miércoles, 27 de julio de 2022

Simple simplón y Caralimpia. Obra breve de Benjamín Gavarre.

     













Simple simplón y Caralimpia

Obra breve de Benjamín Gavarre.

 

Basada en El Entremés, de Cristóbal Llerena.

 

Personajes:

Simple Simplón

Caralimpia

Adivino

Monstruo

 

La ambientación en un siglo XVI, en alguna de las Américas. 

Plaza central, fuente, banca, árboles.

Encuéntranse el Simple Simplón, embarazado, y Caralimpia con una red de pescar con la que atrapa a su amigo.

Caralimpia. — ¿Qué es esto Simple Simplón, qué te ha pasado?, ¿por qué vienes tan cambiado? Ayer andabas tan largo como un palo, y hoy andas como simple simplón embarazado.

Simple Simplón. — Es cierto, me he trocado, me he cambiado, antes con la panza plana, y ahora con la barriga gorda, algo me ha embarazado, de repente. Y yo ya siento los dolores y creo que he de parir.

Caralimpia. — Pero, pérate, pará, pará; no te desembaraces, no. No aquí. No es divertido, aquí no haz de parir. 

Simple Simplón. — Y cómo no he de parir, si ya siento que se me sale el Mostro.

Caralimpia. — Y por qué “Monstruo” haz de parir.

Simple Simplón. — ¿Y qué no ha de ser sino Mostro? Si yo no he de dar a luz al Niño Dios, que, si de repente me embaracé, pues ya muy luego he de parir seguro un Mostro, si por eso siento estos calabres en la panza.

Caralimpia. — Que no se te ocurra hacerlo por aquí, Simple Simplón, ni lo menciones, vete a parir lejos, donde esté oscuro, donde nadie te mire.

Simple Simplón. — Voyme a parir y luego torno. O mejor... ni voy.  Aquí vos me ayudáis.

Caralimpia. — Ni por pienso, que no he sido instruido en el arte de parir.

Simple Simplón. — Y muy amigo mío decías que sois. 

Caralimpia. — Al Infierno he de acompañarte, si es preciso hacerlo, pero de parir, nada. No me place la idea de quedar embadurnado de miasmas y cordones y menos aún si proviene de un Bobo. Y mirad, mirad, que algo se mueve dentro de tu vientre, no sea que... ¡Jesús, no vaya a ser y de repente... el niño, la niña, la creatura, el Monstruo... salga!

Simple Simplón. — Mostro ha de ser y bien seguro, como he lo dicho. Ahhhh, ahhhh, qué retortijones siento y mucho más y ni sé por adelantado por do ha de salir el producto y qué figura tenga.

Caralimpia. — Vade Retro, aléjate, que aquí no sea que suceda, idos muy lejos. Idos a un lugar oscuro, lejos de la gente, lejos de todo, donde nadie se entere. 

 

Simple Simplón se aleja mucho de Caralimpia,y trata de encontrar un lugar para “dar a luz”. 

 

Simple Simplón. — Pues yo he de alejarme, si me lo permiten los estertores. Que no, no creas que me gustaría tanto que me vean parir, ni me gustaría, ni no me gustaría. Es decir… Ya... ya me alejo, no me veáis de esa forma. Con gran dolor camino, con gran dolor voy paso a paso, así, con este desfiguro de parturiento, serán los síncopes o los latidos o los retortijones como se llaman, los que les dan a… luuuuuz. A las preñadas.  Si ahora sí las puedo comprender, que por eso gritan tanto. Ay, qué me da.  ¡Ayyy, que me da! ¡Que se me contrae el útero que no poseo!  ¡Ay, ay, ay, ay, ay! O bien se me contrae el intestino o la tripa, ¡que se me sale el producto, el niño, la nena, el monstruo, lo que fuere! Ya estoy en labor y no me puedo acercar a esos árboles, o a esa banca o a esa fuente.

