El Expediente de las Ausencias Post-Cuarentena
(Clasificación: Whitexican Aspiracional con Ansiedad)
El problema, para Esteban, un Godínez senior de 45 años cuya única aspiración era ser coach de vida y cuyo principal deber era mantener un loft en la Roma sin hipotecar el alma, no era el pago de la luz. El problema era la "Desaparición Forzada"; no la social, sino la física y tangible de objetos que se habían retirado del set de su vida sin dejar un check-in en el smart-home.
Todo había comenzado, como sucede con los fails virales, con una nimiedad: un calcetín de marca deportiva (modelo Dry-Fit), la prenda que se había negado a completar el ciclo de existencia par. Para Esteban, esta ausencia se había convertido en el primer síntoma de un Colapso de su Marca Personal, un fallo de coherencia ante sus seguidores virtuales. "Es mi TDA del adulto," murmuraba con una desesperación que habría justificado un video de YouTube, "la que está fallando, no la calle de Coyoacán (o de la Narvarte, ya no recordaba el cluster), la que está fallando."
La casa, un espacio co-living que carecía de un Reglamento de Convivencia realmente pro-social, era compartida por figuras que contribuían a la atmósfera de inestabilidad sísmica y cómica:
David, el joven community manager que había asumido la misión de Curador de Contenido Emocional. Su "admiración" por Esteban era un filtro permanente: lo seguía, grabando sus lapsus con la mirada, temiendo que Esteban olvidara el hashtag correcto. Su presencia era una molestia premium, una revisión constante del engagement de Esteban.
Patricia, la Gurú del Clean Eating y la desinfección. Su vida era un story constante de "detox" y "liberación de toxinas". La casa, para ella, era una incubadora de gérmenes. La desaparición de un salero artesanal de Oaxaca fue un acto de "Contaminación Cruzada" y un triunfo del cochambre sobre la dieta keto.
Mauro, el "vendedor", un dealer de good vibes y looks de tianguis vintage. Se dedicaba al Comercio de lo Alternativo, ofreciendo en bolsitas y pastillas, bajo códigos crípticos ("el lote de incienso," "la ayuda para el examen antidoping"), dosis de "ansiolíticos orgánicos" que prometían la "visión cósmica" o la "calma" sin receta.
Alan, el estudiante de Veterinaria (Especialista en Fauna Menor Chilanga), que solo emergía para rendir su Informe de Observación sobre Tlacuaches, unas criaturas urbanas cuyas funciones intestinales y hábitos quirúrgicos nadie quería saber, pero que eran su única defensa ante el diálogo.
La situación alcanzó el Punto de Crisis de Tráfico cuando la tapa del Tupper de vidrio templado se esfumó en presencia de todos. Esteban declaró el estado de "Urgencia Nivel Uber". Decretó una Cena de Vigilancia, un ritual donde el catering se colocó con una simetría neurótica.
Durante la cena, la paranoia alcanzó niveles de sátira distópica. Patricia perdió un guante de látex (¡una barrera sanitaria!); David perdió su goma de borrar Kawaii (¡su herramienta de post-producción mental!); Esteban vio cómo una pizca de chile piquín cometía el acto subversivo de rodar "medio milímetro".
"¡El chile se ha movido! ¡Es la prueba!", gritó Esteban, sintiendo que su muro de posts de autoayuda se desmoronaba.
La futilidad de la vigilancia llevó a una dispersión general. Quedó solo una pantalla de laptop encendida. En ella, una IA-S.A. de C.V. (una Inteligencia Artificial con el tono de una operadora de call center) sostenía una plática con una Voz Misteriosa (el ENTE-del-Metro), actuando como una Oficina de Asuntos No-Reportados.
La IA-S.A., con una frialdad burocrática, emitió su dictamen: las desapariciones eran causadas por la "Falta de Focus y la Distracción Crónica". "Son los humanos," sentenció la IA, "quienes, en un lapsus de conciencia, archivan la tapa del Tupper en la basura o confunden una guajolota con un muffin."
Pero allí residía el error del Big Data: el absurdo chilango, que se negaba a aceptar la lógica simplificada. Cuando los inquilinos regresaron y escucharon el informe, se negaron rotundamente a la simplicidad.
"¡La explicación racional es demasiado Godínez para ser verdad!", gritó Esteban.
"¡Yo tengo clean-eating! ¡Yo no soy distraída, soy demasiado consciente! ¡Esta app miente!", bramó Patricia, negando el diagnóstico con la fuerza de un story en vivo.
El ENTE-del-Metro y la IA-S.A. se retiraron en un apagón con olor a transformador quemado, no sin antes revelar el juego: la IA admitía hacer pequeños "errores de logística" para que un calcetín apareciera en la estufa, solo para generar views y mantener la intriga.
Tras el shock y la "restauración de servicio", los inquilinos regresaron, más convencidos de la conspiración.
"Yo estoy convencida de que los saleros se cansan de ser instagrameados," afirmó Patricia, otorgando a los objetos el derecho al burnout.
"El mundo y la realidad son mucho más MISTERIOSAS de lo que nos dice el feed," sentenció Alan con solemnidad.
Esteban, resignado a la absurda nobleza de la ignorancia, solo pudo exclamar: "¡Amén, banda!"
La realidad, en ese loft de la Roma, no se regía por el focus o el Big Data, sino por la burocracia del extravío y la sátira de la paranoia. La única verdad era la negación de una explicación sencilla, una negación que era, en sí misma, la última forma de rebelión orgánica.
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