SRA. PERNELLE: Menos mal.
ELMIRA: Y triunfó la justicia.
MARIANA: ¿Quién lo hubiera dicho?
ORGÓN: (A Tartufo) Vas a ver traidor . . .
CLEANTE: Cuñado, tranquilícese, y no se rebaje a hacer alguna indignidad. ¡Deje a
este miserable. Piense que es mejor que corrija su vida y que obtenga que el Príncipe
sea generoso al aplicarle el castigo. Vaya a agradecer el trato que le han dado.
ORGÓN: Bien dicho. Iré a agradecer, y una vez cumplido este deber, debo preocuparme
de cumplir el otro. Le daré a Mariana a este amante generoso y sincero para que se unan
en dulce matrimonio.

FIN