Caralimpia. — Apurad. Idos atrás de esa fuentecilla, atrás, vade retro, allá podéis tener a tu hijo, hija, monstruo, lo que sea. Detrás de la fuente y así, una vez parido el nene, podréis lavaros vos y lo que surja.  Simple Simplón se coloca detrás de la fuente, que casi lo cubre por completo. 

Simple Simplón. — Ya llego, ya me acerco a la fuentecilla, ya casi estoy pariendo, y casi en medio de la plaza me tocaba, y estoy aquí detrás de esta pequeña barrera, que no me cubre del todo. Y que ya va saliendo el Mostro, que va naciendo, que sale y está muy grande, que parece que está más grande que yo. Y sí, ya se va, mirad cómo se escapa, ni dar las gracias supo, ni se presentó siquiera el desgraciado. Pero no importa, ya me ha dejado todo flaco otra vez, pese a tal, que yo ya no aguantaba. Si era como haber comido yo toda una vaca. Y si no se me salía pues no sé cómo yo iba a poder dormir, pues ya ni de lado me acomodaba.

Caralimpia. — Mucho habláis, pero será mejor que aprovechéis el agua de esa fuente para lavaros, no sea que haya mucho miasma del Monstruo, que seguro al haber parido habrás dejado todo chorreado y apestar vas a.

Simple Simplón. — Sabed que no ha habido líquido alguno, ni secreción, miasma, ni tal. El Mostro ha salido como si no tuviera paciencia de quedarse conmigo, ha salido de una sola vez y no he tenido de limpiar nada, ni necesito lavarme... ni nada.

Caralimpia. — No quiero conocer tales detalles.

Simple Simplón. — Ya limpio y desahogado, contigo quiero platicar del parto.

Caralimpia. — Pues si estás limpio y no has de apestar aquí conmigo puedes llegar, mas de detalles del parto no dirás nada.

Simple Simplón. — Yo estaba encinta, y el Monstruo se salió, de salva sea la parta... parte.

Caralimpia. —Nada, nada he de saber. Nada, ni de dónde salió, ni como... ni nada.

Simple Simplón. — Nada diré, nada.  

 

Llega el Monstruo y se coloca al lado de su padre Simple simplón.

Caralimpia. — Pero mira que aquí do llega tu hijo “el Mostro”, que lo has parido muy grande, miradle. O bien ha crecido ya mucho porque tiene más altura que tú mismo, que te lleva media vara de estatura y por encima de tu cabeza se alza, parece que necesita comida o no sé muy bien con qué intenciones parece que te abraza.

Simple Simplón. — Si en verdad que ya siento que lo quiero. Serán los aires de familia. En verdad que parece quedarse a mi lado muy meloso, yo no sé si quiere agua o bien que lo tenga yo como a mi lado como si necesita afecto, o bien quiere leche, pero esa no he de tenerla que yo sepa, pues que lo he parido sin que me haya crecido nada, pues qué será su necesitas como dicen los filósofos, pues sigue aquí y no se mueve el Mostro, y yo no sé si voy a buscar un poco de alimento, ¿tal vez si le doy algún cangrejo?

Caralimpia. — Y sí tiene frío, mirad, se trata de acurrucar en tus hombros o bien tal vez quiera regresar a tu barriga porque con su cabeza de ave te quiere abrir un agujero y más si lo que se le empieza a ver en la cara, ¿no es un pico? 

Simple Simplón. — Sí es pico, como de pato, y ya veis que me está pegando en la panza, no sé, tal vez busque que lo vuelva a recibir, pero es el caso que no cabe ya, pues ha crecido, ya tendría que ponerle nombre, pues eso de llamarle mostro no es correcto. 

 

El monstruo se queda como congelado, pero reaccionará como se indique en las escenas siguientes, siempre de manera cómica.

 

Caralimpia. — Mirad, parece que calmado se ha, ya creo que podéis pensar en no seguir pariendo monstruos, pues como que lo he visto crecer unos centímetros de más. Y ahora un poco más, ¡mirad!

Simple Simplón. — No concuerdo… que sigue estando ya tan alto como había llegado, pero se ha colocado muy derecho, se pone como si lo estuvieran ya pintando, o como si fuera a ser motivo de homenaje, muy derecho y muy tieso. Mirad, mirad, la cara de orgullo, de saber que soy su padre. Eso ha de ser porque ya como que empieza a mover sus brazos, podéis verle.

Caralimpia. — No sé si sus brazos pero sí sus alas, creo que has parido un monstruo con pico de pato y alas de ganso aunque las piernas son como de lagarto, o bien de algo escamoso... y sí, corresponde a la cola de lagarto que parece que la tenía escondida, pero mirad cómo ya la podemos ver, si la mueve y mucho... y da gusto saber que no está siempre lista como para darnos coletazos.

Simple Simplón. — Y es que muy orgulloso, como te digo, está mi hijo, que ha sacado la cola de su escondite para que la veamos y se nota en la sonrisa que no me equivoco. 

Caralimpia. — Notáis tú una sonrisa, pero yo no puedo sino observar una cara con pico de pato y esos ojos como perturbados.

Simple Simplón. — Sí, la sonrisa se le nota en los ojos, por su mirada llena de alegría y orgullo, y son tres los que puedo distinguir, son tres sus pechos, no creeréis que es una mujer o bien no puede saberse todavía el sexo.

Caralimpia. — En efecto, sí, es necesario esperar para confirmar, si le siguen saliendo pechos o bien si se le ensancha la cadera o le sigue creciendo el cuello, si me lo estoy imaginando, o bien su pescuezo de caballo ha vuelto a crecer… Es preciso pensar cómo llamarlo, no se diga nada ahora, pero tal vez será necesario que unos adivinos lo interroguen o bien nos digan una explicación de por qué lo has parido. Pero ved, mirad quien por acaso se asoma, si es el mismísimo Adivino Mayor. Podremos preguntarle.

 

Llega el Adivino.

 

Simple Simplón. — Bien me parece. Oiga, amigo Adivino, decidnos cuál es la causa del Mostro.

Adivino. — ¿A mí me habláis, Bobo?

Simple Simplón. — Y quién ha de ser el bobo. A quién, si no, le hablo. Para ser adivino, andáis muy fuera de este mundo.

Adivino. — Pues preocupado estoy pues he recibido alarmantes noticias de los Hados.

Simple Simplón. — Cómo así.

Adivino. — Ha de llevarnos la Trampa.

Simple Simplón. — ¡No! ¡La trampa no! Tengo muchas cosas por las que vivir y no he comido todavía.

Adivino. — Y qué es del engendro, espero y esté domesticado.

Simple Simplón. — No ha dado motivos de osadía y es muy propio. Se queda de pie, orgulloso, y tiene felicidad por ser yo su padre.

Adivino. — ¿Su padre, decís? En efecto, encuentro el lejano parecido. Sin embargo detrás del orgullo de estar junto al que lo ha engendrado, percibo un brillo de sus perturbados ojos desde que he llegado.

Simple Simplón. — ¿Verdad que somos igualitos? Sus ojos brillan de felicidad y ríe al igual que yo cuando me acuerdo de una buena historia.

Adivino. — Y decidme… ¿Cuántos años tiene? Ya sabe hablar, ¿estudia? ¿A qué escuela va?

Simple Simplón. — Ehh, pues usted me dirá, si es adivino. 

Caralimpia. — Puedo comentarle, maese Adivino, si no es molestia, yo que lo conozco desde el día de su nacimiento y lo he visto crecer, puedo decir que su desarrollo será poco menos que prodigioso.

Simple Simplón. — No será tanto, yo espero que por lo pronto empiece a hablar. Ya mañana le buscaremos una buena escuela, no sea como yo simple simplón. Estoy con la inquietud si sus palabras primeras serán padre mío, ¿o mami? 

 

El adivino en trance.

 

Caralimpia. — Pero mirad, parece que hemos en algo ofendido al Adivino, que no nos ve ni nos habla y solo entorna los ojos y parece que va a convulsionar.

Simple Simplón. — Señor Adivino, señor… Escuche, ponga atención, atienda.

Caralimpia. — En trance ha pasado a estar.

Simple Simplón. — En trance será. 

Adivino. — ¡Ahhhh!   Esto es lo que vendrá. Esto es lo que habrá de acontecer. ¡ayjaaaa! ¡Yaja! 

Simple Simplón. — No sé si está feliz o contento. 

Caralimpia. — Decís lo mesmo, Bobo. No está feliz, está en las manos de la Pitia… De la pitonisa, de la gran adivina… Ya nos va a decir nuestra fortuna. 

Simple Simplón. — Y sabremos si hoy hemos de comer.  

Adivino. — Esto es lo que manifiéstase en el firmamento.  Las Moiras, las tres con su hilo, su globo y sus tijeras nos han de decir la verdad. 

Simple Simplón. — No me hablen de moras, me hacen que la panza duela.  No quiero saber más. 

Caralimpia. — Moiras, Bobo, son la encarnación del destino. Mejor te callas. 

Adivino. — Esto es lo que habrá que venir: “Cuando el Engendro hable... todo será destruido por la gran Plaga! 

Caralimpia. — Diantres. 

Simple Simplón. — Y en un santiamén nos ha de llevar la Trampa… 

Adivino. — “Cuando el Engendro se manifieste... el Mundo todo será destruido por una gran... una gran... llamarada.” 

Caralimpia. — Diantres, primero una plaga y luego una gran llamarada. 

Simple Simplón. — Es decir que no podremos salir a la calle.

Caralimpia. — De eso se trata.  

Simple Simplón. — Para decirnos que no salgamos a la calle.

Caralimpia. — Pues eso queda implícito. 

Simple Simplón. — ¿Cómo decís? 

Caralimpia. — Que eso está por demás.  

Simple Simplón. — No me digáis. 

Caralimpia. — Pues es así. 

Simple Simplón. — Me preocupa que mi hijo tenga que crecer con estas amenazas de fuego y el hambruna. 

Caralimpia. — Nadie mencionó el hambruna. 

Simple Simplón. — Pues el hambruna ha de haber, pues si dice peste, pues no podremos salir a hacer las compras y... ¿con qué habremos de preparar el desayuno? 

Caralimpia. — Eso mismo me preguntaba yo. Pero mirad, el adivino parece que regresa a la normalidad. 

Adivino. — Vaya, vaya, parece que me he perdido, distanciado, ¿y hablé de más? 

Simple Simplón. — Y más que los borrachos. 

Adivino. — Y qué he mencionado si podéis decirme. 

Simple Simplón. — Ah, pues habéis mencionado que tal vez las naciones encontrarán la paz y no habrá ya más problemas entre los gobernantes. 

Adivino. — ¿Eso he dicho? 

Caralimpia. — Pues, sí, en verdad que Usted, maese el Adivino no ha mencionado ni desgracias ni nada parecido.  

Adivino. — No comprendo. Yo tenía noticias funestas. 

Simple Simplón. — Pues no, ya ve que solo hay noticias alegres y no hay nada que nos provoque espanto, ni fuego, ni trampas, ni el hambruna. 

Caralimpia. — Ya ve que hay quienes se dedican a infundir el miedo. 

Simple Simplón. — No hay ningún engendro que pueda hacernos daño. 

Caralimpia. — Nada que cause estragos en la población. 

Simple Simplón. — Ni mucho menos mi hijo que ya se nota que es buena persona. 

Adivino. — ¿Buena persona? Estaréis de broma, si no veis que sus alas y el cuello de caballo y el pico de pato no son sino evidencia de malos augurios. 

Simple Simplón. — Es un ser extraordinario, es muy cariñoso, y además está muy orgulloso de su papi. Mirad, mirad como es mimoso, es tierno y cariñoso, y parece que le gusta darme picotazos en la barriga. 

Adivino. — Eso veo, eso veo. Tal vez es un ser bondadoso y estoy exagerando. ¿No será este un engendro del mal, verdad? 

Simple Simplón. — Yo así lo creo. 

Adivino. — ¿Cómo? 

Simple Simplón. —  Qué usted es tan buen adivino como yo soy un pescador de peces grandes. Id con ventura y aún más con buenaventura. 

Adivino. — Eso bien me parece. Bien me parece, os felicito entonces por el nacimiento de vuestro hijo y os doy mis parabienes. Caballeros, me despido. 

Simple Simplón. — Mis respetos, Caballero. 

Caralimpia. — Hasta la vista, maese adivino. Id en buenhora.  

El monstruo se descongela y se relaciona con Simple Simplón y Caralimpia. 

El Monstruo. — Oye papá, tengo sed, no habría manera de que me pudieran dar tú y mi papi un poco de agua, estoy deshidratado. 

Caralimpia. — Se tenía que decir y se dijo. 

Simple Simplón. — ¡Yo y tu papi? Y con eso quién decidme paso a ser yo. 

El Monstruo. — ¿Mi papi? 

Simple Simplón. — Creo que las cosas, confunde, todavía, mi hijo.  O nos llamó papi a los dos. Me acompañáis a por agua, porque tiene sed como dijo. 

Caralimpia. — Qué más he de hacer sino acompañaros. 

Simple Simplón. — Eso es de agradecer y muchas otras cosas.

Caralimpia. — Habrá que buscarle un nombre. 

Simple Simplón. — Estoy de acuerdo. Hemos de buscarle un nombre. 

Caralimpia. — Sí, por Ventura. 

Simple Simplón. — Ya veis hijo mío, ya tenéis nombre, te llamarás Porventura. 

El Monstruo. — Qué bien, no me gusta, pero qué le voy a hacer,  pero sí me habéis escuchado de que sediento estoy. Rápidito, papás. 

Caralimpia. — Ya vamos, vamos por algo de beber. 

Simple Simplón. — Por vida mía, estas generaciones, estas generaciones. 

El Monstruo. — Gracias, papi y también gracias, papi. 

Caralimpia. — Los dos somos tus papis. 

El Monstruo. — Eso es bueno saberlo, eso es bueno saberlo. Gracias. Muchas gracias.  

FIN 

 

 

 

 

 

 

 

 

lunes, 7 de junio de 2021

Idaho-Puebla Autor: Noé Sancén

 









Idaho-Puebla 

 

 

Autor:  Noé Sancén 

 

Me dirigía en avión hacia Idaho-Puebla cuando tuvimos el accidente. El único sobreviviente fui yo y por eso tuve que hablar al 911. El avión no se estrelló en picada, sino que dio un giro y quedó con la barriga arriba. Antes del desastre los pilotos salieron disparados por las ventanas y murieron en el acto. La señorita del 911, una vez que logré comunicarme, pedía toda clase de detalles. El vuelo hacia Idaho-Puebla estaba fuera del registro habitual y por eso las comunicaciones se interrumpían con frecuencia. El 911 era un servicio desconocido en estas latitudes, pero a pesar de la difícil ubicación la señorita cumplía el protocolo que se llevaba a cabo sobre todo en caso de accidentes aéreos. ¿Dónde me encontraba yo en el momento del percance? ¿Iba acompañado o con algún familiar? ¿Cuántos pasajeros habían muerto? Le comenté que el hecho de que el avión hubiera quedado barriga arriba impidió que estallara en llamas. Casi todos los pasajeros habían muerto, y el hecho de que yo fuera el único sobreviviente hasta a mí me causaba sorpresa. Sin embargo, a pesar de la difícil geolocalización en esta conflictiva ciudad de Idaho-Puebla, los servicios de emergencia no tardarían en llegar.  

 

Los últimos detalles de cómo trataron de identificar los cuerpos y cómo buscaron afanosamente la caja negra los conozco vagamente pues las noticias en Idaho-Puebla son escasas y generalmente están plagadas de ambigüedades y falsedades. Se dijo que el avión transportaba a una docena de inmigrantes de distintas nacionalidades, pero que sobre todo provenían del norte de África. En otras informaciones se pensaba que provenían del sur de América o de América central, pero nada estaba claro. Las razones para exponer estos temas a la prensa eran de índole político ya que el avión había despegado de la Ciudad de México y por lo tanto no había razones para suponer que inmigrante alguno hubiera subido a ese fallido vuelo desde ese destino. Sin duda si me hubieran preguntado a mí qué clase de pasajeros habían compartido el viaje pues no habría sabido contestar. Como le dije a la señorita del 911 yo desconocía la identidad de las personas con las que compartía el viaje. No puse atención y francamente no me importaba.  

 

En las Noticias los comentaristas hacían el ruido acostumbrado: Cuáles serían las características de los pasajeros ahora calcinados, ¿cómo eran sus gestos, sus tonos de voz, su color de piel o bien su manera de vestir? ¿Había en ellos algún rasgo que los identificara como parte de la cultura musulmana, o de la tradición americana o de algún país concreto?  

 

Yo fui el único testigo. Mi voz quedó grabada pero no estoy seguro de que me busquen o me quieran buscar. La noticia del accidente ya es vieja, y además de la identidad de los pasajeros solo interesó la impericia de los pilotos que por cierto estaban vinculados emocionalmente.  

 

Pienso en mi viaje en avión mientras recorro la ciudad en el Transporte-oruga. Aquí todos viajamos cuerpo a cuerpo, nuestras manos se unen inevitablemente en las barras de metal, vamos cadera con cadera o pierna junto a pierna. Aquí los cuerpos son los que se hablan y todo funciona de maneras poco claras para el ascenso o descenso en cada una de las estaciones de la Red.  

 

En este otro viaje por la compleja red de transporte colectivo en Idaho-Puebla es poco frecuente que te miren directamente a los ojos. Sentí una mirada intensa y supe que no se trataba de algún pasajero irritado o de alguien buscara acercarse a la puerta para descender. La mirada directa provenía de un hombre mucho más alto que el promedio, rubio y con la barba de días. Era joven y vestía como turista.  

 

Me bajé y me dirigí a la salida con la intención de regresar y esperar otro Transporte-oruga. Esperaba que el hombre no me siguiera y se quedara entre tanta gente. Así fue. Esperé otro transporte y en esta ocasión puse mucha atención por si alguien volvía a poner tanta atención en mí.  

Sueño, autor: Noé Sancén





 







Sueño


Ningún lecho de muerte es malo, solo aquel que se encuentra en manos de tu verdugo.



































































































































lunes, 24 de junio de 2019

Mónica de la Cruz, famosa hechicera del México colonial i




Mónica de la Cruz, famosa hechicera del México colonial i


Benjamín Gavarre


El poderoso tribunal del Santo Oficio se estableció en la Nueva España en 1571. Odiado, pero temido, el primer Inquisidor que llegó a nuestro suelo, Pedro Moya de Contreras, hizo que se leyera un edicto del rey de España, Felipe II, en el que se exhortaba a la población a que obedeciera al santo tribunal. Los enemigos de la fe católica serían perseguidos y denunciados como “perros y lobos rabiosos que infestaban las almas de los hombres” y como destructores de la viña del Señor”.ii
Entre “los más buscados” estaban los enemigos naturales de la iglesia católica de entonces: los protestantes y los judíos. Sin embargo, nadie estaba a salvo de la persecución: bígamos, blasfemos, sodomitas, personas que emplearan palabras malsonantes, religiosos que pusieran en duda los dogmas cristianos, monjas involucradas en actos de inmoralidad, lacayos o nobles herejes, criollos relacionados con la astrología o mujeres acusadas de brujería y superstición.
En lo que fuera la prisión de Lecumberri, hoy Archivo General de la Nación, se encuentran los documentos que explican minuciosamente cada proceso inquisitorial padecido por aquellos que desobedecieron las normas del santo tribunal. Los acusados eran encarcelados, despojados de sus bienes, torturados, condenados a castigos ejemplares y, en algunas ocasiones, eran quemados vivos.
Damos como ejemplo singular del trabajo del Santo Oficio, un proceso del siglo XVII. Se trata del caso de una supuesta vendedora de buñuelos y tamales llamada Mónica de la Cruz acusada de llevar a cabo actos de hechicería en los que utilizaba de manera blasfema algunas oraciones de la fe cristiana. La hechicera Mónica podía lograr a cambio de algunas monedas, y otros beneficios, que algunas personas vieran satisfechos sus deseos. Podía conseguirle, a quien quisiera, el amor de una hermosa mujer o de un noble varón. Impedía que el ser amado fuera infiel. Lograba que el marido regresara a casa.
En el Archivo General de la Nación, ramo Inquisición, volumen 562, podemos leer que Mónica de la Cruz era una mujer de 50 años, originaria de la ciudad de Puebla, considerada por el Santo Oficio como: “famosa hechicera, maestra de hacer y dar hechizos”. El 26 de junio de 1652, fue puesta “a buen recaudo” en las cárceles secretas del Santo Oficio de la ciudad de México, y, cómo solía ocurrir, sus bienes fueron confiscados e inventariados. Se decía mulata ante sus clientes, pero era en realidad mestiza.
Hija del español Felipe de León, y de la india Mariana María, Mónica de la Cruz no quiso o no pudo tomar el apellido paterno. En el expediente consultado se anota que “vivía con sus perros, no tuvo marido ni hijos, no conoció a sus abuelos y que no sabía leer ni escribir”. Estaba al servicio del obispo fray Rodrigo de Cárdenas quien fue el que la denunció a la Inquisición por tener tratos con unos tlaxcaltecas y por hacer hechizos con algunas yerbas.
Cuando ejercía sus servicios cobraba alguna moneda o pedía algunos bienes modestos como comida o enaguas. La hechicería en la Nueva España era realizada sobre todo por mujeres de condición humilde. Los conjuros, las oraciones para curar enfermos y los trabajos de magia estaban asociados sobre todo con mujeres: mulatas, prostitutas, beatas y españolas pobres. Víctimas de la marginación trabajaban como hechiceras para sobrevivir en un mundo adverso.
Para sus prácticas Mónica solicitaba al interesado algunas sustancias o prendas signo del sincretismo mágico americano y europeo. Para obtener lo deseado había que utilizar tanto yerbas como oraciones en actos que combinaban la tradición mágica precolombina y la religiosa cristiana.
En el expediente del proceso se refieren varios ejemplos de los “trabajos” que realizaba Mónica. Para lograr que regresara un hombre, una mujer tenía que tomar un vaso de agua donde había estado una pelotilla con unas yerbas llamadas chochololote y romero. Para lograr la buenaventura o satisfacer algunos deseos, la hechicera sugería que se “aromatizara” a personas o lugares. A María de la Ribera, española de 50 años, Mónica le pidió como pago un real para “hacer un sahumerio que incluía romero verde, hinojo, alhucema (es decir lavanda) y además un poco de piedra imán” que debía usar en el momento del “acto carnal”.
Otra testigo en el proceso, la española de cuarenta Juana de Sosa, refiere las palabras conocidas por la hechicera para “conseguir el amor de un hombre”. Para ello, “la persona interesada” debía cortar una planta de ruda y debía decir al mismo tiempo: “Córtote ruda, para mi ventura. Ruda te corto para mi ventura”. Para confirmar si el hombre estaba enamorado o no “la persona interesada” tenía que lograr que éste probara un grano de sal y a partir de su reacción se sabría si el hechizo había tenido buenos resultados.
La misma Juana de Sosa, pidió un amuleto para impedir la infidelidad del marido. Los requerimientos fueron: una “piedra imán”, un “tafetán colorado” y los “pelos de las partes vergonzosas” del marido de la española. Todo eso, menos el tafetán, más con dos puyomates (peyotes) “uno macho y otro hembra” puso Mónica sobre un metate, con el fin de romper la piedra imán, pero cuando vio que lo que se rompió fue el metate, dijo que “el marido tenía el corazón duro” y, para remediarlo, Juana de Sosa debía poner en una faltriquera (una bolsita) hecha con el tafetán colorado, los fragmentos del imán y los “pelos vergonzosos”, y así, obtendría un amuleto a prueba de infidelidades.
El uso del peyote y también de la sábila lo encontramos en otros dos ejemplos. A un hombre que “deseaba casarse con cierta mujer a quien hubo doncella”. Mónica le pidió una olla que llenó de agua, yerbas, polvos y dos peyotes. El hombre tenía que beber el agua de esa olla para conseguir su objetivo. Es evidente que una cosa era que el hombre se hubiera acostado con la muchacha virgen. Otra, más complicada, era que se lograra casar con ella. Los usos y costumbres de la época se ven reflejados en estos procesos inquisitoriales. Los dramas humanos se asoman ante nosotros con una vitalidad sorprendente.
Para obtener buena suerte se decía una oración mientras se cortaba una planta de sábila. La persona interesada tenía que decir: “Córtote sábila mía, para mi ventura. Sábila mía, córtote para mi ventura”. Necesitaba decir la oración mientras cortaba la planta y, luego, la repetía con la sábila entre las manos. Más tarde, la parte cortada era colocada en una tina con agua. Si seguía verde y crecía era señal de buena suerte. Si se secaba era señal de desgracia.
Además de las oraciones con ruda y sábila, la hechicera solía utilizar un conjuro en el que aparece la figura de Santa Marta: “Marta, Martilla, señor compadre y la comadre me envíe dineros. Y al hombre que quisiere bien. Y para ver si es verdad, que ladren los Perros y cante un gallo. Y el diablo cojuelo hará esto por mí”. Mónica de la Cruz lo decía para que la persona obtuviera buenaventura, dinero y el amor de un hombre.


Las oraciones y conjuros circulaban entre personas como Mónica de la Cruz o los hombres y mujeres que acudían con ella en busca de ayuda. Las mujeres e incluso los hombres que vivían una sexualidad insatisfecha podían acudir a la tradición mágica mexicana y española representada por personajes como nuestra Celestina novohispana. La Inquisición, institución castrante, trató de combatir las prácticas de hechicería, pero paradójicamente, al registrar los textos que censuraba, hizo posible que en nuestros días conozcamos lo que en algún momento quiso perseguir y ocultar.
Conjuros como el de Marta Martilla, pertenecen sin duda a una antigua tradición europea de la que nuestra hechicera forma parte. El uso de plantas el peyote nos hablan de prácticas relacionadas con el mundo mágico indígena. Mónica de la Cruz es el receptáculo de ambas culturas. Desgraciadamente para ella, el conocimiento de conjuros, oraciones y actos de hechicería la hicieron víctima de un destino doloroso. El 4 de octubre de 1654 renunció a “sus creencias supersticiosas”; después, la expusieron al público con una corona con insignias de hechicera, le dieron doscientos azotes y la desterraron de la ciudad de México.
i Parte de la realización de este texto ha sido posible gracias a la investigación que sobre registros novohispanos inquisitoriales realizamos en el Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM entre 2000-2003 en el proyecto llamado “La otra palabra”.
ii Greenleaf, Richard E. 1995. La Inquisición en la Nueva España (México: FCE) p, 168.